Capítulo 2: El Vuelo Hacia lo Desconocido

1096 Words
El lunes, a las 4:00 de la mañana, un nerviosismo palpable se apoderó de Carmen Esmeralda Montes. Con el corazón latiéndole fuerte, se levantó, preparó su modesto desayuno y se vistió con la ropa que había elegido cuidadosamente para el gran día. Al salir de casa, su voz resonó en la quietud del amanecer: —¡Bendición, mamá! Deséame suerte para que me den mi pasaporte. Luisa Mercedes, que esperaba este momento con una mezcla de ambición y alivio, respondió con una bendición teñida de pragmatismo: —Dios te bendiga, hija, y te acompañe en este día para que puedas sacar tu pasaporte. Carmen salió al encuentro de Katiuska, la hija de la señora Belkys, su compañera en esta incierta aventura. —¡Hola, buen día, Katiuska! ¡Buen día, Sra. Belkys! Aquí estoy, lista para ir a la oficina de migración a sacar el pasaporte. —Buenos días, hija, bien, ¿y tú? —saludó Belkys. —Bueno, vengo a buscar a Katiuska para irnos. —¡Bendición, madre! Nos vemos ahora —dijo Katiuska, ya impaciente. —Hasta luego, señora Belkys —añadió Carmen. —Dios te bendiga, Katiuska. Que Dios me las acompañe —contestó Belkys, despidiéndolas con la mirada. Las dos jóvenes se embarcaron en el viaje de dos horas rumbo a la capital. El sol apenas comenzaba a asomarse cuando llegaron, a las ocho de la mañana, para encontrarse con una fila monumental que serpenteaba fuera de la oficina de migración. Se colocaron al final, mientras las horas pasaban lentamente. Cuatro horas de interminable espera les permitieron conocer a otras personas que, como ellas, anhelaban ese preciado documento. El estómago de Katiuska empezó a rugir. —Carmen, tengo mucha hambre. ¿Qué te parece si vamos a esa panadería y compramos un par de panes con queso para comer? Esto va a durar mucho tiempo. —Ok, está bien, Katiuska. Ve y compra los panes y un jugo mientras yo me quedo cuidando la fila —respondió Carmen Esmeralda. Cinco largas horas después, llegó su turno. Entregaron los documentos exigidos y, tras una rápida revisión de los funcionarios, les entregaron el pasaporte, firmado y sellado. ¡Lo habían logrado! —Bueno, Katiuska, la espera valió la pena. Ahora a esperar la llamada telefónica para ir al aeropuerto y partir. Mientras tanto, vamos rápido al terminal de pasajeros y agarremos el autobús que nos lleve a nuestro pueblo y de allí a casa a descansar, después de un día tan agitado. —Sí, claro. ¡Vamos! Estoy agotadísima, me duelen terriblemente las piernas de estar tanto tiempo de pie. El reloj marcaba las ocho y media de la noche cuando cada una regresó a su hogar. Con entusiasmo, le contaron a sus madres los detalles de su día, incluyendo las curiosas preguntas que hicieron a los funcionarios mientras les tomaban los datos. Cenaron y cayeron rendidas en un sueño profundo. --- El sábado por la mañana, la llamada esperada llegó para Katiuska. Era la coordinadora de planificación, quien le informó que debía presentarse en el aeropuerto de Catia la Mar el lunes a las 8:00 de la mañana. Su vuelo con destino a **Jena, Alemania**, una ciudad de 100.000 habitantes con un ambiente familiar y facultades universitarias dispersas, estaba programado para esa hora. Tras recibir la noticia, Katiuska, llena de una alegría que le hizo olvidar el desayuno, corrió a casa de Carmen para compartir la buena nueva. —¡Buenos días, señora Luisa, ¿cómo está?! Le vengo a comunicar que me llamaron. Me dijeron que tengo que presentarme en el aeropuerto el lunes a las 8:30 para agarrar el vuelo de las diez. ¡Ya tengo listas las maletas para irme! —Gracias, hija, por avisarme —contestó Luisa, con una sonrisa que ya calculaba los beneficios. Dos horas después, Luisa se dirigió a casa de Belkys. —Buenos días, Belkys, ¿cómo está? —Dígame, ¿en qué le puedo servir? —Vengo a hablar con usted. —Sí, claro. Pase, tome asiento. Le ofrezco un café mientras conversamos. —Bueno, Belkys, en vista de que a tu hija la llamaron para presentarse en el aeropuerto, se me ocurrió venir a tu casa y preguntarte si existe la posibilidad de que nuestras hijas se vayan juntas. Tu hija me dijo que en el terminal de pasajeros estaría un autobús que las transportaría hasta el aeropuerto. —Sí, Sra. Luisa, es correcto. —Bueno, por eso vine a proponerle que las dos se vayan juntas, porque mi hija no sabe llegar sola al aeropuerto. —Bueno, sí está bien, quedamos así: las dos salgan juntas. Pero eso sí, tienen que salir a las 5:00 AM de la casa para llegar a la hora justa, porque dijeron que ya tienen un listado de la gente que se va —añadió Belkys. —Gracias por la información. Por cierto, ¿tendrá un bolso grande? No tengo dónde mi hija guarde su ropa. —Tranquila, déjeme buscarlo. Segundos más tarde, Belkys le entregó a Luisa un bolso espacioso para que Carmen empacara sus pertenencias. Luisa regresó a casa y llamó a Carmen. —Carmen, ven un momento, por favor. Estuve hablando con Belkys y acordamos que ustedes se fueran juntas al aeropuerto. Aquí tienes un bolso lo suficientemente grande para que empaques todas tus cosas. —Sí, mamá, está bien, entendido. Y así fue. Carmen dejó todo listo, solo esperaba con ansias la llegada del día para embarcarse en su nueva aventura. Estudiar en otro país con todos los gastos pagos era un verdadero sueño hecho realidad, la puerta hacia una vida que siempre había anhelado. El día esperado llegó. Carmen se levantó a las cuatro de la mañana, se alistó y desayunó. Luego, se despidió de su madre y sus hermanos con un fuerte abrazo, prometiéndoles que al llegar a su destino los llamaría o les enviaría cartas. —¡Bendición, madre! Te mantendré informada de todo lo que pase. Voy a buscar a Katiuska y nos vamos. Estaremos en comunicación, ella con su madre y yo con ustedes. —Dios te bendiga, hija, y que Dios te ampare y te favorezca. Rezaré por ti todos los días, hija. —¡Amén, madre! Hasta pronto. Carmen salió a buscar a Katiuska, y juntas se dirigieron al terminal, donde las esperaba el autobús que las llevaría a su destino. Al llegar, un grupo de personas convocadas para el aeropuerto y cinco autobuses aguardaban la hora de partida: las 6:30 de la mañana. El mundo de Carmen estaba a punto de cambiar para siempre.
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