LIA
La mirada de Nero es fría, pero no dice nada, al menos me está dejando hablar.
—Quería quedarme. ¡Quería estar contigo! Pero me metieron en el coche, dijeron que estaría muerta si no me iba con ellos. Solo tenía dieciséis años, no tenia elección Pero fue real para mí. Nero. Cada palabra. Cada beso. Dejarte atrás fue lo más difícil que tuve que hacer. Te amaba…—
Lo miro a los ojos, ferviente, y Nero me devuelve la mirada. puedo ver como mis palabras se asimilan, mientras él las reflexiona, decidiendo si creerme o no.
—Fue real para mi— repito. —Nunca podría haber fingido un amor así. Siempre fue real—
Algo cambia en su expresión. Se abre. Una nueva luz brilla a través de él. Y entonces me busca.
Sus labios chocan contra los míos, buscando, desesperados, y los encuentro con un alivio puro y apasionado. ¡Si! Me hundo en sus brazos, devolviéndole el beso con avidez, explorando su boca y su lengua mientras me aferro fuerte.
Nero me levanta y me lleva hacia las escaleras, pero no puedo esperar. El deseo invade con fuerza y con valentía abro la camisa de Nero, haciendo que los botones vuelen por todas partes. El deja escapar un sonido como un gruñido e interrumpe nuestro beso para subirme el vestido por encima de la cabeza, dejándome en bragas y un sujetador sin tirantes.
—Maldita sea, Lia— gime, mirándome de arriba abajo. —¿Sabes lo que me haces? —
—Muéstrame— exijo, sin aliento. Me presiono contra él, y Nero no espera. Su boca está en mi pecho en un instante, chupando y lamiendo hasta que gimo.
Me lleva a ciegas por las escaleras, presionándome contra la pared en el rellano a mitad de camino. Me balanceo contra él, desesperada por sentir su longitud contra mi centro.
Nero gruñe, mordisqueando un pezón tenso mientras embiste, sujetándome hacia atrás, frotando su erección con fuerza contra mi clítoris. Grito de placer. —Nero— jadeo. —Oh, Dios, por favor—
Nos lleva al suelo, hasta que estoy tumbada en el rellano, con la cabeza apoyada en la contrahuella de la escalera mientras el vuelve a bajar la suya hacia mi pecho, su lengua acariciando mis pechos, uno a la vez. Cierro los ojos en éxtasis, mis manos van a la parte posterior de su cabeza mientras succiona con más fuerza, casi hasta el punto de dolor.
Pero así es con él, a horcajadas sobre la delgada línea entre el dolor y el placer hasta que no puedo soportarlo más.
—Por favor— suplico, retorciéndome en sus brazos. Ni siquiera sé que estoy pidiendo. Solo mas de él. Todo de él.
Sus manos encuentran mis bragas y me las arranca, el sonido explícito llena la casa vacía. Oh, Dios mío. —Te compraré unas nuevas— gime, ya chupando la parte inferior de mi muslo. —Mierda, princesa, te compraré el maldito mundo si consigo probar este coño—
Me arqueo, presionándome ansiosamente más cerca de su boca. —¡Si! —
Apenas puedo respirar mientras me agarra los muslos y me abre la piernas. Me mira, lamiéndose los labios.
—Estás tan mojada para mí. jodidamente brillante—
Me estremezco de anhelo. —Es todo para ti— jadeo. —Por favor, Nero…—
—Te tengo, nena— gruñe, con los ojos llenos de lujuriosa victoria. —No dejare que este azúcar se desperdicie. No cuando me muero por probar otra vez—
Entierra su cara entre mis piernas, aplanando su lengua mientras lame mi centro. Grito.
—¡Mierda! — mis piernas tiemblan, y el las echa sobre sus hombros, manteniéndome bien abierta para su lengua mientras presiona una mano contra mi estómago, inmovilizándome en mi lugar.
El placer me recorre, apretándome más con cada lamida perversa.
—¡Oh, Dios mío! — grito, agarrándome de los radios de la barandilla con una mano. —¡Si! —
—Grita mi nombre— exige Nero. —Dile a todos quién te lo está dando tan bien—
—¡Nero! — resuena mi voz, frenética de pasión. —¡Oh, Dios, Nero, ¡sí! —
—Así es. Mas fuerte—
Me devora de nuevo, explorando mis pliegues con movimientos rápidos y penetrantes, envolviendo sus labios alrededor de mi clítoris hinchado y succionando allí hasta que grito de nuevo. Dios mío, estoy en el cielo, perdida bajo la avalancha de placer.
Y entonces, mete dos dedos gruesos dentro de mi mientras lame implacablemente mi clítoris, y casi pierdo la cabeza.
¡Mierda!
Llego al clímax con un grito. mi orgasmo me recorre, y muevo mis caderas frotándome contra sus dedos mientras capeo las olas de dicha.
Pero con la misma rapidez. Nero se aparta. —Dije que te reclamaría, y lo decía en serio— Se cierne sobre mí, quitándose lo que queda de su camisa y desabrochando sus pantalones. —Este coño es mío, princesa. Mi esposa va a tomar la polla de su marido hasta la puta empuñadura— promete. —Vas a sentirme durante días, voy a follarte tan bien. porque sé que no lo querrías de otra manera—
Oh. Dios mío.
Me estremezco, solo mirándolo, tan poderoso. Todo mío. Su erección es gruesa y pesada, y la necesito como nunca he necesitado nada en mi vida.
Me recuesto y abro más las piernas. Una invitación.
Nero gime, apretando su gruesa polla con una mano. —No, nena. Ponte en cuatro para mí. Tengo que meterla hasta el fondo—
Me muevo antes de que termine la frase, luchando por darle lo que necesita. Se hunde de rodillas detrás de mí y me agarra las caderas, dándome un fuerte golpe en el trasero antes de inclinarse, cubriéndome. Atrapándome en mi lugar.
—¿Sabes por qué los animales follan así? — pregunta Nero, con el aliento caliente en mi oído. Me estremezco en la cálida jaula de su cuerpo, retrocediendo ansiosamente contra su polla.
—¿Por qué? — jadeo
—Porque es tan jodidamente profundo—
Me penetra de una sola embestida caliente, haciéndome caer hacia adelante, gritando ante la gloriosa intrusión. Su gruesa circunferencia, estirándome más. Abriéndome.
—¿Sientes eso, nena? — Nero me embiste de nuevo, su agarre en mis caderas me empuja hacia atrás sobre su polla.
—¡Si! — grito, porque, mierda, tiene razón. Es tan profundo que veo estrellas. Sollozando, retorciéndome, frotándose contra su magnifica polla. —¡Dios, si! —
—Me perteneces— gruñe, retirándose y luego embistiendo profundamente. Mas profundo. mierda. —Cada centímetro, cada parte de ti. Mía—
—Tuya— sollozo, estremeciéndome. Dios mío, no tenía ni idea de que pudiera sentirse tan increíble. —Siempre he sido tuya—
Mi vacilante admisión parece desatar algo en él, porque deja escapar un rugido. Su ritmo se vuelve frenético, embistiendo contra mí como un animal salvaje, rudo, sucio y tan, tan bueno.
—¡Si! — grito. ¡Justo ahí, no pares! —
—Nunca— gime, estirando la mano para frotar mi clítoris en una explosión de placer. —Mierda, lo recibes tan bien. voy a hacer que mi esposa se corra sobre esta bestia de polla—
Me estremezco, amando como suena eso. porque este momento, mierda, le pertenezco. Es como si estuviera reclamándome. Él está mostrándome a quién le pertenezco, marcándome como suya con la forma en que domina mi cuerpo. Y lo dejo.
Demonios, lo quiero.
Me balanceo hacia atrás con él con cada fuerte empuje de sus caderas hacia adelante, y empiezo a sentir esa energía eléctrica acumulándose en mi cuerpo de nuevo, el tipo que solo puede significar que se acerque el clímax.
—Mi esposo— canturreo, empujando hacia atrás, moliendo. —Mi esposo siempre me lleva allí. Mi esposo sabe exactamente lo que necesito—
—¡Mierda, Lia, mierda! —
Nero extiende la mano y me agarra el cabello, envolviéndolo alrededor de su mano. El dolor punzante hace que mi placer se dispare, y siento su cuerpo tensarse, hasta el punto de ruptura.
—Cariño…— Suelta un gruñido ahogado, penetrando en mí de nuevo mientras sus dedos me frotan, justo en el punto justo.
¡Dios mío!
Llego al clímax con un grito, el placer me recorre, destrozándome. Nero me arrastra hacia arriba, pegada a su cuerpo, empujándome hacia arriba y frotándome allí mientras me aprieto a su alrededor. Provocando espasmos de orgasmo por toda su polla.
—¡Mierda! Cariño. ¡Mierda! —
Se corre con un rugido, saliendo a chorros dentro de mí, todavía embistiendo, follándonos a través de las primeras oleadas de placer y en la siguiente. Una y otra vez, me penetra, hasta que nos derrumbamos en la escalera, totalmente agotados.
Jadeo en busca de aire, aturdida. No solo por la pura fuerza de mi placer, sino también por la conexión. Como se sintió finalmente admitir que era suya.
Nero me atrae hacia sus brazos sudorosos, respirando rápido. gime y me río.
—Lo sé— digo, exhausta. Me abraza con fuerza y me da un beso en la nuca.
—Supongo que finalmente bautizamos la nueva casa— dice, y puedo oír la satisfacción en su voz. Nuestra casa. Sonrío, mirando donde están entrelazadas nuestras manos. Hay un sencillo anillo de oro en nuestros dedos anulares y, por primera vez, lo miro y me siento a salvo.
Satisfecha.
Suya.
Respiro hondo otra vez, las emociones me invaden, más que solo placer. He pasado nuestra primera semana de matrimonio llena de ira y resentimiento, viéndolo como otro obstáculo para mi libertad. Pero ahora las palabras vuelven a mí. hicimos un voto, para bien o para mal.
¿Pero cuál somos ahora?