Capítulo 26 – Importancia

1902 Words
Lo inevitable está por llegar. Mis hijas se encuentran sentadas frente a mí en el borde de la cama de Valentina. —Necesito hablar con ustedes sobre algo importante —les digo, después de pedirles que dejen sus celulares. Ellas intercambian miradas antes de dirigirme su atención. —¿Qué tienes, mamá? —pregunta Valentina. Me tomo un momento para organizar los pensamientos que ya creía organizados. «¿Por qué es tan difícil hacer esto?», pienso nerviosa. —Bueno. —Me acomodo en medio de las dos—. ¿Saben que a veces las parejas tienen diferencias y ya no pueden estar juntas? —Las veo asentir. Viene la parte más complicada. Paso saliva y aflojo el cuerpo—: Su papá y yo hemos tenido algunas diferencias, y decidimos que lo mejor para ambos es dejar de estar juntos. Las palabras que suelto parecen flotar en el aire. Llenan la habitación de un tenso silencio. —¿Se van a divorciar? —por fin pregunta Valentina, ella está a punto de llorar. —Eso dijo, ¡tonta! —le responde Victoria, molesta. Confirmo solo moviendo la cabeza. De pronto, siento el peso de la conversación sobre los hombros. —Su papá y yo ya no funcionamos como pareja. —Trato de endulzar más la voz—: pero siempre seremos sus padres. Valentina tiene una mueca de dolor sincero. —¿Significa que ya no viviremos juntos? —Su barbilla tirita al soltar la interrogante. Me acerco más a mis niñas y trato de abrazarlas, pero Victoria se levanta. —Todavía seremos una familia —prosigo—, solo que las cosas van a ser diferentes. Su papá estará para ustedes, igual que yo. Nos adaptaremos a los cambios, ¿de acuerdo? Veo a Victoria dando vueltas en la habitación y lleva una mano a su frente. —¿Es porque papá tiene una amante? —dice directo. ¡No es posible! ¡Mis hijas ya se enteraron de lo de Mabel! Me levanto a alcanzar a Victoria. La hago detenerse al sujetarle el brazo. Tiene la frente arrugada y los ojos furiosos. —¿Cómo sabes eso? —se lo pregunto apretándole la muñeca. Detrás, Valentina interviene. —Esta chismosa lo escuchó mandándole flores a… otra mujer. —Cállate —grita Victoria hacia su hermana—. Quedamos que no lo diríamos. —¿Qué oíste? —vuelvo a cuestionarla. Victoria da un paso hacia atrás y observa su mano. Enseguida la libero del agarre. Mi hija se soba. Me doy cuenta de que fui demasiado brusca con ella. —En una llamada ordenó unas flores —continúa—. Dijo que quería las más caras que tuvieran, y que eran para su “novia”. —Su mirada refulge por las lágrimas—. A ti nunca te llegó nada. —¡Por Dios! —alcanzo a decir. Vuelvo a sentarme. Toco mi pecho, impresionada. Al menos es bueno que no sepan quien es esa “novia”. —Tranquila, mamá —dice Valentina—. Yo te apoyo. Estaremos bien. —Gira a ver a su hermana—. ¿Verdad, Vicky? Victoria solo deja salir un gruñido que intenta ser de confirmación. Después se siente a mi lado. Rodeo sus cuellos con cada uno de mis brazos. Estoy destrozada, me caigo a pedazos una vez más, pero ahora debo aguantarme las ganas de demostrarlo. Tengo a mis hijas en el regazo. Mantenerlas así, bajo mi cuidado, es lo que más me debe importar. Solo han pasado dos días desde que vi al abogado, pero Aaron me avisa antes de las siete de la mañana que al siguiente día hay una nueva cita programada. Según me cuenta, tienen “algo” que puede ayudar a agilizar el proceso. Benjamín ha mantenido un silencio inusual. Para mi sorpresa, después de dejar a las gemelas en la escuela, el teléfono suena varias veces. En cuanto abro los mensajes descubro que Cecilia regresó y me invita a desayunar a su casa, y que también Sergio quiere verme. Por antigüedad y por el tiempo que estuvo ausente, decido aceptar el ofrecimiento de Ceci. A Sergio le pido esperar a la tarde. Le indico a Héctor que desvíe el rumbo hacia la casa de mi amiga. Ella me recibe en su mesa de la terraza. Hay una bandeja de frutas secas, refrescante jugo de manzana y croissants crujientes por fuera y esponjosos por dentro. Se siente una inmensa tanta tranquilidad. Comprendo por qué le gusta tanto a Ceci. Es hermoso escuchar cantar a las aves y ver cómo los árboles danzan con el aire. Inspecciono a mi amiga y me percato de que luce… distinta. Primero pienso que es porque no tiene nada de maquillaje y la bata de dormir gris es simple, pero no, es obvio que sus párpados se encuentran más abultados. —Como que estás hinchada de la cara —le digo, preocupada. —Ah, sí. —Toca su mejilla—. Me hice un tratamiento que te rejuvenece, solo falta que me desinflame. —En ese momento posa su mano sobre la mía—. Maya, tengo que contarte una cosa, y no es fácil hacerlo. Detecto la seriedad en la voz de Cecilia. —¿Qué es? Solo espero que no sea sobre su salud. Ella se muestra vacilante; un comportamiento que no acostumbra tener. Después de unos segundos, comienza: —Me enteré por la perra de Mabel que ella y tu esposo se conocían de tiempo atrás. Fue antes de que se casara contigo. —Por supuesto que se conocían, éramos amigas —añado. Ceci se concentra en mí. —No —aclara, cabizbaja—. Es que parece ser que tuvieron un romance… cuando ustedes eran novios. Se me nubla la mente mientras proceso la noticia. Empiezo a hacer un recuento del pasado. Jamás noté un cambio en Benjamín, nada que me hiciera sospechar que le atraía mi amiga. Solía ser detallista y cariñoso. Pero no me impresiona lo que Cecilia sabe, él es excelente fingiendo. —¿Cuándo te lo contó? —Anoche que regresamos, pasamos por su calle. Le dije a Darío que no lo hiciera, pero le dio pereza dar la vuelta. —Demuestra su frustración con una mueca—. Mabel iba en su carro y fue detrás de nosotros. Insistió en que habláramos. Se confesó llorando la hipócrita. —Suaviza la voz y me observa—: Como amiga tuya que soy, sentí que debía contarte. Ella jura que aquel romance duró poco, pero que, cuando se volvieron a ver, los sentimientos renacieron. —Truena la boca—: ¡La muy traicionera está tratando de justificarse! El coraje se siente como una llama ardiente en el cuerpo. Sufro una tormenta interna de irritación y una urgencia de ir a buscarla para azotarla contra el suelo por burlarse de mí dos veces. ¡Azotarlos a los dos! —¡Infelices! —Resisto las ganas de llorar—. ¡Y yo se lo puse en bandeja de plata! Ceci se levanta y me estrecha por la espalda. —Perdóname si te lastimo más. —No, no —interrumpo. La culpa no es de ella—. Gracias por decírmelo. Esa… mujer no ha tenido el valor de buscarme a mí. —Aspiro, pero hay un peso en el pecho que dificulta la respiración—. De todos modos, inicié el trámite de divorcio. No habrá marcha atrás. —Aunque lo deteste, experimento una vez más la incómoda sensación de pérdida—. Que se lo quede si tanto lo quiere, pero lo hará sin mi dinero. Tengo a Cecilia sosteniéndome en más de un sentido. Soba mi espalda y me abraza el alma. —Amiga, debes priorizarte a ti misma —dice de manera dulce—. Date tiempo. Permítete sentir todas las emociones que necesitas sentir. Y recuerda que no tienes que hacerlo sola. —Me da un apretoncito en los hombros—. Cuando quieras desahogarte, sabes que cuentas conmigo. Sus palabras son sinceras, lo sé. Ojalá supiera cómo ignorar la aguda y punzante decepción y enfocarme solo en mí. A pesar de que no estoy de ánimos, accedo a ir a ver a Sergio. Me fastidia que la cita sea en su casa, pero él insiste en que su querida esposa no se encuentra allí. Es él quien abre la puerta. De hecho, no encuentro a ningún empleado. —Por favor, pasa, te voy a enseñar algo. Me desconcierta la urgencia que muestra, pero decido seguirlo. Llegamos hasta su habitación. Sergio enciende el gran televisor que está empotrado en la pared. Después se concentra en su teléfono. —¿Qué es lo que me vas a enseñar? —pregunto impaciente. Odiaría toparme con Mabel. Pero Sergio sigue callado, viendo su teléfono, hasta que por fin transmite algo en la pantalla. Me quedo muy quieta viendo el video. Es una grabación a color de Benjamín y Mabel en esta misma habitación. Parece que primero discuten, ella le manotea y lo empuja, pero luego se empiezan a besar por iniciativa de mi esposo. Es un beso agresivo, pasional. Los dos caen sobre la cama. Ha pasado tanto desde la última vez que Benjamín me besó así a mí… En ese momento, Sergio detiene el video. —Esto es de hace dos días. Lo que sigue, ya te lo imaginarás. Sé que no debí mostrártelo así, pero tenías que verlo. Siento un nudo apretado en la garganta, es doloroso. —No sé qué decir... Él se me acerca demasiado. Estamos casi abrazados. —Lo sé, Maya, lo sé. A ella ni siquiera le importa hacerlo en nuestra cama. Por eso, hay que regresársela. —Atrapa mi rostro con ambas manos y sus labios se posan sobre los míos. Demoro en corresponderle. No estoy bien. Enseguida siento la fuerza que trata de llevarme a la cama. Logro escaparme por un lado. —¿Quieres que tengamos sexo aquí? —se lo pregunto ofendida. —Mandé cambiar el colchón —dice. Parece desconcertado—. Es nuevo. —¡Me da asco! —¿Por qué? Río incrédula. —Estoy segura de que la pasas tan mal como yo, pero si tienes grabaciones, es porque hay cámaras. No pienso aparecer después en un canal de porno. —Las apagué. —¡¿Cómo sabes que no está otra por ahí escondida?! ¡¿Cómo sabes que no hay micrófonos?! —mi voz aumenta de nivel con cada pregunta—. ¡¿Cómo sabes que esa puta malnacida no va a entrar por esa puerta en cualquier momento?! —Maya… —Trata de aproximarse—. Te entiendo, pero… Extiendo el brazo y lo señalo. —No, Sergio, ¡no! —La humedad aparece en el borde de mis ojos, una vez más—. ¡Así no! ¡Aquí no! —Mi dedo se mueve frenético. —Tienes razón. Fue demasiado. Es hasta este momento que él cae en la cuenta de mi incomodidad. ¡Se equivoca si cree que voy a ser su marioneta! Observo el lugar. La realidad cae sobre mí como un balde de agua helada. Esta es la habitación donde me deshice llorando, donde perdí la compostura, donde mi esposo demostró que en definitiva yo ya no le importo. Mejor dicho, nunca le importé.
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