BLAKE ASHFORD
La llevé a rastras por el pasillo iluminado con luces bajas, ese rojo enfermizo que parecía beberse el aire. La pelirroja no se resistió; todo lo contrario. Reía entre dientes, como si hubiera estado esperando que alguien la arrastrara de esa manera. Su cuerpo se movía al compás de mis pasos, un péndulo de carne y deseo.
La empujé contra la puerta de la sala de dominación. El golpe seco resonó en la madera y ella gimió como si le hubiera dado un premio. Giré la llave, empujé la puerta y la metí adentro sin más.
El salón estaba oscuro salvo por la lámpara cenital. Las cadenas colgaban de los muros, los instrumentos de cuero y metal esperaban pacientes, alineados con una pulcritud que contrastaba con lo que se hacía aquí. No era un cuarto para el placer delicado. Era un cua
