2: Ella

942 Words
[RENZO] Olivier me había hablado muchas veces de su familia, mencionaba con orgullo en que se habían convertido cada uno de sus hijos, pero cuando hablaba de Anya, lo hacía de una manera diferente. Estaba claro que era la niña de sus ojos, pero lo que nunca me dijo, es que no era una niña, sino una mujer en toda la extensión de la palabra. Verla es definitivamente un peligro, y a pesar de que no quisiera observarla de esta manera, es imposible. Sus ojos miel apenas me miran, ella solo bebe otro sorbo de la copa que le dado mientras que yo soy seducido por sus labios «Basta Renzo» me intento convencer y respiro profundo. —¿Trabajaras a diario en la empresa? ¿o serás como esos socios que solo vienen de vez en cuando?— Rompe el silencio y sonrió. —Soy un hombre que cuida lo mío, así que iré a trabajar a diario como se debe— Contesto seguro y ella solo hace un gesto tal y como si estuviera nerviosa por algo. —Entiendo, solo para que sepas, mi padre ha decidido que tu oficina sea la que está junto a la mía, y siento si no te gusta la música clásica, pero no puedo trabajar bien si no la escucho mientras hago números— Advierte. —¿Música clásica? Pero ¿Cuántos años tienes tú? ¿80? Eso deberías dejármelo a mi— Bromeo. Es la primera vez que la veo reír y vaya que es hermosa… «¡Basta Renzo!» Me repito. —No, no tengo 80, si te interesa mi edad, tengo 25 pero no escucho nada de lo que escuchan mis amigos— Informa y doy un paso más hacia ella, algo que es una pésima decisión ya que su perfume vuelve a invadir mis sentidos. —¿Tomaste el gusto por esa música en Harvard? Tu padre hablaba de ello con una sonrisa que no le cabía en la cara— Comento y sonríe. —Se lo cuenta a todo el mundo, es como si tuviese que gritarlo o algo así— Dice de una manera que me hace mirarla con más atención. —Ya sabes, los padres son así, pero en su caso está muy bien. No todos tienen una hija que se gradúa con honores en Harvard— Expreso sincero. Anya mueve su cabello hacia atrás y me mira fijamente —Gracias, ¿y tú que? ¿te sientes orgulloso de tus hijos también?— Indaga y la miro sorprendido. —¿Los ves por aquí conmigo?— Respondo y entrecierra sus ojos. —Creo que no— Murmura con muchas dudas. —No, no están porque no tengo hijos— Declaro y ella solo se queda callada —Tampoco tengo esposa, ni novia, ni amante, ni nada de todo eso— Continuo y no tengo idea de porque he hablado más de la cuenta. —Ya…— Pronuncia nerviosa. —¿Y tú qué? ¿Ya has hecho que mi amigo sea abuelo?— Pregunto sin pensar y ríe. —¡No! ¿Cómo crees? No seré yo quien lo haga abuelo primero, eso te lo aseguro— Me responde sonriente. —¿Por qué?— Averiguo. Anya vuelve a tomar otro sorbo de la copa y yo hago lo mismo —¿Te parece si cambiamos de tema?— Propone. Asiento levemente —Siento haberme entrometido en tu vida, soy italiano y una buena conversación me gana— Me excuso. —No te preocupes, es solo que no soy muy buena hablando de mí. Soy más de las personas que se quedan calladas, tal vez porque crecí en una casa con demasiada gente y el silencio era algo que valoraba mucho— Me cuenta. —Me imagino, tienes muchísimos hermanos— Señalo y asiente. —Más de los que esperaba seguro, tal vez por eso no soy tan entusiasta con la idea de los hijos— Dice de manera divertida. Cuanto más la escucho, más entiendo porque Olivier decía todo el tiempo que Anya era una mujer muy madura y que trabajar con ella sería sencillo. Sin embargo, debo diferir con el ultimo punto. Trabajar con ella no será sencillo, es demasiado hermosa para mi propio mal, y mi debilidad con las mujeres hermosas es bastante fuerte. —¿Y tu novio está de acuerdo con esa idea que tienes de los hijos?— Inquiero y debería morderme la lengua en este mismo instante. Ella deja la copa sobre una pequeña mesa de jardín que hay cerca de nosotros y al darme cuenta de que mi copa ya está casi vacía, me acerco para hacer lo mismo. Esa mirada intensa no se separa de la mía y sonríe —El día que tenga novio se lo preguntare, por ahora no tengo que darle explicaciones a nadie— Pronuncia cuando el sonido de la música se hace más fuerte y suena una preciosa balada en italiano que invita a ser bailada. —¿Bailas?— Le propongo y me mira con una media sonrisa en su rostro. —Mejor no, mi padre está viniendo hacia aquí. Hablamos luego— Dice y sin más se aleja de mi dejando la estela del aroma de su perfume a mi alrededor. «No, ella no…» Me intento convencer cuando siento una mano sobre mi hombro. —Renzo, ven, hay personas que te quiero presentar— Habla Olivier y yo simplemente asiento. —Si, perdón, me ponía al día con Anya en unas cosas de trabajo— Miento y vuelvo a mi pose de empresario que es lo que me trajo hasta aquí.
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