Estoy de pie en medio del jardín, la risa de los niños y el murmullo alegre de los invitados se mezclan en un ruido de fondo que apenas logro escuchar. Mi atención está fija en Azrael. Lo miro sin apartar la vista, como si en esa mirada pudiera encontrar la respuesta a todo lo que llevo preguntándome desde hace semanas. Está ahí, tan cerca, tan lleno de esa calma engañosa que siempre ha tenido, parado junto a su hermano Gedeón, que murmura algo con una sonrisa torcida. “Lo mejor es que le cuentes a Prisca sobre Grecia”. Esas palabras me golpean en el pecho con fuerza. Grecia. Lo que Azrael me dijo cuándo veníamos de regreso no tiene sentido, es una mentira tan burda que duele. Lo sé y lo confirmo al instante, cuando escucho a Gedeón decir eso, cuando veo cómo mira a Azrael con esa mezcla

