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1938 Words
Mi habitación era pequeña pero tenía lo necesario para vivir. Tenía ventanas, armarios para mi ropa, una cama y un rincón para que estudiara. ¿Me gustaría tener una habitación más grande y baño propio? Si, no iba mentir pero es lo que había. Estaba en mi cama, escuchando musica con mis auriculares. Hoy teníamos una cena familiar pero no me apetecía venir, así que mucho había hecho al ducharme y ponerme la ropa interior. — But I'm feeling 22 —cante a pleno pulmón la canción de la diosa Taylor. Nadie en este mundo podía decir lo contrario, podía caerte mejor o peor pero esta mujer, era quien invento las canciones de ruptura y era la mejor en hacerlas. —Nadia—me grito mi madre quitándome un auricular. Me senté en la cama y la mire. —¿Que?—le pregunte. Ella me miro con los ojos abiertos. ¿Ya había contado que mi madre tenía mucha paciencia no? Pues yo era experta en hacer que se enfadara y gritara, que era una habilidad muy importante. —Tenemos que salir ya—me dijo y la mire como si no hubiera hecho nada, que era exactamente por lo que estaba molesta—¿Puedes vestirte?—me pregunto. La mire. —No—dije y ella me miro seria, note como se le estaba empezando a agotar la paciencia por lo que mi padre también la habria estado molestado un poco. —¿Que?—me pregunto intentando mantener la calma. —Mañana tengo clase—me queje. Ella me miro seria. Los domingos, eran los días de la familia de mi madre, los días en los quisiéramos o no, cenábamos con ellos para mantener la relación, y trás la muerte de mi abuela, mi abuelo hizo que esa tradición se hizo más fuerte. Quería a mi abuelo, pero no hacía esto por él, para mi era horrible ver como toda mi familia alagaba y veneraba a mi primo mientras que a mi me despreciaban y me gritaban hasta por respirar. —Si ella puede saltárselas, yo tampoco voy—grito mi padre desde el pasillo. Mi madre respiro hondo y me miro. —Nadie se va saltar la cena—nos aviso mi madre. Sin dudarlo me cogío los cascos y el móvil, sin darme tiempo a reaccionar para que no los cogiera. —Si los quieres recuperar—me amenazó señalándome con un dedo—Vas a ponerte el vestido amarillo y estar abajo, lista y con una sonrisa en menos de dos minutos—ordeno. La mire sería pero su cara lo era mucho más. —Vale—dije sin dudarlo. Era muchas cosas, pero no era idiota, y me negaba a perder mi móvil, o a que mi madre pudiera revisarlo porque podríamos tener toda la confianza del mundo pero las lecturas que ese móvil ocultaba eran demasiado peligrosas. —Bien—me dijo antes de irse. Yo era Leo, tenía mi carácter y personalidad fuerte pero mi madre no se quedaba atrás y eso de tener la última palabra lo amaba, podría ser la persona con más paciencia y tranquilidad del planeta pero que esa mujer dominaba hasta a los tiburones, era verdad. —Cobarde—me dijo mi padre desde la puerta de mi habitación Sin dudarlo y con la confianza que tenemos, le cerré la puerta en la cara. Respire hondo. —Todo por mi móvil—me intente tranquilizar. Me acerque a mi armario y me puse el vestido amarillo que mi madre quería. Era un vestido de mangas largas pero abollonadas, de esas que parece que tienes aire en las manos, tenia un escote de hombro caido, o al menos así le llamaba mi madre pero yo me perdía en esas cosas y era hasta las rodillas, cosa que agradecían porque habitualmente cuando eran largos siempre terminaba tropezandome con él y cayéndome. Me puse unas zapatillas negras y cogí una chaqueta de cuero negra. Y mi pelo lo recogí con una coleta alta y arregle mi flequillo, porque si gente, tengo un hermoso flequillo recto. —30 segundos—grito mi madre desde la parte de abajo de la caja. Cogí mi bolso, que era amarillo con n***o y salí de mi habitación para ir con mi madre. Mi padre estaba con ella, vestido con unos vaqueros y una camiseta. —¿Tan complicado era?—me pregunto. La mire, ella iba con unos pantalones anchos rojos y una camisa roja. —¿Por que mierdad debo usar un vestido?—le pregunte y ella se acerco a mi para colocarme bien la chaqueta. —Porque no quiero discusiones con tu abuelo, y a él le gusta verte femenina—me respondio tranquila. La mire. —Le podrían dar un poco por culo al señor—dije. Mi madre me miro seria. —Perdón—dije antes de ganarme un castigo. Salimos de la casa y subimos al coche. Nosotros, por el trabajo de mi madre vivíamos cerca del agua pero mi tía vivía , más cerca de la ciudad y de todo en general. —Comportaros—nos recordó mi madre tranquila. No hablamos más, en todo el trayecto, tampoco había mucho que comentar, siempre era lo mismo, mi madre nos pedía que nos comportáremos y que no le hiciéramos pelear con su familia. No era que me llevara mal con ellos, ellos no aceptaban mi hermosa personalidad y yo no aceptaba sus ganas de hacerme ser la perfecta mujer que ellos querían, callada y sumisa, obviamente mi padre estaba conmigo y por eso mi madre nos pedía a los dos que nos comportáramos. Mi madre no estaba de acuerdo con su familia, esta segura, pero eran su familia y estoy segura que no les quiere perder y por eso, se mantenía neutral. —Prometo ser buena—le dije a mi madre cuando llegamos. Ella me miro. —Tú no eres buena ni cuando duermes—me dijo. Me reí. No me ofendió en absoluto, era su opinión, una opinión de mierda, pero su opinión,. Ella creía que no dejarse pisar era ser mala pues ella con su opinión, yo tenía mi carácter y mi forma de hacer las cosas, le gustara a quien le gustara. —Seres buenos cariño—dijo mi padre, y beso la mano de mi madre. Negué. No me molestaban sus muestras de afecto pero no me eran agradable verlas. —Mi niña—grito mi tía nada más que salí del coche. La mire. Mi tía era una gran mujer, profesora y amable pero eso no quitaba el hecho de que era madre del mayor dolor de cabeza de mi vida. —Tía—le salude. Ella siempre intentaba mantener la buena relación conmigo pero a mi me costaba, llevarme bien con ella solo haría que tuviera que ver a mi primo más de lo que ya hacía, y de normal solo me libraba de él los sábados que me quedaba en casa encerrada. —.Hermana—se acerco mi madre a mi tia para saludarse. —¿Recuerdas la palabra de emergencia?—me susurro mi padre desde detrás mía. Asentí divertida para entrar con mi tía y mi madre, seguida de mi padre a la casa. —Buenas tardes—dijo mi abuelo serio. —Buenas—le dije. Pero el dejo de mirarme y se fue a abrazar a mi madre y darle un beso en la cabeza. ¿Ya os había dicho que mi abuelo me odiaba? Porque lo hacía, hasta que llegué yo, solo tenía nietos, cinco para ser exactos y cuando mi madre se quedo embarazada iba ser el sexto bebe, por lo que tendría su propio equipo de baloncesto, deporte con el que estaba obsesionado, pero llegué yo y para él, una mujer no puede hacer deporte. —Hola minion—me saludo mi primo. Le mire mal pero luego mire mal a mi madre porque me humillara a mi misma por vestir de amarillo, no solo le bastaba con no haberme dado altura, quería humillarme. —Idiota—le salude yo. —Nadia—me llamo la atención mi abuelo pero me importaba buen poco su opinión. Cuando ya sabes que hagas lo que hagas, a tu familia no le va llegar para darte un abrazo o felicitarte, se pierde la fe en hacer las cosas, y se pierde el miedo, no voy a mentir ya que no todo eran cosas malas. —No importa abuelo, he empezado yo—me defendía mi primo. Le mire molesta. No sabía que ganaba defendiendome ahora cuando él había empezado el problema ¿No era más fácil dejarme tranquila? La gente que decía que las mujeres éramos complicadas, realmente no se había puerto a analizar a los hombres. —Vamos a cenar antes de que se enfríe la cena—dijo mi abuelo. Como hormigas sumisas, todos seguimos a mi abuelo a la mesa, quien presidió la mesa. Mi abuelo, no solo era criticó con la mujer y el deporte, también era d elos que opinaba que la mujer estaba para servir al hombre, y al menos delante de él, debíamos ser mujeres sumisas, pero no os voy a mentir, cuando él no esta, quien manda en mi casa, es mi madre. —Recuerda Nadie, se sirve por la izquierda—me remarco mi abuelo. Le mire. Para el señor, el protocolo era muy importante, claro esta que los demás lo respetaran porque a él no le importaba gritarme con la boca llena de comida o cualquier cosa, bastante desagradable. Respire hondo y le serví las verduras, siempre a él primero y luego al resto de los hombres, dejando la verdura en nuestros platos, mi madre servía la carne detrás de mi y mi tía terminaba el plato dando salsa. Al terminar, me senté en mi sitio, porque todos teníamos nuestro sitio concreto y él mío era alado de mi primo. —¿Que tal las clases?—pregunto mi abuelo, metiéndose un trozo de carne a la boca. — Bien, ahora vamos a empezar las competiciones por lo que estoy muy emocionado—dijo mi primo. Mi abuelo me miro. —Dudo mucho que quieras saber como he conseguido que dejen de usar plástico—le dije. Él me miro. Quizás no era una alumna de matriculas de honor y podía ser que suspendiera matemáticas pero era delegada y la voz de muchos estudiantes, pero a mi abuelo, eso de revolucionar al mundo enterró no  le parecía algo para aplaudir o contar. —Solo sabes revolucionar el mundo, como siempre—me dijo mi abuelo y le mire con una sonrisa. —Si sabes como soy, no se para que me preguntas—le dije. Mi primo me miro. —Abuelo deberías haber visto el discurso que dio—comento mi primo. Le mire. Estaba sorprendida porque me alagará, no porque no lo hiciera de forma habitual, mi primo si me solía alagar, era quizás después de mi padre que más me apoyaba pero eso no quitaba mi odio por él, solo nos llevábamos tres días y eso le hacía creerse superior, y os aseguro que no lo era. Pero esta vez, había hecho bien las cosas. —No importa—dijo mi abuelo y le mire—Háblame de tu equipo—ordeno mi abuelo a mi primo. Cerré los ojos y por mucho que deseara huir me contuve, respire hondo y me dedique a dejar ha hablar a mi primo mientras comía y aguantaba algún mal comentario de mi abuelo.
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