La mañana siguiente comenzó como cualquier otra en el Rancho Blackwell, Tony se dirigió a la cocina, anticipando el aroma del café recién hecho y los huevos rancheros que su madre, Guadalupe, preparaba cada mañana. Sin embargo, al entrar, se encontró con una escena que le heló la sangre. Guadalupe estaba de pie frente a la estufa, una mano apoyada en el mostrador y la otra sosteniendo un trapo contra su nariz. El trapo, que solía ser blanco, estaba teñido de rojo. — ¡Amá! —gritó Tony, corriendo hacia ella. Guadalupe intentó sonreír, pero el gesto se convirtió en una mueca de dolor. — No es nada, m'hijo. Solo un poco de... Antes de que pudiera terminar la frase, sus ojos se pusieron en blanco y se desplomó. Tony la atrapó justo antes de que golpeara el suelo. — ¡María! —llamó Tony, su

