Capítulo 24 – Dualidad (Segunda parte)

2153 Words
Mi cuñado es un sujeto serio, incluso algunos miembros de la familia lo consideran apático. Alisha y él se conocieron cuando Aaron era un practicante en el bufete que mi padre contrató para que lo defendiera en un importante problema legal que tuvo con un asociado. Mi hermana se comprometió con él al terminar su licenciatura. En ese momento no comprendí por qué se había enamorado tanto de un tipo tan poco atractivo. Esa pregunta me la seguí haciendo, hasta el día de hoy. Vine a buscarlo a su despacho privado que tiene en casa. Trabaja como independiente y también tiene su bufete. En lo económico le va bastante bien. A diferencia de Benjamín, él no les pidió el favor a los suegros para obtener un puesto de trabajo. Alisha sabe que vine, pero prefiere quedarse fuera. La oficina cuenta con una entrada de madera oscura y la puerta es de cristal. Dentro, el suelo es madera pulida y las paredes están pintadas de gris claro. Lúgubre y acorde al profesionista que la usa. Mi cuñado me invita a pasar. Quedamos a solas, sentados de lado a lado del escritorio grande de madera. Cuidadoso, Aaron revisa los documentos que le acabo de entregar. Tiene puestas sus grandes gafas. Mientras se queda concentrado, primero veo las estanterías llenas de libros de leyes que tiene detrás, pero después me es imposible no inspeccionarlo. Para mí, Aaron es feo. Su rostro no es simétrico y tiene las orejas de soplillo. —Divorcio —dice él, sin dejar de leer. Asiento nerviosa. —Lo pensé bien y creo que es lo mejor —añado—. No busco complicar las cosas en casa. —Suspiro—. Será difícil, pero dicen que es mejor separarse antes de que todo empeore. Aaron y Benjamín tienen una buena relación de concuños, pero, para mi buena suerte, no son los grandes amigos. Jugueteo con mis dedos, incómoda, y luego vuelvo a verlo. —Me preguntaba, si podrías ser tú quien me represente —se lo pido de manera formal, aunque supongo que ya se lo imaginaba—. Confío en ti más que en nadie. Aaron cierra la carpeta y entrelaza los dedos. Adopta un tono serio, pero luce amigable. —Cuñada, te agradezco mucho esa confianza. Sin embargo, debo ser honesto contigo. Mi especialidad no es el derecho de familia. Odiaría comprometer tu caso o darte menos de lo que mereces, especialmente en algo tan crucial. Bajo la vista, decepcionada. —Entiendo... Es que pensé que... —Pero —me interrumpe—, escucha, conozco al mejor abogado en el campo. Es un viejo lobo de mar, se llama Carlos Luján, todo un experto en divorcios. Ha manejado casos complejos con resultados excepcionales. Creo que será perfecto para ti. —Se toca el pecho—. Yo también estaría involucrado como un apoyo. Quedo pensativa un instante. —¿Carlos Luján? —La idea de tener otro abogado no me convence. Desconozco qué tanta discreción me daría un desconocido. —Sí, buenísimo, es hasta malicioso. —Le brillan los ojos mientras lo dice—. Si estás de acuerdo, puedo organizar una reunión entre ustedes lo antes posible. Carlos no solo es competente sino también muy comprensivo y ético, te guiará por todo el proceso con la mayor dedicación. ¡Es hora de elegir una respuesta! No requiero mucho esfuerzo para darme cuenta de que es la mejor opción. Aunque Aaron no sea el abogado principal, confío en su respaldo. —Gracias, de verdad. Sí, sí, organízala. Prefiero que sea antes de que mis padres lleguen, si es posible. —Comprendo. —Parece complacido—. Voy a llamarlo ahora mismo. Aaron levanta su teléfono. Una vez que es atendido, demora un par de minutos. —Listo —me informa—. Nos verá mañana las nueve de la mañana. Conozco la dirección. —Se queda más serio de lo normal—. Y, cuñada, vamos a asegurarnos de que estés en las mejores manos y que este proceso sea lo menos doloroso posible. Me pongo de pie. —Esto que haces significa mucho para mí —mi comentario es genuino. Nos estrechamos la mano. En el pasado no me permití darle la oportunidad de una charla que durara más de cinco minutos. Hoy por fin comprendí el encanto oculto que Alisha vio en él. No puedo retrasar más el tener la incómoda conversación con las gemelas. Ambas se preguntan por qué motivo las dejé varios días en casa de su tía. Estoy segura de que Victoria lo presiente. En el trayecto va más gruñona de lo normal. Mientras conduzco voy pensando cuáles serán las mejores palabras para que ellas lo logren procesar con calma. ¿Acaso existen? Son apenas unas niñas que adoran a su padre. En cuanto llego a la casa, presiento que algo va mal. En el recibidor encuentro a doña Yolanda. Tiene los brazos cruzados y la cabeza agachada. —Señora, el señor está adentro —susurra—. Dijo que llamaría a la policía si le negaba la entrada. Ahora comprendo por qué parece asustada. Héctor no está, lo mandé a hacer unas compras. —Tranquila, Yola. —La toco del brazo—. Yo me encargo. Dile a Rosa que las dos se queden en el patio. Para mi mala suerte, Victoria se adelanta y la secunda Valentina. Se ven entusiasmadas. Cuando llego al pasillo que da al comedor, confirmo que Benjamín se encuentra allí. Ya está abrazando a las niñas. Espero a que ellas decidan irse para poder abordarlo. Ni su faceta de padre me va a convencer de cambiar de idea. No sé por qué, pero el aire se percibe denso al quedarnos solos. —¿Qué haces aquí? —lo digo reclamándole. Él camina hacia mí, pero yo retrocedo los mismos pasos. —Vine por mi Lamborghini, pero resulta que no está. ¿Qué le hiciste? —Está bien protegido. No te lo voy a dar. —Experimento una sensación de odio puro—. En mis cosas no vas a pasear a esa perra. —¿Tus cosas? —Ladea la cabeza. Por más que se lo digo directo, no hay forma de que Benjamín trate de justificar este affaire con Mabel Mora. —Sí, mis cosas. —Me apunto—. Las compraste con el dinero de mi empresa. Benjamín levanta ambas cejas. —Fue con el dinero que me gano trabajando. ¡Es mío! —Su voz se eleva un poco, después se masajea la frente y da media vuelta—. Pero no me sorprende que busques hacerme menos. —Regresa a confrontarme—. ¿Cuál es tu plan, Maya? ¿Qué tienes en esa cabecita? —Quiero el divorcio, ¿te lo tengo que volver a repetir? Y lo voy a obtener con o sin tu consentimiento. Benjamín coloca cuidadoso su saco azul sobre un mueble donde están mis velas y algunos retratos. —¿Quién se va a hacer cargo de las niñas? Suelto una risa espontánea. —Yo. Tal como lo hago desde que nacieron. Él se desabrocha las mancuernillas, igual como hacía al llegar a casa cada noche. —¿Y qué más vas a hacer? ¿Serás la directora de la empresa? Ni siquiera sabes cómo se hacen los depósitos de los sueldos de los empleados de esta casa, es más, te apuesto que desconoces cuándo se paga la luz. Es cierto que Benjamín se encargaba de administrar también los gastos de la casa, pero lo puedo aprender. Ese no será un bache en mi propósito. —Quizá también te quite tus acciones. A ver cómo te las arreglas. Ahí te vas a dar cuenta si las mujeres de verdad te buscan por quién eres o solo por lo que tienes. De pronto, los hombros de Benjamín se ven tensos y su mandíbula luce apretada. Sigue tratando de estar más próximo a mí, aunque sigo evadiéndolo. —Pensaba cederte las acciones, pero si continúas con esto, te voy a pelear el cincuenta porciento que me corresponde ¡de todo! ¡Desgraciado! Es lo que más me temía. A pesar de que me queman las ganas de decirle un montón de insultos, las freno. Las niñas podrían escucharnos. —Dijiste que no lo harías, pero eso es tan de ti. Eres un asqueroso mentiroso. En los labios de Benjamín se dibuja una sonrisa perversa que no le conocía. Incluso su voz se vuelve más grave: —Ya deja de jugarle a la valiente. Voy a volver y lo sabes. —Logra acercarse a mí porque he quedado petrificada—. Sigues amándome. Además, las niñas lo van a sufrir por tu culpa. —Cuela sus dedos entre mis cabellos sueltos. El silencio que sigue se ve interrumpido por el sonido de mi respiración agitada. Lucho para no llorar. —Nunca permitiré que mis hijas vivan en una casa donde sus padres se odian —prosigo, aunque la voz no sale tan clara—. Ellas sabrán que las dejas por preferir a tu amante. —Entiendo. —Toca sonriente sus labios—. Quieres meter amantes en esto. Va a ser interesante escuchar cómo te pones de mujer engañada, te queda muy bien el papel. Pero quizá disfrute más cuando les cuente los detalles a tus padres sobre cómo te revuelcas con desconocidos, y hasta con el hijo de su chófer. Abro los ojos de par en par. El corazón ya me late frenético. —Entonces a lo mejor hoy que te vayas de aquí yo aparezca con un golpe en el ojo. Fíjate, no hay testigos. —Extiendo ambos brazos—. Te ganó el coraje porque te pedí que dejaras a tu querida. Benjamín no se descontrola como supuse. —¿Qué pensarán Victoria y Valentina cuando sepan que acusas a su padre de ejercer violencia doméstica? —Se le alcanza a percibir un tono burlón—. Vamos, ¿qué otra idea tienes? Te escucho. —Le diré a nuestros conocidos que Mabel es una zorra. La van a criticar tanto que se irá del país. A lo mejor eso sí te duele. —¿Cómo será? —Entrecierra los ojos—. Los vas a reunir y les dirás: Amigos, amigas, Mabel es una zorra, y yo también porque me acosté con su esposo, y ¡ah!, cierto, me metí a hacer intercambio de parejas. Sí, claro, saldrá genial, y a ti de ninguna manera te van a criticar —se burla. Ardo en furia. —A lo mejor te acuso de inestable mental. Benjamín no se inmuta. —¡Perfecto! —Aplaude suave un par de veces—. Pasé de ser un golpeador a un loco. ¡Bien! ¿Quieres alejarme de las niñas o ayudarme para que me entreguen su custodia? Se te olvida que tengo en mi poder los videos donde apareces besuqueándote con otro, llegando ebria, tambaleándote en las banquetas. Cuento con fotografías del robo de mis pertenencias. ¡Ah!, y están las amenazas de la gentuza que contrataste; uno de ellos tiene antecedentes penales. La inestable mental eres tú. —Su dedo se hunde en mi frente—, y un juez lo verá. Ahora dime, Maya, ¿cuál es lo siguiente? Me retumba en los oídos el crujido de la garganta seca. Me he quedado fría. Ese no es el Benjamín con el que dormí por quince años, con el que viajé o con el que tuve hijos. Este es un impostor, un clon malvado dispuesto a destruirme. ¡No, no puede ser el mismo! —¡No sé! —casi grito—. No soy una experta para manipular a los demás como tú. —¿Sabes lo que sí eres? —Aproxima la cara a la mía. Sus rasgos se distorsionan y sus pupilas dilatadas parecen ser las de un depredador acechante—. Eres una tonta. Si hay una verdadera mujer, una que sí vale la pena, es a la que tanto odias. —Retrocede sonriente—. No vas a aguantar ni un mes. Me llamarás y me pedirás que vuelva para que te puedas seguir yendo al spa, al cafecito, a las uñas. Esas cosas, Maya, son las únicas que sabes hacer bien. Veloz, salgo de su alcance. —¡Lárgate de mi casa! —Arrojo al suelo su saco. Benjamín lo recoge despacio. —La mitad de tu casa —dice, y procede a darse media vuelta. Enseguida me dirijo al espacio en la cocina donde está el monitor de las cámaras. Abro las puertas. ¡Lo que me sospeché! Se ha llevado los discos duros. Quiero gritar, romper los platos, golpear la barra, pero no puedo. Tengo la obligación de ser fuerte, por mis hijas. Lo único que se me ocurre es toser en el lavaplatos, toso hasta que termino recostada, casi desmayada.
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