Remotas, llegando hasta el importante puerto, las campanas de la antigua e imponente catedral de Palermo repicaron dolorosas, llamando a todos los habitantes de la decadente ciudad al enorme funeral que se estaba llevando a cabo dentro de ella.
Congregados en la enorme plaza que había frente a la catedral, los turistas se abanicaban con coloridos abanicos de mano para calmar el abrasante calor que el sol de la una de la tarde provocaba. Incómodos y desesperados, estos se removían inquietos en sus lugares, esperando poder entrar y formar las largas filas que cada día se formaban en la entrada, para poder comprar los boletos de los famosos tours que la iglesia ofrecía a los miles de turistas que cada día visitaban la ciudad para conocer su historia sangrienta, zanjada por la corrupción y la lucha entre mafias.
Algunos de los turistas más intrépidos, pasaban por alto el dolor y la pena de los congregados en el funeral, y se introducían dentro de la catedral para tomar sus tan ansiadas fotografías de los altares dedicados a Santa Rosalía, patrona de la ciudad.
Aterradores hombres, vestidos con elegantes trajes negros, gafas oscuras de sol, con sus pieles teñidas con enormes tatuajes y rostros con expresiones frías y aterradoras, les arrebataban los teléfonos móviles y cámaras fotográficas a dichos turistas y los lanzaban contra las paredes y contra el suelo de la catedral, dejándolos inservibles. Si alguien se atrevía a protestar por el trato, rápidamente palidecía y salía huyendo de allí, al encontrarse con el cañón de una pistola entre sus cejas.
Frente al altar principal, el solitario y reluciente ataúd de acero inoxidable y cubierto por una chapa de oro, estaba adornado por un enorme ramo armado con 500 rosas blancas. Otros cientos de arreglos florales, en colores blanco, amarillo y azul, y decorados con una cinta blanca y mensajes de pésame, se desperdigaban alrededor, cubriendo el suelo de antiguas losas de tiempos inmemoriales.
Los periodistas esperaban impacientes frente a las puertas, sosteniendo la esperanza de poder capturar una sola imagen del ataúd que contenía el cuerpo de la gran leyenda de Palermo, El viejo León de Sicilia, y lograr obtener una declaración que respondiera la gran pregunta que todos se habían hecho durante tres intensos días: ¿Quién había matado a Domenico de Giorgio?
El Gran Capo que gobernaba el bajo y tenebroso mundo de sangre, muerte y adicciones, había muerto tres días antes de forma cruel, a manos de un enemigo misterioso y cientos de personas se habían congregado en el funeral para darle el último adiós o para saciar su sed curiosa.
El capo de capos, era conocido por todos y su leyenda era pasada de boca en boca, por todo el extenso territorio europeo. Su rostro era familiar por el ciento de veces que había pasado por los noticieros más famosos o por las portadas de los periódicos de todo el país. Sin embargo, nadie nunca le había podido dar captura, a pesar de que el gran rey oscuro jamás se había escondido y mucho menos había escondido sus ilícitas actividades. El Gran Capo era quien gobernaba en la decadente Italia y nadie, desde las autoridades hasta los gobernantes, se atrevía a oponerse a sus disposiciones, porque a quien osaba hacerlo, le deparaba un final de muerte.
Cuando la misa terminó y todos salieron de la catedral, con rumbo al cementerio mayor de la ciudad, Gianni Cappellari, su nieto y el único heredero de La Cosa Nostra y del viejo León, ordenó a sus hombres echar fuera de los terrenos de la Catedral a los periodistas y a los turistas, para que pudieran darle paso al cortejo fúnebre.
Después del entierro que se llevó a cabo bajo estricta privacidad, Gianni ordenó a todos dejarlo solo ante la tumba de su abuelo. Únicamente quedaron con él sus cinco hombres de más confianza y que habían servido fielmente a su abuelo durante muchos años.
Se arrodilló sobre el montículo de tierra que aún estaba húmedo, cogió un puñado de tierra y lo apretó en su mano, mientras hizo un juramento de venganza y muerte, hablándole a sus hombres.
—Vamos a hacer que el hijo de puta que mató a mi nonno llore lágrimas de sangre y, entre dolor y sufrimiento, se arrepienta de haberle quitado la vida al Viejo León de Sicilia y, sobre todo, de haberse metido con el gran Príncipe de la Cosa Nostra.