CAPÍTULO 2: MORIR

1591 Words
CAPÍTULO 2: MORIR NARRA FABIEN LACROIX —Necesito que envíes el pedido del whisky a más tardar mañana, o me quedaré vendiéndoles no hay a mis clientes, el fin de semana. —Lo siento, Fabien, pero de verdad estamos teniendo problemas con las salidas de los cargamentos —se excusó mi proveedor desde el otro lado del teléfono y yo puse los ojos en blanco, pues, si había algo que detestaba eran las excusas baratas—. Los fuertes torrenciales que han caído en Speyside han provocado fuertes inundaciones y crecidas en la marea, por lo que la guardia marina no está permitiendo que las embarcaciones salgan a alta mar. —¡Me importa una mierda, Sam! —rugí y mi rugido despertó a mi pequeña princesa, quien dormitaba tranquilamente en su moisés, pues ese día me tocaba hacerla de niñero, porque mi princesa mayor estaba acompañando a mi hermana a sacar las cosas del apartamento que antes compartía con el hijo de perra de Renaud. Angeline lloró, molesta porque su papá había interrumpido su sueño y me tocó calmarla, arrullándola con suavidad, pero de nada sirvió, porque continuó llorando. —Escucha, haz todo lo posible por enviar una embarcación para mí y te prometo que voy a compensarte bien —bajé la voz para no poner más inquieta a Angeline, pero nada la tranquilizaba, y comenzó a llorar a gritos, como si la estuvieran matando—. Tengo que colgar. No esperé la respuesta de parte de Sam y corté la llamada, para apresurarme a tomar a la enrabietada princesita entre mis brazos, quien no dejaba de lloriquear y ya estaba pidiendo a su madre. —Tranquila, mi princesita. Aquí está tu papi —susurré con dulzura. —Quiero mami —lloraba amargamente, tan dramática como su mamá. Me paseé de un lado a otro, arrullándola, hasta que se volvió a quedar dormida. Si un tiempo atrás me hubiesen dicho que yo me iba a encontrar en estas instancias, comportándome como un osito de peluche que destila miel por todos lados, siendo un padre de familia, y amando a una mujer con toda mi alma y mi corazón, me habría reído con una sonora carcajada y habría mandado a la mierda al idiota que habría dicho tal cosa. Yo había sido un hombre malo. Había matado a muchos hombres, había tenido a muchas mujeres, mujeres que no habían significado más que un hoyo en el que pude poner mi v***a y buscar satisfacción, y esa cosa llamada amor, no había sido más que un chiste para mí. Todo eso, hasta que la princesita mayor se atravesó en mi camino y me besó en esa calle de Mónaco, mientras ambos huíamos, por diferentes circunstancias. Luego, cuando volvió a atravesarse en mi jodido camino, me marcó como suyo de la forma más impredecible y graciosa que podía existir, y, desde esa vomitada, supe que la quería para mí. Bueno, la quería para un acostón, pero terminé jodidamente enamorado de ella y desde entonces, ella y mis hijos, lo son todo para mí. Miré la hora en mi reloj de pulsera y me pregunté por qué se estaban tardando tanto. Ya tenían una hora de retraso, desde la supuesta hora en la que tenían que haber llegado. Volví a acostar a Angeline en su moisés, con suma calma, lentitud y silencio, para que no se despertara, y tomé mi teléfono para llamarles y preguntar por qué no habían regresado aún. Para Evangeline y para Noemie, mi hermana, yo era un paranoico que se la pasaba pensando en desgracias y era demasiado sobreprotector, y quizá era verdad. Lo era. Pero todo se debía a las cosas que mi hermana y yo habíamos pasado en nuestra niñez, y a los problemas en los que nos habíamos visto involucrados recientemente. El tono de llamada sonó varias veces y luego me envió a la contestadora automática. Le marqué dos veces más a Evangeline y fue lo mismo, así que decidí llamar a Luc. Me mandó directo a la contestadora automática las dos veces que le marqué, y todas las alarmas de mi cabeza se dispararon. No podía ser demasiada coincidencia y, además, Luc nunca, en todos los años que había trabajado para mí, había tenido su teléfono apagado o sin señal. Si yo le llamaba, contestaba de inmediato, porque sabía muy bien que si no lo hacía, me desesperaba. Mi lado psicótico hizo mella en mi cabeza y, alarmado, hice el último intento; llamé a Noemie y fue lo mismo, no obtuve contestación. Me rasqué la cabeza con desesperación y volteé a ver a Angeline. Quería ir yo mismo a buscarlos y cerciorarme de que todo estaba bien, pero no podía dejar sola a mi hija. Llamé a todos mis hombres y les ordené moverse de inmediato por toda la puta ciudad para buscarlos, empezando por el departamento en el que antes vivía Noemie. Pasó alrededor de una media hora, cuando a mi teléfono entró la llamada de uno de mis hombres. Contesté al instante, ni siquiera terminó el primer timbre. —¿Dime? —inquirí, sonando tan desesperado como en realidad lo estaba. —Señor... —guardó silencio y su actitud me dijo que algo andaba mal. —¿Qué sucede, Louis? Me alejé de la sala y sobre todo de Angeline, ya que no quería volver a despertarla, pues estaba alzando la voz y tenía ganas de ponerme a gritar como el loco desquiciado que era. —Por una mierda... ¿Qué está sucediendo, Louis? —insistí, demandante, furioso, exasperado y desesperado, cuando no respondió. —La mafia italiana, señor... —Fue lo único que dijo y no necesité más palabras para entender lo que estaba pasando y saber que mi mundo completo se había ido a la mierda. —¿Cómo están? ¿Cómo están mi mujer, mi hermana y Luc? —grité. Otro silencio desesperante. —¡Dímelo! —rugí, sintiendo que quería meterme por el teléfono y llegar al otro lado, para agarrarlo por el cuello y sacarle la respuesta a punta de puñetazos. —Luc está muerto, Señor. —Mi corazón se aceleró y golpeó con fuerza contra mi pecho—. Noemie fue llevada por los italianos. —Contuve el aliento—, y su esposa fue llevada al hospital... al borde de la muerte —sentí que morí. [...] —¡Busco a Evangeline Lacroix! —exclamé, todavía alterado, cuando me paré frente al cubículo de información del hospital al que supuestamente habían traído a Evangeline. —Buenas tardes, señor —dijo la mujer que estaba ahí—. ¿Usted es familiar de ella? —¡Por una mierda, soy su esposo! —rugí, exasperado. No podía entender por qué mierda perdían el tiempo con semejantes preguntas más estúpidas. —Disculpe, señor. Pero no estamos autorizados a dar información a personas que no sean familiares de los pacientes. —¿Dónde está mi esposa? —grité, llamando la atención de todas las personas que ahí había. La mujer batió las pestañas y lució contrariada por mi arrebato, sin embargo, tecleó algo en su computador y luego regresó la vista a mí. —Ella ha sido ingresada a la unidad de urgencias... —¿Dónde está eso? —Debe tomar ese pasillo —señaló a mi derecha—, camine derecho y luego a la izquierda, al fondo encontrará la sala de... No esperé a que terminara de hablar, y salí disparado hacia donde me había indicado. Lo primero que hice al llegar al área de urgencias, fue buscar a un doctor o a una enfermera. —¿Señorita? ¿Señorita? Una enfermera que venía saliendo de las puertas que llevaban al área donde una persona particular no podía entrar, se detuvo al escuchar mi voz. —¿Dígame, señor? —Mi esposa fue ingresada aquí... se llama Evangeline... —¿La embarazada que estaba en el atentado de San Francesco? Restregué una de mis manos contra mi rostro y asentí, meneando la cabeza. —¿Cómo está ella? ¿Y mi bebé...? Sin poder evitarlo, mi voz se quebró. Estaba a nada de ponerme a llorar como un maldito crío. Si algo les pasaba, no me lo iba a perdonar jamás. Me llevé las manos a la cabeza y negué. Nada podía pasarles. Tenían que estar bien, o me iba a morir. —Le están practicando una cesárea de emergencia, señor. —¿Cesárea? —Una punzada de dolor oprimió mi corazón y tragué saliva—. Ella solo tiene cinco meses de embarazo. —Los golpes que sufrió fueron severos, señor. —La vi tomar aire y pareció angustiada, mientras colocaba su mano en mi hombro—. Esto no es para nada fácil y quiero que lo tome con calma. —¿Calma? —Tenía que estar loca. Yo no me iba a tomar esto con calma, jamás. —Ambos están al borde de la muerte y es probable que ninguno de los dos resista Mi corazón dio un vuelco en mi pecho y sentí que mi mundo se acabó con aquellas palabras. No podía ser cierto. Nada de eso podía ser verdad y yo tenía que estar soñando... Seguramente, estaba teniendo una de esas malditas pesadillas que siempre tenía, por mi paranoia a creer que toda la felicidad que estaba teniendo se iba a ir a la mierda tarde o temprano. —La cesárea es la única solución, para que ya sea que su esposa no lo logre, poder salvarle la vida a su hijo.
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