—¡Guau! ¡Mírate! ¡Te has puesto muy bien! —ronroneó, acariciando mis músculos con los dedos—. No es que estuvieras enfermizo antes, pero ¡guau! ¡Tienes el cuerpo de un dios griego! Flexioné los bíceps juguetonamente mientras ella los acariciaba. Recorrió mi torso con las manos y me hizo cosquillas en el abdomen. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al sentir el roce de sus suaves dedos contra mi piel. —¿Te gusta eso? —preguntó con coquetería. Tragué saliva con dificultad y asentí en silencio. Pooja Didi inclinó la cabeza para mirarme a los ojos y me dedicó una sonrisa pícara mientras sus dedos descendían por mi vientre. —¿Sigues teniendo esos abdominales marcados de los que llevas meses presumiendo? —se humedeció los labios con picardía—. ¿Te importaría si les echara un vistazo? Me que

