LIA
Pierdo la noción del tiempo.
Podría haber estado aquí diez horas, o diez días, no lo sé. Mi mente esta nublada por el miedo, no puedo pensar con claridad. Cada vez que oigo pasos en el pasillo, tiemblo, preguntándome si mi tiempo se acabó.
¿Esto es todo? ¿Se acabó todo?
Pienso en Jack y quiero llorar. ¿Tendrá que llorarme también? O, peor aún, ¿lo encontrará Nero y terminará el trabajo? Borrar del mapa a la traicionera familia Nichols para siempre.
Se oyen más pasos y me preparó. Esta vez, la puerta se abre. Es Nero con una pistola en la mano.
Oh, Dios.
Estoy en el suelo, pero no creo que mis piernas puedan sostenerme ni aunque lo intentara, así que me pongo de rodillas.
—No pierdas el tiempo suplicando, princesa— La voz de Nero es áspera y fría por la traición.
Trago saliva, no puedo soportar mirarlo y ver la crueldad herida en sus ojos. —Nunca les dije nada— suplico de nuevo. —Nos acabábamos de ver, eso es todo. No iba a traicionarte—
—Pero ya lo hiciste. Mentiste. Te escabulliste. Pusiste todo mi imperio en riesgo—
Levanto la vista al ver eso. Nero esta allí de pie, con una mirada completamente distante, y me doy cuenta con horror de que cualquier cosa que diga ahora no hará ninguna diferencia. Ha tomado una decisión.
Me hundo, rota. —Hazlo— digo, sorprendida de ver las lagrimas cayendo. No solo por mi corta vida, sino también por Nero. Incluso ahora, en medio de mi miedo, no quiero convertirlo en un asesino. No quiero que mi sangre manche su alma.
Lo miro por última vez, elevándose sobre mí. Un rostro que he amado la mitad de mi vida ahora es severo y resignado. Sus ojos me arden, tan oscuros como la noche, —No me has dado opción— dice,
Respiro hondo, lista para el final. —Haz lo que tengas que hacer—
Espero la bala. El final. Pero en cambio, oigo el ruido del metal contra el hormigón frente a mí. Nero ha tirado algo al suelo.
—Recógelo— me ordena. Escarbo en el polvo, preguntándome que nueva tortura ha ideado para mí. Si esto solo está retrasado lo inevitable, o algún otro juego retorcido para hacerme rogar.
Mis dedos rozan el metal y cierro la mano a su alrededor. Pequeño, circular… Es un anillo. Y no cualquier anillo, sino una fina banda de oro. Un anillo de bodas.
Levanto la vista. —¿Qué…? — pregunto, mi terror dando paso a la confusión. —¿Qué es esto? —
—Tu futuro— La expresión de Nero no se inmuta, tan fría como el acero. El hombre que me quiere muerta. —Felicidades, princesa— anuncia con una mueca de desprecio. —Nos vamos a casar—
Lo miro con incredulidad. Observo el cruel triunfo en sus ojos. Y entonces me doy cuenta: Hay destinos peores que la muerte.
NERO
He tenido este anillo esperando durante diez malditos años. Una simple banda de oro. El anillo de mi madre. Lo guardé en una caja en el fondo de
un cajón de la cómoda, esperando pacientemente el día en que me ganara el derecho de deslizarlo en el dedo de Lia. Donde pertenecía.
En aquel entonces, era una señal de mi amor por ella. Nuestra confianza. Una promesa de un mañana más brillante que podríamos compartir juntos.
Ahora, ese futuro no es más que oscuridad. Pero se lo quitaré, de todos modos. Le quitaré todo lo que tiene. Y más.
Este anillo será un testimonio de su traición. Atándola a mí, como su red de mentiras. Pensé que la amaría para siempre. Ahora la odiaré hasta el día de mi muerte.
Mi princesa.
Mi prisionera.
Mi esposa.
No tiene ni idea, esto es solo el principio.