Hoy es mi cumpleaños. De regalo me obsequié la ficha para la universidad. No le di más vueltas al asunto y lo hice, puse mi nombre. Ya solo queda esperar al examen de admisión.
Por más que les dije a mis padres que no haría fiesta, ellos organizaron una pequeña celebración en su casa. No estoy de ánimos para eventos grandes y lo que conlleva, incluidas las preguntas de los invitados. Aun así, tuve que aceptar. Ahora me encuentro preparándome para la comida. Decidí ponerme un vestido blanco de tirantes que tiene en la falda tres capas de holanes. Una peineta de oro blanco y diamantes en forma de flor luce en mi cabello. Es el momento ideal para presumir lo que tengo, aunque me lo haya regalado mi querido esposo.
Al llegar veo cuatro mesas largas que están puesta en el jardín, decoradas con arreglos florales y altas velas. Calculo que caben unas cincuenta personas.
Respiro lento. Ya no hay forma de escapar.
Espero que a ninguno se le ocurra interrogarme de más sobre Benjamín. Diré que salió de viaje y ya.
Él sigue sin responder ni aparecerse por la casa. Sé que habla con las niñas por w******p, por eso les reviso sus conversaciones de manera frecuente. Hasta ahora no he encontrado nada inusual. Ojalá ellas supieran que su padre les está limitando el dinero. Tiene en su poder nuestras cuentas. Lo que yo gano de las acciones no alcanzará si los gastos siguen aumentando así.
¡Debo dejar de pensar en Benjamín y disfrutar mi fiesta! Él no me echará a perder esto.
Llegan primos, tíos, allegados de mis padres, mi hermana con su familia, y después descubro que Cecilia y su esposo también fueron invitados. Eso es bueno. Por lo menos tendré con quien charlar.
Alisha solo me felicita y se aleja. Todavía sigue molesta.
El murmullo de las conversaciones llena el ambiente. Me siento rodeada de afecto. Hasta mis padres se comportan cariñosos.
La música de fondo es agradable. Contrataron a un talentoso saxofonista.
De pronto, mis hijas interrumpen con una bandeja que tiene un pastel glaseado de chocolate blanco, adornado con rosas de azúcar hechas a mano y hojas color oro comestible.
Todos comienzan a cantar "Feliz Cumpleaños" en coro.
Después de apagar las velas y pedir un deseo, en el que ruego que todo se resuelva a mi favor, recibo regalos y tarjetas amorosas.
Es un momento especial. Agradezco que mis padres hayan insistido.
La mayoría de los invitados no lo sabe, pero están dándome un hermoso regalo, y no me refiero a los presentes.
La tarde continúa con risas, baile y brindis en mi honor.
—Terminando de aquí nos vamos a otro lado —me susurra Cecilia en la primera oportunidad que tiene, justo cuando su esposo se va a charlar con otros caballeros.
—¿A dónde? —la cuestiono. A decir verdad, planeaba irme a descansar.
—A otro festejo. ¿Creíste que no te iba a consentir?
La amplia sonrisa de Cecilia me frena a decirle que no me apetece.
—¿Festejo doble? —Finjo alegría.
Mi amiga se inclina hacia mí.
—Y va a estar mucho más vivo que esto —lo dice un tanto hastiada.
En realidad, yo sí lo disfruto. Crecí en un ambiente así y aprendí a gozarlo.
Cuando dan las ocho de la noche, Ceci les avisa a mis padres que “unos amigos” y ella me esperan, y va a “robarme”.
Las gemelas se quedarán con mi hermana. Eso las emociona. Adoran a su tía.
Ya solo quedan dos tíos míos que se han enfrascado en una discusión política de la que tardarán en salir. Sé que mi padre se muere de ganas por unírseles.
Me despido cortés, luego sigo a Cecilia y a Darío.
Ambos han venido de color verde olivo claro, el mismo tono, como es su costumbre.
El traje sastre de falda corta de Ceci es demasiado formal, tratándose de ella.
Lucen tan bien atados de las manos.
Cuando Darío decidió casarse con una mujer de clase media, fue criticado, lo recuerdo bien. Más de una decepcionada madre se quedó con las ganas de hacerlo su yerno. Pero ¿cómo no amar a Cecilia? Es bella, inteligente, intensa, brilla por sí sola… A mí también me deslumbró cuando nos conocimos. Me pregunto ¿a qué amigos se refiere? Es verdad que me llevo bien con varias mujeres del círculo social, pero Cecilia y yo no compartimos esos contactos. Quizá por eso nunca me cuestioné por qué aborrecía tanto a Mabel.
Nos subimos los tres al coche de Darío. Me toca ir atrás.
Tremenda sorpresa me llevo cuando veo que damos vuelta en la calle cercana a la casa de reuniones swingers de Sergio.
Experimento las ganas de darle una patada al respaldo.
—¡No quiero encontrarme con esa perra! —le reclamo a mi amiga.
Si están llevándome a esa propiedad, ¡de ninguna manera pienso entrar!
—Tranquila —dice Cecilia, sin alterarse—. Rentamos el lugar. Mabel no estará, te lo prometo.
Niego con la cabeza.
—¿Segura?
Cecilia se mantiene medio girada hacia mí y me dirige una mirada enternecedora.
—Muy segura. Lo pedí en el contrato. Tú confía.
—¡Bien! —Resoplo, inconforme—. Disculpa, pero pudiste escoger otro lugar.
Darío y Cecilia se sonríen.
Ya no haré más preguntas. Dejaré que todo fluya como lo planearon.
El coche ingresa y, una vez que nos bajamos, una señorita nos conduce adentro.
El recibidor está terminado. Debo reconocer que la decoración es buena. La mayoría de los muebles son blancos. Esa parte está adornada con arreglos florales extravagantes, estos hacen un bello camino de bienvenida.
Julia llega a nuestro encuentro y va directo a abrazarme.
—¡Feliz cumpleaños, Maya! —me dice emocionada—. ¡Es tu día especial y vamos a celebrarlo a lo grande!
Asiento sin más comentarios. Todavía no estoy cómoda porque imagino que en cualquier momento aparecerá Mabel.
Los cuatro subimos las escaleras.
Logro escuchar distintas voces arriba.
Apenas llegamos, descubro una mesa repleta con una variedad exquisita de bocadillos gourmet.
—Todo está tan bonito —les hago saber. Siempre hay que demostrar agradecimiento.
Julia me ofrece una copa de champán.
—Queremos hacer de tu cumpleaños un día inolvidable —dice complacida.
—¡Vamos! —me invita Cecilia—. La noche es toda tuya.
Doy un vistazo a los invitados. Lo que me temía, ¡sí!, son swingers.
Reconozco a varios, incluso a Karla Antúnez y a su esposo, y también a Axel, el novio de Julia.
Solo veo parejas. Supongo que soy la única que estará sola.
Jalo a Cecilia para hablarle en confidencia.
—Les agradezco que se tomaran el tiempo para organizar todo esto, pero mi abogado me dijo que tuviera precauciones.
Mi amiga continúa relajada. Sostiene mi brazo para que me detenga.
—Estás en confianza. De aquí nada sale, ya lo sabes. O ¿acaso crees que Karlita va a revelar su secreto?
Lo pienso mejor. Ella tiene razón. Hasta ahora ninguno de los asistentes en las distintas reuniones a las que fui hizo bulla de mi presencia.
—No, pues no —le respondo desarmada.
—Y todavía no te enseño lo mejor. —Cecilia extiende una sonrisa maliciosa—, pero eso será más tarde. —Confiada camina hacia la multitud, luego me apunta triunfante—. ¡Llegó la festejada!
Escucho los gritos y una porra.
Conozco de sobra el hermetismo que se maneja en ese ambiente, entonces me dejo llevar.
Bebo y charlo un buen rato. Sí, también aquí, aunque es distinto, ¡muy distinto!, lo disfruto.
No faltan las parejas que se empiezan a poner románticas. Después de todo, estamos en el edén de la pasión.
Son más de las once y es cuando Cecilia vuelve a abordarme. Ella también ya trae unas copas encima. Se despojó del saco de tu traje y ha revelado un pronunciado escote.
—¿Lista para tu regalo? —me pregunta misteriosa.
—Supongo que sí.
Cecilia saca un llavero que tiene una única llave.
—En el ala contraria, al fondo, hay una habitación, es la más grande de la casa. Allí irá un argentinito que sé que te encanta.
—¡Cecilia! —me quejo entre dientes.
Ella truena la boca.
—Te lo estás comiendo, no te hagas.
Después de su cobijo en el parquecito, Sergio y yo hemos tenido varios encuentros en moteles alejados; encuentros que por más que lo intento, no puedo evitar.
—Pero no a la vista de todos —murmuro.
Me exaspera la confianza excesiva de mi amiga. Yo todavía debo ser precavida.
—Nadie te presta atención. Cada quien anda en lo suyo. —Da un vistazo a nuestro alrededor. La mayoría de las parejas están a medio vestir o se han ido a las habitaciones. Incluso se escuchan los gemidos—. Ve. —me incita y pega su boca a mi oreja—: Él ya llegó.
Acepto el llavero con la idea de pedirle a Sergio que lo dejemos para después.
Sigilosa recorro el pasillo que lleva al ala indicada. Esa zona está oscurecida. Paso por la biblioteca y una sala de estar vacía.
La mística habitación mencionada está próxima.
No debería sentirme así, pero experimento una mezcla de ansiedad y emoción excitante.
Entro y me siento sobre la amplia cama.
Mi pierna derecha no para de moverse.
Tengo claro que Sergio no es mi novio ni mi pareja, es más bien un amigo cariñoso.
Confieso que con cada encuentro que tenemos, me sumerge más profundamente en la pasión todavía prohibida.
Transcurren solo un par de minutos, cuando oigo que alguien entra a paso cauteloso.
¡Es él, míster Ferrero! Llega a mí su fragancia.
El corazón se me acelera al reconocerlo.
Viene vestido con pantalones negros y una camisa blanca. Nada extraordinario. Da igual, la ropa es lo primero que se irá.
Enseguida sus ojos se posan sobre mí, felinos, acechantes.
Trato de hacer una expresión juguetona.
—¡Hola, guapo! —lo saludo con la voz más seductora que tengo, mientras me estiro, exponiendo la curva del cuello.
Cada mueca, cada movimiento de sus manos, parecen destinados a hipnotizarme.
En cuanto lo tengo cerca, paso un dedo por el borde de su mandíbula.
—Feliz cumpleaños —me dice. Su aliento cálido roza mi mejilla.
La habitación se va llenando con una tensión eléctrica que ya conozco.
Salgo veloz de su alcance porque me urge poner el seguro de la puerta. Estoy desinhibida, quiero que me tome y me haga suya ¡ya!
Una vez que lo hago, vuelvo a él y empiezo a besarlo. ¡Aquí y ahora es mi hombre!
¡De pronto, Sergio me frena, prende la luz y se dirige a la puerta!
—¿Qué pasa? —le pregunto preocupada.
—Espera —me pide sonriente, después sale de la habitación.
Al poco tiempo regresa acompañado de un hombre bronceado y, según lo que alcanzo a ver, fornido.
—Él es Charles —presenta entusiasmado a su amigo.
Me levanto confusa, acomodo el tirante que ya tenía abajo, y le extiendo la mano al recién llegado.
—Mucho gusto, Charles.
Recibo un fuerte apretón.
Los labios bien formados del amigo de Sergio se curvan de manera agradable.
Decido observarlo mejor. Tiene pómulos angulares y una mandíbula cuadrada. Sus ojos verdes brillan curiosos, y su cabello rubio cae sutil alrededor de su rostro.
—Le pedí que nos acompañara —dice Sergio—, ¿está bien?
Se sobreentienden sus intenciones.
Por las veces que hemos tenido relaciones íntimas, sé que Sergio es un hombre que respeta el “no” al pie de la letra. Si me niego, accederá sin insistir, pero ¿quiero negarme?
Su amigo es guapo, ¡mucho! Jamás he estado con dos hombres. Esa fantasía es una que no creía poder cumplir.
Pronto me seduce la idea de experimentar. Tengo la seguridad de que no llegaran más allá de donde yo no desee.
—Sí, sí —acepto, al mismo tiempo que paso saliva.
—¿Dónde nos quedamos? —Sergio se abalanza sobre mí. Atrapa mi cabeza y comienza a besarme con desenfreno. ¡Se excita rápido!
Charles solo nos mira, callado.
Ansiosa, le quito a Sergio la camisa y le desabrocho el pantalón.
Él no se resiste.
Es en ese momento cuando míster Ferrero le hace un gesto a su amigo para que se nos una.
Charles obedece.
Sergio le abre paso y enseguida el hombre me sostiene firme del cuello, me besa y me toca los senos por encima de la ropa. Sin que me dé cuenta, minutos más tarde quedo desnuda del torso.
Una mano que se cuela por debajo de la falda y llega a mi entrepierna, pero no logro reconocer quién es.
Un par de dedos ágiles me da placer, mientras otros labios prueban una y otra vez mis pezones.
Cierro los ojos para disfrutarlo mejor.
¡Es una situación insólita! Los tres estamos calientes, deseosos, aunque preferiría que la luz estuviera apagada.
Una vez extasiada, me arrodillo ante ellos. Tengo a dos especímenes masculinos decididos a dármelo todo, merecen mi atención.
Sujeto ambos regalos entre los dedos. Primero los lamo despacito, pero Charles me toma del cabello y me lo mete todo.
Esto me excita tanto, a pesar de que me ahogo.
Así, uno a uno se va turnando, hasta que los noto a punto de terminar.
Yo ya estoy lista para recibir a cualquiera de los dos. Me despojo del vestido y voy a la cama. Quedo recostada con las piernas abiertas. ¡Que gane el mejor!
Ellos se miran sonrientes.
Sergio es el primero en quitarse los pantalones. Eso anima a su conocido a imitarlo.
Tengo ante mí dos miembros erectos. ¡Qué lujo es esto!
Sergio se pone un condón y me hace subir sobre él para cabalgarlo. Es una posición que goza de verdad y yo amo verle la cara de placer. Cuando introduzco su pene hasta el fondo resbala tan rico. Mientras hago lo mío con gran entusiasmo, él prepara mi ano. Lo lubrica y poco a poco introduce un dedo, luego dos…
El recién conocido se acuesta en la cama y comienza a masturbarse.
Luego de un rato, míster Ferrero me pide que vaya con su amigo.
Yo me coloco encima de Charles, quien ya tiene puesto el preservativo. También quiero complacerlo.
Son dos contra una, pero les daré batalla.
Charles se dedica a chuparme los pezones y yo me empeño en verlo disfrutar.
Detrás siento que Sergio se prepara para poseerme también. ¡Y lo hace! Se monta encima de mí y me penetra a medias, poco a poco, hasta meterlo todo.
Debajo, el otro sube y baja las caderas con excelente ritmo.
Los caballeros parecen coordinados. Presiento que ya lo han hecho antes.
Me recorre una intensa sensación. ¡No lo creo! ¡Dos hombres entrando en mí de la forma más deliciosa posible!
No puedo más y experimento un orgasmo precioso.
Ellos no se detienen. Siguen embistiéndome al mismo paso.
Charles pide cambiar de posición y me levanta para cargarme, así, me sostiene fuerte por las caderas para evitar que escape. Vuelve a penetrarme, ¡de pie!
Apoyo con los movimientos de la pelvis.
Atrás está Sergio, sus dedos me acarician la espalda.
—Ya métemela, mi vida —le suplico. Las palabras amorosas no están permitidas, pero se me escapa por el entusiasmo.
Sergio accede. Es él quien marca el ritmo. Cada vez es más rápido y profundo.
Me tienen suspendida entre dos cuerpos masculinos que sudan encantadores.
Ambos gozan y hasta se ríen.
Yo, por mi parte, vuelvo a tener otra avalancha de placer.
La intensidad aumenta y por fin los dos se tensan. ¡También terminan y lo hacen al mismo tiempo!
¡Disfruto tanto su placer!
—Feliz cumpleaños —vuelve a susurrarme Sergio, esta vez con voz entrecortada.
Sí que es un muy, muy feliz cumpleaños.
He de reconocer que son cuidadosos conmigo, los dos salen de mí sin brusquedad.
Charles me lleva a la cama.
Yo quiero más. Les daré un momento para que se repongan y después planeo volver a ponerlos erectos.