MARGARETH
Solo pude escapar con una excusa: la reina me había hecho una señal. No era verdad, pero funcionó. Hoy me sentí más odiada que nunca por las demás señoritas. Sus miradas afiladas y las risitas a mis espaldas eran prueba suficiente: el aumento de la atención masculina hacia mí había encendido su resentimiento. Y aunque intento ignorarlo, sé que tienen razón en algo. Esta noche traje demasiado revuelo conmigo.
Necesitaba un respiro. Mi primer impulso fue huir a un balcón o perderme en los jardines, pero el sentido común me gritó que allí habría gente, demasiada gente. No buscaba aire fresco, sino aire propio. Y así recordé el único lugar en el palacio al que casi nadie va durante un baile: la biblioteca del primer piso.
Entré en silencio. El olor a madera y pergamino me abrazó de manera reconfortante, apagando el bullicio de la música y las risas que llegaban desde el salón. Nadie en su sano juicio entraría aquí durante una fiesta, a menos que buscara algo más privado que un libro. Eso sería normal en mi mundo, pero aquí lo dudo. Estas damas están tan encorsetadas en normas que ni siquiera imaginarían una sesión de besos robados entre estantes.
Sonrío con amargura. Estoy pensando tonterías para distraerme. Aprieto los ojos con frustración. No soy tan madura como creí, ni estoy tan preparada para todo esto. Liam, con sus repentinas atenciones, parece cada vez más cerca. Riven, en cambio, aunque esté aquí, lo siento a kilómetros de distancia.
El calor del salón sigue pegado a mi piel. Agito el abanico con fuerza, pero no basta. Sin pensarlo demasiado, jalo uno de los cordones del corsé: se afloja apenas, insuficiente. Solo queda una opción.
Magia.
Murmuro un par de palabras y abro la ventana más próxima. Una brisa fresca se arremolina, rozándome el cuello, despeinando algunos mechones. Cierro los ojos y por primera vez en toda la noche siento que puedo respirar.
Esa calma dura un suspiro.
—Así que la prometida de mi hermano es una maga. —La voz surge a mi espalda, grave y contenida, con un filo que me hiela la sangre—. No había escuchado al respecto.
Cada vello de mi cuerpo se eriza. Giro apenas, el corazón desbocado.
Riven está aquí. A pocos pasos de la puerta, inmóvil, como si la penumbra de la biblioteca lo envolviera por completo.
¿Me siguió? Ese pensamiento enciende una chispa peligrosa de esperanza. Nadie más podría alcanzarme de esa forma. Nadie más que él.
Definitivamente, era él quien podía llegar a mí.
Un hombre hermosamente intimidante. Alto, de hombros firmes y figura equilibrada: no un gigante desproporcionado, sino la medida exacta de fuerza contenida. Sus rasgos afilados parecían esculpidos en piedra, y aun así había en ellos un aire que casi hipnotizaba.
Y sus ojos... esos ojos rojos que todos temen mirar demasiado tiempo.
—Sigues teniendo unos ojos hermosos. Impresionantes. —La frase me escapó, apenas un susurro que quemó en el aire.
Si me escuchó, no lo demostró. Su expresión permaneció impasible, fría como acero. Eso me obligó a recomponerme con rapidez, aunque mi pulso siguiera desbocado.
—Gracias por venir. —Tragué saliva, sosteniendo como pude su mirada—. Me alegra que no haya olvidado la promesa.
El silencio se estiró entre nosotros, tan tenso que podía romperse con un pestañeo. La brisa que había invocado aún agitaba las cortinas, y tuve la absurda sensación de que la magia obedecía más a su presencia que a la mía.
Riven dio un paso hacia adelante. El suelo crujió bajo su bota y todo mi cuerpo se estremeció.
—Las promesas... —su voz sonó baja, grave, como un trueno sofocado— son cadenas. Y las cadenas en ocasiones se rompen.
Un escalofrío me recorrió la espalda, aunque no aparté la vista. No podía. Había algo en él que me atraía y me aterraba al mismo tiempo.
—Entonces... —dije con un atrevimiento que ni yo reconocí como mío— espero que no rompas esta.
Sus labios se curvaron apenas, no en una sonrisa, sino en algo más ambiguo. Una sombra de emoción que no supe descifrar.
—Aún me debe un baile —dije con seriedad, obligando a mi voz a no temblar.
Él arqueó una ceja, su expresión un enigma tallado en rocas.
—¿Quiere poner celoso a mi hermano?
Fruncí el ceño. No es que ahora eso no fuera una posibilidad, pero ¿cómo le digo que mi verdadero objetivo desde que tenía diez años siempre fue él, y no Liam? Opté por una respuesta simplista, la única cuerda floja que podía transitar.
—No lo sé. —Respiré hondo—. Pero desde pequeña siempre supe que quería bailar con usted en mi fiesta de quince. Y dado que técnicamente somos familia... podemos hacerlo.
Ahora fue su ceño el que se frunció.
—Es usted una dama muy peculiar, Lady Margareth.
Se acercó, reduciendo la distancia hasta que pude sentir la fuerza magnética de su presencia. Entonces, con calma estudiada, sacó de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo oscuro y la puso en mi mano.
—No podía llegar sin un presente. Espero que le guste.
Una sonrisa escapó de mis labios, aunque él no me devolviera el gesto. Al abrir la caja, el aire de la biblioteca pareció vibrar con las luces violetas que emanaban de los pendientes en su interior.
—Son hermosos... —dije, sosteniendo uno contra la lámpara mágica. Los visos danzaban como estrellas líquidas, atrapándome.
Cuando Riven inclinó apenas la cabeza y murmuró:
—No saben que tiene magia, ¿verdad?
Mi estómago se encogió.
Por un segundo, el pendiente tembló entre mis dedos. Si alguien más escuchaba esas palabras, aunque fuese un rumor, mi intención de romper mi compromiso sería imposible. , todo lo que he estado construyendo, se desmoronaría en cuestión de días. Somos pocas la mujeres que desarrollan magia. Las damas del reino no necesitan más que una chispa para incendiar mi nombre... la magia en manos de una joven es casi un tabú.
El aire me pareció de repente más denso, como si las paredes de la biblioteca se hubieran acercado un paso. Él lo dijo con una calma insultante, sin preocuparse de lo que implicaba. ¿Era una amenaza? ¿Una advertencia? ¿O... simplemente un secreto compartido entre nosotros?
No respondí. No podía. Solo bajé lentamente la mano, cerrando la caja de terciopelo con un chasquido suave, como si ese sonido pudiera sellar la verdad que me había expuesto. Y entonces él inclinó apenas la cabeza hacia mí, como si estuviera saboreando la tensión que acababa de crear.
Riven era un hombre hermosamente peligroso, y lo sabía. Un conquistador nato. Un mujeriego que jugaba con fuego porque nunca había temido quemarse.
Y de pronto, antes de que pudiera reaccionar, sus labios rozaron la parte descubierta de mi cuello, justo detrás. Un contacto fugaz, pícaro, que me tensó entera pero que encendió dentro de mí un deseo culpable, casi prohibido.
Era tentador.
Demasiado tentador.
Quise probar sus labios, hundirme en esa atracción oscura... pero no podía darme ese gusto. Oficialmente, yo pertenecía a Liam.
Me aparté con un ademán brusco y giré sobre mis talones, clavando la mirada en él mientras ponía la punta de mi abanico contra su pecho.
—No se confunda, príncipe. Soy una mujer que respeta su compromiso y que se hace respetar de los hombres.
Lo siguiente no lo dije, solo lo pensé, con la fuerza de un juramento silencioso: Pero en dos años seré libre... y entonces iré por ti.
Las comisuras de sus labios se alzaron, y en su mirada brilló un desafío que me hizo contener la respiración.
—Entonces le pagaré ese baile. —dijo, extendiendo su mano hacia mí.
Mi pulso tembló al tomarla.
Y en ese instante, una explosión sacudió la mansión.
Los cristales de las ventanas estallaron como lluvia mortal y el caos se desató, cortando de raíz la tensión que ardía entre nosotros.