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3834 Words
Estaba bien entrada la tarde, con los dos Soles misteriosos ocultándose tras ellas, cuando pudieron divisar un pequeño pueblo en la lejanía. Esa visión les quitó el enorme agotamiento y sacaron fuerzas para continuar andando, hasta que el murmullo del agua les puso en alerta. —Clara, ¿oyes eso? —preguntó Flora, consciente de la respuesta. —Parece un río y está cerca. No tuvieron que andar más que un par de minutos para encontrar el camino cortado por una inmensa línea de agua. Para llegar al pueblo, deberían bordear el río o cruzarlo. —Cruzarlo a nado es imposible, aparte de que parece peligroso, tú no sabes nadar, boba. —Rodearlo… Nos podría tomar muchos días. Yo no puedo andar más. —Se tiró al suelo, rendida y sin fuerzas—. Flora, no podremos llegar a la otra orilla. La situación se había tornado complicada. Sin opciones, ambas habían terminado sentadas, de brazos cruzados alrededor de las piernas. No quedaba apenas luz, todo estaba siendo devorado por las sombras de la noche. No podían arriesgarse a tomar una decisión apresurada, aunque Flora veía que su única salida era esperar que alguien pasara y rezar por qué no fuera una mala persona. —Clara, creo que deberíamos esperar aquí, quizás algún barco cruce el río. Estamos cerca de un pueblo, no creo que ningún animal salvaje se acerque tanto. Además, no hemos visto ninguno. —¿Y si gritamos? Tal vez alguien nos oiga —Boba, el pueblo no está tan cerca para eso, solo terminaríamos sin voz y atrayendo lo que esté cerca. —Pero no quiero pasar la noche aquí… Ya empieza a hacer frío. Tengo miedo y quiero volver a casa. Unas lágrimas comenzaron a caer por su rostro, unas lágrimas silenciosas que no quería provocar que su hermana pensara que era una cría. Flora se dio cuenta, sin decir nada, se acercó más a ella y le puso el brazo alrededor del cuello. —Enana, todo saldrá bien, no estamos solas. Saldremos de esto y volveremos pronto. Sé fuerte un poco más. Asintió, secando su rostro. Se recostó sobre las piernas de su hermana y ahí se quedaron en silencio, viendo como el cielo se llenaba de estrellas y una hermosa luna se coronaba en el cielo, reclamando sus dominios. Era una vista hermosa, les hizo olvidarse un poco de sus problemas, confiaban en que bajo un cielo tan hermoso, nada malo podría pasar. Sin darse cuenta se habían quedado dormida, abrazadas sobre el suelo para mantener el calor, cuando algo las despertó. Parecía una voz. Miraron a su alrededor, dudando de si había sido real o solo fue el sonido del viento. —Flora, ¡allí hay alguien! —exclamó Clara, señalando la otra orilla del río, donde pudieron divisar una tenue sombra apenas resaltada por el reflejo de la luna en el agua. La mayor se puso rápidamente en pie, agitando los brazos en el aire, acompañada segundos después de la pequeña Clara. —¡Eh! Ayúdanos, no podemos cruzar, ¡por favor! —pidieron al unísono a aquél desconocido que las observaba desde el otro lado. Comenzó entonces a caminar, hasta posar su pie en el agua y, un segundo después, un camino de hielo se había formado entre las dos orillas. Las niñas retrocedieron asustadas, mirándose fijamente. —¿Cómo hizo eso, enana? Tú… Tú eres la lista. —No hay manera de que alguien congele el agua creando un camino entre ambas partes solo poniendo un pie en ella. —¿Cruzamos? —indagó Flora, asustada y en alerta. No quería exponer a su hermana a un peligro más desconocido de lo que pudieran pensar. —¡Eh, mocosas! ¿Van a cruzar o no? La persona que creó el camino comenzó a cruzarlo hacia ellas, con las manos en los bolsillos. Era joven, unos dieciséis años, cabello blanco que le caía por el rostro, tapando su ojo derecho, y mirada dura, de un azul gélido que les recordaba al mismísimo hielo. Su piel era muy blanca, como si todo en él fuera hielo y frío. Las pequeñas iban retrocediendo paso a paso, tomadas fuertemente de la mano a medida que ese tipo se acercaba. —¿Quién eres? —gritó Flora desde la prudente distancia que tenían con él. —¿Yo? —preguntó confundido—. Pensé que necesitaban ayuda para cruzar. Clavaba su mirada en ellas, haciéndolas sentir amenazadas e incómodas. Había llegado a la otra orilla, debería medir metro setenta, mucho más alto que ellas y, aunque en apariencia lucía delgado, bajo la camisa abierta mostraba una musculatura que preferían no tenerla encima atacándolas. —¿¡Quién eres!? —repitió Flora, elevando aún más la voz—.¿Cómo has podido congelar el agua así? El chico quedó en silencio, observando tras él el camino de hielo. Volvió a mirarlas, con una expresión algo más amigable. —Creo que os asusté, disculpadme. Me llamo Noël, solo pasaba por aquí cuando os vi durmiendo. Pensé que estarían en apuros así que os llamé hasta que despertaran. No deberían pasar la noche fuera, hay criaturas muy terroríficas. —Dio media vuelta, tomando el camino que había creado—. Vayan a la ciudad y busquen la taberna de Lúthien, es una joven muy generosa y seguro que os ayuda. —Su mirada da miedo —decía Clara mientras veían alejarse a aquel misterioso joven—. No nos dijo qué hizo para congelar el agua. —Debe ser magia o algo así. Aún estoy en shock. Es imposible que alguien pueda hacer eso —comentó Flora y añadió—: ¿En qué lugar estamos? —Creo que sí sé dónde no estamos, en nuestro mundo —replicó Clara. Flora barajaba la misma idea, no tenían otra respuesta al acontecimiento reciente. De alguna manera, por algún motivo, aquel viento las llevó a un lugar desconocido, lleno de misterios. —No sé qué esté pasando, pero no podemos quedarnos aquí eternamente. Clara, crucemos al otro lado, estemos alerta siempre para que nadie nos sorprenda y consigamos volver a casa juntas. Tomadas de la mano llegaron al puente de hielo, el frío de este les atravesaba los pies, aún con el calzado, pero no sé detuvieron. Habían conseguido una manera de cruzar, no necesitaban hacer caso a aquel chico, solo debían seguir caminando y protegerse entre ellas. Diez minutos necesitaron para tener el pueblo lo suficientemente cerca como para verlo a detalle. Estaban a menos de cincuenta metros de él; casas de madera y letreros colgados en algunas de ellas con el símbolo de una herradura o un tenedor. No se veía nadie, pero a medida que se acercaban veían que el suelo estaba conformado por adoquines desiguales, y tierra y pasto por gran parte de él. A lo lejos vieron cruzar frente a ellas a dos hombres vistiendo una larga túnica roja y pechera plateada, con espada colgando en la cintura. No veían más detalle, pero la sensación que daba esas calles les resultaba familiar, como si hubieran visto lugares similares. —Flora, esto me recuerda un poco a la época medieval. No es igual, pero si se siente alguna similitud. —Sí, eso estaba imaginando. Pero no sé mucho de eso. —Yo tampoco, pero quizá viajamos al pasado. —sugirió la pequeña —Boba, ni en el Medievo existía magia. —Es verdad. Entonces puede ser impresión nuestra. Mientras seguían caminando, observando precavidas que nadie las viera, un carro de madera tirado por dos caballos pasaba raudo y sin ninguna precaución por la calle que pensaban tomar. —Eso eran caballos de verdad, no les vi diferencia —comentó Flora, a la espera que su hermana la corrigiera como si fuera tonta de nuevo. —No vi diferencia, no sé qué r**a sea, pero son normales. ¿Por qué hay animales desconocidos y otros tan familiares? —Creo que por mucho que pensemos, no llegaremos a nada. —Leía un cartel sobre una puerta por donde estaban pasando—. Mira En él se podía leer: «la taberna del elfo». Se miraron, preguntándose si podría ser la taberna que Noël les había mencionado. La fachada era de piedra como las casas en esa parte de la ciudad, dejando atrás la madera de las afueras. El suelo estaba más similar al de aquellas típicas calles de Londres del cine antiguo, con adoquines pequeños y más limpias. No veían aceras ni papeleras o algo que pudiera recordarles a su hogar, salvo farolas funcionando con aparente energía eléctrica. Aquella ciudad realmente parecía estar años atrasada, pero evolucionada al mismo tiempo. Entraron de la mano, observando a las personas que estaban sentadas en su interior, fumando o riendo mientras bebían. Algunos las observaron, a cada cual más tétrico y con mirada de odio o sed de sangre. Las pequeñas, asustadas, se acercaban a la barra del lugar, donde no había en ese momento nadie más que una mesera limpiando unos vasos. Era una chica joven, aparentando los veinte y muy hermosa, de cabellos cobrizos y pecas por su rostro. Vestía un largo vestido verde de seda con un mandil blanco donde tenía impreso el logo de la taberna, lo que parecía un águila y dos espadas cruzadas tras el ave. Lo que más había llamado la atención de las chicas cuando se acercaron, fueron sus orejas; largas y puntiagudas. —Disculpa, ¿sabe dónde está Lúthien? —Se atrevió a peguntar Flora tras unos minutos incómodos en los que la chica no levantaba la cabeza de sus labores. La chica las miró con curiosidad. Veía dos niñas asustadas intentando parecer seguras. —¿Tenéis hambre? —preguntó la muchacha mientras se secaba las manos—. Estar con el estómago vacío no es bueno. —No tenemos dinero —espetó Clara, mas como una disculpa que una información. —Querida, no es eso lo que pregunté. Hagamos un trato, si comen, les diré donde está la persona que buscan —ofreció la chica, sonriéndoles alegremente. Las hermanas, tras mirarse y pensar unos segundos los riesgos de aceptar comida de un desconocido, acabaron por acceder, ganando el hambre sobre la razón. Mientras esperaban, observaban más detenidamente el lugar; tenía el techo muy alto, con varias y enormes lámparas ovaladas de papel que iluminaban todo el lugar. Era bastante amplio, lleno de gente hablando y riendo, y con varios ventanales de vidrieras de colores que les recordaba a los de una iglesia. Las paredes eran de piedra desnuda, solo adornado en un lateral por un enorme tapiz rojo y de bordes de oro. En el centro de él, un enorme león bordado del mismo hilo dorado las dejó con la boca abierta. —¡Es hermoso! —exclamó la pequeña Clara. —¿Os gusta? Lo tejí yo misma —respondió la mujer, llena de orgullo. —Debes tener mucho talento para ello —dijo Flora entonces, observando desde su asiento cada mínimo detalle del bordado. La mujer les sirvió dos platos y dos pequeñas jarras de madera con una bebida naranja en su interior. —Es naranja recién exprimida y la comida consiste en carne con puré de patatas. Esto es una taberna así que no tenemos mucho donde elegir a la hora de llenar el estómago sin ser alcohol. —No tiene que disculparse, huele delicioso. Gracias. —Clara le agradeció mientras comenzaba a comer. Flora y la tabernera la observaban sonrientes. —Tú también deberías comer, no querrás que se enfríe —dijo la mujer. —Claro, sí —respondió Flora. Tomó el tenedor y empezó a comer. El delicioso sabor de la carne llenaba su paladar como nunca antes. Todo el hambre y el cansancio les hacía disfrutar cada bocado cómo si fuera el plato más delicioso que jamás hubieran probado. —¿De dónde vienen? No parecen que vivan por aquí —preguntó la joven, escudriñando con la mirada a ambas chicas. —De muy lejos —respondió Flora—. Tan lejos que no sabemos dónde estamos ahora. —Vaya, eso sí es venir de muy lejos —inquirió la mujer, mostrándose pensativa—. ¿Acaso están huyendo de alguien? —No, solo es una larga historia que no creo que sea el mejor momento para contar Clara las miraba hablar y, cada vez con más atención, observaba esas orejas puntiagudas de la tabernera. Ésta se dio cuenta y, tocando una de ellas, habló a la pequeña. —¿Nunca viste unas? —cuestionó la muchacha, esbozando una sonrisa enternecida—. Soy una elfa. —¿Una elfa? Pero no existen… —Flora calló al darse cuenta de la evidente metedura de pata de su comentario. —¿Entonces yo no existo? —Entre risas, comenzaba a pensar que esas niñas tenían algo diferente—. Los elfos estamos repartidos por todo el mundo, al igual que humanos o hadas, entre otras razas, ¿de dónde podéis venir para no saber eso? —Gracias por la comida señorita, ha sido muy amable al alimentar a dos desconocidas — Clara, terminada de comer, se puso en pie—. Queríamos volver a casa, pero no sabemos cómo llegar, por eso nos perdimos. —¿Pérdidas? Ya entiendo, quizá no salían mucho por eso os veo tan fuera de lugar, pero no sé preocupen, pueden dormir aquí esta noche y mañana os ayudaré a encontrar vuestro pueblo. Arriba hay habitaciones, tengo una libre —ofreció la elfa. —Gracias —respondió Flora, agradecida—. Creo que lo que más necesitamos ahora es descansar. Clara observaba, mientras tanto, las miradas que algunos clientes del bar les echaban, hablando en voz baja, casi en susurros. Le ponía nerviosa que intentaran hacerles algo, pero no quería arrastrar a su hermana a las oscuras calles, pues podría ser aún más peligroso. —¿Cómo os llamáis? —preguntó la mesera minutos después mientras subían las escaleras de madera hacia la segunda planta. Llegaron a un pasillo, iluminado por unas lámparas de pared repartidas por cada pocos metros. Había puertas de madera a cada lado con un número pintado en ellas. Clara observaba, mientras avanzaban, que los números eran los mismos que conocían en su mundo. —Yo me llamo Flora, ella es mi hermana Clara. ¿Y cuál es tu nombre? —Cierto, no os lo dije. Me llamo Lúthien, un placer conocerlas chicas. —Sonrió al ver la cara de sorpresa de ambas. —¿Tú eres la que aquel chico quería que encontrásemos? —La mayor de las hermanas se detuvo—. ¿Cómo sabemos que podemos confiar en ti? Su hermana había tomado su mano sin entender muy bien qué estaba pasando, pero veía la desconfianza en los ojos de Flora. —¿A qué se debe esa desconfianza? —preguntó la elfa—. Los elfos no somos una r**a tan cruel como muchos humanos quieren hacer creer. No voy a devorarlas. —¿Conoces a Noël? Es un chico de cabello blanco y mirada muy intimidante. —Flora se mantenía firme, aún sintiendo miedo de que hubieran caído en una trampa sin darse cuenta—. Él nos hizo buscarte y acabamos aquí por mera casualidad. —Así que es eso, me buscaban por ese motivo. —Suspiró con resignación—. Lo lamento cariño, Noël tiene siempre esa cara de pocos amigos, pero créeme que es un chico muy noble. Y sí le conozco, trabaja aquí. —¡¿Qué?! —vociferó Flora, fijando la mirada en la de su hermana. No querían acercarse a él por miedo y, sin embargo, estaban en su lugar de trabajo, a merced de que pudiera atacarlas en cualquier momento. —Chicas, el mundo se está volviendo peligroso. La desconfianza en estos días es lo que nos mantiene vivos, pero confiad en mí. Noël no es malo, solo orgulloso, cabezota y malhumorado —explicó la elfa. —Ese Noël es igual que tú, hermana —juzgó Clara, mirando a Flora. —¡No tiene nada que ver conmigo, empollona! Yo no voy congelando el agua. Lúthien las observaba, analítica. Sabía que esas niñas ocultaban algo, pero no era el momento de interrogarlas. No podía dejarlas a su suerte y para sus ojos de elfo, no eran malas personas, por lo que decidió esperar y no presionarlas por el momento —Niñas, debéis descansar. Nadie entrará en la habitación, si Noël intenta acercarse le daré un coscorrón. —Sonreía mientras las tomaba de las manos, arrastrándolas con ella—. Vamos, mañana podremos hablar más tranquilas. La habitación, a final del pasillo, tenía una enorme cama junto a una pared y un baúl a sus pies para guardar sus pertenencias. Al lado de la puerta, sobre la pared, un enorme tocador adornado con un espejo cuyos bordes de madera creaban flores y aves. Una puerta abierta, en la misma pared de la cama, dejaba ver un cuarto de baño idéntico al que cualquiera tendría en casa. Entraron en él, viendo una ducha, grifería de acero, un pequeño mueble sobre el lavamanos con un espejo para lavarse los dientes con la pasta y los cepillos a estrenar que estaban sobre el lavabo… Todo era, sin lugar a dudas, un baño completo y común. —Esto se siente raro —mencionó Clara mientras seguían viendo cada detalle de la habitación. —Es como si fuera una mezcla de dos mundos; antiguo y moderno, fantasía y realidad… —expresó Flora. Miraban un sofá de cuero n***o en el centro del salón. Ante él, una pequeña mesa circular apropiada más para tomar el té o café. —¿Os gusta la habitación, niñas? Me enorgullece decir que esta es la mejor posada de la ciudad —profesó la elfa. —Está genial, señorita Lúthien —admitió Clara, tirándose sobre la cama tras recorrer todo el salón—. Me gusta esta cama. Flora, por su parte, estaba más desconfiada, pero sabía que no encontrarían un lugar mejor donde pasar la noche. Decidió que estaría atenta a cualquier comportamiento poco común o sospechoso de la elfa y se mantendría alerta de cualquier amenaza. —Gracias Lúthien, es un espléndido lugar para dormir. Los ojos de la elfa parecían mostrar que veía las dudas de la joven. De mirada impenetrable de tonos caoba, parecían estar viendo su alma en ese momento, sus miedos o quizá leyendo su mente… Olvidó la idea, pero sabía que su cara era cómo un libro abierto en esos momentos. —No es nada, cielo, no necesitas estar tan tensa. Veo en tu rostro que tienes miedo. Dormid y verás cómo mañana se sienten mejor —profirió la joven elfa, cerrando la puerta tras de sí al darles las buenas noches, quedándose ambas allí, solas, Clara en la cama y Flora de pie junto la mesa de té. La jovencita se sentó en el sofá tras unos segundos. Pensativa y nerviosa. Tenía la carga de cuidar de su hermana y no podía cometer el error de confiar en alguien equivocado. Clara se levantó y se dirigió hacia el sofá para tomar asiento junto a ella. —Hermana, no sé por qué estemos aquí, pero deberá haber una razón. Y creo que podemos confiar en Lúthien y Noël —comunicó la pequeña. —¿Por qué lo crees? Tú también estabas asustada de él. —Congeló el agua, con solo un pie sobre ella. Si hubiera querido hacernos daño, pienso que lo hubiera hecho antes y no hacernos venir aquí. Y fue mera coincidencia que encontráramos a Lúthien. —Tal vez tengas razón, pero todo es muy raro —Desesperada, Flora revolvía su cabello con las manos—. Este mundo es muy raro. Magia, elfos y no sé cuántas más criaturas. —Flora, debemos dormir. Pensar ahora será para nada. Mañana intentaremos averiguar dónde estamos, sin que la señorita Lúthien sospeche. Siento que al menos ella es buena persona —profesó Clara. La chica suspiró, mentalmente agotada, Simplemente asintiendo a lo que su hermana pequeña decía. Decidieron, para sacar el cansancio y estrés, darse un largo baño juntas, intentando no pensar en que estaban perdidas, solas, y conviviendo con seres que solo existían en las leyendas. Recordaban momentos divertidos y reían, era lo mejor que podían hacer. Media hora después, se metieron en la cama y no tardaron más de unos minutos en acabar dormidas, aunque Flora intentaba mantenerse despierta. El cansancio era superior a sus fuerzas. La pequeña Clara abrió los ojos, en lo que pensó había sido un parpadeo, pero mirando un pequeño reloj sobre la cómoda, cuyas manecillas estaban iluminadas de un tenue verde para ver en la oscuridad, vio que llevaba durmiendo más de tres horas. Intentó dormir de nuevo cuando una figura a los pies de la cama llamó su atención. Lucía translúcida, pero lo suficiente visible para ver que era una mujer. —¿Quién eres? —preguntó la pequeña, pensando si quizás aún dormía. Esa figura, de cabellos negros y ojos verdes, de aspecto joven y vestida con un simple vestido blanco, hizo una sutil reverencia. —Clara, mi nombre es Gaia. Llevo esperando vuestra llegada mucho tiempo. Incrédula, decidió intentar despertar a su hermana para asegurarse que ella misma no estaba realmente dormida, pero esa mujer la detuvo con una sonrisa. —Ella no podrá verme, pero no estás dormida. No te haré daño, estoy aquí para pedirte que cumplas una misión, por eso os hice venir. Si no aceptáis, podrán volver a casa. Pero estoy segura que sabréis elegir correctamente. —¿Cómo vamos a elegir si no puede verte? —Porque tú le contarás mis palabras y le demostrarás que sois parte de esto. Sois parte del destino de este mundo. Tendió una mano hacia Clara, de ella, dos pequeñas esferas doradas tomaban forma, dirigiéndose hacia las chicas. —No tengas miedo, no te harán ningún daño. La esfera que entró en el cuerpo de Clara, la hizo brillar como, si de su interior, una cálida energía verde brillante, al igual que sus ojos, saliera hacia el exterior. Su hermana, en cambio, estaba cubierta por una gran aura de color rojo intenso que duró unos segundos. —¿Qué acaba de pasar? —preguntó asustada. —No iba a haceros venir a un mundo tan peligroso sin brindaros una protección. —Sonreía mientras su figura se iba desvaneciendo—. Parece que aún no puedo estar lo suficiente en este lado con mi forma astral. Este mundo os necesita, haceros fuertes. Nos veremos pronto. Hasta entonces, despertar el don que os he entregado. —¿El don? —preguntó, demasiado tarde, pues ya no había nadie frente a ella—. ¿Quizás estaba soñando? Sin poder sacarse lo ocurrido de la cabeza, volvió a dormir. Al amanecer, podría descubrir que era ese don del que hablaba esa mujer, si es que realmente existió y no fue producto de su mente.
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