1. Una niña 'peculiar'

3574 Words
Liam Meyer aparcaba su auto frente al Consorcio A&A, una importante empresa de tecnología en Europa de la cual su esposa era la presidenta. Una vez apagó el motor, se inclinó hacia adelante para alzar su mirada a través del parabrisas, apreciando la altura del edificio, luego observó hacia el frente, para distinguir qué tanto se extendía la estructura, su vista no daba para divisar el final del edificio en esa calle. Durante los últimos años aquella empresa había crecido tanto, que no se dejaba de sorprender cada vez que iba a hacerle una visita a su esposa. Una vez que terminó de apreciar la magnitud de la edificación por enésima vez, giró medio cuerpo sobre el asiento y enfocó su completa atención a su hija menor en el puesto trasero. La niña estaba distraída murmurándole a sus nuevas mascotas dentro del bolsito hecho para ellas. A su lado, llevaba una enorme caja de regalo que sobrepasaba su cuerpo. —Muy bien, pequeña, llegamos... —Le informó y ella hizo a un lado el bolsito con entusiasmo, ensanchando una enorme sonrisa—. Vamos por mamá y luego a la fiesta de cumpleaños de tu amiguito Augusto. ¿De acuerdo? —De acuerdo... ¿Crees que mami si pueda venir con nosotros? —indagó con preocupación. —¿Alguna vez ha faltado a alguno de tus compromisos? —ella negó sacudiendo su cabeza con fuerza y su larga cabellera castaño-clara se movió de un lado a otro—. Está resolviendo un asunto importante de un amiguito de tu hermano. —¿Del niñ0 que tiene sus papás en el cielo? —Así es... —respondió Liam con pesar regresando al frente para quitarse el cinturón de seguridad y ella respondió con un gesto de pena, había escuchado un poco sobre él—. Vamos... Liam salió del auto apresurado y lo rodeó, se aproximaba el invierno, por lo que el frío contrastaba en el cuerpo después de salir de la calefacción. Él abrió la puerta trasera del lado en el que su hija estaba, le extendió su mano cortésmente con una divertida reverencia, como si se tratara de una real princesa. La niña tomó la mano de su padre soltando una risita y se deslizó con gracia del asiento hasta que sus pies tocaron el piso. Una vez fuera, se estiró con delicadeza el tutú desordenado con su mano libre. —Cuando subamos, ¿puedo pedirle a Sara una piruleta de cereza? —preguntó de pronto, con un antojo repentino. —No, sabes que comerás suficientes golosinas en ese cumpleaños. Nada de dulces antes —contestó Liam tajante—. Reglas, son reglas. —Ah —hizo un sonido con la lengua—. Lo sé, pero tenía que intentarlo —confesó despreocupada encogiéndose de hombros y él se carcajeó. —No caeré... no me meteré en problemas con mamá —advirtió cuando se disponía a cerrar la puerta del auto. —¡No, papi! ¡Espera! —exclamó haciendo que se detuviera, para después devolverse al asiento trasero. Ella tomó lo que parecía un accesorio más de su atuendo, un bolsito para niñas, pero en realidad, se trataba de una cajita rectangular en donde llevaba a sus nuevas mascotas. Estaba hecha de un material acrílico transparente con un asa de donde la sostenía por la parte superior, con algunos diminutos huecos alrededor del agarradero para que les entrara oxígeno, había sido decorada con muchas lentejuelas y piedritas coloridas pegadas por ella misma, eran tantas que a simple vista no se apreciaba lo que llevaba en el interior. —Puedes dejar eso aquí, Seli. —Objetó su padre poco convencido cuando vio que salió orgullosa, llevando consigo su cajita decorada. Liam no estaba de acuerdo en que tuviera bichos de mascotas, por lo que le puso reglas y al primer quebranto tendría prohibido tener más de ellas. —Se sentirán solitas, papi. No las puedo dejar ahí. —Okey, pero por ningún motivo, abras eso. —Dijo severo—. Ni aquí, ni en ningún lado. —Está bien... Solo mami y Owen pueden sacarlas, lo sé. La niña volvió a tomar la mano de su padre, aceptando sin inconvenientes las reglas. Ella podía ser la más consentida por todos en casa, por tratarse de la más pequeña, pero reglas eran reglas y ella las respetaba. *** El último piso del edificio albergaba la oficina de presidencia y dos salas de reuniones, una dispuesta únicamente para videoconferencias, la otra, era la principal. Ésta estaba rodeada por paredes de cristal y era lo primero que se podía distinguir tan pronto se salía del elevador, a mano derecha. A la izquierda se hallaba la oficina de la CEO de la empresa, con el respectivo puesto de Sara, su asistente, al frente y, delante de él algunos asientos de espera. En uno de aquellos asientos se hallaba un joven de 13 años. Retraído, cabizbajo, escondido bajo la capucha de su sudadera n€gra. Algunos mechones de su rubio cabello desaliñado caían en su rostro y, sus manos estaban metidas en los bolsillos de la prenda de vestir. El chico permanecía tan quieto que parecía querer confundirse con la pared y las sillas, aunque él fuera un punto negr0 que contrataba con aquel espacio brillante y de tonalidades claras. Sara ya le había preguntado en un par de ocasiones si le apetecía algo, a lo que él solo negó con la cabeza, por lo que después, ella prefirió dejarle su espacio para no incomodarlo. Él joven elevaba su vista con timidez cada cierto tiempo hacia la sala de juntas frente a él, en donde podía observar a Charlotte discutiendo ferozmente con algunos de los abogados presentes; sin embargo, no se lograba escuchar nada fuera de ese gran rectángulo transparente. Las puertas del ascensor se abrieron, la atención de él se fue automáticamente a esa dirección. Liam y su hija salían del elevador, él la llevaba tomada de la mano y su vocecita parlanchina se sintió en gran parte del piso desde el primer momento en que pusieron un pie fuera. El joven se enfocó en la niña, era difícil no hacerlo antes que en el hombre, ella lucía tantos colores a la vez en su vestido de corpiño amarillo, mangas largas y un esponjoso tutú hasta las rodillas de tonos arcoíris, acompañado de zapatillas de ballet también amarillas, con aquel bolsito de lentejuelas y piedritas coloridas en su otra mano. El chico frunció el ceño y entrecerró sus ojos, le pareció algo escandalosa, pero bastante curiosa al mismo tiempo, generalmente las niñas usaban colores brillantes, pero aquella pequeña los llevaba todos juntos. Por algún motivo, lejos de asociarla con un evidente arcoíris, lo primero que llegó a su cabeza fue un masmelo trenzado de diferentes colores. —Hola, Sara... ¿Cómo te va? —Bien, Liam. Gracias... Seli, ¿nuevas mascotas? —¡Si! ¿Quieres verlas? —Luego... El joven escuchó aquellas voces en la lejanía. —Buenas tardes, Reggie... —le saludó Liam cuando se plantó frente a él. Reggie apartó su vista inmediatamente de la peculiar niña brillante, sobresaltado, como si lo hubiesen descubierto haciendo algo malo y se puso de pie, exagerando su postura erguida. —Buenas tardes, señor Liam —expendió su mano hacia él. La capucha de la sudadera se deslizó desde su cabeza y cayó en su espalda, a Liam le costó fracciones de segundo reconocer el semblante sombrío de aquel chico, que, además, lucía delgado, pálido tras sus resaltantes pecas y con grandes sombras debajo de sus ojos. Le impactó, aunque ya lo hubiera visto antes así. Liam no aceptó su mano, en cambio, colocó una de las suyas sobre el hombro de Reggie y con la otra le dio unas palmadas suaves en el brazo, acompañando ese gesto con una expresión comprensiva. Esto dejó a Reggie algo confundido. —Las cosas mejorarán para ti de ahora en adelante, muchacho, nos encargaremos de eso —le dijo firme—. Te lo aseguro. —G-gracias, señor... —titubeó bajo cuando Liam apartó sus manos de él. Observó al hombre con desmesura y recelo al mismo tiempo, como si nunca en su vida hubiese recibido un gesto indulgente. —Liam, llámame Liam —le pidió amablemente. Liam agachó su mirada hacia su hija en el momento en el que ella tiró del borde del saco de su traje para que recordara su presencia. —Papi, ¿es el amigo de Owen? —preguntó en susurros como si se tratase de un secreto y nadie más la escuchara. —¡Oh! ¡Qué mal educado soy, Reggie! Ella es Selene, la más pequeña de casa. Reggie agachó su mirada hacia la niña también, ella extendió sus labios de oreja a oreja, parecía que le hubieran dado una impresionante y excelente noticia. —Hola... —saludó él entre dientes, apenas se escuchó. —Nunca había conocido a un amigo de Owen... —admitió de repente con entusiasmo e insistencia. —Es cierto, Owen siempre ha sido tan reservado para hacer amigos, que el hecho de que tenga ahora dos, es un evento sorprendente para sus hermanas. Reggie ladeó una sonrisa apenas perceptible, en cierto modo, ese comentario le hizo sentir privilegiado en medio del caos por el que estaba atravesando, considerando que haber hecho un par de amigos era una de las pocas cosas buenas que le había pasado en mucho tiempo. —No sabía que fuera así... —Murmuró con una pizca de más ánimo. Liam le sonrió confirmando lo que acaba de mencionarle, seguidamente, se giró hacia la sala de juntas para echar un vistazo a cómo lucía esa reunión por la que su esposa estaba allá un sábado por la tarde. Observó a los abogados y a Charlotte charlando, pero ella estaba bastante seria y de brazos cruzados. Estaba enojada. —Seli, espera acá un momento, ¿de acuerdo? —ordenó Liam volviéndose hacia los chicos. —Okey, papi —aceptó sin objeciones y se instaló en el asiento junto al que estuvo ocupando Reggie. —Iré a ver qué sucede allá adentro. —Reggie le dio una mirada de angustia, casi como si fuera a llorar instantáneamente y se notó que su respiración se aceleró de un momento a otro—. No tienes de qué preocuparte, te dije que las cosas mejorarán para ti —repitió con entera confianza al percatarse de la inquietud del chico. —Okey... —asintió repetidamente después de tragar grueso, para dejarse caer en el asiento tras él, volviendo a su marcado retraimiento. —Sara —Liam le hizo una seña a la asistente, apuntando a Selene—. No le permitas irse por ahí a hacer travesuras. Y, nada de golosinas, no importa qué te pida. No tardo. —No se preocupe, Liam. —aceptó y rio cuando la pequeña abanicó las pestañas acentuando una expresión angelical. Reggie volvió a cubrirse con la capucha de su sudadera para quedarse nuevamente congelado con la cabeza gacha. Por su lado, Selene colocó su bolsillo en el asiento desocupado de la derecha, estiró los pliegues del tutú delicadamente y por último, juntó sus manos sobre su regazo, mientras que mecía sus piernas en el aire al quedar colgadas porque sus pies todavía no llegar al piso. Ella sostenía esa sonrisa de oreja a oreja que no se le borraba, realmente estaba bastante emocionada por conocer a alguien con quien su hermano compartiera aparte de ellas. Selene volteó su rostro hacia él sin disimulo y lo observó con insistencia, Reggie podía percibir la inquietud de la niña por el rabillo del ojo, por lo que se fue rodando disimulada y lentamente hacia el lado contrario, como si ella lo fuera a morder en cualquier momento, hasta quedar en el borde se la silla. —Mi hermano es mi superhéroe, ¿sabes? —soltó ella cortando con el silencio—. Estoy contenta de que tenga amigos nuevos, siempre anda con Vicky y conmigo para todos lados, pero ¡eso no puede ser así! —exclamó sacudiendo sus manos de forma muy expresiva—. Debe tener amigos chicos también y de su edad. Yo tengo muchos amiguitos de mi edad. —aseveró asintiendo. Reggie apenas giró su cabeza en su dirección sin hacer contacto visual. —Emmm... es... es genial. —respondió por cortesía. —Tenemos otro amigo en casa, se llama Chispas. Es viejito... dicen que cuando eres mayor ya no tienes mucha energía, ¡pero él tiene muchísima! ¡Y hace trucos! —contó de forma apoteósica sacudiendo sus manos nuevamente, lo que lo hizo enarcar una ceja y hacer contacto visual—. ¿Tienes perriamigos? —No, nunca he tenido —dijo en un tono inexpresivo. Por alguna razón a ella le sorprendió aquello y peló sus ojos. —Entonces, debes tener un gato —el negó—. ¡Oh! ¿Tal vez hamster? ¿Una cacatúa? ¿Una tortuga? ¿Insectos? —él siguió negando ante las persistentes preguntas de Selene con aquella vocecita aguda y apresurada—. ¡Ah! ¿Un pez? ¿O un axolote? —con el último, Reggie arrugó la cara, no tenía la más remota idea de qué era eso. —No he tenido ningún tipo de mascota. Selene volvió a abrir sus ojos cafés con desmesura, a las vez que separó sus labios, le parecía algo impresionante, tal vez difícil de creer. —Wooow... —musitó cuando soltaba el aire de sus pulmones. Aquello que podría parecer insignificante, quizás, hizo que Reggie se sintiera fuera de lugar, pues, siempre pensaba que su infancia no fue bonita ni normal. Él volvió a ensimismarse tras soltar un suspiro. Nuevamente hubo silencio por algunos segundos, pero Selene inclinó su cabeza y la agachó buscando curiosamente los ojos de Reggie que miraban al piso. —¿Estás triste, niño? —interrogó sin rodeos en aquella posición, como si buscara la cabeza de una tortuga escondida dentro de su caparazón. Reggie no respondió a esa pregunta, quiso volver a hacer contacto visual, pero experimentó algo de vergüenza. Se escuchó el carraspeo de Sara, por lo que Selene alzó su vista hacia la asistente. Sara le hizo un ademán llevándose el índice a la boca, a la vez que negaba para que no insistiera. La pequeña lo entendió y volvió a la posición inicial, con sus manos unidas sobre su regazo y meciendo sus pies en el aire; sin embargo, en su cabecita había mil cosas, ideando qué hacer para levantar el ánimo del chico que apenas conocía. Selene finalmente aceptó callar, al menos por algunos pocos minutos. Reggie miraba hacia la sala de juntas una y otra vez empezando a impacientarse, necesitaba que culminara aquella reunión para tener claro cuál sería el rumbo de su futuro o quiénes se quedarían con su custodia después de aquella "negociación". Ya habían transcurrido algunos meses en ese pleito legal y tal parecía que ese sería el último y definitivo. De pronto, sintió que lo atraparon cuando lo rodearon con los brazos. Reggie pegó un brinquito, y al agachar su vista incrédula hacia su torso vio los pequeños brazos cubiertos con mangas amarillas de aquella niña peculiar, él inmediatamente volteó hacia Sara con brusquedad, temiendo que pudiera meterse en problemas por ese movimiento de Selene, aunque no hubiera sido él quien lo hiciera. La asistente no apartaba sus ojos de ellos, pero se encogió de hombros y le sonrió. Él regresó su atención hacia Selene una vez que sintió que ese abrazo no era desaprobado, un tanto aliviado, pero todavía manteniendo una mirada algo cautelosa que marcaba una distancia. —¿Qué haces? —preguntó dudoso. —Se llama abrazo... Mi mami dice que los abrazos son como vendajes sobre cualquier herida molesta... y la alivia. ¡Y, es cierto! —¡Ah! —apenas pronunció elevando el entrecejo, seguía extrañado. Selene levantó su rostro y aquella sonrisa cerrada que mostraba desde que llegó, se dejó ver en todo su esplendor, exponiendo los dientes que tenía y los que no tenía también, faltaban sus incisivos centrales superiores y los inferiores, apenas estaban saliendo. Aquella impresión de su rostro resultaba bastante graciosa, que hizo que a Reggie se le asomara una mueca de mejor humor que prontamente pasó a una risita silenciosa e inevitable. —Estás de suerte, traje mis nuevas mascotas conmigo, están de paseo —dijo orgullosa, liberándolo al lograr su objetivo—. ¿Quieres conocer a Cacao y a Brownie? Son amigables —recalcó entusiasmada. —Por supuesto —en un timbre bajo, aceptó algo intrigado. Selene giró su torso hacia al asiendo de su derecha y tomó el bolsito de brillantes por su asa. —¿No es algo pequeño para una mascota? —Cuando llego a casa, Owen o mami las colocan es su casa grande, no tengo permitido hacerlo yo —Selene levantó el bolsito y lo dejó a la altura de la vista de Reggie—. Míralas... —sugirió contenta. Reggie acercó más su rostro hacia el objeto, entre tantos detalles en el bolso, no lograba divisar qué había, lo que más se notaba era una base oscura y algo haciendo ligeros movimientos. Él agudizó la vista hacia el enigmático interior, hasta que una pata larga, negra y roja pegó de uno de los lados más transparentes; fue cuando Reggie empezó a distinguir mejor a dos tarántulas de piernas rojas. Reggie dio un corto alarido. En un parpadeo estaba encima de la silla y en otro más, frente al escritorio de Sara, a punto de lanzarse hacia el otro lado, empuñando el borde de la capucha de la sudadera, helado. Su palidez era impresionante, como la de una hoja de papel, su corazón estaba tan acelerado que sentía que se escaparía de su pecho. —¿S-son... son tarántulas? —interrogó desorientado, aun sabiendo que lo eran. Selene permanecía con su bolsito en el aire, observándolo con desconcierto, como si llevar tarántulas era lo más común en el mundo. —Lo son, sus mascotas favoritas son los bichos. —le respondió Sara, calmada, al rodear su escritorio para atenderlo. Vio el escenario solo como una travesura inofensiva, pero era preocupante la apariencia del joven. —Lo siento, niño, no quise asustarte. —dijo Selene abrazando su bolsito, bastante apenada. *** Durante unos pocos minutos, Reggie permaneció congelado en el mismo sitio, pegado al escritorio de Sara, temeroso de las tarántulas. No le gustaban los insectos, mucho menos los arácnidos. Él empezaba a recuperar el poco color de su rostro, mientras veía cómo la peculiar niña se alejaba de la mano de su padre, iba cabizbaja, no porque la hubieran reprendido, sino por la manera en que asustó al amigo de su hermano, sabiendo que el chico estaba algo melancólico. —¿Estás bien? —Reggie volvió su mirada al frente cuando la voz dulce de Charlotte hizo aquella pregunta. —¡Si! Si —respondió sobresaltado. —Disculpa a mi hija, ella tiene gustos particulares, pero no creo que su intensión haya sido aterrarte. —Lo sé... —sonrió levemente—. Lamento haber interrumpido la reunión con mi... grito, señora Charlotte. —Igualmente ya habíamos llegado a un acuerdo —dicho esto, él fijo sus ojos en ella—. Es un hecho que te irás con tu tía Tessa... Finalmente, Reggie sonrió ampliamente con entera felicidad al escuchar aquello, sus ojos enrojecieron instantáneamente y limpió con la manga de su sudadera las lágrimas que empezaban a brotar. —Gracias, señora... —No es nada —Charlotte se conmovió y envolvió en sus brazos a aquel menudo chico que parecía de menos edad; lo que provocó que el llanto de felicidad se hiciera más sonoro—. No te faltará nada, ¿de acuerdo? —él asintió—. ¿Estás completamente seguro de que tu tía Tessa te tratará bien? —Lo estoy —aseguró entrecortado—. Completamente... *** Luego de la trágica muerte de Alba Uveda cuando Reggie tenía 8 años, éste quedó al cuidado de su padre, Nolan. Un hombre que fue bastante abusivo con aquella mujer y que, tampoco tuvo una buena relación con su hijo después del fallecimiento de su esposa, a pesar de hacer un pobre esfuerzo por mejorar, gracias a su cargo de conciencia. No fue suficiente, su vicio por el alcohol podía mucho más. Tessa era el único familiar de Alba, quiso acercarse a su sobrino en reiteradas ocasiones, pero le fue negado por Nolan y sus allegados. Sin embargo, lograba encontrarse con Reggie a escondidas a las horas de salidas o entradas del colegio. Tras el fallecimiento repentino de Nolan, había una disputa por la custodia de Reggie, ésta era entre Tessa y los abuelos paternos del joven. A pesar de que Tessa tuviera todas las de perder por ser una mujer de pocos recursos económicos, él necesitaba irse con el rayo de consuelo y afecto que le quedaba en ella. Él no quería saber nada que tuviera que ver con su padre. Los Meyer decidieron intervenir en la disputa legal, al saber que la familia paterna de Reggie estaba a punto de salir triunfante en el caso y que aquello podría empeorar los tormentos del nuevo amigo de su hijo mayor, Owen, a quien el chico había conocido en un Campamento de Verano de Matemáticas hacía algunos pocos meses atrás.
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