Dicen que las mariposas simbolizan transformación y cambios. Dicen que también representan nuevas oportunidades y crecimiento, por su fortaleza y tenacidad. Dicen que son sinónimo de resiliencia. Pero sobre todo, dicen que expresan LIBERTAD.
El jardín trasero de la familia Uveda se unía con un pequeño bosque delimitado por un sendero de plantas silvestres, lo cual atraía a algunos insectos polinizadores y colibríes. El pequeño de la familia jugaba con un tractor de juguete con la tierra suave de debajo de estas plantas con sencillas pero coloridas flores, mientras que su madre recogía la ropa seca que colgaba de un tendedero. No sin perderlo de vista aunque estuviera a tan solo unos cuantos pasos de ella.
Aquella mujer escuchó un chillido corto y repentino hecho por su hijo que la hizo suspender abruptamente con lo que hacía para enfocarse completamente en él, pero al prestar más atención, fuera de preocuparse, se le dibujó una pequeña sonrisa en sus labios lastimados. El niñ0 manoteaba a su alrededor y se movía exasperado, cuando empezaba a correr hacia ella.
Una mariposa amarilla parecía perseguirlo de una curiosa manera y mientras él se apresuraba hacia ella, más revoloteaba a su alrededor.
—¡Mamá! ¡Quítamelo! —pidió con voz angustiada, a la vez que se guindaba de la falda del vestido ligero de su madre, a lo que ella lo cubrió con sus brazos, dulcemente, pasándolos por sus hombros y resguardando su cabeza con las manos.
La afectuosa madre se puso de cuclillas para quedar a la misma altura del niñ0 de 8 años, pasó delicadamente su pulgar por la comisura de sus labios, quitando un sucio de chocolate que tenía desde hacía un rato, pero él no dejaba de seguir a la pequeña mariposa con sus ojos aceitunas ansiosos.
—Dime, ¿por qué le temes? —preguntó apaciblemente, con una tierna sonrisa dibujada en sus labios, aunque todo su rostro doliera.
—Es un bicho, mamá —respondió angustiado—. Puede hacer daño.
Ella apretó sus brazos con suavidad y él se encogió asustadizo, echándose hacia atrás cuando el insecto volvía a acercarse a él.
—Quieto... quieto... —le dijo ella muy bajo, como un arrullo. Él empezó a obedecer a la voz de su madre, pero conservando su respiración inquieta.
La mariposa se posó sobre su hombro, luego, hizo sutiles y lentos aleteos. La mirada de horror de aquel niñ0 temeroso se fue suavizando y su respiración agitada calmándose.
—Es inofensiva, ¿lo ves? Quizás la atrajiste por el color de tu playera favorita —comentó con humor—. O, el olor del chocolate que te devoraste hace un rato.
—¿Y si sus dientes atraviesan la tela y me muerde? —ella se rio.
—No es un perro rabioso... —le recordó divertida.
La mujer colocó su dedo cerca de insecto, éste se elevó con sus alas unos pocos milímetros y se posó sobre su índice, haciendo el mismo aleteo pausado que hizo cuando estuvo en el hombro de su hijo.
—Mírala... —susurró, colocándola entre ella y él— pequeña e inocente —alzó su mirada hacia su hijo—. Pero con un propósito importante, como las abejas, ¿recuerdas la polinización? —él asintió—. Así de importante es dentro de su elegante humildad...
Él empezó a ver a la pequeña mariposa con curiosidad. Su madre giró su torso hacia un lado y levantó su brazo, aún con el insecto en el índice. Movió su mano levemente y la mariposa emprendió su vuelo alejándose de ellos. Ella se quedó observándola por unos segundos, nostálgica.
—Es libre… —musitó, soltando una bocanada de aire con resignación.
Seguidamente, volvió su atención hacia su hijo, quien la miraba ahora a ella con extrañeza. Él pasó sus delgados dedos rozando un moretón en el pómulo de su madre, que resaltaba en su blanca piel. Ella cerró sus ojos con tristeza, quería sentir mejor su dulce tacto. Sin embargo, aquella pena que experimentaba iba más a allá de su físico, era la que albergaba su corazón.
—¿Te gustan las mariposas, mami?
—Me deslumbran... Son espléndidas, fuertes y se adaptan a todo de la mejor manera, perfectas en su apariencia delicada. Sencillamente preciosas —respondió segura, pero con ese candor que la caracterizaba cuando le hablaba a su hijo.
—¿Como tú, mami? —interrogó bajando sus dedos por un mechón de su rubia cabellera. Ella sostuvo difícilmente la misma sonrisa ante aquella pregunta.
—No le temas a las mariposas, Reggie... Admíralas —le dijo suavemente después de tragar grueso, sin responder a su interrogante.
La suave brisa cálida de la tarde trajo consigo el sonido leve del motor de un auto que inmediatamente se apagó, ella ladeó el rostro como si así afinase sus oídos. Al poco tiempo, se oyó el fuerte portazo del auto cerrándose, por lo que la mujer se exaltó y se puso de pie bruscamente, por lo cual Reggie mostró una mezcla de intranquilidad y desánimo.
—Tu padre, llegó temprano... —masculló, dándose vuelta en dirección a la entrada de la casa, toqueteando a su hijo sin mirarlo para tomarlo y resguardarlo tras ella.
—¡Alba! —gritó el hombre desde el interior—. ¿En dónde estás?
—Llegó molesto. —balbuceó Reggie—. No me gusta cuando llega molesto, mamá.
Alba se giró hacia Reggie y se puso de cuclillas nuevamente frente a él, inhalando fuerte y conteniendo el aire, como si éste contuviera el valor que necesitaba para hablar.
—Ve a tu habitación bebé, ponte tus auriculares, sube el volumen escuchando a tu agrupación favorita y repite lo que siempre te he dicho... Como lo has hecho antes —le ordenó con urgencia—. ¿De acuerdo? —concluyó soltando el aire de sus pulmones.
—D-de acuerdo...
Ambos entraron apresurado a la casa tomados de la mano y una vez dentro, Reggie emprendió el corto camino hacia su habitación, con la cabeza gacha, mientras que su madre se dirigía a la pequeña sala en donde su esposo seguramente ya se hallaba tirado en el sofá. Su llegada a tempranas horas de la tarde mayormente significaba que una tempestad se avecinaba y aquello únicamente irrumpía en la poca tranquilidad de ella y la de su hijo.
Reggie entró a toda velocidad a su habitación como si su vida dependiera de ello, cerrando la puerta tras él. Cogió sus auriculares on-ear [se apoyan sobre las orejas], se los colocó y puso a reproducir canciones de su banda favorita en el dispositivo conectado a éstos. Inmediatamente se tiró en el piso, en la esquina de una de las patas de su cama, del lado opuesto a la puerta, recogió sus piernas y hundió su rostro en sus rodillas.
Los gritos de su padre traspasaban cada pared, cada puerta, cada obstáculo de aquella pequeña casa y, por supuesto, llegaban claramente a su habitación e incluso, él sentía que la ferocidad de las palabras de aquel hombre iba por encima de lo que estaba escuchando, sin importar el volumen que tuviera el dispositivo. Al igual que los lamentos de Alba.
Reggie hizo presión con sus manos en las almohadillas de los auriculares que cubrían sus orejas, exasperado, en un intento fallido de no escuchar nada de lo que ahí afuera ocurría. Apretó sus ojos con fuerza, su respiración se entrecortaba, empezó a mecerse de atrás hacia adelante y viceversa. Aquella sensación era como si se estuviera ahogando, hundiéndose en la negrura de una pesadilla y no pudiera salir a flote.
—Un caballero piensa antes de hablar...
—Un caballero siempre será un caballero aun cuando esté enojado...
—Un caballero es cortés, tanto con una niña como con una mujer...
—Un caballero trata con educación a una dama, respeta a una mujer, protege y consiente a su princesa...
—Soy un caballero, seré un caballero...
—Soy un caballero, seré un caballero...
En aquella posición, Reggie comenzó a recitar con voz intermitente aquellas frases que su madre le hizo memorizar y a repetirse cada vez que fuera necesario. Unas escritas por ella, otras sacadas de algún buen libro. Ese era su intento frágil de protegerlo de esa tempestad con la que se topaban o que mantenía tensión cuando no se desataba. Todo mientras encontraba la salida en aquella cueva oscura en la que buscaba un pequeño agujero que filtrara algo de luz y, por el que pudieran escapar.
—Soy un caballero, seré un caballero.
—Soy un caballero, seré un caballero.
Aquella repetida frase se fue convirtiendo lentamente en murmullos apagados, acompañados de lágrimas de incertidumbre, hasta quedarse dormido en medio de la tormenta.
—Reggie... —le susurraron al oído—. Cariño... bebé... —un siseo se repitió mientras una caricia recorría su rostro.
Él despertó con pesadez y en la oscuridad se dibujaba una silueta.
—¿Mamá? —se incorporó aturdido por la somnolencia.
—Shhh... —Alba puso su índice sobre sus labios—. Es hora de viajar lejos y libres, como la mariposa que vimos temprano, pero —posó su otro índice en los labios de ella—, shhh, en silencio.
Reggie Uveda abrió sus ojos con desmesura en medio de la negrura de su habitación, después de tener aquel sueño. Sudaba, aunque fuera invierno, su corazón latía desbocado, aunque todo estuviera en silencio y en absoluta paz, pero los vívidos recuerdos de una niñez tumultuosa y dolorosa lo perseguían.
«No le temas a las mariposas, Reggie... Admíralas.»
Por alguna razón, de todo el sueño, siempre se quedaba esa frase repitiéndose en su cabeza. Una y otra vez. Como un susurro que se paseaba en el aire, rondando sus oídos.