"LA AMISTAD no mide el tiempo en que conoces a una persona, la amistad cuenta la calidad de ese alguien que se sentó a tu lado cuando estuviste sumergido en las sombras y no se marchó. Se fortalece con la demostración de respeto y apoyo en la adversidad, la lealtad en tu punto de quiebre. La amistad real es una fortuna de la que no todos gozan."
Reggie era un chico un poco introvertido, pero sobresaliente en sus clases, pues, su refugio y escape a los problemas de casa fueron los libros, los números y las tareas escolares, dando como resultado: ser siempre el primero. Cada verano, cada asueto, con el apoyo desde la clandestinidad de su tía Tessa, él planificaba ansiosamente ingresar a cualquier actividad que lo mantuviera el mayor tiempo posible fuera de casa. En ocasiones, Tessa lo inscribía a escondidas en una de esas actividades que requiriera de algunos euros que ella pudiera costear con su sueldo de conserje en un hospital. Eran las pocas maneras en que conseguía apoyar a Reggie desde que Nolan y su familia pusieron orden de caución en su contra.
En uno de los secretos encuentros con su tía, ella le habló del Campamento de Verano de Matemáticas, se había adelantado en investigar todo al respecto, consciente de que, aparte de servirle de escape a su sobrino, sería muy provechoso para él. Ese año, él estuvo decidido a postularse a ese Campamento organizado por una importante Universidad de Madrid, al que al menos se seleccionaban 20 jóvenes entre decenas de diferentes distritos.
Owen Meyer y Eros Fraga también habían logrado quedar seleccionados al aplicar, con sus puntuaciones sobresalientes entre muchos. Fue así como aquel chico moreno de destacada complexión para su edad, Eros, y Owen, un joven perteneciente a una familia adinerada, pero que logró ingresar con mérito propio; conocieron al solitario Reggie.
El inicio de la amistad entre Reggie, Owen y Eros en el Campamento de Verano de Matemáticas, se fortaleció casi de inmediato luego de que este evento culminara, cuando Reggie enfrentó la muerte repentina e impactante de su padre y todo el embrollo legal que conllevaba su custodia. Eros y Owen lo apoyaron desde el momento en que supieron que su nuevo amigo atravesaba por una lamentable situación, demostrado así que la camaradería de esas semanas mientras duró el campamento, era genuina.
***
“CÓDIGO DE AMIGOS”
Sentados en el piso, alrededor de una pequeña mesa redonda de madera, en el centro de la sala de entretenimiento de la casa de los Meyer, se hallaban Reggie, Owen y Eros, pensativos, silenciosos, releyendo el título “CÓDIGO DE AMIGOS” en el encabezado de una hoja de papel. Chispas, el viejo dálmata de Owen, estaba echado al lado de ellos viendo a cada uno esperando algún movimiento, como si por su cabecita pasara: «¿y, a estos? ¿ahora qué les pasa?»
Los tres chicos habían acordado escribir las reglas que no debían romper durante su amistad.
—¡Ah! —exclamó Eros de pronto, elevando su índice, por lo que Chispas alzó su cabeza de inmediato —. Lo tengo...
Eros tomó el lápiz de tinta que reposaba sobre la hoja de papel en medio de la mesita, y empezó a escribir. Chispas volvió a tirar la cabeza sobre el suelo, resoplando con aburrimiento y relamiéndose.
“1. No hablar a espaldas de tu amigo.”
Owen asintió en total aprobación.
—Estoy completamente de acuerdo... —añadió Reggie haciendo un gesto con sus dedos en dirección a Eros para que le cediera el lápiz—. Mi turno.
“2. No se compartirán nuestros secretos.”
—Muy importante... —comentó Owen volviendo a asentir.
Tomó el lápiz para agregar la regla que se le ocurría escribir en la primera ronda.
“3. Alegrarse por el éxito de tu amigo y celebrarle.”
Una semana después de la disputa por la custodia de Reggie, Owen los había invitado por primera vez a su hogar y, como cosa de chicos, se idearon escribir el “Código de amigos”.
“4. Siempre defendernos uno al otro.
5. Nunca fijarse en la chica que el gusta al otro.
6. No ofenderse fácilmente, pero respetar los límites.
7. Aprender a comunicarnos sin decir una sola palabra.
8. Las fotografías de momentos divertidos siempre serán bienvenidas.
9. Si alguno de los tres está enfermo o de mal humor, los otros dos deberán hacer lo posible para levantar su estado de ánimo.
10. Si tu amigo tiene restos de comida en los dientes, ¡dilo con urgencia!
11. Hablar con honestidad cuando tu amigo esté equivocado.
12. Acudir lo más rápido posible a un llamado de auxilio."
Estas eran las reglas que fueron plasmando en el papel. Ahora pasarían a la quinta y última ronda de reglas, cada uno estaba comprometido con lo que mejor considerara para el grupo, por supuesto, la norma se conservaba si todos estaban en completo acuerdo.
Los tres seguían concentrados en la hoja, como si estuvieran jugando una partida ajedrez y se encontraban en los movimientos cruciales, ya no eran muchas las cosas que se les ocurrían para esa quinta ronda.
Reggie se frotaba la barbilla, meditando cuál sería la última regla del día que escribiría de su parte. Cuando sus dedos pasaban por su mentón por enésima vez, se hizo consciente de la textura diferente que contrastaba con el resto de su piel en ese punto. Tocaba una cicatriz que llevaba desde sus 8 años, de aproximadamente 4 centímetros. Deslizó el dedo lentamente recordando su magnitud y qué la provocó, con la vista perdida en el papel; luego, tomó el lápiz con afán.
“13. Nunca preguntar por mi cicatriz.”
Después de que Owen y Eros leyeran la décimo tercera regla, bastante personal, al mismo tiempo levantaron sus miradas hacia él un tanto perplejos. Realmente, desde el día en que lo conocieron, se preguntaron qué le había sucedido y esa regla, en ese momento, avivó sus curiosidades.
—Sé que se lo preguntan, pero no estoy preparado para hablar de eso —se adelantó en responder ante la evidente sorpresa en sus rostros, con un ápice de pesar—. No se preocupen, no me la hice cometiendo algún delito —dijo en un timbre jocoso, sosteniendo una sonrisa forzada y evadiendo esas miradas.
Hubo un silencio por algunos segundos que se sintió prolongado. Owen y Eros no sabían mucho de su pasado, pero ya asumían que no era tan alentador por lo poco que supieron cuando se disputaba su custodia, además, su apariencia física y melancólica siempre habló por sí misma. Los pocos días que tenía conviviendo con su tía denotaban un cambio significativo en Reggie, se mostraba más animado, menos pálido y aquellas resaltantes ojeras en su pecoso rostro, sorprendentemente habían disminuido. Sin embargo, las heridas del alma seguían ahí, con temor a mencionarlas para no revivirlas. Owen y Eros sabían respetar la reserva de aquello que no era capaz de mencionar todavía.
—Pues... —intervino Owen rompiendo con el incómodo silencio—. No sé a qué cicatriz te refieres, no veo ninguna.
—Hmmmm... Yo tampoco, y, por otro lado, es bueno saber que no pertenecías a alguna banda de adolescentes asesin0s —comentó Eros con humor.
Reggie sonrió. Una sonrisa que llevaba consigo agradecimiento por ese gesto.
Eros se empezó a toquetear los bolcillos de su pantalón y sacó de la nada un diminuto bloc de notas con un lápiz de grafito metido en sus resortes, o lo que quedaba de él, ésto se veía aún más pequeño en sus manos. Mientras, Owen y Reggie lo observaban con curiosidad.
—¡Ajá! —exclamó después de hojearla rápidamente y detenerse en una hoja específica —. ¡Lo tengo! —devolvió el bloc a su bolcillo—. ¿Saben qué le dice una gallina deprimida a otra?
Owen inmediatamente dejó caer su frente con suavidad a la superficie de la mesa.
—Rayos, es uno de tus terribles chistes —murmuró quejumbroso para luego girar su rostro sobre la mesa en dirección a Eros y prestarle atención a la continuidad del chiste.
—Veamos, qué tan malo es... —dijo Reggie arrugando la cara—. ¿Qué le dice la gallina?
—Necesitamos apoyo... —respondió con presunción y elevando sus cejas una y otra vez.
Owen cubrió su rostro con las palmas y se echó hacia atrás hasta pegar la espalda del sofá que estaba detrás, riendo sin gracia.
—¡No! Es terrible...
Reggie resopló una sonrisa irónica y se apretó los lagrimales negando con la cabeza.
—Son muy malos, Eros... tus chistes son muy, muy malos —respondió con una risita.
—Yo veo que ríes... de algo sirvió —agregó despreocupado tomando el lápiz de encima de la hoja con las reglas, era consciente de que era así, pero en eso estaba el chiste de esos 'chistes'—. Mi turno... la décimo cuarta regla será que tienen que reírse de todos mis chistes, sin importar qué tan malos sean —dicho esto, pasó su vista por los rostros de Reggie y Owen, detallando sus expresión de poco convencimiento, por lo que Eros liberó una carcajada.
—¿Es verdad eso? —Inquirió Reggie dudoso.
—¡Nah! No lo es...
“14. No desmoralizar a tu amigo, sabiendo cuál es su inseguridad.”
Ahora fue a Eros a quien Owen y Reggie lo observaron con curiosidad, porque no conocían aun alguna inseguridad evidente de él.
—¿Qué? —recriminó fingiendo ofensa—. ¿Creen que un grandote como yo, a veces no se siente inseguro por su estatura?
—¡Oh!
—Quién lo diría... —mencionó Reggie ladeando una sonrisa comprensiva.
Faltaba una última regla que escribir y, esa le correspondía a Owen. Después de meditarlo por unos segundos, él cogió el lápiz, dubitativo; observó la punta, distraído, como si le fuera a consultar algo a ésta, hasta que finalmente se decidió a escribir.
“15. No pretender a la hermana de tu amigo.”
Cuando Owen soltó el lápiz al terminar de escribir la última regla, volvió su vista al rostro de sus amigos, quienes lo leían. Esperaba alguna objeción, quizás.
—Pues... No creo que mis hermanas sean de sus tipos, son más o menos de mi complexión, pero admito que sí sería un poco extraño verlas salir con un amigo —analizó Eros encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no? Prometo no poner mis ojos en sus parientes.
Reggie ladeó una mueca divertida y sacudió su índica en su dirección a Owen.
—¡Guau! Eres un hermano celoso... he escuchado de los hermanos celosos, y de las hermanas que también lo son con sus hermanos.
—Pfff, no es cierto —negó cruzándose de brazos a lo que Reggie rio y le siguió Eros—. No soy celoso.
—Claro, como digas... no tengo hermanas, pero, de acuerdo, respeto y entiendo el punto. No pondré mis ojos en sus hermanas —concluyó con su mano estirada en el aire.
—¡Bien! —Owen exclamó juntando sus palmas con fuerza. El viejo Chispas, que se había quedado dormido esperando algo interesante, pegó un salto—. ¿Quién trajo el punzón o la aguja para firmar con sangre?
—¿C-cuál punzón o aguja? —preguntó Eros titubeante y asustadizo, palideciendo, borrándose su sonrisa al instante—. Nadie me habló de eso.
Reggie rio nuevamente, fue bastante gracioso ver cómo el rostro de aquel chico de gran estatura fue adoptando un color grisáceo.
—Nadie le va a sacar sangre a nadie.
—Tranquilízate, Eros... —le dijo Owen con una carcajada—. Es broma...
***
Luego de haber guardado el “Código de Amigos”, antes de que una persona ajena a ellos pudiera verlo, siguieron en el mismo sitio comiendo unos aperitivos y bebiendo gaseosas mientras escogían un videojuego con el que se retarían tan pronto terminaran sus bocadillos, adicionalmente, trataban de evitar que Chispas metiera su hocico en el plato y se lo comiera todo de un tirón.
De un momento a otro, Chispas dejó de insistir en robarse el plato de aperitivos y se alejó despacio de ellos en dirección a la puerta de entrada, en donde se instaló como una estatua, mirándola atentamente. Finalmente, la puerta se abrió despacio, Selene colgaba una de sus manos de la manilla y empujaba torpemente con su pequeño cuerpo para terminar de entrar, hasta que el guardaespaldas le terminó de abrir.
—Gracias, Giorgio... pero esta vez casi lo lograba... —Giorgio solo comprimió sus labios y no refutó como otras veces lo hacía.
Inmediatamente, el viejo dálmata se le acercó para darle la bienvenida.
—¡Hola, Chispita! —le saludó tan pronto lo vio—. ¿Me extrañaste? —Chispas se relamió y jadeó en respuesta a su pregunta.
Selene colocó en el suelo su bolsito de piedritas coloridas y lentejuelas que llevaba en su otra mano, para rodear con sus brazos al anciano peludo de la casa, tan fuerte como si fuera un muñeco al que le iba a sacar el relleno; sin embargó, él estaba a gusto ante tal muestra de afecto.
—Awww, yo también —le dijo dándole un besito en medio de la cabeza.
En el centro de la sala de entretenimiento se podía escuchar la vocecita aguda de Selene teniendo una conversación con Chispas como normalmente lo hacía con cualquier ser humano. Los chiscos habían pausado su charla cuando escucharon ruidos en la entrada. Eros reía bajo, pues, le parecía bastante graciosa la vocecita con el extenso parloteo sabiendo que hablaba con el perro. Mientras que Reggie mantenía una expresión dudosa y a la vez seria pensando solamente en las tarántulas que cargaba el día en que la conoció, además de lo extraña que pensó que era.
«¿Será común llevar tarántulas de mascotas?»
—Es mi hermanita, Selene —comentó Owen bajo—. Siempre es así... —con una sonrisa, adelantó una de sus características más notorias—. ¡Seli, estamos por acá! —elevó su voz para que se acercara.
Cuando Reggie escuchó el llamado de Owen, se puso rígido, su corazón dio un golpe que parecía que iba a escapar de su pecho y sintió que su sangre abandonaba su rostro.
«Que no traiga ese bolsito... Que no traiga ese bolsito...» Se repetía, suplicando como si pidiera por un milagro. «O me dará un paro cardíaco.»
Él apoyó el codo sobre la mesita y con la palma sostuvo su rostro, con una expresión neutra y en silencio. Necesitaba disimular su ansiedad de algún modo.
En un parpadeo, ya Selene se estaba asomando en aquel espacio después de pegar una carrera con Chispas siguiéndola, mostrando su sonrisa desdentada de oreja a oreja. Nuevamente, Reggie tuvo la misma percepción de ella: "escandalosa, pero curiosa", cuando la vio aparecer. Ella llevaba puesto un grueso abrigo rosa intenso con grandes orejas de conejo y tiernos ojos cartoon en la capucha que todavía cubría su cabeza; aún usaba las mallas del atuendo de ballet y, completando su outfit, unos curiosos botines con orejitas brillantes, pompones y con borde suave y peludo en los tobillos. Con más razón la volvió a asociar con un masmelo, por el esponjoso abrigo que llevaba puesto. Por supuesto, Selene tenía consigo el bolsito colorido en una mano, ya acostumbraba a cargarlo para todos lados. Después de que Reggie detallara la excéntrica vestimenta de la niña, fijó sus ojos en el bolsito.
«Ay no, si lleva el bolsito del terror.» Pensó Reggie deslizando los dedos hasta su frente para frotarla, como si le doliera.
—Ellos son mis amigos, Seli —le dijo Owen señalándolos—. Ya conoces a Reggie...
—¡Claro! —le saludó entusiasmada abanicando con rapidez su mano, a lo que Reggie le respondió con el mismo gesto con su mano libre.
—Y, él es Eros...
—¡Buenas tardes, Eros! —saludó cortésmente cuando se aproximaba a ellos.
Por educación, Eros se puso de pie para saludarle y Selene empezó a mirarlo lentamente desde la punta de los pies, pelando sus ojos cada vez más hasta que llegó a su rostro.
—Woooow —soltó bajo, despacio y con sorpresa—. Es como un yeti...
—¡Seli! Por favor... —exclamó Owen apenado, poniéndose en pie también.
—Lo siento... —habló escondiendo la cabeza en el abrigo.
—No te preocupes, Owen, es una pequeñita —le dijo Eros con humor—. Mucho gusto. —Le extendió la mano con cortesía.
Selene la estrechó, apretó y sacudió con todas sus fuerzas, parecía que la fuera a arrancar de su brazo.
—Estoy contenta de que Owen deje conocer a sus amiguitos. ¡Es genial! —dijo eufórica.
Eros contuvo una pequeña risa, le pareció que era como un personaje sacado de alguna caricatura.
—Lo lamento, es que mis hermanas han exagerado un poco con esto de que tengo amigos.
—No te preocupes... —agregó Eros amablemente cuando volvía a tomar asiento.
Selene volvió su atención a Reggie, quien una vez más pretendía hacerse el invisible, pero, manteniendo sus ojos en el bolsito. Ella lo escaneó rápidamente.
—¡Niño! —exclamó, haciendo que él se sobresaltara un poco y la mirada—. ¡Te ves mucho mejor hoy! —dijo con entusiasmo e invasiva, ladeando su rostro una y otra vez para detallarlo más, sin mucho disimulo —¡Vaya! Muchísimo mejor...
Owen hizo una especie de gruñido con su nombre entre dientes y dejó de hacer eso.
—Buenas... —se le trabó la voz cuando notó que ella colocó el bolso sobre la mesita.
Reggie peló los ojos y pasó su mirada rápida a los rostros curiosos de sus amigos, por lo que se aclaró la garganta intentando recomponerse, mientras se arrimaba en el piso lentamente alrededor de la mesa, queriendo marcar la mayor distancia posible.
—Buenas tardes, Selene... —completó al fin la frase.
—¡Ah! —ella recordó lo sucedido en la oficina—. Hoy Brownie y Cacao no andan conmigo. Están descansando en su casita, no te asuntarán hoy.
—¿Quiénes son Brownie y Cacao? —Eros no pudo evitar su curiosidad.
—Son mis tarántulas de piernas rojas.
—¡Oooh! —elevó sus cejas sorprendido—. Fantástico —comentó poco convencido.
—Ella tiene gustos peculiares... —le aclaró Owen.
Selene tomó su bolsito y lo puso en el aire para mostrarlo a Eros. Reggie volvió a palidecer y con un movimiento menos disimulado se alejó más y terminó sentándose sobre el sofá detrás de Eros.
—Pero de verdad, no están aquí, niño, hoy vienen conmigo Pelusa y Pompón. ¿Quieren conocer a Pelusa y Pompón? Son adorables.
Eros acercó su rostro a la cajita, la sostuvo entre sus manos y sonrió al notar a dos bolitas de pelo de unos 5 centímetros.
—¿Son ratones pigmeos?
—¡Si! Y en su casita tienen gimnasio —dijo orgullosa.
—Mira, Reggie, son tiernos... —los acercó a él, por lo que Reggie vio con recelo y terminó relajándose un poco al parecerles inofensivos—. Mi hermanito tuvo algunos, hasta que se escaparon y poblaron la casa —Reggie puso expresión de desagrado y rigidez de nuevo.
Selene soltó una ruidosa carcajada maliciosa.
—Sería divertido ver la cara de mi hermana Vicky si se escapan.
Después de ver la interacción enérgica de Selene con sus amigos y el evidente nerviosismo de Reggie en presencia de las mascotas, Owen decidió llevar a su hermana y sus ratones para que los devolviera a su casita, antes de que su amigo terminara con un colapso nervioso. Una vez que se alejaron con Chispas siguiéndolos como su sombra, Eros dejó caer una mano en su hombro, a la vez que escrutaba sus gestos.
—¿Estás bien, amigo?
—Si —se encogió de hombro—, si, perfectamente —respondió con evidente duda.
—Algo me dice que no te gustan los bichos, roedores, ni nada que se le parezca. ¿O... es que le tienes miedo a la niñita?
Reggie volvió su vista al rostro de Eros buscando un rasgo de ironía, pero la pregunta fue con total seriedad.
—¡Ustedes deben ser los amigos de Owen! —exclamó de repente una dulce voz eufórica, antes de que Reggie pudiera responder.
Ambos chicos miraron en la dirección de donde provenía la voz, pero Eros se quedó perplejo con sus labios separados y vista fija en la chica de conjunto deportivo lila. Ella era Victoria, la hermana de Owen que todavía no conocían. Tenía unos intensos ojos celestes y cabellera castaña larga.
—Eh... ¡Si! Somos amigos de Owen, él es Eros y yo soy Reggie... Es un gusto.
—Estaba ansiosa por conocerlos...
Eros escuchó cómo Reggie se adelantaba en saludar sin la evidente timidez que lo embargó cerca de Selene, en vista de que él no emitía palabra alguna. Eros quiso tener el mismo gesto de educación que con Selene, por lo que buscó levantarse del suelo para presentarse, pero torpemente sus rodillas tropezaron con el borde de la mesita haciendo que se elevará de un lado e inmediatamente se volteara, tirando las bebidas y el plato todavía con bocaditos que reposaba sobre ella, quebrándose todo, expandiéndose los vidrios rodos y los líquidos por el piso. El color grisáceo vistió su rostro.
Fue cuando Reggie pudo sentir un alivio culposo al ser testigo en cámara lenta de que no sólo él era víctima del aturdimiento al conocer a esas personas. Aunque aparentemente fuera por motivos diferentes.