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Criatura Sensual

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Blurb

Mike vive atrapado en la rutina del trabajo y la soledad. Cuando recibe la inesperada herencia de la casa de una tía desconocida, cree que su vida seguirá igual —hasta que cruza el umbral. La mansión esconde secretos y un mundo seductor: mujeres misteriosas y magnéticas que pondrán a prueba sus deseos, sus miedos y la verdad sobre su propia historia. Entre pasión y misterio, Mike deberá decidir si escapar o dejarse transformar.

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Capítulo 1
Mike contempló la casa de estilo victoriano con asombro, abrumado por su magnitud. Las estructuras en forma de torre le daban a la vivienda azul un toque medieval, y la casa estaba rodeada de sencillos jardines con arbustos que llegaban hasta la cintura y necesitaban urgentemente una poda. Leones de piedra custodiaban el camino hacia la puerta principal, y un sendero adoquinado desaparecía por la parte trasera. Impresionante, ¿verdad? —Mike, sobresaltado, dejó caer su saco de dormir. Se agachó para recogerlo, sintiendo un calor intenso en las mejillas—. Me temo que tiene una gran tarea por delante, Sr. Radley. Mike soltó una risa nerviosa al ver pasar a Beth, la representante de la herencia de su tía abuela. La mujer era más alta que él, muy atractiva y muy profesional. Con el pelo oscuro recogido en un moño, se detuvo a revisar algo en su portapapeles. Mike aprovechó la oportunidad para admirar su trasero a través de la fina falda tubo. Unas tenues líneas de bragas le rodeaban las nalgas, líneas que a Mike le costaba apartar la vista. Ella se giró para mirarlo, y él fingió forcejear con su saco de dormir. —Dudo que lo necesites —señaló ella, ayudándolo. Olía a melocotón y a algo floral, un aroma que él no lograba identificar—. La casa tiene mucho espacio. —He sido boy scout desde los seis años—, respondió. —Prepárate. Ese es mi lema. —Ajá. —Beth lo ayudó a sujetar la bolsa bajo el brazo—. Créeme cuando te digo que no la necesitarás. —Lo condujo escaleras arriba; la terraza de madera crujió ligeramente bajo el peso. Mike se quedó mirando brevemente la mecedora del porche, que se movía ligeramente con la brisa. Mientras Beth sacaba una llave, miró a Mike—. Esto debe ser como un cuento de hadas para ti. —No existen los cuentos de hadas. Solo una extraña coincidencia—, dijo, con cuidado de no apartar la vista del encaje de su blusa. Las mujeres, por lo general, lo ponían nervioso. Sobre todo las guapas. —Se oye hablar de estas cosas todo el tiempo—, dijo, deslizando la llave en la cerradura. —Pero nunca llegas a ver cómo se desarrollan—. La puerta se atascó en el marco, y Beth apoyó el hombro para empujarla. Un mechón de pelo se desprendió de su moño al abrirse paso. —Un pariente perdido hace mucho tiempo que muere y te lo deja todo. —Sí. Qué suerte.— Mike la siguió adentro. La casa estaba fresca y oscura. Beth abrió algunas ventanas para que entrara la luz. Los muebles estaban todos cubiertos, dándole a la sala de estar la inquietante apariencia de una casa embrujada. Beth quitó la funda del sofá, levantando una pequeña capa de polvo. —No parece muy entusiasmado con la idea, Sr. Radley. —Beth destapó la mesa de centro con una mano y dejó el bolso y el portapapeles—. Es una casa muy bonita. —No es la casa. Y llámame Mike—. Mike tiró su saco de dormir en un lugar limpio del suelo junto con su mochila. Por costumbre, se quitó los zapatos en la puerta. —Bueno, Mike, nos costó muchísimo localizarte.— Beth descubrió un sofá de dos plazas cercano. —Esta casa estaba a solo unas semanas de ser liquidada por la empresa. —¿Lo cual, según tengo entendido, sigue siendo una opción?—, preguntó Mike, mirando las cortinas de color amarillo pálido. —Correcto. —Beth cogió su portapapeles—. Solo si decides no quedártelo. —Claro. —Mike miró por el largo pasillo hacia la cocina—. No estoy acostumbrado a tener tanto espacio. Me da escalofríos. —Por naturaleza, las casas de este estilo son bastante acogedoras.—Beth la condujo a la cocina, con los tacones de sus botas resonando en el suelo de madera. —Hay bastante espacio para que te estires. —Nunca he vivido en una casa con más de dos habitaciones—, respondió Mike, siguiendo a la mujer. Beth revisó los electrodomésticos para asegurarse de que aún funcionaran y le mostró a Mike dónde estaba la caja de fusibles. Un rápido vistazo a la cocina reveló varios frascos de mermeladas, una caja vieja de galletas para gatos y un tarro vacío de helado en el congelador. —Entonces, ¿dónde está el gato? —preguntó Mike, agitando la caja de galletas. —Que sepamos, no tenía. Tu tía abuela nos reclutó mucho antes de que mis padres terminaran el instituto, y rara vez contactaba con la empresa. Según nuestras fuentes, vivía casi siempre recluida. Es probable que esas golosinas sean más viejas que tú o que yo. —Siempre y cuando no se las comiera—, murmuró Mike, arrojando las galletas de nuevo al armario. —¿Entonces solo has vivido en apartamentos?—Beth acompañó a Mike a las escaleras. Mientras subía, Mike se detuvo a mirar en la sala. Efectivamente, una muñeca de porcelana espeluznante estaba sentada justo encima de la chimenea, con las piernas sobre la repisa. Se estremeció y miró hacia arriba. Beth tenía las piernas tan abiertas que podía ver la parte superior de sus medias. ¡Dios mío! Tiró con fuerza de la barandilla, ansioso por alcanzarla. —Sí. Mi madre siempre estaba desempleada, así que siempre nos quedábamos con amigos.—Los recuerdos de estar hacinado en la parte trasera de una casa ajena lo hacían estremecer. Largas noches pegado a su madre compartiendo cama, con el olor a alcohol rezumando por sus poros y escociendo sus ojos. Años de terapia podrían haberlo ayudado a superar lo peor, pero aún tenía noches en las que se despertaba presa del pánico, convencido de que estaba hacinado otra vez en la cama con su madre. —Suena rudo—, dijo Beth. Abrió una puerta y reveló un estudio. —Esta es la oficina. Todo aquí fue construido a medida. —No veo ningún router—. Mike entró y echó un vistazo a la habitación. Las estanterías estaban repletas de libros de poesía y diferentes obras inspiradoras. Flores artificiales adornaban cada centímetro libre del escritorio. —Tu tía abuela no tenía Internet. —Bueno, lo haré.— Mike frunció el ceño, mirando por la ventana. Podía ver lo descuidado que estaba el patio trasero. Una gran fuente de piedra llena de lodo estaba cubierta de maleza. —Me gano la vida creando páginas web. Si decido quedarme con el sitio, tendré que instalarlo. Beth ya estaba tomando notas en su portapapeles. —Veré qué podemos hacer. Solo para recordarte, esta casa está en la lista de lugares históricos, así que podríamos tener algunos retrasos. Mike hizo un gesto de desdén con la mano, arrodillándose bajo el escritorio. —Tengo mis métodos. Consígueme una línea de alta velocidad, yo me encargo del resto—. Metió las manos detrás del escritorio, buscando a tientas una toma de corriente. —Déjame mostrarte la habitación de invitados—, dijo Beth, recordándole que seguía allí. Mike se golpeó la cabeza contra el escritorio al levantarse. Sonrió tímidamente, frotándose la coronilla mientras la seguía de vuelta al pasillo. Beth abrió otra puerta y le mostró una cama individual sencilla con un gran edredón rosa. Margaritas bordadas en la parte superior. —No tengo palabras—, dijo Mike, mirando la cama de invitados. —No te culpo. —Beth abrió el armario—. Hay algunas sábanas de repuesto, pero no son mejores. —¿De qué sirve una habitación de invitados para un recluso?— Mike inspeccionó el armario. En el fondo, vio otra muñeca de porcelana. —Mi mejor suposición es que era una habitación en la que se alojaba tu padre cuando era niño. —¿Tú crees?— Mike levantó un extremo del edredón rosa. Beth se rió. —Nunca dije que fuera buena idea. Tu papá tenía primas, y la mayoría eran niñas alguna vez. —Estoy seguro.—Mike miró la cama, con la mente perdida. ¿Era posible que su padre hubiera dormido bajo ese techo? El hombre había muerto poco después de que Mike naciera, a causa de un cáncer agresivo. Era la misma enfermedad que había llevado a su madre a la bebida. Pensando en su madre, miró la pequeña cama y se estremeció. Ni hablar. Necesitaba una cama más grande. —¿Dónde durmió la tía abuela Mabel?— preguntó. —En su habitación, al final del pasillo. —Beth hizo una pausa—. Murió allí. —¿En la cama?— Mike ya se preguntaba dónde podía desenrollar su saco de dormir. —No, si eso es lo que te preocupa. —Beth lo llevó de vuelta al pasillo. Mike se encontró mirando de nuevo su trasero. Sus ojos se posaron en los de ella cuando ella le devolvió la mirada—. Es este de aquí. Beth abrió la puerta. La habitación era amplia, con el techo alto. Mike se dio cuenta de que estaba en una de las habitaciones redondas y altas que había visto de frente. La cama estaba centrada en la pared del fondo, una gran cama con dosel y cortinas drapeadas alrededor. Recorrió con la mirada la curva de las paredes, fijándose en las intrincadas molduras de la pared central y el techo. Beth descubrió dos cómodas, un armario de pie y una mesita de noche con espejo mientras hacía su ronda. Una gran abertura indicaba la entrada al baño. Al otro lado de la habitación, una gran alfombra oriental cubría el suelo. —La alfombra está en un lugar extraño—, dijo Mike señalándola. —Pasó un tiempo hasta que encontramos a tu tía—, respondió Beth. —Estamos buscando material de reemplazo adecuado. No es fácil encontrar pisos de madera centenarios que combinen con el suelo de alrededor. —¿Por qué no reemplazarlo todo? —Sociedad histórica, ¿recuerdas? —Ah. —Mike miró la cama. Era fácilmente una cama king size—. ¿Le falló el corazón? —Tenía 96 años. Sucede.—Beth miró su portapapeles. —Tomé algunas notas. Solo necesito una firma para autorizar algunas compras. —Claro. —Mike ignoró a Beth por un momento mientras entraba al baño—. ¡Madre mía! ¿Has visto esto? Beth se rió detrás de él. —Sí. Impresionante, ¿verdad?

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