Dos

2516 Words
El restaurante que Hanna eligió, o su cita, no sé, es extraordinariamente elegante, sofisticado y sofocantemente romántico. Un pie dentro y ya quiero dar media vuelta y correr. Lejos. Sinceramente, estoy reevaluando su propuesta y sopesando si debo o no subir sus tres meses a cinco, porque el lugar por si sólo ya es demasiado. Presiento que será una larga hora. —¡Billy! —exclama Hanna al ver a un hombre alto, de tez canela, esbelto y tentador, como el mismísimo chocolate. Está vestido con un elegante traje gris, combinado con una corbata azul cielo que resalta maravillosamente sus ojos también azules, y hace lucir aún mejor su sonrisa. Caminamos hacia él. Hanna va unos pasos delante de mí mientras busco en un lado y otro al amigo, a quien no conozco, ni tengo idea cómo luce, pero que espero al verlo poderlo reconocer. De alguna manera. —¡Wow! —exclama Billy recorriendo a Hanna minuciosamente con la mirada—. Te ves… deslumbrante. Hanna sonríe coquetamente. La verdad es que sí, mi mejor amiga es refinada y encantadora, y sabe lucir sus curvas y su hermosa cabellera platinada hasta los hombros. Lleva puesto un vestido vino tinto largo, y unos magníficos tacones negros de diez centímetros.    Estirando una mano para que me acerque a ella, hace que los ojos de su cita se desvíen por primera vez hacía mí. —Esta es Elena —me presenta—. Lena, este es Billy. —Billy —digo estirando una mano en su dirección—. Elena Corelly. Sonrío lo más amablemente posible porque, no porque no quisiera venir en un inicio, significa que voy a ser maleducada, aunque el idiota este sea el culpable. Si quería salir con Hanna, ¿por qué simplemente no salió con ella? ¿En serio tenía que invitar a un amigo? —Elena —responde mi saludo—. Billy Brons. —Una cálida sonrisa acompaña su nombre—. Un placer conocerte. Asiento, manteniendo la sonrisa. Rodea la cintura de Hanna con un brazo, atrayéndola hacia él, mientras dice: »Vamos a nuestra mesa. Caminamos hasta una mesa en una plataforma que hay a un lado del restaurante. No es que quede exactamente aislada, pero el hecho de estar en un desnivel la hace parecer exclusiva. Algo así como VIP. —Así que… —digo lo más casual que puedo una vez nos sentamos—. ¿Tu amigo? Su sonrisa se ensancha mientras escanea el restaurante con la mirada. —Estaba aquí hace un segundo. —Me sonríe ligeramente apenado—. Un momento antes de que llegaran atendía una llamada. Debe haber ido a un lugar más silencioso. El restaurante en su conjunto no es que sea ruidoso. Las conversaciones de los comensales en todo el lugar son bajas y las risas delicadas. El lugar en general resuma tranquilidad y confortabilidad, y yo de verdad, verdad, no puedo creer qué estoy haciendo aquí. La próxima semana tengo un proyecto importante que cotizar, y le estoy ayudando a mi jefe con los presupuestos del próximo año, y… —¡Oye! —Hanna llama mi atención, su mano sosteniendo la mía sobre la mesa—. Dime que tu cabecita no se fue a tu computador. Ay. Hago una mueca. Me conoce. —¿A qué te dedicas? —pregunta Billy, siguiendo la línea de conversación. Y no puedo abrir la boca antes de que Hanna intervenga. —Dios, no. Trabajo no. —Niega con la cabeza—. Pregúntale lo que sea que no tenga que ver con el ámbito laboral. Mi amiga aquí presente es una adicta al trabajo, y esta noche es para divertirnos y socializar. Billy asiente en entendimiento. —De acuerdo. Puedo estar contigo en eso. Tony, donde quiera que esté, es un maniático del trabajo también. Lo miro frunciendo el ceño. —¿Quién es Tony? —Mi amigo —responde él inmediatamente—.  El que debería estar aquí entablando una conversación con nosotros. Ah, ya. —Creí que habías dicho que su nombre empezaba por A —comento mirando a Hanna. Luce desconcertada, e inmediatamente mira a Billy en busca de ayuda. Billy sonríe, negando con la cabeza. —Mi culpa —responde llevándose una mano a la frente—. Anthony, su nombre es Anthony. Asiento con la cabeza en entendimiento, pero no digo nada, porque bueno, Tony, Anthony o como se llame, a mi parecer es un poco maleducado. Puedo entender la parte del trabajo perfectamente, pero como ya lo he manifestado, odio perder el tiempo. Si no podía estar aquí, ¿Por qué no canceló? ¿Por qué no le dijo a su amigo que había surgido algo y que tenía que marcharse? Dios sabe que tengo cosas importantes que hacer. Me preparé para venir, porque cuando doy mi palabra trato de cumplirla a cabalidad. Mi padre siempre dice que cumplir nuestra palabra es lo que realmente nos define; así que me puse un elegante vestido de encaje azul turquí ajustado al cuerpo hasta las rodillas, que tiene una minúscula franja de poco más de un centímetro trasparente en la cintura, unos tacones descubiertos, y ondulé mi largo cabello n***o. Puedo asegurarles que me esforcé; pero, diez minutos de interactuar, y ver cómo Billy luce angustiado porque su amigo no aparece, no me tienen exactamente hilarante de alegría. —No tengo ningún problema en irme —comento, captando la atención de ambos, haciendo que Hanna deje a mitad de pronunciación la frase que estaba diciendo sobre las delicias del Mediterráneo. Billy luce desconcertado, y Hanna pone cara de por favor no hagas esto. —Lena —susurra mi nombre—. Quedémonos un rato. La comida aquí es deliciosa y podemos hablar de la excursión que estamos planeando para tu cumpleaños, o… —Tony no demora —interrumpe Billy rápidamente, buscando en su saco algo, me imagino que su celular—. Dale un minuto, te aseguro que te divertirás. Sí, no lo creo. Suspiro. Está bien, puedo estarme comportando un poco tensa y medio antipática, pero es que me siento como una violinista. Sin embargo, ambos se ven como si realmente quisieran que esté aquí, y no como si les estuviera incomodando o dañando la velada. Así que asiento, sonriéndole a Hanna para que vuelva a encausar la conversación que había iniciado segundos antes de que yo interrumpiera con mi comentario. La camarera nos entregó los menús apenas nos sentamos a la mesa, por lo que tomo el mío y lo repaso rápidamente de arriba abajo. Hay muy buenos platos en este lugar, y por las descripciones puedo decir que es un restaurante de categoría. No sé qué pedir, y no es porque no conozca los platos; la divertida y melosa chica que tengo en frente es chef, por lo que sé lo suficiente del tema; sino que no tengo apetito para pedir nada. Me pongo de pie, ganándome una mirada boquiabierta de Hanna. —Voy al baño —le informo, negando con la cabeza cuando me pregunta si quiero que me acompañe—. Tranquila, solo serán un par de minutos. … Lena, cuarenta y cinco minutos nada más, me repito mientras me observo en el espejo una vez que llego al baño, cuarenta y cinco minutos y ya. Sé lo que deben estar pensando, “con amigas como esa…”, “ni que ir a una cita demandara tanto esfuerzo”; y así por el estilo, y no me vayan a decir que no es verdad; pero, aquí mi punto, los hombres toman demasiado tiempo, tiempo que puedes invertir en tus sueños, tu crecimiento personal y profesional, en ti misma. Héctor, el último tipo con el salí por más de siete meses y con quien rompí hace ya un largo año, era divertido, atento y considerado. Un completo caballero, no se los voy a negar; sin embargo, quería que le dedicara todo mi tiempo libre. Era medio asfixiante. El reloj daba las seis un viernes, y él ya estaba esperándome fuera de la oficina, con planes y mil cosas por hacer. Podía hacerme sentir genial, pero empecé a sentir que quería más de lo que yo estaba realmente interesada en darle. Salgo del baño reflexionando sobre mi relación con él; desde que Hanna lo mencionó no he podido dejar de pensar en él. A mitad del pasillo me veo obstaculizada por más o menos metro noventa de musculatura y buen gusto. Un hombre de cabello lacio y n***o, espalda amplia, traje impecablemente n***o, voz ronca y condenadamente sexy, está de pie a mitad del pasillo hablando por teléfono e impidiéndome avanzar. No estaba ahí cuando entré, porque no hubiera pasado por alto a semejante monumento; aparte del hecho de que obviamente no hubiera podido entrar porque ocupa todo el paso. Tengo que decir que el grandioso espécimen que tengo en frente se cree el dueño del lugar. ¿No puede ir a pararse en otro lado y así no estorbar? A su favor, ha permanecido de espaldas a mí, por lo que no me ha visto, así que no le vamos a echar toda la culpa; a mi favor, repito, esta no es su casa, por lo que no debería pararse en toda la mitad del jodido pasillo. Carraspeo, y la pared de elegante aspecto ni siquiera se mueve. —Amelia, ¡No! —vocifera al teléfono—. Siempre es lo mismo contigo, ya deberías haber aprendido esta rutina. No vas a salir, y no quiero escuchar una palabra más al respecto. Suspiro. ¿Se moverá algún día, o seguirá regañando a su hija toda la noche? Suena como un papá dando lata. Carraspeo con más entusiasmo, y estiro una mano para darle un pequeño toque en el brazo. Al inicio, parece que ni siquiera eso llama su atención, pero luego, se da la vuelta para enfrentar a la importuna que lo molesta mientras habla por teléfono, y… ¡Jesús en cruz! Ave María purísima sin pecado concebido. Se me hace agua la boca.   Mandíbula cuadrada, barba bien recortada, cejas gruesas, pestañas largas, ojos completamente negros como su cabello, aunque este último está adornado en la parte de adelante con un mechón plateado blanco. Sé que ese rasgo se genera por un lunar en el cuero cabelludo, pero Dios mío, nunca había visto a un hombre con esa particularidad; y mucho menos a un hombre vestido de pecado. Mis ojos inmediatamente empiezan a descender y recorrer cada centímetro cuadrado de él. Sus brazos y piernas están cubiertos por ese magnífico traje, y su amplio pecho se burla de mí bajo la tela. Díganme lo que quieran, pero es que hombres así no se ven todos los días. »¿Puedo ayudarla? —pregunta en esa firme y ronca voz que escuché hace un minuto, y milagrosamente vuelvo a tierra, o casi. —¿Qué? —murmuro, parpadeando, y regresando mis ojos a su rostro. —¿Puedo ayudarla? —repite impaciente, y luego levanta una mano en mi dirección indicándome que espere—. Amelia, pones un pie fuera de tu habitación, y no respondo. Estoy perdida y fascinada, todo al mismo tiempo. »¿Me decía…? —pregunta hacía mí de nuevo, su tono manteniendo esa nota de impaciencia. Y ahí está, esa profunda oscuridad, ese brillo intenso y misterioso en esas negras joyas. —Yo… a… —Trago saliva, ¿Qué fue lo que me preguntó? Dios, ya ni me acuerdo qué hago aquí parada—. Yo… —¿Se siente bien? —Frunce el ceño, y el pliegue que se forma entre sus cejas hace que éstas se vean más espesas.   —Disculpe —la suave voz de una mujer interrumpe mi cortocircuito—. ¿Me podrían dar permiso?  El hombre que tengo en frente se hace a un lado para dejarla pasar, e imito el movimiento, porque ahora también estoy obstaculizando el paso, perfecto. ¿Por qué no puedo copiar el comportamiento de la mujer que acaba de pasar? ¿Qué tengo, cinco años? —¿Pido que le traigan algo? —pregunta él cuando quedamos solos en el pasillo de nuevo, aún con el ceño fruncido. —No —murmuro, y carraspeo para recuperar mi voz—. Me encuentro perfectamente bien, gracias. Asiente con la cabeza, pero se mantiene de pie frente a mí. —¿Y bien? —pregunta cuando el tiempo pasa. —¿Y bien qué? —pregunto desconcertada. —¿Necesita algo? —repite, exasperándose cada segundo más—. Me está haciendo perder el tiempo.   Wow, wow, wow… ¿qué? Es indiscutible que la paciencia no es una de sus virtudes. Aunque la mía tampoco. »Señorita, de verdad no quiero ser grosero, pero no tengo toda la noche. Necesita algo, ¿sí o no? Dato curioso, nunca digas “no quiero ser grosero” porque por ahí ya empiezas a serlo; a mi parecer por lo menos. Levanto una ceja, pongo las manos en mis caderas, y digo fuerte y claro: —Necesito que se mueva, obstaculiza el paso. La fuerza y determinación en mi voz deben haberlo tomado por sorpresa, porque levanta las cejas, borrando ese condenadamente sexy ceño de su frente. —¿Disculpe? —murmura. —Señor, no quiero ser grosera —repito sus no tan amables palabras—, pero no tengo toda la noche. —¡Ja! También puedo ser una chica ocupada—. ¿Podría, por favor, moverse? —pregunto sonriendo como la chica buena que soy, y remato con—: Estorba. Ni la más pequeña de las sonrisas recibo a cambio. Seriedad vendría siendo su segundo nombre, aunque no conozco el primero. Da un paso a un lado, tomando una gran bocanada de aire y haciendo un gesto con la mano para que siga. Barbilla arriba, sacando pecho, metiendo barriga, que no es que tenga mucha, pero algo se asoma, sacando cola, piernas firmes una delante de la otra, lo paso de largo, diciendo sarcásticamente: »Gracias. —Y entre dientes murmuro—: Idiota.   El orgullo puede ser un pecado capital, pero no tenerlo ni siquiera en una mínima cantidad, ya de por sí es pecado. Lo oigo exhalar con fuerza detrás de mí, pero no me importa, camino derecha y sin un atisbo de remordimiento. Al llegar a la mesa encuentro a Billy y a Hanna solos. Presiento que me va a tocar seguir haciendo un mal tercio por los siguientes… miro mi reloj; treinta y cinco minutos. —¿Qué te pasó? —pregunta Hanna, mirándome preocupada—. Te demoraste bastante en el baño, ya iba a ir a buscarte. Le sonrío para tranquilizarla, pero cuando le voy a responder, escucho una voz gruesa, ronca y jodidamente malhumorada. —Me disculpo por la demora. Todo parece detenerse y acelerarse al mismo tiempo, y mis ojos se levantan rápidamente para encontrarse con la oscuridad. Oh, por Dios…
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD