El Jefe del Jefe de Mi Jefe

—¡Por favor! —suplica Hanna de nuevo, como por décimo tercera vez. Ya me tiene estresada con el mismo cirirí. Desde que cruzó la puerta de mi apartamento se abalanzó sobre mí para “tratar” de convencerme de ir con ella a una estúpida cita doble, que, en mi caso, también sería una cita a ciegas, ya que ella “aceptó salir” con un amigo, y el susodicho, de ahora en adelante el idiota, le comentó que invitaría a otro amigo. Una cosa que saber sobre mí: No voy a citas. No tengo tiempo para eso. —Hanna —digo tranquilamente, mi voz monótona—. Sabes que no voy a citas. No son lo mío. Mi carrera es mi enfoque, mi principal motivación. No tengo tiempo para empezar una relación, y estar saliendo a “conocer mis sentimientos” y saber si somos el uno para el otro y bla bla bla. En este momento, eso no va conmigo. Y Hanna lo sabe. Me conoce desde hace mucho, así que este tipo debe ser importante para ella, o no estaría a punto de enloquecerme, más si es posible, con su “por favor”. —Lena —dice la abreviación de mi nombre en tono cariñoso—. Te puedo hacer lasaña. Por favor. Oh, la muy bandida, sabe que amo la lasaña, es mi debilidad. Me quiere sobornar, y lo peor, por ese lado sabe que puede conseguirlo. —Hanna, por favor... —Es mi turno de utilizar esa carta esta noche—. Sabes que no se me dan esas cosas. Además, tengo documentos que revisar… —¿Un viernes en la noche? —inquiere, interrumpiéndome—. Tienes que salir un poco, soltar tantas responsabilidades. Tienes veintiséis, por el amor de Dios. Estás en la flor de la juventud. ¡Tienes que vivir! Te estás perdiendo de mucho por estar obsesionada con el trabajo. Obsesionada es una etiqueta fuerte, pero en este caso, me queda, no lo voy a negar. Suspiro. Hay tantas cosas que tengo que hacer. —Hanna… —Lena —me interrumpe de nuevo—. De verdad me preocupas. ¿Hace cuánto no sales con un chico? Desde que terminaste con Héctor hace más de un año, cosa que aun no entiendo, tu círculo social se redujo a mí. Y ya ni siquiera conmigo quieres salir.  Resoplo. —No me estás pidiendo salir contigo —le reprocho—. Me estás pidiendo que te acompañe a una cita con Dios sabrá quién. —¡Para divertirnos! —exclama, levantando las manos—. Conocer gente. Distraernos… no sé, tantas cosas pueden salir de una cita. Suspiro pesadamente buscando una vía de escape, porque Hanna no se va a rendir… y yo tampoco. —Puedo decirle a Sara —comento como quien no quiere la cosa—. Ella estará encantada de acompañarte. —¿A Sara? —pregunta alzando las cejas, pero no espera mi respuesta—. ¿La Sara que yo conozco? —Hace una pequeña pausa que no me alcanza para nada—. ¿La Barbie de Malibú que tienes por prima lejana o algo así? Sí, prima lejana por desgracia o por fortuna, no sabría ni cómo verlo; quien vive dos pisos abajo en este mismo edificio, para terminar de completar, que es más insípida que el agua, no necesita abrir la boca para que la gente se dé cuenta de eso, que parece una Barbie, con todo y lo descerebrada. Sí, esa. Asiento con la cabeza y sonrío inocentemente a ver si de pronto la convenzo. Hanna niega una y otra vez. —No. —Niega categóricamente—. Uno —señala—. Te estás saltando el punto principal, y es que salgas a divertirte y dejes el trabajo por un par de horas. Dos, tu prima hace que cualquiera quiera saltar por la primera ventana que se encuentre con lo superficial que es, y tres, si tengo que recurrir al soborno intenso, lo voy a hacer. Así que, Lasaña, cada ocho días, por tres meses. ¿Por qué tiene ella que ser chef? ¿Y por qué tiene que conocer mi debilidad tan bien? ¿Y por qué al pensar en su lasaña se me tiene que hacer agua la boca? Mierda. Es una oferta tentadora. La chica sabe negociar. Me le quedo mirando fijamente mientras sopeso su propuesta, haciéndome la difícil. —Una hora —digo con firmeza después de unos minutos—. Sin peros, sin dejarme “a solas” —hago comillas en el aire—, con mi cita. —¡Sí! —exclama dichosa—. No te preocupes, Billy dijo que era un hombre bien parecido. ¿Un hombre bien parecido? ¿Quién utiliza esa expresión hoy en día? A parte de las abuelitas, claro. La miro levantando una ceja y cruzándome de brazos. Ya estoy empezando a arrepentirme de decir que sí. »Creo que se llama Andrew —dice a la ligera—. O Adam… algo con A. Bien, tanto Andrew como Adam son nombres lindos, aunque dudo sinceramente que sea un hombre bien parecido porque, vamos, ¿Quién puede creer que un hombre guapo necesita que uno de sus amigos le consiga una cita? ¡Por favor! Sólo los feos y desprovistos de carisma, y me perdonan el comentario falto de tacto, pero es la verdad, y la verdad a veces duele. —Ya… —murmuro—. Me puedes poner al mismísimo Thor en frente —Aunque dudo que se le parezca, ni siquiera un poco—, que no me vas a dejar a solas con él. —Señalo con el dedo índice en su dirección—. Lo digo en serio. Puedo ser realmente mordaz cuando me lo propongo, y por si no lo notaron, una absoluta blandengue en cuanto a la lasaña se refiere. Hanna levanta los brazos en señal de triunfo, y después me da un abrazo. —Nos vamos a divertir —asegura, depositando un sonoro beso en mi mejilla—. Sabes que te quiero, ¿Verdad? Le devuelvo el abrazo con una sonrisa, porque por lo menos he conseguido lasaña por tres meses. —Sí —respondo—. Sabes que te quiero también, ¿Verdad?