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AMOR ENCADENADO. Matrimonio con un Mafioso

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Blurb

A los dieciocho años, Josefine fue usada como moneda de cambio por su padre para beneficio de sus negocios. Tras dos años, quedó viuda y nuevamente su padre la obligó a casarse con otro hombre, más oscuro y con un aura más perversa que su primer esposo.

Decidida a no seguir viviendo de esa manera, la joven buscará a toda costa que Scott Forsberg, su nuevo esposo, liquide su existencia y la libere de todos sus sufrimientos, pero… ¿realmente podrá conseguir que Scott cumpla su deseo o le mostrará otra versión que no conoce del amor?

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Capítulo 1: El final de una pesadilla
El eco de la taza rompiéndose contra la pared y el golpe de la palma sobre su mejilla, fueron los sonidos que silenciaron a todos en aquella mansión. Josephine estaba tirada en el suelo, con una mano en su rostro enrojecido y los ojos destilando el miedo, mientras observaba a su esposo. —¡¿Hasta cuándo debo decirte que así no me gusta el café?! —gritó el ruso muy cerca de su rostro. —L-lo siento, Yuri, te lo prepararé de nuevo… —¡No! Hasta las prostitutas de mi burdel lo hacen mejor que tú… ¡Ellas hacen todo mejor que tú! —se acercó más, la tomó del brazo y la levantó sin delicadeza—. Recoge todo, quiero mi casa limpia. ¡Y sin ayuda! Todos los empleados desaparecieron y Yuri se marchó, dejándola sola en aquella enorme casa oscura, fría y desoladora. Una de las muchachas del servicio se acercó rápidamente para ayudarle, pero Josefine negó con terror y le suplicó. —Por favor, no me ayudes. Sabes que tiene ojos fieles y si lo haces, nos irá mal a las dos. —Disculpe, señora, pero no puedo dejarla así. Usted es buena, no se merece lo que el señora le hace. —Según mi padre me lo merezco, por haber matado a mi madre al nacer —sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar las palabras crueles de su padre. Esa fue la razón de venderla a Yuri Moguilévich, además del poder que le daría conectar con la mafia rusa. Deshacerse de una hija inútil, asesina y demasiado frágil para ese mundo fue sencillo al casarla con un hombre despiadado como él. Aunque no estaba en la cima, Yuri fue la conexión para Aurelio Strozzi en el bajo mundo ruso y eso le abrió las puertas que necesitaba. Josefine terminó de recoger la taza y pronto comenzó a limpiar como una sirvienta más. Las primeras semanas fueron duras, pero con el tiempo se acostumbró al trato de su esposo. Ella solo era la llave para tratados más ventajosos, la mujer insignificante que nadie quería tener más que para comerciar y disfrutar de beneficios económicos. Una vida por una fortuna, eso era ella. Por la noche, se esmeró en la cena para Yuri, dejando los detalles que a él le gustaban sobre la mesa. Se vistió como lo que era, la señora de la casa, porque le gustaba tratarla como sirvienta, pero no que se viera como una. Y, tal como todos los días, a las ocho de la noche, Yuri llegó a la casa para la cena. Solo que esta vez, como algunas veces anteriores, llegó completamente borracho. —¡¿Dónde está mi mujer?! —gritó con dificultad y Josefine se apresuró en llegar junto a él—. Aquí está, la inútil buena para nada. Debiste maquillarte ese golpe, te hace ver más fea… ¡¿Quién se acostaría contigo así?! Dame agua. Ella corrió a darle lo que le pedía, Yuri se lo tomó de una vez y luego lanzó el vaso contra la pared. —¡Mañana lo limpias! Ahora, llévame a mi cama. Josefine solo guardó silencio y lo ayudó a llegar a la recámara. Por primera vez en el día se miró al espejo y vio la marca que Yuri le dejó en el rostro. Era el primer golpe que le deba, y estaba segura de que sería el primero de muchos, porque su violencia siempre había ido en aumento, nunca era menos. Lo dejó en la cama e intentó quitarle los zapatos, pero él tiró de ella y la dejó bajo su cuerpo. —Creo que después de dos años ya no me pareces tan repulsiva, muchachita. —Yuri, así no —suplicó temblando. —¡Eres mi esposa, maldita mujer! ¡Y llegó el momento de marcarte mía! ¡Que me des un heredero! —¡Heredero de qué, cuando solo eres un soldado más…! Las palabras de desafío se perdieron cuando Yuri la calló con otro golpe, esta vez más fuerte y violento. Josefine soltó un sollozo que solo alteró más al hombre. Yuri se salió de la cama, se quitó el cinturón y Josefine intentó escapar, pero mientras él la toma por uno de sus frágiles tobillos, con la otra mano tomó el cinturón dispuesto a castigarla. —Nunca más dirás algo como eso —dijo con un tono peligroso. —Perdóname, Yuri… por favor, me equivoqué, no me golpees… —el sonido del cuero contra su piel resonó en la habitación y el grito de Josefine no se hizo esperar. Suplicó por ayuda cuando llegó el segundo, el tercero… el infinito. No supo contar los golpes, porque su mente prefirió largarse de aquel infierno. Las marcas quedaron en su cuerpo como crueles testigos de lo que su esposo era, un monstruo. Cuando Yuri se sintió satisfecho del castigo, tiró de ella y le rompió el vestido como si fuera un trozo de papel. Josefine sabía que su destino estaría sellado, por lo que solo cerró los ojos y luego esperó. Pero un sonido la sacó de su terror. Yuri emitió un sonido, característico de quien se está ahogando. Para cuando ella logra moverse, el hombre está de rodillas frente a la cama, luchando por respirar y tratando de pedir ayuda. —A… Ayuda… Jose… La mujer no dudó en correr a la puerta, pasando por alto todo el dolor que sentía. Se paró en medio del pasillo y comenzó a gritar por ayuda. Pronto, los hombres de confianza de Yuri llegaron para ver qué le pasaba a su jefe, Josefine les explicó rápidamente lo ocurrido, pero no había nada que hacer. Yuri cayó inconsciente un par de minutos después y todos los ojos se fueron a Josefine, que cayó de rodillas. Todos en aquella habitación interpretaron las lágrimas de la mujer como el lamento de la esposa que perdía a su esposo. Pero en realidad, las lágrimas de Josefine eran de felicidad. Al fin era libre. Los preparativos para el funeral corrieron por parte de los hombres de Yuri, el médico determinó que un infarto le quitó la vida y, tal como hacían con todos los miembros de aquella célula de la mafia, decidieron cremarlo para evitar que vandalizaran su tumba. Cuando le entregaron la urna con sus restos a Josefine, ella vio aquella vasija oscura como su carta de libertad. Al fin era libre en su vida, heredaría la fortuna de su esposo y se iría lejos, donde nadie más la usara a su conveniencia. O al menos, eso creía ella.

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