El día que el director de Eclor se arrodilló

1437 Words
00:17 – Pasillo del director Los dos guardias imperiales caminaban delante como estatuas doradas. Sus lanzas de éter blanco brillaban tanto que dolían los ojos. Alejandro iba en medio, todavía con los grilletes de supresión, pero ya no le pesaban; eran solo hierro frío contra la piel. Detrás, el director Voss sudaba tanto que sus botas dejaban huellas húmedas en el mármol. Subieron escaleras que olían a cera y miedo. Pasaron el Nivel Medio, donde los presos gritaban al verlo subir. Pasaron el Nivel Superior, donde los nobles presos se apartaban de las rejas como si fuera un fantasma. Llegaron a una puerta de jade n***o con runas doradas que nunca había estado abierta para ningún prisionero. Voss habló con voz temblorosa, casi un chillido: «Entra solo. Ellos… ellos te están esperando.» Alejandro arqueó una ceja. «¿Ellos?» El director tragó saliva tan fuerte que se oyó. «Lord Harlan… la heredera de Celestial Holdings… y… y la sanadora June.» El corazón de Alejandro dio un vuelco tan fuerte que casi le duele. 00:25 – La sala de jade La puerta se abrió sola con un susurro de éter. Dentro había cuatro personas (contando al guardia imperial que cerró la puerta desde fuera). Lord Harlan, el mismo capitán que lo había salvado en la guerra fronteriza del año pasado, ahora vestido de terciopelo n***o y oro, con el rostro pálido por la culpa y el alcohol de años. Una mujer que Alejandro nunca había visto en persona, pero cuyo rostro aparecía en todos los cristales de visión del reino: Elara Thorne, veintitrés años, cabello n***o azabache recogido en un moño perfecto, ojos dorados que parecían pesar el alma y el bolsillo al mismo tiempo. Vestido rojo sangre con bordados de oro que costaban más que toda la prisión. La reina del comercio de Lirion, la mujer que podía comprar ciudades con una sola firma y destruirlas con otra. Y June. June estaba allí, de pie junto a la ventana, con la misma túnica sencilla manchada de hierbas, pero los ojos rojos de llorar y las manos temblando. Cuando lo vio entrar, dio un paso adelante… y se detuvo, como si no supiera si tenía derecho a tocarlo después de todo lo que había visto en el Pozo. Harlan habló primero, voz rota como cristal pisoteado: «Alejandro… por todos los dioses del cielo y del infierno, ¿qué te han hecho?» Elara no dijo nada. Solo lo miró de arriba abajo, lentamente, como si estuviera calculando cuánto valía ahora, cuánto valdría mañana y cuánto costaría domarlo. Alejandro mantuvo la calma, aunque por dentro quería correr y abrazar a June hasta que el mundo desapareciera. «Me acusaron de un crimen que no cometí. Me metieron en el Pozo. Y sigo vivo. Eso es todo.» Harlan se giró hacia el director Voss, que temblaba en la puerta como un flan. «¡Libéralo! ¡Ahora mismo, maldita sea!» Voss balbuceó, la cara roja: «¡No puedo! ¡El sello del juicio es del Consejo de Lirion! ¡Solo el joven amo Darius puede revocarlo o…!» Elara habló por primera vez. Su voz era hielo puro, pero cortaba más que cualquier espada. «Darius Vexar ya no puede nada.» Sacó un pergamino dorado del bolsillo interior de su vestido y lo desplegó sobre la mesa con un golpe seco. «Contrato de recompra total de la deuda de la prisión de Eclor. Firmado esta tarde por Celestial Holdings por un total de trescientos millones de lumen de oro. A partir de este momento, yo soy la propietaria legal de esta instalación. Y de todos sus prisioneros.» Voss se quedó blanco como la cal. Elara continuó, sin alzar la voz, pero cada palabra era un martillo: «Orden de liberación inmediata del prisionero Alejandro, número 8741. Firmada por mí, sellada por el Consejo de Comercio Imperial y respaldada por la garantía personal de Lord Harlan. Ejecutable en este mismo instante. Cualquier demora será considerada traición al Reino y al Comercio.» Harlan dio un paso al frente, poniendo su sello de capitán retirado al lado del de Elara. «Y yo aporto mi firma como testigo de honor y antiguo comandante del acusado. Quien se oponga… responderá ante mí y ante mi espada.» Voss cayó de rodillas, literalmente. El hombre gordo se arrastró hasta los pies de Elara y empezó a besar el dobladillo de su vestido. «Sí… sí, mi señora… ¡inmediatamente!» 00:40 – La liberación Dos guardias imperiales le quitaron los grilletes con una llave de cristal n***o. El sonido del metal al caer fue lo más bonito que Alejandro había oído en toda su vida. June no esperó más. Corrió hacia él y lo abrazó tan fuerte que le crujieron las costillas recién curadas. «Lo hice… lo hice… te prometí que te sacaría…» Alejandro la abrazó de vuelta, hundiendo la cara en su cabello plateado que olía a hierbas y a lluvia. «Te dije que aguantaría tres meses. Tú lo hiciste en tres días.» Elara los observó en silencio, los ojos dorados entrecerrados, una leve sonrisa en los labios que podía ser diversión… o cálculo. Harlan carraspeó, incómodo. «Tenemos que hablar, muchacho. Hay cosas que debes saber… sobre tu linaje… sobre quién te quiere muerto… y sobre por qué nunca debiste sobrevivir.» 01:10 – La verdad a medias Sentados en la sala privada del director, con vino de verdad, carne asada y pan que no sabía a moho por primera vez en días. Harlan bebió medio cáliz de un trago y empezó: «Tu padre no era un simple mercenario, Alejandro. Era Alexei de los Guardianes Celestiales, el último heredero legítimo del Séptimo Santuario. Vorath lo asesinó hace veintidós años junto a toda tu familia. Zoltar era su mayordomo personal y el único que logró escapar con las reliquias: el anillo y el colgante que llevas. Tú… eres el heredero que nunca debieron dejar vivir.» Alejandro sintió que el anillo quemaba como fuego. Elara continuó, fría y directa como siempre: «Darius no actuó solo. Es un peón. Tiene un respaldo mucho más grande: el Clan de las Tinieblas Supremas. Alguien que lleva años esperando que el Dragón de Jade reaparezca… para cortarle la cabeza antes de que despierte del todo.» June apretó su mano por debajo de la mesa. «Por eso te saqué hoy. Porque si te quedas más tiempo… no habrá segunda oportunidad. Y yo… no puedo perderte.» Alejandro miró a los tres. «Entonces… ¿qué sigue?» Elara sonrió por primera vez. Una sonrisa peligrosa, hermosa y aterradora al mismo tiempo. «Primero, te doy un baño, ropa nueva y un contrato que te hará más rico de lo que Darius jamás soñó. Segundo, te doy un ejército de abogados, mercaderes y asesinos si hace falta. Tercero… vamos a hacer que Darius Vexar se arrodille en la plaza pública y pida clemencia… antes de que le arranquemos hasta el último lumen, hasta el último amigo y hasta el último aliento.» Harlan levantó su copa. «Brindemos por eso.» 03:00 – El nuevo Alejandro Salieron de Eclor por la puerta principal al amanecer. Alejandro llevaba una túnica negra con bordados verdes que Elara le había traído personalmente. El cabello cortado, la cara limpia, cicatrices aún visibles pero ya no sangrantes. Y una expresión que ya no era de prisionero. En la entrada, cientos de curiosos, reporteros de cristal de visión y hasta nobles menores esperaban la ejecución pública que nunca llegó. Cuando lo vieron salir libre, al lado de Lord Harlan, June y la mismísima Elara Thorne… Lirion entero se quedó en silencio absoluto. Entonces alguien gritó: «¡El asesino del Lord Vexar está libre!» Elara alzó la mano con elegancia letal. Y habló con voz que llegó a todos los cristales de visión del reino entero: «Alejandro nunca mató a nadie. Fue una trampa del Clan Vexar orquestada por Darius Vexar. Hoy, Celestial Holdings declara oficialmente la guerra comercial total al Clan Vexar. En siete días, subastaremos cada piedra, cada deuda y cada esclavo que poseían. Y el que se atreva a pujar por ellos… será nuestro enemigo eterno.» La multitud estalló en gritos, aplausos y abucheos. Darius, viendo la transmisión desde su mansión, rompió el cristal de visión con el puño desnudo. La sangre le corrió por los nudillos mientras gritaba: «¡Esto no termina aquí! ¡Esto no termina NUNCA!» Y Alejandro, por primera vez en su vida… miró al cielo del amanecer, abrazó a June con un brazo, aceptó el contrato que Elara le tendía con el otro… y sonrió de verdad. Porque el Dragón de Jade ya no estaba encadenado. Y el mundo entero estaba a punto de arder.
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