Después de cenar, pasamos el rato cada uno en silencio observando nuestros smartphones. De vez en cuando nos echábamos unas miraditas de comprobación: estar juntos se había convertido no solo en una obligación, también en una necesidad cargada de total y absoluta dependencia. ¿Y si jamás volvíamos a ser nosotros mismos? Aunque nosotros mismos sí que éramos, porque vaya gestitos femeninos que se gastaba ahora mi cuerpo. Y es que Giselle se había emperrado en usarlo cómo le plazca, lo que derramó lo ridículo fue cuando salió del baño vestido con pijamas diminuto y estampados florales más gay no me podría ver. —¿De verdad tienes que ponerme ese pijama? —protesté. —Es mi pijama favorito y me lo estoy poniendo yo, no empieces otra vez. —No empiezo, es que me resulta incómodo verme con esa pi

