BLAKE ASHFORD Desperté con la garganta hecha papel de lija y el cuerpo exhausto como después de un combate. Afuera, Manhattan rugía con su mismo ruido de siempre, pero adentro todo estaba silencioso, como si el penthouse hubiese decidido guardar mis secretos. Abrí los ojos y vi la ciudad devuelta en el cristal: un hombre de pie ante sí mismo. Era yo, y no me gustó. Me dolían los antebrazos, la espalda baja, un tirón en el bajo vientre que no aceptaba tregua. No era dolor físico, no del todo; era ese residuo que deja la obsesión cuando la apagas a destiempo. Gigi seguía en mi cabeza como una marca de agua: la piel roja, la sonrisa, ese modo de mirar a cámara que no necesita palabras para someter. Cerré los ojos y respiré hondo. Funcionó a medias. Café doble. Agua helada. Ducha breve, el

