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3953 Words
A primera hora de la mañana, Flora se despertaba totalmente descansada y con las fuerzas recuperadas. Se estiró perezosamente en la cama, aferrándose a esos últimos segundos de serenidad antes de abrir los ojos completamente. Recordó entonces, que su plan había sido el de permanecer despierta, y un súbito impulso de alerta la hizo saltar de la cama comprobando que Clara siguiera allí. En efecto, la pequeña seguía durmiendo plácidamente, con su cabello dorado tapando parte de su rostro. La visión de su pequeña hermana tan tranquila la hizo sentir calmada y menos preocupada. Nadie parecía haber entrado en la habitación, y todo parecía ir bien. Se acercó al reloj de la cómoda, observando que eran casi las diez de la mañana, decidió que era hora de despertar a Clara, y bajar a la taberna para hablar con Lúthien y agradecerle su amabilidad. No estaba segura completamente de si podía confiar en ella, pero hasta el momento no habían tenido ningún problema. Se acercó entonces a su hermana y delicadamente le tocó el hombro. —Clara, es hora de despertar —dijo en un tono de voz suave, pero lo suficientemente alto para que ella lo oyera—. Buenos días enana. —Buenos días, Flora. Tengo hambre. —Acabas de despertar, al menos lávate la cara —espetó la mayor—. Luego bajemos e intentemos averiguar dónde estamos. Perezosamente, Clara se levantó. Se lavaron el rostro, cepillaron sus dientes y se acomodaron el cabello lo mejor que pudieron, pues no tenían cepillo. —Mi cabello es ondulado, y se encrespa muy fácil si no lo cepillo —lamentaba Clara. —Quizás Lúthien tenga un cepillo... Es lo único que se me ocurre. Alguien tocó la puerta en ese momento. Ambas hermanas se quedaron clavadas en el baño sin saber muy bien cómo actuar. —¿Niñas?. Soy Lúthien, vine a traeros algo de ropa. Se miraron, y Clara fue la primera en dar el paso hacia la puerta, seguida instantes después por su hermana. —Hola señorita Lúthien —saludó sonriente la pequeña mientras abría la puerta dándole paso. —Hola pequeñas. ¿Durmieron bien? —preguntó mientras se acercaba a la cama con algo de ropa en sus manos. El día anterior, la habían visto con su vestido verde, y el mandil, pero esa mañana parecía vestir con pijama de algodón; un pijama común que podrían comprar en cualquier tienda. Veían más claro que aquel mundo parecía una mezcla entre el suyo, y el propio donde habitaban en ese momento. —Dormimos bien, gracias —premió Flora—. Estábamos pensando en ir a buscarte. —¿Ocurrió algo? —preguntó la elfa. —Clara necesitaría peinar su cabello, de ser posible —solicitó la chica mientras observaba a su hermana que se acercó a tomar la ropa que la elfa le entregó. —No hay problema. Ahora vengan a mí habitación —dijo entonces Lúthien—. Y si necesitan algo más solo tienen que pedirlo. —Gracias señorita Lúthien. —agradeció Clara sonriente. —De nada pequeña. —Le devolvió la sonrisa—. Pues en marcha, y luego iremos a desayunar. La habitación de la tabernera no se encontraba en esa planta. Al final del pasillo, oculto por una puerta que por las sombras de la noche no habían visto, daba acceso a otra pequeña escalera. La subieron y llegaron a una enorme habitación, que más se asemejaba a una vivienda completa. —Desde fuera, el edificio no parecía tan alto —observó Flora. —Esta habitación no cubre toda la planta, sólo una parte. Desde la puerta de la taberna, solo podrías ver dos plantas, pero desde atrás verías también ésta —explicó la elfa —. Más que una habitación, es una casa completa. En efecto, el lugar era amplio, y las chicas no podían dejar de mirar a cada lado apreciando cada detalle de la misma. Era completamente circular, cómo la habitación que las pequeñas ocupaban en su mundo. El suelo en el centro del salón estaba cubierto por una enorme alfombra de un verde hoja, mínimamente detallada con inscripciones ilegibles de oro, cómo si fuera un idioma desconocido. No había apenas paredes dividiendo las diferentes estancias, todo estaba a la vista salvo lo que es el baño, que estaba tras una pequeña puerta al final del lugar. La pared del salón, donde también había una enorme cama apoyada sobre una plataforma de madera con un par de escalones para subir, estaba repleta de más tapices, y largos brazos enrollados de telas e hilos de todos los colores, también guardados sobre varias estanterías. —Este sitio es hermoso —mencionó Clara. En el salón, varios sillones y una mesa adornada de gráciles diseños rodeaban el centro del lugar. Un poco más apartado, lo que parecía ser la cocina llamó la atención de Flora. Ésta consistía en un pequeño fogón, y un fregadero con su grifería típica, aunque en este caso parecía ser de cobre. A unos metros de ella, un refrigerador plateado descansaba sobre la Pared de la habitación. —¿La cocina funciona a gas? —preguntó la mayor. Lúthien la observó sin entender, generándole más dudas de su procedencia. —Cariño, no sé qué es eso del gas. La cocina funciona con orbes de magia, cómo supongo, funciona la de tu hogar. —¿Orbes de magia? —preguntó curiosa Clara. —Vale. ¿Se puede saber de dónde vienen? —Llevó sus brazos a la cintura y las miró fijamente—. Es imposible que no sepáis que son los orbes de magia. Ambas hermanas se miraron, su idea era sacar información de ese mundo sin levantar sospechas, pero se había vuelto imposible, pues no tenían idea de algo que debería ser tan básico para alguien que allí viva. —Nosotras... —comenzó a confesar la pequeña. —¡Clara! No sabemos si podemos confiar en ella. —Si podemos, hermana. No podemos hacer esto solas. Necesitamos la ayuda de todo aquél que nos la brinde. Hablaba totalmente convencida, sin ninguna duda de que Lúthien podría ayudarlas de alguna manera. —¿Confiar? —Lúthien parecía empezar a impacientarse—. ¿Me podéis explicar qué es ese secreto que están callando?. En ese momento escucharon unos pasos acercarse, y un chico entró en la habitación. De rostro blanquecino, mirada azul hielo, cabello del color de la nieve, y vistiendo unos pantalones de cuero, botas negras altas y chaqueta del mismo material sin mangas y ceñida, cuya parte trasera caía casi hasta el suelo cómo si se dividiera en dos especies de cola. —Lúthien, ahí fuera están unos tipos que vienen a cobrar las bebidas —observó a las chicas —.¿Al final encontraron el lugar? Su mirada seguía siendo tan fría y aterradora, que Clara corrió a los brazos de su hermana. —Noël, acércate —pidió la elfa. Se acercó a ella, mientras Flora observó esa misma mirada dirigida a la tabernera. Recordó entonces, que Lúthien comentó que siempre mira así. —Dime, no deberíamos perder... No pudo terminar de hablar, pues la elfa le había tomado de la oreja como un niño pequeño. —Querido Noël, ¿Te importaría no seguir mirando a las niñas con esa cara?. Las asustas. —¡Suéltame! —Intentaba safarze de su agarre —. No es mi culpa, mi cara es así. Aquella escena, donde aquél tipo aterrador y tan alto, quería escapar de los brazos de la elfa, más delicada y pequeña, las hizo reír. —Tal vez no sea tan malo —insinuó Flora. Noël se había liberado, y forzando una sonrisa, se disculpó. Esa sonrisa en cambio, le hacía lucir aún más tétrico que lo habitual. —Ahora tengo asuntos que atender. Hablaremos de esto luego —Se disculpó con las chicas—. En el baño tenéis un cepillo que pueden usar, y acuérdense de cambiarse de ropa para lavar esa. —Gracias —Al mismo tiempo hablaron mientras Noël y la elfa salían de la habitación. Minutos después, Flora estaba cepillando el cabello de su hermana sobre el sofá, desenredando sus hermosos cabellos del color del Sol. —Hermana. ¿Creés que podremos volver a casa? —preguntó Clara. —Estoy segura de que sí. No vamos a vivir siempre en la taberna con Lúthien. Realmente creo que tal vez tengas razón y no sean tan malos. Observaba Clara, mientas su hermana cepillaba, un enorme ventanal tras una cortina roja, en la pared frente a la puerta, al otro extremo. —Flora, acompañame —La pequeña se levantó y se dirigió a la ventana. Pasó bajo la cortina, y asombrada abrió la ventana. —¡Enana, sal de ahí! —Hermana, hay una terraza muy grande —Emocionada por su descubrimiento, se quedó fuera esperando a Flora. Ésta la siguió, y no pudo evitar asombrarse; el balcón, más similar a una terraza, se extendía siguiendo la forma circular de la habitación, hasta terminar en pico. Tanto el suelo cómo el pasamanos que rodeaba todo aquel lugar era de madera de tonalidades oscuras, y unas sillas del mismo color, con un cojín rojo bordado reposaban allí, alrededor de otra pequeña mesa de la misma madera, sobre la que había un inmenso jarrón lleno de flores. La terraza les encantó, pero lo que más impresión de ver les dió, eran las vistas sobre parte de la ciudad. Los tejados se tendían sobre ellas, de teja, o de simple piedra o paja. Podían ver cómo una cuerda unía las casas de lado a lado, llenas de ropa. Podían ver cómo varias calles terminaban en alguna más ancha, y a medida que iba llegando al centro, algún que otro edificio más alto destacaba del resto. Lo que más se hacía visible, era una enorme catedral en el centro de la ciudad. Se veían muchas torres, y varias otras donde parecían ser campanarios. La catedral era totalmente blanca, cómo si estuviera construida de nieve. No pudieron observar más a detalle, pero les había fascinado aquél lugar. —Flora, vamos a verla más de cerca —imploró Clara. —No podemos salir solas, no tenemos ningún conocimiento del lugar. Pidamos a Lúthien que nos lleve, pero primero terminemos de peinar tu cabello, y volvemos a la habitación para vestirnos. Diez minutos después, las niñas bajaban a la taberna, donde murmullos de voces indicaba qué el lugar ya comenzaba a llenarse. Tras la barra, Noël servía a los pocos clientes que se atrevían a acercarse para pedir. —Mocosas, Lúthien dijo que os sirva el desayuno. Sentaos —ordenó el mago. —Si no hablas con más educación, te tirarán de nuevo de la oreja —observó Flora manteniendo un tono de voz lo más orgulloso que pudo, para no mostrar el miedo que le daba aquél tipo cada vez que hablaba. —¿Por qué me haría tal cosa? Estoy hablando con educación, mocosa. —Creo que piensa que así es. — murmuró Clara a su hermana mientras tomaban asiento en la barra, cómo la noche anterior. —¿Dónde está Lúthien? —indagó Flora. —Está en el almacén, comprobando los suministros de la taberna —respondió sin levantar la mirada de sus ocupaciones lavando vasos. En ese momento, Clara recordó algo. Un misterioso sueño que durante la noche había tenido. —Disculpa, señor Noël. ¿Qué es un don? —preguntó la pequeña, bajo la mirada desconcertada de su hermana. —¿No sabes qué es?. Mocosa, ¿de dónde vienes para no saber algo así? Seguía dándoles el mismo miedo al hablar, pero Clara quería aprovechar la oportunidad de descubrir si aquello que había visto en su sueño era real. —¿No sabe qué es? —preguntó entonces Clara con falsa inocencia. —Claro que sé lo que es, mocosa. Un don es, en palabras simples, la habilidad de usar magia. No todos los humanos podemos usarla, y no todos tienen la habilidad para desarrollarlo al punto de que sea útil para el combate —Las observaba con su habitual mirada fría—. ¿Acaso despertaste tu don? Flora se sentía ya perdida en la conversación. Su hermana no le había hablado de dones, y no entendía en qué lugar pudo haber leído sobre ello. —Clara. A mí no me dijiste nada sobre eso —espetó. —Lo siento Flora, no es importante.luego te diré —Volvió a mirar a Noël y preguntó—. ¿Y por casualidad existió una diosa llamada Gaia? Lúthien, que acababa de salir por una pequeña puerta tras la barra, donde se encontraba la cocina, fue quien respondió: —Gaia es la diosa de la naturaleza, de la tierra y todo lo que crece sobre ella. Está asociada a la creación de la propia magia. ¿No la conocían? —Claro que sí —mintió. —¿Dónde están vuestros padres? —preguntó Lúthien—. Tendremos que avisarles que estáis aquí. Las pequeñas, terminando de desayunar, no habían pensado en qué hacer más que en averiguar cosas de ese mundo. No tenían idea de qué decirles, sin terminar contando la verdad. —Ellos están en la ciudad, pero nosotras nos perdimos y terminamos en aquella pradera donde Noël nos encontró —se puso en pie tomando a su hermana de la mano—. Gracias por la hospitalidad Lúthien, posiblemente nuestros padres vengan a recoger nuestra ropa esta tarde. —Gracias señor Noël —premió Clara mientras iban camino a la salida de la taberna. La elfa y el mago las observaban irse sin entender toda esa prisa, intercambiando miradas de incertidumbre. —Nöel, creo que esas niñas nos han mentido. Sé que algo importante callan. ¿Podrías asegurarte que llegan bien a su destino? —Yo me encargo —respondió con otra mirada tan aterradora que varios clientes de la taberna sintieron escalofríos sin estar mirando hacia él. —Flora, ¿Estás segura de esto? —preguntó Clara. Estaban pasando por una calle estrecha, donde a esas horas se estaba llenando de gente. —No podíamos decirle que no tenemos a donde ir —respondió secamente. —¿Te enojaste conmigo? Flora se detuvo tras la pregunta de su hermana, soltando su mano. —¿A qué vinieron esas preguntas? —espetó molesta a su hermana pequeña—. Hemos quedado en clara evidencia de nuestra ignorancia en este mundo, y además estuviste a punto de contar sobre nuestra procedencia. —¿Y me lo dices tú? Yo no soy la que le preguntó cómo funcionaba una cocina —La pequeña alzaba un poco la voz—. No me culpes a mí cuando tú hiciste el ridículo aún más que yo. No confías en nadie y así nunca conseguiremos regresar. Las personas que pasaban cerca de ellas, las miraban curiosas de ver dos niñas tan jóvenes, discutiendo en medio de la calle solas. —Boba, no sabemos en quién confiar, tú le contarías tus mayores secretos a cualquiera. Seguro que si nos quedamos allí más tiempo le hubieras contado todo y hubiera sido un error. Además, ¿Con quién hablaste para hacer preguntas sobre dones o la diosa que mencionaste? Estaba visiblemente molesta. Flora, no sabía que andaba tramando su hermana, pero sentía que no la estaba vigilando lo suficiente. —Hermana, creo que nosotras tenemos dones. Soñé con la diosa Gaia, y ella misma me lo dijo —confesó—. Quería asegurarme que esas palabras, tenían de verdad algún significado. No necesitamos irnos tan rápido... Eres demasiado orgullosa y cabezota para darte cuenta. —Quiero que podamos volver a casa, ¿no lo entiendes? —reclamó la mayor, molesta. Un hombre se había acercado a ellas en medio de su discusión. Vestía una pechera plateada y larga capa ropa a ras de suelo. A su cintura, una espada atada a su cinturón de cuero, del mismo material que los pantalones y botas, de un marrón arena. Bajo la pechera, una camisa blanca de mangas anchas y pequeños volantes en la parte de las muñecas, recordaban a las usadas habitualmente en la edad media o época renacentista. —Chicas, ¿Están perdidas? —preguntó el hombre. —No señor, estamos bien —respondió Flora, dando un rápido vistazo a la calle—. Nuestros papás están comprando en ese mercado de ahí. Señaló a los pequeños puestos que se acumulaban calle abajo, atrayendo a las personas que pasaban por ella, y deteniéndose a comprar ropa, frutas o lo que vendieran en ellos. —Está bien, pero no sé alejen mucho de sus padres. No es seguro caminar solas en estos días. —¿Por qué no? —preguntó Clara con la idea de que podría recabar algo de información. —No creo que sea cosas que niñas tan pequeñas deban saber. Pero hay personas con malas intenciones, así que volver con vuestros padres. —Eso haremos señor —dijo Flora mientras tomaba a la pequeña de la mano y se dirigieron al interior de la calle, atravesando el mercado. —Nos está mirando —observó Clara—. Debe ser algún guardia. ¿Qué hacemos?. —No lo sé, solo sigamos andando hasta perdernos entre la gente. Comenzaron a callejear, atravesando las calles más poco transitadas que iban viendo, asegurándose de no encontrar a nadie extraño antes de aventurarse a cruzar de un lugar a otro. Tras lo que pareció una eternidad, encontraron un calle más amplia, ésta estaba más atestada de gente, pero no había tanta como para que cruzar fuera peligroso o incómodo. —Clara, mira —Señaló al final de la calle, donde se erguía majestuosa la catedral que habían visto en la terraza de Lúthien. —¿Será seguro? Aquél hombre dijo que hay personas malas. Deberíamos buscar dónde escondernos por el momento —sugirió la pequeña. —Vamos, boba. Es pleno día, además, puede que allí haya respuestas sobre Gaia y el por qué del sueño. No me creo que tengamos magia cómo Noël, pero debemos encontrar la forma de regresar. Sin estar del todo convencida con las palabras de su hermana, comenzaron a caminar por toda esa calle hacia la catedral tomadas de la mano. A medida que avanzaban, observaban las casas, los negocios o las personas; muchos eran humanos en apariencia, otros tenían orejas puntiaguda cómo Lúthien. La gran mayoría, vestían con ropa simple de algodón o lana. Los elfos vestían más elegante, la gran mayoría llevaba el verde en sus largos vestidos de seda, o chaquetas de lino. Otros tantos, parecían guerreros, con arcos y flechas a la espalda o largas espadas. —Este mundo está lleno de gente armada. Deberíamos ir con más precaución —mencionó Clara, precavida. Pasaron ante una herrería, donde personas que daban la impresión de ser más peligrosas que la mayoría que se habían cruzado, esperaban a comprar o reparar sus espadas, lanzas o ballestas. —¿Crees que todos ellos sean magos? —preguntó Clara. —Ni siquiera sé si son humanos o no... Este mundo no es nuestro hogar, no debemos mostrarnos fuera de sitio, así que dejemos de mirar tanto, o levantaremos más sospechas. Poco después, la catedral yacía frente a ellas, inamovible, inmensa, hermosa. —Es... —Preciosa —Terminó Flora la frase. Entre la catedral y ellas, que acababan de abandonar la avenida, les separaba una plaza bastante grande, cuyo centro estaba coronado por una fuente ovalada, y cuya estatua sobre ella era la de una mujer elegante y joven. Tenía un pequeño jarrón en la mano por donde iba cayendo el agua. Se acercaron a leer la inscripción en el pedestal de mármol gris donde descansaba la figura. «Este templo fue creado en nombre de Gaia, Diosa del todo» —Gaia... Deberíamos entrar, Clara. Seguro descubrimos algo, y aunque no crea en ese sueño, quizás sí sea posible que de alguna manera esa diosa sea real. ¿Clara? Sin poder dar crédito a la situación, observó que su hermana había desaparecido. En los pequeños árboles y bancos creando un amplio círculo alrededor de la fuente, más similar a un parque, no estaba, a simple vista podía abarcar todo el terreno. Gritó su nombre comenzando a perder la compostura, y el miedo empezaba a dominar su mente. Se dirigió hacia la catedral, con el corazón en un puño, desesperada por haber perdido a su hermana, la única persona que debería proteger. Rezaba para qué, de algún modo, hubiera seguido caminando, despistada, y no se hubiera percatado de que Flora se había detenido en la estatua. Unos segundos después de empezar su carrera al enorme edificio, vio una niña pequeña de espaldas, de largos y sedosos cabellos rubios, y un vestido verde esmeralda, cómo el que Lúthien les había dado en la taberna. La tomó de la mano con tanta fuerza que la pequeña gritó asustada. —Hermana, ¿Qué haces? —protestó molesta Clara. —¡No vuelvas a irte tú sola! Me tenías muy asustada... Pensé que te había pasado algo, boba. Comenzó a reprimir las ganas de llorar o gritarle mientras la pequeña Clara veía su rostro al borde del llanto sin entender nada. La abrazó entonces. —Hermana perdón. No sé qué hice pero no quería asustarte. —Su tierna voz hizo que Flora diera un fuerte suspiro, liberando la repentina tensión que su cuerpo acumuló en minutos. —No vuelvas a andar sin que esté a tu lado —regañó tras recuperar la compostura y tomar la mano de la pequeña nuevamente. La pequeña Clara sonrió en señal de comprender su orden, y llegaron hasta la enorme puerta de la catedral. No sabían aún, el motivo de su llegada a ese mundo, aunque Clara creía que aquél sueño podría ser real, significando que tenían dones, y que debían realizar una misión. Flora pensaba que todo fue solo un sueño, pero sí creía que quizás, Gaia, la diosa de ese mundo, tuviera en algún lugar, las respuestas. —¿A donde van, mocosas? Se quedaron heladas al oír esa voz, sabían muy bien quién causaba ese miedo con tan sólo hablar; Noël. —¿Qué haces aquí? —preguntó Flora, dándose la vuelta para mantener la mirada de aquél hombre a su espalda. —Creo que están tramando algo, y Lúthien también. Está preocupada. —Avanzaba paso a paso, con las manos en los bolsillos y una mirada penetrante y aterradora que Flora no puedo sostener por mucho tiempo—. Vuestros padres no están aquí, estoy convencido. Clara apretaba la mano de su hermana. No sabían cómo escapar de un tipo cuya magia consiste en congelarlo todo en segundos. —Flora, no podemos seguir haciendo esto solas. Seguro que nos pueden ayudar —suplicaba en voz baja la pequeña, esperando que su hermana entrara en razón. —Escucha, Noël. Necesitamos información sobre la Diosa Gaia. Es lo único que necesitas saber por ahora. —Con tono autoritario, Flora dejó sobre la mesa su postura. —Mocosas, hubieran tomado un libro de la taberna. Sois bien raras... Así no haréis amigos. —Y lo dice el indicado... —recalcó la mayor en voz baja, sin atreverse a jugar con su suerte. —Volvamos con Lúthien. Allí podrán leer lo que quieran. Y no tarden, tengo que volver al trabajo—replicaba malhumorado. Las chicas se observaron indecisas. Noël seguía aparentando ser malvado y frío, pero no había hecho nada que indicase que lo fuera. Flora aceptó que quizás necesitaban más tiempo para prepararse, pata leer, y si encontraban información importante, entonces tomaría a su hermana y se irían sin decir nada, por lo que siguieron al joven de vuelta a la taberna.

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