La primera noche que no morí

1493 Words
La oscuridad del Nivel Inferior no era simple ausencia de luz. Era una cosa viva que se metía por la nariz, por los oídos, por los poros. Olía a orines viejos, sangre seca y miedo rancio. Alejandro estaba sentado contra la pared fría, la espalda llena de moretones frescos, la respiración entrecortada por las costillas rotas. Rata de Acero seguía en el suelo, gimiendo y agarrándose la rodilla destrozada. Los otros once reclusos se habían hecho pequeños en sus esquinas, mirándolo como si acabara de bajar del infierno con nombre propio. Zoltar habló desde sus cadenas, voz baja pero firme como acero: «Escucha bien, muchacho. Tienes exactamente cinco minutos antes de que los guardias hagan la ronda nocturna. Aquí abajo, cuando alguien humilla al jefe de la celda, los guardias lo arreglan de noche. Y esta noche vienes tú de paquete regalo.» Alejandro apretó el anillo contra el pecho. El calor verde volvió a correr por sus venas, pero débil, como un susurro de vida en medio de la muerte. «¿Cuántos vendrán?» «Cuatro. El capitán Korr, Nivel 7. Tres perros suyos, Nivel 5 cada uno. Sin el anillo estarías muerto antes de que abrieran la puerta. Con el anillo… tienes una posibilidad. Y solo una.» Alejandro sonrió sin humor. «Entonces me aseguraré de que sea suficiente.» 00:47 – La ronda de sangre Las luces de éter parpadearon dos veces. Cuatro sombras entraron en la celda con pasos pesados. El capitán Korr era un bloque de músculo con una cicatriz que le cruzaba la cara desde la sien hasta la comisura de la boca. Llevaba una porra de hierro n***o reforzado con runas de supresión y una sonrisa de tiburón que mostraba un diente de oro. «Rata de Acero, ¿verdad que este cachorro te rompió la pierna?» Rata, todavía en el suelo, asintió con odio puro en los ojos. Korr miró a Alejandro como quien mira a una cucaracha antes de pisarla. «Regla del Pozo, novato: los que rompen piernas… pierden las suyas. Y las manos. Y la lengua.» Los tres guardias avanzaron formando semicírculo. Alejandro se levantó despacio, sintiendo cada hueso roto protestar. El anillo brilló una sola vez, apenas perceptible. «Regla nueva», dijo con voz tranquila que resonó en la celda. «Los que vienen de noche… se van en camilla.» Korr soltó una carcajada que retumbó en las paredes. «Me gusta tu actitud, perrito. Lástima que no vivas para contarlo.» Y cargó. El primer golpe de la porra iba directo a la cabeza. Alejandro lo esquivó por un pelo; sintió el viento cortarle la mejilla y el impacto destrozar la pared detrás de él. Usó el impulso para girar y clavar el codo en las costillas del guardia más cercano. Crack. El hombre cayó sin aire, agarrándose el costado roto. Los otros dos dudaron una fracción de segundo. Fue suficiente. Alejandro saltó hacia Korr, bloqueó un segundo golpe con el antebrazo (el dolor fue como si le rompieran el hueso otra vez) y metió un rodillazo brutal en el estómago del capitán. Korr se dobló. Alejandro le quitó la porra de un tirón y la estrelló contra su nuca con toda la fuerza del anillo. El capitán cayó de bruces, inconsciente, sangre saliendo de la herida. Los dos guardias restantes se miraron. Luego miraron a los once reclusos que observaban en silencio absoluto. Y decidieron que no valía la pena morir por un sueldo de mierda. Salieron corriendo, dejando la puerta abierta. En menos de diez segundos, la celda volvió a quedarse en silencio. Rata de Acero se arrastró hasta la pared, pálido como un cadáver. «Estás muerto… cuando Korr despierte, traerá a toda la guardia…» Alejandro se agachó frente a él, limpiándose la sangre de la boca. ivamente. «No. Tú vas a decirle que fue un accidente. Que te caíste solo. Porque si no… la próxima vez que me mires, será lo último que veas.» Rata tragó saliva y asintió tan rápido que parecía un muñeco roto. Zoltar soltó una carcajada seca que resonó como campana rota. «Bienvenido al juego, heredero. Ahora eres intocable… durante unas horas.» 03:12 – La visita imposible Un ruido metálico en la puerta. Todos se tensaron como cuerdas de arco. Una figura pequeña entró envuelta en una capa negra con capucha. Dos guardias la escoltaban… pero caminaban detrás de ella, no delante. La figura se quitó la capucha. June. Cabello plateado que brillaba incluso en la oscuridad, ojos verdes esmeralda que parecían dos faros en medio del infierno. Los reclusos se quedaron mudos. Algunos hasta retrocedieron contra la pared. Ella ignoró a todos y fue directa hacia Alejandro. «Te dije que vendría.» Alejandro parpadeó, atónito, la boca abierta. «¿Cómo demonios entraste? ¡Esto es el Nivel Inferior!» June sacó un sello de jade del bolsillo. El sello oficial del Director de la Prisión de Eclor, con el dragón imperial grabado. «Le salvé la vida a su hija hace dos años. Una fiebre de éter n***o. Nadie más podía curarla. Me debía un favor. Y acabo de cobrarlo.» Se arrodilló frente a él, abrió su bolsa médica y empezó a sacar agujas de plata, frascos de cristal y vendas limpias. «Tienes tres costillas rotas, bazo inflamado, hemorragia interna leve y un meridiano bloqueado. Quédate quieto o te desangras antes del amanecer.» Sus dedos brillaron con éter verde puro mientras trabajaba. Cada aguja que clavaba era un latido de alivio que hacía que Alejandro casi gimiera de placer. Los reclusos miraban con la boca abierta. Nadie, nunca, había entrado así al Nivel Inferior. June habló sin levantar la vista, voz baja pero firme: «Escuché los rumores en el mercado. Dijeron que habías matado a Lord Vexar. Yo sabía que era mentira. Te vi hace un mes curando a un niño que se había caído de un carro. Un asesino no hace eso. Un asesino no mira a un niño como si fuera lo más importante del mundo.» Alejandro no pudo evitar mirarla fijamente. «¿Por qué arriesgas todo por un desconocido?» Ella clavó la última aguja y finalmente lo miró a los ojos. «Porque cuando te vi encadenado… sentí que si morías, una parte de mí también lo haría. Y no estoy dispuesta a dejar que eso pase. Nunca.» Un silencio pesado cayó en la celda. Zoltar soltó un silbido bajo. «La sanadora de ojos verdes… el Dragón de Jade acaba de encontrar su primera aliada. Y qué aliada.» June terminó, se levantó y le puso tres frascos pequeños en la mano. «Bebe uno cada noche. El rojo para la sangre. El verde para el meridiano. El transparente para el dolor. Te mantendrán vivo hasta que salgamos de aquí.» Alejandro cerró los dedos alrededor de los frascos como si fueran oro puro. «¿Salir? Esto es cadena perpetua, June. No hay salida.» June sonrió por primera vez. Una sonrisa que iluminó la celda entera, incluso sin luz. «No para ti. No mientras yo respire. Tres meses, Alejandro. Aguanta tres meses. Yo moveré el mundo para sacarte. Y si tengo que quemar Lirion entero… lo haré.» Los guardias carraspearon desde la puerta. «Se acaba el tiempo, señorita June.» Ella se puso la capucha otra vez. Antes de irse, se inclinó y susurró al oído de Alejandro, tan cerca que él sintió su aliento cálido: «Y cuando salgas… te estaré esperando.» Y se fue. La puerta se cerró con un clang definitivo. Alejandro se quedó mirando los frascos como si fueran la cosa más valiosa del universo. Rata de Acero habló desde el suelo, voz temblorosa: «¿Quién… quién demonios eres tú, novato?» Alejandro sonrió en la oscuridad. «Alguien que ya no está solo.» 05:00 – Superficie, mansión Vexar Darius Vexar recibió el informe a las cinco de la mañana. El capitán Korr, con la cabeza vendada y sangre seca en la nuca, temblaba frente a él. «El chico… el chico nos humilló, joven amo. Es como si tuviera un artefacto prohibido…» Darius estrelló la copa contra la pared. «¡Imposible! ¡Los grilletes de supresión son de grado imperial!» Korr tragó saliva. «Y… y una sanadora entró esta noche. June de los Bosques de Plata. Traía el sello del director. Curó al prisionero delante de todos.» El rostro de Darius se contorsionó hasta volverse irreconocible. «June… esa maldita mosca muerta…» Se levantó, ojos brillando con odio puro. «Escucha bien, Korr. Tienes una semana. O el chico muere… o tú ocuparás su lugar en el Pozo. Y esta vez no habrá sanadora que te salve.» Korr salió corriendo. Darius se quedó solo, mirando el retrato de su padre. «Pensaste que podías quitarme todo, ¿verdad, viejo? Pues ahora voy a borrar hasta el último rastro de los que te fueron leales. Empezando por ese bastardo… y terminando por esa sanadora que se cree heroína.» Y en la celda del Nivel Inferior, Alejandro cerró los ojos, sintió el calor del anillo y empezó a contar los días. Tres meses. Solo tres meses.
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