BLAKE ASHFORD Desperté con una claridad rara, como si me hubieran abierto las ventanas por dentro y el aire frío hubiera barrido cualquier resto de humo. La ciudad estaba en su tono azul de antes del tráfico, y a mí me corría por los músculos un bienestar insolente, casi grosero, de esos que te dejan el cuerpo ligero y la cabeza filosa. No era alegría, era otra cosa más útil: calma templada, el metal justo para cortar sin esfuerzo. Me quedé un instante en la cama, respirando ese olor mezclado de jabón y electricidad vieja, y el recuerdo me llegó con precisión quirúrgica: la pantalla, el antifaz, la voz que manda y obedece, el crujir leve de la respiración de Gigi cuando entiende que el juego no le pertenece. Ese eco aún vibraba en la garganta; no necesitaba buscarlo, estaba ahí, pegado co

