Me gustaría contar que todo salió bien, que esa noche nos besamos hasta caer dormidos y que al día siguiente nos despertamos siendo nosotros mismos y que lo celebramos echando un polvo de los que hace temblar los cimientos, pero no fue así. Giselle se quedó dormida, sí, enseguida, deseosa como estaba de que todo volviera a la normalidad; yo, por mi parte, me quedé mirando al techo durante horas. A ratos dormí, supongo, aunque tengo la sensación de que no pegué ojo en aquellas horas de incertidumbre, y sabía que con ello estaba fastidiando el plan, que para iniciar el viaje de retorno debía dormir profundamente y que mi alma retomara ese viaje astral que había iniciado equivocándose de parada final. Cuando el móvil empezó a sonarme a las seis y media de aquel domingo, lo hizo en mi mesita,

