La cama tenía probablemente cien años. Solo Dios sabía cuántos años tendría el colchón. De alguna manera, Mike despertó tras haber tenido, sin duda, la mejor noche de sueño en años. Su cuerpo estaba en la misma posición en la que se había quedado dormido. Bostezando, pisó el duro suelo de madera, con el tobillo izquierdo crujiendo. Frotándose la nuca, caminó desnudo hasta el baño para orinar. Tiró de la cadena y salió al baño principal. La bañera seguía allí, brillando a la luz del sol de la mañana.
—¿Naia?—, su voz tembló levemente. Los sucesos de la noche anterior estaban frescos en su mente, y se preguntó cuánto se derrumbaría si descubriera que todo había sido un sueño.
—Sigo aquí —su voz resonó desde dentro de la bañera—. Siempre estoy aquí. Ahora ve a trabajar un poco. Podemos jugar después.
Mike se rió y salió de la habitación. El desayuno consistió en la pizza de la noche anterior, recalentada rápidamente, y un refresco. Mike preparó rápidamente la lista de la compra: los alimentos que necesitaría para la semana siguiente. Salió por la puerta trasera, contemplando el jardín descuidado. La casa estaba construida cerca de la cima de la colina, y Mike se dio cuenta de que los altos muros de piedra del patio trasero garantizaban privacidad. Una puerta de hierro forjado al fondo daba al bosque que había detrás de la casa, pero alguien había atado una cadena entre los barrotes, con un candado gigante que la sujetaba.
La fuente estaba en un estado lamentable. No se veía agua en su enorme cuenco, que ahora estaba lleno de limo y hojas muertas. Mike se sentó al borde de la fuente, mirando su portátil. Una búsqueda rápida en Google le mostró varias maneras de empezar a restaurarla, pero tendría que buscar herramientas o comprarlas.
—Al carajo—, murmuró, añadiendo las herramientas a su carrito de la compra. No tenía ganas de pasar horas buscando por la casa lo que necesitaba, y la ferretería local tenía la opción de recoger las cosas en el mostrador, lo que le permitiría llegar a casa y volver mucho más rápido. Cerró el portátil y se levantó para volver a entrar.
¡Joder! Casi se le cae el portátil. Una figura de piedra escondida en un hueco junto a la puerta trasera lo había sobresaltado. Al acercarse para observarla mejor, vio que parecía ser la estatua de una mujer, pero aparte de un busto amplio, se distinguían pocos detalles. Cubierta de enredaderas, apartó algunas para intentar verla mejor. Al no poder, se apuntó mentalmente unas tijeras de podar. Arrodillándose a sus pies, esperaba ver una placa en el pedestal donde estaba, pero estaba vacía.
—Casi me da un infarto—, murmuró, entrando por la puerta trasera. Dejó su portátil sobre la mesa de la cocina, escuchando los sonidos de la casa a su alrededor. Nada más que silencio.
Su coche de alquiler, un Kia verde, seguía en la acera donde lo había dejado. Las hojas habían caído de los árboles a lo largo de la calle, creando una especie de manto sobre él. Al alejarse, giraban en círculos detrás de él, creando pequeños tornados de hojas en su retrovisor.
La recogida en Mel's, la tienda de bricolaje, fue rapidísima. Mike agarró un par de guantes de trabajo extra y unas tijeras de podar al salir. Al pasar por el supermercado, compró algunos artículos básicos, como café y una cafetera nueva. Había visto una en la cocina, pero no confiaba en que funcionara.
Regresó a la casa, recogiendo todas sus maletas en un intento de hacer un solo viaje. Caminando precariamente entre los leones de piedra, llegó a la puerta principal, dejando las maletas en el suelo para sacar la llave del bolsillo. El cerrojo se abrió con un clic, y se guardó la llave en el bolsillo, arrodillándose para recoger sus maletas.
El columpio del porche crujió. Mike se quedó mirando, con la mente en movimiento. Creyó haberlo desconectado la noche anterior. Pero allí estaba, meciéndose con una brisa inexistente. Se acercó, desenganchó el columpio y lo bajó al porche.
Negando con la cabeza, entró, olvidándoselo. Apiló la compra en la encimera y arrojó la bolsa de provisiones sobre la mesa de la cocina. Llenó el refrigerador y empezó a organizar las herramientas de la tienda. Sacó del cubo que había comprado unos cepillos, una paleta y una barrena, además de un destornillador.
Un golpe en la puerta fue seguido por el timbre. Mike regresó por el largo pasillo, una figura sombría visible a través del cristal esmerilado de la puerta principal. Abrió la puerta y vio a Beth, la representante de la herencia de su tía abuela, de pie al otro lado. Sostenía una pila de archivos, pero Mike no se fijó en eso. Con el pelo oscuro aún recogido en un moño, vestía una blusa roja brillante, con los botones superiores apretando con esfuerzo, y una falda blanca hasta la rodilla.
—Señor Radley—, lo saludó con una cálida sonrisa. —Pensé en pasarme a traerle algunos documentos. La firma necesita que revise varios aspectos antes de finalizar la transferencia de activos. ¿Puedo pasar?
—Eh, sí. Claro que sí. —Dio un paso atrás, y ella pasó junto a él, con el olor a jabón y lavanda tras ella. Se estremeció por dentro; esta mujer humana, de alguna manera, era diez veces más intimidante que la criatura mística del piso de arriba—. Por aquí. —La condujo a la cocina, donde dejó la pila de documentos.
—Parece que te estás preparando para un proyecto—, dijo Beth, cogiendo la paleta. —Espero que no sea nada que la Sociedad Histórica desapruebe.
—Solo estoy limpiando la suciedad de la fuente—, le dijo. —Espero verla funcionar pronto.
—Esas no parecen las palabras de un hombre que todavía está debatiendo si conservar el lugar.
—Tienes razón. He decidido quedarme.
—En ese caso—, Beth sacó una de las carpetas para revisar su contenido. —Esta fue una oferta de ese grupo de mujeres del que te hablé. Llaman a la firma casi a diario; están encantadas con este lugar.
—Lamento decepcionarlos, pero ya me estoy acostumbrando a este lugar —dijo Mike, sonriendo, pensando en Naia—. No sé por qué, pero siento que este es mi lugar.
—Me alegro mucho por ti, Mike.— Su sonrisa era sincera, arrugándole la piel junto a los ojos. —Sé a qué te refieres. He estado aquí varias veces para asegurarme de que nuestro equipo interino esté cuidando bien el lugar, y admito que me entristece un poco no poder verlo mucho más tiempo.
—Tonterías. —Mike hizo un gesto de desdén con la mano—. Eres bienvenido cuando quieras. Además, eres la única persona que conozco en este pueblo. Mi trabajo no me da muchas oportunidades para conocer gente nueva, así que me temo que eres todo mi círculo social.
—Puede que acepte tu oferta. —Beth se sentó a la mesa—. He estado un poco obsesionada con este lugar desde pequeña. Estaba convencida de que aquí vivía una reina de las hadas, probablemente hasta los trece años. Pasaba en bicicleta todos los días con la esperanza de verla. Resulta que debía de ser alguien que trabajaba para tu tía abuela, una joven a la que a veces pillaba trabajando en el jardín. Tenía un brillo radiante a su alrededor, casi como si estuviera atrapada en una vieja película de Disney. Casi esperaba que los pájaros la rodearan cuando empezara a cantar o algo así. No te voy a mentir, intenté averiguar quién era cuando falleció tu tía, pero no había ningún archivo. —Rió entre dientes, acariciando los archivos con un dedo. Ese gesto le apretó los pechos, creando un pequeño hueco entre los botones de su blusa. Mike miró fijamente ese espacio oscuro, preguntándose de qué color sería su sujetador. —Es una tontería, lo sé, pero no puedo evitar amar un poco este lugar.
—Solo llevo aquí una noche. Créeme, sé de qué hablas.—Apartando la vista de su pecho, Mike se inclinó hacia delante y abrió el primer expediente. —Uf. Esto parece un montón de jerga legal.
Por triplicado. Estos son algunos bienes adicionales, además de algunos acuerdos que necesito que firmes, ya que estás tomando posesión de la casa. Según el testamento, hay algunas cláusulas de protección, principalmente que establecen que nunca podrás demoler la casa y empezar de cero. Esto fue por voluntad de tu tía abuela, pero supongo que no hay problema.
—Tienes razón. —Mike abrió un cajón buscando un bolígrafo, pero Beth tenía uno listo.
—Puedes pedirle a un abogado que lea esto primero. De hecho, prefiero que lo hagas. No hay prisa; ahora que tenemos un heredero, el tiempo se reinicia un poco.— Dejó el bolígrafo sobre la mesa. —Sin embargo, hoy estoy de reparto. Necesito ir a la oficina a empezar a procesar unos documentos adicionales. Hoy es martes. Con gusto pasaré el viernes a recogerlos, si ya los tienes listos. Si no, puedo pasarme para asegurarme de que te estás instalando. Eso también forma parte de las condiciones.
—Eh, sí. Claro. Gracias. —Mike la siguió afuera. Caminó detrás de ella, observando el suave balanceo de su trasero hasta que llegaron a su coche, un pequeño descapotable monísimo que no reconoció. Beth lo saludó con la mano y le sonrió antes de irse. Regresó por el sendero, deteniéndose para acariciar una de las patas del león para que le diera suerte. Pensaba en llevar el cubo directamente a la parte de atrás y ver qué podía hacer con esa fuente tan molesta.