Capitulo 2

1306 Words
Samuel se hundió en la silla junto al escritorio, pasándose una mano por el pelo oscuro. «No es así, Aleya. No es tan sencillo como crees». —Entonces explícamelo. Ayúdame a entender por qué mi felicidad no importa. Él sostuvo su mirada con tono suave. «Padre no tomó esta decisión a la ligera. La alianza con la manada Garra de Piedra es crucial. Su territorio es estratégico, y Nathaniel es el heredero. Casarse con él garantiza la estabilidad futura de nuestra manada». Aleya soltó una risa amarga, acercándose a él. —¿Estabilidad? ¿Y mi futuro, Sam? ¿Y lo que quiero?—. Le temblaba la voz, pero se negaba a llorar. Samuel bajó la mirada, incapaz de responder. —Eso pensaba. —Aleya se giró hacia la ventana, cruzándose de brazos—. Siempre haces lo que papá quiere. Nunca lo cuestionas. Pero yo no soy como tú. No voy a quedarme de brazos cruzados. Samuel se puso de pie y se acercó lentamente. —¿Qué planeas hacer, Aleya? ¿Huir? ¿Arriesgarte a que te encuentren y te obliguen a regresar? No se puede jugar con papá. Ella lo miró con los ojos encendidos de determinación. «No voy a quedarme aquí y dejar que me casen con alguien a quien ni siquiera respeto. Voy a encontrar mi propio destino, Sam. Me da igual lo que piense papá». Samuel dejó escapar un profundo suspiro. «Te admiro por eso, Aleya. Siempre has sido más valiente que yo. Pero, por favor, ten cuidado. Padre no perdona la desobediencia». Aleya lo miró sorprendida. —¿No vas a detenerme?— Negó con la cabeza. «No puedo apoyarte, pero tampoco te detendré. Solo... prométeme que no harás nada que no puedas deshacer». Aleya asintió lentamente. «Gracias, Sam». Samuel se acercó y le puso una mano en el hombro. «Eres mi hermana. Pase lo que pase, siempre estaré a tu lado». Luego, sin decir nada más, salió de la habitación, dejando a Aleya con una mezcla de miedo y esperanza. —Bueno, eso fue inesperado —comentó Luna con tono burlón—. Quizá no sea tan inútil como pensábamos. Aleya sonrió levemente, mirando el cielo estrellado por la ventana. «Esto no termina aquí, Luna. Mi vida apenas comienza». Dos meses después. La mansión Garra de Piedra estaba adornada con opulencia, una exhibición de poder y riqueza para dar la bienvenida a los Colmillos Plateados . Aleya observó el comedor con una mezcla de disgusto y resignación. Todo en el ambiente parecía diseñado para sofocarla: los candelabros de cristal, las largas cortinas de terciopelo y las miradas inquisitivas de los miembros del clan Garra de Piedra . Nathaniel se sentó a la cabecera de la mesa, irradiando su habitual aire de prepotencia. Vestía una túnica de piel de oso que hacía que su corpulenta figura pareciera aún más desproporcionada. Aleya se esforzó por mantener una expresión neutral, pero su loba, Luna, no se guardó sus comentarios. ¡Ay, Dios mío, míralo! Es como un barril con patas. ¿Es ese nuestro futuro? Porque prefiero quedarme soltera el resto de nuestras vidas. Aleya apretó los labios para reprimir una sonrisa. «Cállate, Luna. Esto ya es bastante duro». Su prometido alzó una copa para brindar. «Por nuestra unión, que traerá prosperidad y gloria a nuestras manadas». Aleya se levantó torpemente, intentando seguir el protocolo, pero su incomodidad era evidente. Al coger su copa, se tambaleó ligeramente, derramando un poco de vino sobre la mesa. La risa ahogada de algunos miembros de Garra de Piedra solo la hizo sentir peor. Nathaniel, con tono condescendiente, comentó: «Es un pequeño error. Mi futura esposa pronto aprenderá a comportarse en eventos importantes». Las palabras le dieron a Aleya una bofetada. —¿Esposa? ¿Aprender?—, pensó indignada. Luna no perdió el tiempo. —¿Te das cuenta de lo condescendiente que es este imbécil? Anda, di algo. Nos lo merecemos—. Antes de que pudiera contenerse, las palabras salieron de su boca. «Quizás no sea yo quien necesita aprender, Nathaniel. Quizás deberías empezar por reducir la carne, o el vino... o todo, en realidad». La sala quedó en silencio. Los ojos de los Garras de Piedra se abrieron de par en par, conmocionados, mientras algunos Colmillos Plateados luchaban por ocultar su sorpresa. Nathaniel frunció el ceño, visiblemente molesto. —¿Qué quieres decir con eso, Aleya?— Se encogió de hombros, intentando parecer indiferente. —Solo un comentario. Ya sabes, por tu salud—. El resto de la cena fue un desastre. Aleya no mostró el respeto que los Garras de Piedra esperaban de una prometida, y su lengua afilada solo empeoró las cosas. Cuando regresaron a la mansión Colmillo Plateado , Damian estaba furioso. Después de la cena de compromiso, de vuelta a casa, el rugido de Damian resonó en el gran salón mientras Aleya permanecía frente a él, con la cabeza en alto, aunque temblaba por dentro. ¡Tu comportamiento fue vergonzoso! Has insultado no solo a Nathaniel, sino a todo su clan. ¿Tienes idea de lo que esto significa? —Sí, significa que no tengo que casarme con él —respondió Aleya desafiante. La bofetada llegó rápidamente, con tanta fuerza que la hizo girar la cabeza bruscamente. El dolor físico no era nada comparado con la humillación que sentía. Damian respiró hondo, intentando calmarse. «Eres mi hija, pero si vuelves a faltarle el respeto a nuestra familia, no tendré más remedio que castigarte como a cualquier otro m*****o de la manada». Aleya no respondió. Se le rompía el corazón y su determinación de escapar se hacía cada vez más fuerte. Horas después, Samuel entró en su habitación y cerró la puerta tras él. Encontró a Aleya sentada en el alféizar de la ventana, con el rostro aún marcado por el golpe. —¿Cómo estás?— preguntó con cautela. Aleya se encogió de hombros. —Me he sentido peor—. Samuel se sentó a su lado. «Esto se está descontrolando. Los Garras de Piedra exigen un castigo público. Padre se niega, pero esto podría derivar en un conflicto entre manadas». Aleya lo miró con incredulidad. —¿Todo por una cena? ¿Porque no quiero casarme con ese... hombre?— Samuel asintió. —Es más complicado que eso. Esto es política, Aleya. Papá no puede mostrar debilidad, y ellos tampoco. Aleya suspiró. «No puedo quedarme aquí, Sam. No puedo casarme con él, y no puedo ser la causa de una guerra. Tiene que haber otra manera». Samuel la observó en silencio un momento y luego sonrió levemente. «Quizás sí». Ella lo miró intrigada. —¿En qué estás pensando?— Se acercó más, bajando la voz. «La Academia Alfa. Si desapareces un rato, podríamos ganar tiempo mientras Padre negocia con los Garras de Piedra . Es el único lugar donde estarías a salvo. Nadie te buscaría allí». Aleya frunció el ceño. —¿Cómo se supone que me esconderé en una academia llena de alfas? Es un lugar para hombres, Sam. Me descubrirán en un segundo.— Samuel sonrió. «No si nos aseguramos de que no lo hagan. Te cortaremos el pelo, usaremos feromonas masculinas para disimular tu olor... Con un poco de esfuerzo, podrías camuflarte». Aleya dudó. «Esto es una locura». Luna intervino en su mente, emocionada. —¡Justo lo que necesitamos! ¿Ves, Aleya? Por fin, algo divertido. ¡Di que sí!— Miró a su hermano, con la determinación volviendo a sus ojos. «Bien. Hagámoslo. Pero si esto sale mal, será tu cabeza. Papá vendrá tras él». Samuel rió suavemente. «Siempre tan dramático. Estarás bien. Y quién sabe, puede que incluso lo disfrutes». A medida que avanzaba la noche, ambos comenzaron a planear cada detalle. Aleya aún no lo sabía, pero su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
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