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La Hija Temida

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Su corto amor empezó en una época problemática y distinta.

Juraron amarse por la eternidad a la luz de Luna, segundos antes de ser malditos durante 150 años. Ahora, han vuelto a encontrarse sin saber nada el uno del otro de sus vidas pasadas, ¿podrá su promesa de amor eterno romper la maldición? ¿puede ser esa la época correcta para estar juntos?

Magia, guerra, amor y pasión... un mundo nuevo que querrás explorar.

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I: Una eterna maldición
INTRODUCCIÓN «Se dice que la primera Titanomaquia requirió a todos los dioses y semidioses trabajando codo con codo, la destrucción del universo estuvo a punto de suceder; luego llegó la Gigantomaquia, aún peor: se creó un némesis gigante para cada dios. Sorprendentemente se logró derrotarlos. Esas dos guerras se repitieron en nuestra época moderna, acabando con muchos semidioses muertos. Ahora, tan sólo a unos meses, la aparición de una nueva semidiosa supone el peligro del Olimpo: posee un linaje poderoso, capaz de despertar a los males ya vencidos, creen que es “La Hija Temida” de una profecía...» ━─━────༺༻────━─━ Turín, Reino de Italia, 1862. Nicklaus y Daelyn corrían por el bosque empedrado, ya hacía rato que el dolor de las piedras filosas no les causaban dolor, puesto que sus pies estaban entumecidos debido a las cuantiosas horas que llevaban corriendo. Huir de casa era difícil, y cuando enojabas a cierta Diosa del amor, aún peor. El sol se había ocultado recientemente, ahora solamente les guiaba la luz de la luna llena. Todo se veía lúgubre, pero no tenían opción. Tenían que escapar de lo que les esperaba en casa, lo que podría separarlos para siempre. Debido a la poca iluminación, no vieron venir el árbol que había en el follaje, así que le tocó la mala suerte a Daelyn de tropezar con ello. La caída fue dura y le sacó el aire de los pulmones, Nicklaus fue inmediatamente en su ayuda. —¡Amor mío! ¿Te encuentras bien? ¡Ha sido todo culpa mía, señorita! —Se disculpó él de forma lastimera. Pero Daelyn se levantó rápidamente, negando con la cabeza. —Tonteras. ¿Cómo podría culparte, dolce amore, por esto? Yo también he cometido pecado al enamorarme de un hombre prometido. En todo el Reino de Italia, no hay nadie a quien desee entregarle mi corazón más que a ti, Nicklaus... —susurró, acariciando sus pálidos antebrazos. Ambos se habían enamorado antes de que él fuera prometido a Cyntenella, y después del compromiso obligado, seguían estándolo. Lo ocultaron tanto como pudieron, hasta el día antes de la nupcia, cuando el insoportable dolor de ser separados les había pasado factura; no iban a permitirlo. El padre de Cyn los amenazó: dijo que la madre de ésta, era la mismisíma diosa del amor, y que ella les haría pagar el deshonor que estaban haciéndoles pasar. Ambos se miraron a los ojos, mostrándose el intenso afecto que sentían el uno por el otro. No se necesitaban palabras, en sus expresiones estaba todo cuánto querían saber. —Si algo nos llega a pasar..., sí algo sale mal... Quiero que sepas que te amaré eternamente, hasta el final de los tiempos, bella la mia. Ella negó con la cabeza, no quería escuchar eso, no soportaba el solo pensamiento. —Estaremos juntos, siempre. Una luz rosa pálido inundó el claro del bosque, ambos se cubrieron los ojos hasta que la intensidad menguó poco a poco. Al mirar bien, notaron que era una mujer quien había provocado tal rareza. Era bellísima, sus facciones y vestimentas cambiaban una y otra vez, de forma intermitente, como si no estuviera definido su aspecto todavía: primero era rubia, luego pelirroja, después albina, pelinegra, castaña... Con ojos verdes, azules, cafés, negros, grises... usando una túnica griega sensual, luego era más recatada, usando faldas hasta el piso, con volantes... overoles, vestidos pegados, vestidos de seda, de algodón... —Afrodita —reconoció Daelyn. La admiró, al mismo tiempo que le temió. —Es una promesa muy grande eso de estar juntos, "por siempre"; sobretodo cuando sus días están contados. Lástima que sus padres no me permiten hacerles daño —se abanico el rostro con un abanico fucsia, y rodó los ojos. —¿Hablas de Tánatos y Hades? —preguntó Nicklaus con vehemencia. Ambos no estaban muy presentes en sus vidas. Afrodita pareció irritarse. —Sí, sì, aquellos desgraciados. Pero no sé preocupen, que no puedo matarlos, pero sí castigarlos por el insulto cometido a mi hija. Daelyn negó con la cabeza, asustada. —¡Es injusto! ¡Ella nisiquiera lo ama! —Oh, lo sé. Sin embargo, él se comprometió, y le ha causado deshonra. Perdonaré sus miserables vidas de semidioses, pero tendrán su castigo. Ambos pobres mortales, se tomaron de las manos firmemente. Lo que fuera, lo enfrentarían juntos. —Nicklaus Cesarotti. Daelyn Bonucci... Su castigo, es pasar ciento cincuenta años separados. Sus almas reencarnarán, no irán a los elíseos para su descanso eterno durante ese periodo. Cada vida estarán destinados a encontrarse, sufrir y no estar juntos. Cuando pasen ese castigo, podrán estar juntos, bajo una condición: será justo cuando la tercer guerra de los monstruos se desate. Si superan esa prueba, el castigo será levantado. Ellos se miraron, horrorizados. Lágrimas silenciosas comenzaron a caer de sus joviales rostros, ahora ensombrecidos por el reciente dictamen. —Ahora, mis niños... Es hora de iniciar con su castigo. Antes de que cumpliera su palabra, Nicklaus y Daelyn compartieron un último beso, apasionado y anhelante, con una promesa divina: ”Te encontraré”. Y así, ambos volvieron al ciclo de inicio, nacieron sin saber de la existencia de ninguno, a países de distancia. Su amor quedó latente, sus almas añoraban algo que desconocían, que no podían describir. Se conocieron durante ocho vidas más, cortas y tristes, porque sufrían por algo que jamás lograban saber qué era. Hasta que volvieron a nacer, en el siglo correcto... bajo el nombre de Nikolai y Derecca.

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