Capítulo 5

2309 Words
Verónica mira el techo de su pequeño cuarto. Es blanco con algunas manchas que en su mente forman figuras de todo tipo. ―¿Cómo te sientes? ―Una doctora entra al cuarto y se para junto a la cama de la muchacha. ―No tengo sueño, ¿puede darme algo para dormir? ―No, sin pastillas ―responde la doctora―. Intenta relajarte. ―Como si fuera tan fácil. ―Nadie dijo que lo fuera, tu siquiatra debió advertírtelo. ―Sí ―murmura de mala gana la paciente, que de paciente, no tiene nada. ―Escucha, esto es un trabajo noventa por ciento tuyo. Yo te puedo ayudar, todos aquí lo vamos a hacer, pero si tú no pones de tu parte, todo lo que podamos hacer nosotros no servirá de nada. ―Lo sé y lo siento, es que en casa, cuando no puedo dormir... ―Tomas una pastilla y asunto solucionado, pero recuerda que por eso estás aquí. Verónica gira la cara. Su primera noche en este lugar y no le gusta nada, aunque sabe que es algo que debe hacer y lo hará, ya no puede seguir igual, debe cambiar para volver a estar con su esposo y su hija, para volver a empezar y que todo sea como antes y mucho mejor. ―¿Quieres hablar? ―consulta la profesional. ―¿Cree que mi esposo quiera volver a estar conmigo después, cuando ya esté bien? ―No lo sé, no lo conozco, ni siquiera estaba en turno cuando te vino a dejar, pero debe sentir cariño por ti todavía, no cualquiera sigue tratando con delicadeza a sus ex. De todas maneras, recuerda que esto no es por él, es por ti, para que tu vida marche mejor ―recalca la última frase―, no para volver con él, porque en caso que él no quiera no se le puede obligar y tú podrías tener una recaída si las cosas no salen como las planeaste. ―Le he hecho mucho daño, pero no era yo, las drogas... ―Las drogas y el alcohol ―interrumpe la siquiatra―, no hacen más que desinhibir y exacerbar las emociones y reacciones, sacan lo profundo de las emociones hacia afuera. Si le hiciste daño, tal vez fue porque en el fondo de tu corazón querías hacérselo. ―Yo lo amo y lo sigo amando, es el único hombre que he amado, ¿cómo querría hacerle daño? ―No lo sé, eso tienes que descubrirlo tú misma, o al menos admitirlo para ti, puede haber algo que no le hayas perdonado a pesar del amor que le tienes. Verónica se queda pensando, ella no siente rencor por Cristóbal, ni por haberla abusado, ni por haberla abandonado. Tampoco por haberse alejado tanto tiempo. Ni por ser tan amigo de Nicole y haberse desvivido por ella en la clínica ni después... Cierra los ojos. ―¿Qué pasa? ―pregunta la mujer a la joven. ―Yo nunca quise hacerle daño. La doctora, una mujer de unos treinta y cinco años, baja y rubia, con un rostro severo a la vez que amable, sonríe, sabe que hay mucho más que lo que aparece en la ficha, deberá indagar un poco más de la relación de ella con su esposo. Algo oculto, o no tanto, debe haber ahí, algo que la hizo actuar de manera errática. En su inconsciente guarda un cierto rencor a su esposo y, para ayudarla, ella debe saber el qué. ―Mañana a las diez te espero en mi box, piensa esta noche en qué puede ser lo que hizo que quisieras hacerle daño a quien amas, como dices tú. En la medida que tú te abras conmigo y con mis colegas, más rápido será tu avance y mejoría. ―Puede ser. ―Descansa. Verónica no contesta, simplemente se queda de nuevo, embebida en sus pensamientos mientras busca una y otra vez, formas en las manchas y sombras del techo. A cada hora que pasa, más se arrepiente de haber tomado esta decisión, no sabe si será capaz, tanto de vivir sin pastillas como de contar su historia, de las cosas que sucedieron, cómo sucedieron, del amor que perdió, de su hijo no nacido y de su hija que a la corta edad de cuatro años, no la quiere, prefiere estar con Nicole... Nicole... La ladrona de hombres y de hijos. Deja su mente en blanco después de su último pensamiento. Sabe que no tiene razón. Ella, como madre, no se ha comportado bien, el desesperante modo agrandado de la niña, su constante hablar, la sacaban de quicio. Aunque eso no era justificación para golpearla o gritarle de la forma que lo hacía. Cierra los ojos. Ya no quiere pensar. Quiere dormir y olvidarse de todo, pero el sueño no llega. Dos horas completas y no logra quedarse dormida. Se levanta y pasea alrededor de la cama. Las tres y media y no logra adormecerse. Se sienta en el suelo con la espalda apoyada en la cama. Recuerda tanto, demasiadas reminiscencias atormentan su mente. Y llora. Llora mucho. Hasta dormirse allí, sin saber muy bien cuándo. ••• Diego toma un sorbo de su café. Acaba de terminar su turno y espera a Raissa que está acabando su arreglo para irse a la casa. La noche en de urgencias fue larga y agotadora y sabe que para Raissa no fue mejor, un accidente automovilístico los obligó a hacer un turno extra en la clínica. Y su mujer había perdido un paciente. Llevan seis meses juntos y Raissa lo cuidó durante todo el tiempo que lo necesitó, no apartándose de su lado. Al principio, ella no hizo nada para acercarse como pareja, se sentía demasiado avergonzada por haberse acostado con Esteban, por lo que no insistía en nada con él, solo lo atendía como se atiende a un hermano. Luego, cuando él dio el paso de volver a tomarla como su mujer, ella le confesó lo mal que se sentía y que era indigna de tener su amor, pero él... ―¿En qué piensas? ¿Te aburriste mucho, me demoré mucho? ―pregunta Raissa sentándose frente él en la pequeña mesita de la cafetería. ―En nada, solo te esperaba ―responde mirando sus rojos ojos, no sabe si por cansancio o porque lloró.  Raissa le dedica una radiante y falsa sonrisa, sabe que a pesar de haberse quedado con ella, de vivir bajo el mismo techo y hacer el amor cada noche, él no puede olvidar a Nicole. No lo dice, ni siquiera se lo ha insinuado, pero ella sabe que es así. Lo siente en su pecho, muy dentro, como un cuchillo clavado en el centro de su corazón. Sobre todo hoy. ―¿Vamos? ―consulta él, atento―. ¿O quieres un café? ―No, no, estoy cansada, quiero irme a la casa y acostarme. ―¿Pasa algo? ¿Te sientes mal? ―No ―contesta levantándose―, solo estoy cansada, fue una noche muy dura. ―Sí, lamento lo de tu paciente. ―Gracias, hicimos todo lo pudimos, pero el golpe en la cabeza fue demasiado fuerte, aunque en realidad, no sabía por qué luchábamos tanto si, con el daño columnar, iba a quedar en estado vegetativo. Creo que fue lo mejor ―comenta ella con tristeza. ―De todos modos ―dice él tomando la mano de su mujer―, estamos aquí para salvar vidas, y cuando alguien se nos va... Ella aprieta la extremidad del hombre y lo mira a los ojos. ―Gracias por quedarte conmigo. ―Raissa... Los ojos de la mujer se llenan de dolorosas lágrimas. ―Raissa, no llores, ven acá. El doctor se levanta y la abraza. ―Vamos a casa, necesitas descansar. Diego la lleva abrazada a su costado, como le gusta, hasta el estacionamiento, la apoya en la puerta y la mira. ―¿Qué pasa? ―pregunta él al ver las lágrimas que ni salen ni se esconden, están ahí, una sola palabra y se derramarían como cascadas. ―Nada, creo que hoy estoy sensible, seguro me va a llegar mi período. ―No es eso, nunca te pones mal por ello. ―Entonces no sé. Cada vez más, la mujer siente las lágrimas a punto de brotar, hoy es un día especial y él no ha hecho ni una sola mención. Y le duele, porque eso le confirma que él está con ella solo porque todo salió mal en la carrera. Y encima... ―No digas que no sabes, Raissa, mírate, estás a punto de llorar. ―No es nada, amor, ¿vamos? De verdad que estoy cansada. Diego coloca una de sus manos en el delicado rostro femenino y lo acaricia, después de unos segundos, se acerca y la besa. ―No quiero que estés triste ―susurra besando su rostro. ―No te preocupes, no es nada. ―Vamos a casa. Ella asiente con tristeza y se gira para entrar en el automóvil. ―¡Maldición! No puedo con esto ―murmura él tomando del brazo a su mujer y besándola con pasión antes que alcance a subir al coche. ―¿Qué pasa, Diego? ―Feliz cumpleaños, pequeña. ―la felicita con un beso. Ella queda en blanco, ¿lo había recordado? Ahora sí las lágrimas salen sin temor. ―No llores, pequeña. ―¿Por qué no me habías dicho nada? ―Siempre lo arruino todo ―responde enigmático. Sin decir nada más, hace subir al vehículo a la mujer y él se sube enseguida. Conduce en silencio hasta su casa. Ella no sabe qué decir. Al llegar, como siempre, entran por la puerta de la cocina que es la más cercana a la cochera. La cocinera no está y eso sorprende un poco a Raissa pero no dice nada. Va de la mano de su amado, aunque este no sienta más que culpa por ella. Al entrar a la sala, ella se queda estática. ―Oh, por Dios... ―susurra sin creer lo que ven sus ojos. ―¿No te gusta? ―inquiere Diego, viendo la reacción de ella. ―Diego... Un enorme peluche, de casi el tamaño del hombre está sentado en su sala. Es una preciosidad. ―Di algo, por favor, porque de otro modo no podré entregarte el resto. ―¿El resto? ―Se sorprende ella. ―Ven. El hombre la empuja suavemente hacia el oso y saca de su corazón un anillo de compromiso. ―Raissa Vrsalovic, ¿quieres ser mi esposa? Raissa niega con la cabeza sin poder creer lo que está sucediendo. Teme que todo sea una muy pésima broma de mal gusto. ―¿No quieres? ―pregunta él, atemorizado. ―Diego... El hombre toma el rostro de su mujer entre sus manos y la obliga a mirarlo. Ella tiene llanto en sus ojos y una tristeza infinita. ―¿Qué pasa, pequeña? ―No es una buena broma. ―¿Crees que esto es una broma de mal gusto? ―Tú no me amas. ―¿Quién te dijo eso? ―Tú amas a Nicole. ―No es cierto, Raissa, ven. El hombre la conduce con delicadeza hasta el sillón y se sienta con ella en sus piernas. ―Te voy a confesar algo ―le dice y besa su cabello―. Aquel día de la carrera, cuando fue el accidente, creí que iba a morir, soy doctor y los golpes que recibí no eran simples. Entonces, en la primera persona en la que pensé fue en ti. En que no te había dicho lo dolido que estaba contigo por haberme dejado, por haber creído a tu hermano y por haber deseado mi muerte. Sabía que tú eras vulnerable, tu hermano te manejaba a su antojo y en pos de cuidarte, se equivocó muchas veces. También te pensé en los brazos de Esteban y me di cuenta de lo celoso que estaba. ―¿No me estás mintiendo? ―Jamás hablé más en serio. ―Diego... ―Sentí que mi vida se iba... Y te vi. Te vi con tus ojos llenos de amor y preocupación. Y luché por mi vida. Respiré para mantener mis niveles cardiorespiratorios controlados, sabía que eso era fundamental. Es la ventaja de ser médico. Me relajé y esperé que los paramédicos hicieran su labor. Sabía que afuera me esperabas. Por eso decidí quedarme. No porque me sintiera vencido en la contienda. ―¿Eso significa... significa que me amas? ―Claro que sí, Raissa, nunca te olvidé. La doctora se abraza al hombre y se echa a llorar de pura felicidad. ―Yo creí que hasta te habías olvidado de mi cumpleaños. ―No hubo un solo año que lo olvidara... Cuando volvamos a Chile, te lo voy a demostrar. ―¿Qué? ―Cada año te compré un peluche, sé lo que te gustan y en todos ellos hay una joya para ti. Los tengo guardados en mi dormitorio. En mi interior siempre quise que llegara el momento de entregártelos. ―Mi amor... Es Raissa quien lo besa ahora sin temor y Diego le corresponde de igual forma. ―Creo que sería mejor que fuéramos al cuarto ―susurra ella cuando el beso se transforma en apasionado. ―Estamos solos, les di libre a todo el personal. Ella sonríe en su boca. ―Te amo, Diego, te amo tanto y siento mucho lo que pasó, por años te esperé solo a ti, nunca nadie me tocó, yo solo quería tus manos... ―No digas nada, pequeña mía, si hubiese sido más sincero, nada de eso hubiera pasado, yo fui tan culpable como tú. ―Mi amor... Diego intensifica el beso, demostrando todo su amor... El que se guardó por tanto tiempo.
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