30. BESO Y MISTERIO

1152 Words
MARGARETH No puedo seguir escondiéndome del príncipe Liam. La misma reina me ha hecho llamar, y tras conversar con ella, me fue imposible negarme. La reina es una mujer que inspira respeto incluso cuando sonríe. Tiene esa mirada que parece verlo todo, hasta aquello que uno intenta guardar. Me recibió con amabilidad, y cuando mencionó a su hijo, su tono fue casi maternal, cargado de esperanza. —Sabía que si alguien podía darle una lección a mi hijo sobre cómo tratar a una mujer, esa serías tú —dijo con un orgullo que no supe si merecer—. Pero también hay que saber cuándo ceder, querida... o terminarás perdiéndote de bellas experiencias. Su consejo fue dulce, pero punzante. No respondí más que con una inclinación de cabeza y una sonrisa cortés. Agradecí su confianza, y salí del salón con un torbellino de pensamientos. Quizás tenía razón. Pero no quiero darle la oportunidad a Liam. Morir por su amor marca y por ello, no permitiré que aquellos sentimientos se recreen en mi corazón. Si tengo que domar a un don Juan, domaré a uno más interesante y sexy...como Riven. Ya habían terminado las reuniones del consejo, y sabía que el rey le concedía siempre dos horas de descanso antes de la siguiente. Así que me senté en el jardín, dejando que el murmullo de los sirvientes y las damas, hicieran su trabajo. No necesitaba buscarlo; él vendría a mí. Pero, como suele ocurrir, nada salió como lo planeé. —Debería venir a dar una vuelta con nosotras a los establos —dijo una voz femenina a mi lado. Levanté la vista y me encontré con Cordelia —una de las tantas que orbitaban alrededor de Liam, siempre perfumada y sonriente—. —Dicen que han llegado unos caballos hermosos —añadió, ladeando la cabeza—. ¿Le gustaría verlos? La invitación era tan inusual que, por un momento, pensé que se trataba de una burla. Cordelia nunca me había invitado a nada que no implicara un intento velado de humillarme. Pero su sonrisa nerviosa y el leve temblor en su voz me alertaron. Algo está pasando. Decidí seguirla. Quizá la providencia tenía un sentido del humor cruel, pero siempre eficiente. Caminamos por los corredores de piedra, el aire olía a trébol y cuero recién curtido. Cordelia avanzaba deprisa, casi arrastrándome con su paso ligero. Y entonces, de pronto, se detuvo. —Oh, no puede ser... —susurró, tomándome del brazo y empujándome detrás de una columna. Su expresión era una mezcla de fascinación y horror. Seguí su mirada... y lo vi. Lizzy. Mi hermana. Y Liam. Besándose. Por la expresión en el rostro de Cordelia, ella no tenía idea de que algo así pasaría. No fue rabia lo primero que sentí, sino un vacío helado en el pecho. Una parte de mí había alcanzado a soñar con que Liam realmente se había interesado en mí. No es que planeara aceptarlo realmente, pero igual la ilusión en mi pecho había prevalecido. Creí que este Liam era diferente. Pero me equivoqué. El libro se había demorado en tomar su curso, pero ya lo encontró. Los cuchicheos ahogados de las otras damas detrás de nosotras sonaban como cuchillas pequeñas. Cada susurro era un golpe. Cada mirada, un juicio. Entonces salí. No lo pensé. No podía quedarme ahí, oculta, siendo espectadora de mi propia humillación. Quise mostrarme fría, pero no lo conseguí. No pude evitar sentir. —¡Liam! —grité. El sonido de mi voz cortó el aire, tan fuerte que hasta los caballos relincharon en los establos. Ambos se separaron de inmediato. El rostro de Liam perdió el color; Lizzy se cubrió la boca con las manos. —Ahora no hay forma de que puedas negar tu interés en mi hermana —dije, de manera atropellada. Di media vuelta. Cada paso que di resonó como un eco de ruptura. Antes de marcharme por completo, tomé la mano de Cordelia —que temblaba, emocionada ante el espectáculo— y la miré con los ojos llenos de lágrimas contenidas. —¿Me ayudarás con tu testimonio para romper este compromiso? —pregunté. Sabía su respuesta incluso antes de oírla. Cordelia asintió con una sonrisa satisfecha. No desaprovecharía semejante oportunidad. Solté su mano y me alejé, con el corazón latiendo con furia bajo el corsé. No corrí por miedo, sino por orgullo. No iba a permitir que me vieran llorar. Solo cuando estuve lejos, fuera de la vista de todos, sentí las lágrimas recorrerme las mejillas. No eran solo por Liam. Eran por Lizzy. Por el hecho de que ella pueda ganar otra vez. No eran mis sentimientos desbordados, son los de la antigua Margareth que se negaban a morir, pero hoy por fin lo hicieron. Ví con mis propios ojos que ese futuro puede claramente pasar y que por culpa de ese hombre, volvería a morir. EN OTRO LUGAR En un pequeño poblado, al borde del territorio de la Condesa de Nolan, el silencio se volvió ley. Dicen que todos anochecieron, pero nadie amaneció. El encargado de la correspondencia llegó como siempre en las primeras luces del alba y con tan solo unos pasos dentro del pueblo, pudo notarlo. Su carruaje avanzó entre los árboles húmedos del amanecer, hasta que el camino de piedra lo condujo al corazón del pueblo. Lo que encontró lo dejó sin aliento. Las calles estaban desiertas. No había voces, ni pasos, ni humo saliendo de las chimeneas. Las puertas permanecían abiertas, las mesas servidas, los cántaros aún goteaban agua fresca... como si la vida se hubiera detenido a mitad de un respiro. Solo los animales seguían allí. Caballos atados frente a las casas, perros ladrando a la nada, aves que volaban en círculos sobre los tejados. Incluso las jaulas de los conejos estaban abiertas, y los cerdos vagaban por el empedrado con un desconcierto casi humano. El hombre descendió del carruaje con el corazón golpeándole el pecho. Llamó. Gritó nombres. Golpeó puertas. Nadie respondió. Con pasos vacilantes se internó en la escuela del pueblo. El olor a tiza aún flotaba en el aire. Los pupitres estaban alineados, los libros abiertos, las pizarras a medio escribir... Y en el fondo del aula, en lugar de niños, había cabras y ovejas encerradas, mirándolo con ojos oscuros y silenciosos. Un escalofrío recorrió su espalda. Salió tambaleándose, tropezando con su propio miedo. Apenas alcanzó el carruaje cuando comprendió que no podía —ni debía— seguir explorando. Los ocupantes del pueblo entero... había desaparecido. Solo quedaron los ecos. Y los animales, como si algo —o alguien— hubiera intercambiado los lugares de la creación por error o propósito. El funcionario dio media vuelta con manos temblorosas y látigo en alto, azuzando a los caballos con desesperación. Mientras el carruaje se alejaba a toda velocidad, juró que había escuchado algo entre los árboles. Un murmullo. O tal vez una risa. Dulce y lejana.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD