Capítulo 1

3009 Words
1 Zara Novak, sala de transporte, planeta Trión Pestañeé varias veces. Mis ojos no debían de estar funcionando bien, porque me veía anillos en los pezones. A tan solo un par de segundos, o a unos pocos años luz de distancia, tenía puesta una bata de hospital. Lo último que recordaba era a la guardiana con su cuenta regresiva de tres… dos… uno…, y definitivamente no tenía los anillos en ese momento. Claro, me habían inyectado con una jeringa a un lado de mi cabeza para darme un traductor de voz, pero habría recordado la perforación en mis pezones. Cuando la guardiana dijo que tenía que llegar a Trión preparada para las costumbres del planeta, esto no era lo que tenía en mente. Sabía que debía ser un lugar árido, caluroso, desértico. Tal vez llevaría puesto un atuendo ridículo como el de Mi bella genio, con pantalones anchos y el abdomen descubierto. Yo, con pantalones tipo harén. Por supuesto. Pero en vez de aquello, estaba… desnuda. Completamente desnuda. Me encontraba tumbada en una pequeña plataforma de superficie dura e inclemente. Estaba acurrucada de costado, así que bajé la mirada para ver mi cuerpo y los diminutos anillos de oro que atravesaban mis pezones. Me quedé paralizada en mi asombro; aunque no era algo que nunca hubiese pensado en hacerme, tenía que admitir que se veían bastante bien. Combinaban con el piercing de mi ombligo. —Gracias al cielo que estás despierta. La voz masculina hizo que me sobresaltara y mirara hacia arriba. Un hombre terminaba de subir los escalones llevando en mano lo que lucía como una túnica. Me impulsé para sentarme y él envolvió la prenda alrededor de mis hombros, cubriéndome. No me pasó desapercibida la forma en que sus ojos recorrieron mi piel desnuda antes de que quedase oculta. Volví a pestañear. —Yo soy Naron, tu compañero. Has viajado desde muy lejos y solo para mí. Me han dado la máxima recompensa. Cuando se puso en cuclillas a mi lado, nuestros ojos se encontraron a la misma altura. Los suyos eran de un penetrante color verde, y no pude pasar por alto la expresión complacida en su rostro. Tenía ojos brillantes y una sonrisa amplia. Se veía curioso, ansioso; como un cachorrito musculoso y de hombros fornidos. —Hola —dije, y me aclaré la garganta. El aire se sentía cálido; la túnica de seda, fresca. Miré a mi alrededor y descubrí que estábamos en una base primitiva con paredes de tela. Era una tienda de campaña grande, como las tiendas que se alquilan para las fiestas. El material del que estaba hecha era de lona resistente, aunque rústico y de un color marrón como si hubiera sido tejido con materiales naturales sin decolorar. —¿Estás bien, gara? —me preguntó mirándome—. ¿Necesitas que traiga a un doctor o estás ya lo bastante recuperada del transporte para esperar la examinación? ¿Examinación? No sabía lo que aquello involucraba, así que me limité a decir «estoy bien». Estaba bien; aún sentía el cosquilleante placer del orgasmo que había tenido durante la prueba. Dios, sí que fue intenso y potente. Incluso grité cuando desperté. A pesar de que no había sido real, yo aún lo sentía. Pero este hombre frente a mí era muy real. Él exhaló y me dedicó una sonrisa de alivio. —Esa es una excelente noticia. Cuando me informaron que había sido emparejado, estaba de servicio. Me tranquiliza haber podido conocerte a tu arribo, porque no quería que te sintieras atemorizada o sola. Debido al lugar remoto en el que estamos, en esta estación no hay nadie a menos que se requiera de un transporte. —Siguió recorriéndome con sus ojos, deteniéndose en mi cabello y mis facciones; en cada centímetro de mí que pudiese ver—. He escuchado que las mujeres terrícolas tienen una apariencia inusual, pero encuentro que eres… encantadora. No sabía a lo que se refería con aquello, o si es que las mujeres en Trión eran muy diferentes a mí, pero no parecía estar insultándome. Todo lo contrario: yo parecía sorprenderle. Sus ojos se ensancharon. —Ni siquiera sé tu nombre, compañera. Compañera. Él estaba emparejado conmigo. Este hombre. Este alienígena de Trión. —Zara. Él lo repitió una y otra vez mientras me extendía su mano, la cual cogí, y me ayudó a levantarme mientras yo aferraba la túnica para que se mantuviese cerrada. Me miró, tal vez para asegurarse de que no me desmayaría. Estaba cansada y me mareé al levantarme, pero aparte de eso me sentía bien. Ni siquiera mis pezones, que deberían dolerme luego de la perforación, me dolían. —Soy un guardia centinela del concejal Bertok, lo cual es un verdadero honor y una buena posición. Y ahora te tengo, así que soy un hombre con suerte. —Llevaba pantalones marrones con una camisa manga larga que lucía como un uniforme. Sobre sus hombros tenía hombreras negras a rayas, y también portaba una… ¿era eso una espada en la cadera?. «Ah, aquí viene el líder de la región». Se inclinó para susurrarme al oído: —Las mujeres deben permanecer calladas en su presencia. Un hombre mayor entró en la tienda. Observé sus túnicas largas y su porte real. Naron hizo una reverencia y yo me quedé mirando, procesando lo que mi compañero había dicho. «Las mujeres deben permanecer calladas…» ¿Qué demonios? ¿En qué clase de planeta me había metido? Desnuda… con anillos en los pezones… mujeres calladas… Agradecía la consideración de Naron en cuanto a la túnica, porque el vejestorio me estaba mirando una y otra vez, y no de forma amistosa ni cálida. No. Me sentía descolocada. Aunque Naron era un desconocido, era mi compañero y pudo verme… desnuda cuando me desperté y probablemente pronto. No tenía ilusiones de que me cortejara o conquistase antes de ponerme debajo de su cuerpo, pero, aun así, no deseaba revelar mi cuerpo ante el planeta entero; en especial si este tipo era el jefe y, sobre todo, si me daba tan mal rollo. El hombre… tipo, alienígena, era viejo. No podía adivinar su edad, pero era definitivamente mayor que Naron. Podía ser su padre, o incluso su abuelo: su cabello era gris y varias arrugas le surcaban el rostro, pero se mantenía tan rígido como una barra. No podía imaginar su físico debajo de la larga túnica que usaba. Tenía una mirada examinadora; no era s****l, más bien… depredadora. Como si hubiera visto algo que quería. Eso no estaba pasando. Reconocía bien aquella mirada de los hombres. Nunca significaba nada bueno. —Naron, se ha corrido la voz de que has sido emparejado con una novia terrícola. —Su voz era profunda, imponente e impregnada de frialdad. —Sí, señor concejal —respondió Naron poniendo una mano en mi hombro. Su roce era cálido, tranquilizador. Los helados ojos azules del hombre mayor se fijaron en aquella acción. —Tenía que ver tu premio con mis propios ojos… el que se ha ganado un orgulloso guerrero como tú. No estaba segura de qué opinaba sobre ser un premio. No era más que una mujer de Boston que había visto y hecho las suficientes cosas en la Tierra para probar suerte en el espacio. Las pruebas decían que me habían emparejado con el planeta Trión, aunque no sabía cómo el haber vivido en un sitio de frío intenso durante la mitad del año me hacía buena candidata para un planeta desértico. Y Naron, bueno, parecía ser… dulce. Yo no lo era; todo lo contrario. Tal como decía aquella canción, yo era mala hasta la médula. Sin embargo, parecía ser amable, lo cual era un buen comienzo. Tampoco era mal parecido. Al oír las palabras de reconocimiento, vi que el pecho de Naron se hinchaba. Bertok me miró como si fuera una vaquilla con un lazo azul en alguna feria. —Es evidente que eres humana. Tu pequeño tamaño es similar al de la compañera del consejero superior Tark. No tenía idea de quién era ese o su compañera. Medía un poco más de un metro y medio, así que tenía que presuponer que la novia humana de ese hombre también era baja. Iba a abrir la boca para responder, pero recordé las palabras de Naron y la cerré. No tenía idea de lo que pasaba aquí y no quería echarlo a perder tan pronto. Bertok se acercó más, sus largas prendas se arremolinaron por sus tobillos. Se quedó de pie frente a nosotros y fijó la mirada en mí. No sabía qué hacer, además de cerrar el pico. No sabía nada sobre Trión, ni sobre sus costumbres, ni… Bertok alzó la mano, y la daga que traía en una de ellas captó mi atención. Apenas tuve tiempo de ahogar un grito antes de que atacara. Si lo había considerado débil y frágil, su habilidad para atravesar la garganta de Naron de un único y certero tajo me demostró mi error. Estaba muy equivocada. Naron se llevó las manos al cuello y abrió los ojos en atónita agonía. —Mierda —dije, retrocediendo instintivamente. La sangre, caliente y espesa, me salpicó mientras mi compañero caía de rodillas. Bertok dio un paso atrás cuando Naron cayó al suelo con un golpe seco. Muerto. Completamente muerto. La sangre seguía saliendo de su cuello y goteando en la compactada tierra. Había visto cosas malas en mi vida; cosas malas que hacían personas malas. Joder, incluso había hecho muchas de esas cosas malas yo misma, las cuales me habían endurecido. Ahora estaba agotada, y definitivamente era desconfiada, pero ¿esto? Lo que Bertok acababa de hacer con implacable precisión…Ni siquiera jadeaba. Cielos, además de la sangre que había en la daga, no tenía ni una gota encima. Retrocedí, luego me alejé aún más. No quería ser la siguiente. Tenía que huir. No tenía ni idea del cómo; todo lo que había visto de Trión era el interior de esta tienda. Joder, había estado en este planeta por menos de cinco minutos. Traté de subir nuevamente a la plataforma de transporte, esperando que me teletransportara a la Tierra al estilo Star Trek. Le diría a la guardiana que quería mi pasta de vuelta; aunque no había pagado nada. —Ah, mujer, claro que no —dijo Bertok con voz grave y amenazante cuando me cogió por el brazo—. Eres mía ahora. ¿Que era suya? Por supuesto que no. Me resbalé en uno de los escalones y trastabillé para terminar de pie junto a él. Sentí la bilis formándose en mi garganta al pensar en aquello. Bueno… ¿Qué diablos estaba pasando? —Yo… yo… No sabía qué decir. Estaba en shock. Tenía miedo, estaba muy perdida y por completo fuera de lugar. Una cosa era estar en un callejón de Boston tratando con situaciones de mierda como esta. Allá tenía botas gruesas con las que podía patear y un móvil. Pero aquí y ahora… Estaba descalza, desnuda con la excepción de una fina túnica, y no tenía ningún arma. Puede que ese hombre fuese viejo, pero yo no era competencia para esa espada ni para su habilidad al usarla. —Has visto lo que le he hecho a tu compañero —dijo—. Puedo hacerte lo mismo antes de que profieras ningún grito. Respiré y sentí el fuerte aroma metálico de la sangre. La sangre de mi compañero. Espera, espera… ¿Por qué había matado a Naron? No era un lunático demente en una matanza. No estábamos en medio de una pelea entre pandillas, o por lo menos no creía que lo estuviéramos. Este hombre estaba cuerdo, concentrado; tenía una razón para querer muerto a Naron. Era yo. Me quería a mí. —No me matarás —repliqué relamiéndome los labios, que repentinamente se habían secado—. Me quieres para ti. Él no sonrió, pero soltó una risa. —No te quiero para mí. Ya tengo una inservible compañera. Eres demasiado valiosa como para conservarte. Maldición, esto no pintaba bien. ¿Es que los imbéciles eran iguales en cada rincón del Universo? Este tipo… ¿iba a venderme? —A qué… ¿a qué te refieres? —pregunté, y luego tragué con fuerza. Quería oírlo de sus labios; quería saber con exactitud qué diablos me iba a hacer. —Basta. Las mujeres no hablan. Estiró la mano y me cogió por el brazo. Sus dedos se sentían como garras en mi piel, y entonces me sacó de la tienda hacia el brillante sol. Entrecerré los ojos mientras mantenía cerrada mi túnica, tratando de no tropezarme con el largo dobladillo. Estábamos en alguna clase de campamento, pues había, quizás, quince o veinte tiendas similares extendidas por todo el desierto. No vi a nadie en la cercanía, solo a la distancia. No me atreví a gritar porque estaban demasiado lejos para salvarme si este tipo… Bertok… decidía usar su daga conmigo. Me tropecé con la raíz de un arbusto de matorral. También había árboles torcidos por el viento y montañas escarpadas en la lejanía; era totalmente diferente al centro de la ciudad de donde yo venía. No había ni una partícula de concreto en ningún lado. Aparte de este pequeño cúmulo de civilización, no veía nada más hasta donde llegaban mis ojos. Se suponía que esa prueba debía ofrecerme una pareja perfecta, ¿y dijo que era de Trión? La máquina definitivamente debió de haberse estropeado, porque ni siquiera me gustaba la playa. ¿En qué demonios me había metido? A lo largo de mi vida me había metido y sacado de problemas. Sin embargo, esto estaba fuera de mi nivel… y de mi universo. Me llevó a otra tienda. Quedaba claro que esta le pertenecía, pues el piso estaba cubierto con gruesas alfombras. Había almohadas y mesas bajas con tazones dorados de fruta y otros raros alimentos en ellos. Era exótico y… fino. Como si este tipo fuese a escatimar en lujos o vivir sin ellos. Tirando de mi brazo, me empujó hacia adelante, quitándome la túnica en el proceso. Se deslizó de mis hombros y dejó que cayera hasta el suelo. Yo estaba desnuda y él vestido. Estaba bien con mi cuerpo, no tenía problemas de pudor. Vale, sí, me habían dicho que mis senos eran pequeños, pero no importaba; por lo menos no me caería de bruces al suelo si intentaba correr. Sin embargo, esto se sentía diferente. Opresión. No éramos iguales, y él estaba haciendo de ello un hecho muy aparente. —Si me vas a vender, que me violes no hará que tenga más valor. Empecé a temblar, a pesar de que hacía calor. Alcé el mentón. Nunca había dejado que nadie me viese asustada y no iba a empezar ahora. Nunca le haría saber cómo me sentía en verdad, ni en mil años. Él enarcó su canosa ceja. —Una insolente. Estoy seguro de que tu comprador disfrutará amansarte. Me dio la espalda, fue hacia una mesa, cogió una cadena de oro y también lo que parecía un grueso collar dorado. Seguía sujetando la daga en su otra mano, recordándome a medida que avanzaba hacia mí que, en definitiva, estaba a su merced. Hace tiempo aprendí que luchar era importante, pero había que hacerlo en el momento preciso para seguir con vida. Ahora no era el momento. —Arrodíllate. Levanté la vista para verle y no dije nada. Él llevó la daga a mi cuello y presionó la punta contra mi piel hasta que la hoja se clavó ligeramente en ella. Yo contuve la respiración, estiré la mano y me aferré al poste de la tienda que estaba a mi lado; me arrodillé con cuidado, procurando no cortarme la garganta. Cuando estuve en el piso, la idea de darle una mamada hizo que se me regresara la bilis a la garganta. No había duda de que vomitaría si me obligaba. Él extendió la mano y dejó la daga en una mesa sin apartar los ojos de mí, diciéndome de forma no verbal que estaba lo suficientemente cerca para cogerla; para matarme. Con su mano libre me acercó el collar y me lo puso en el cuello como si fuera un perro. Inclusive tenía una etiqueta, y un pesado y frío medallón colgaba sobre mi pecho. Luego enganchó la cadena que llevaba en uno de los anillos de mis pezones. Yo me estremecí, pero parecía no tener ningún interés s****l en mí. Él movió la mano a mi otro seno, conectando la cadena a ambos, aunque lo hizo con el poste de la tienda en medio. Mi respiración se agitaba tanto como mis pechos, y la cadena se balanceó de un lado al otro cuando la soltó. Era liviana y solo oscilaba un par de centímetros, pero… estaba atrapada por mis propios pezones. ¿Qué diablos era esto? Si tiraba de las cadenas, los anillos me desgarrarían. No iba a dejar que aquello pasara; solo pensar en ello hacía que se me endurecieran los pezones. Dios mío. Levanté la vista para ver a Bertok, que se cernía por encima de mí. —Así es como debería estar una mujer: desnuda, arrodillada y atada. No me estaba gustando mucho Trión. ¿Cómo pude haber estado en el Centro de Pruebas de Novias en Florida hace tan poco tiempo, y ahora tener un compañero muerto y ser prisionera de un perturbador y anciano asesino que planeaba venderme? ¿Es que acaso me habían enviado al infierno? —Eres un imbécil —murmuré. Si me hubiera querido muerta, mi sangre estaría junto a la de Naron. Me necesitaba viva, y obviamente ilesa. No quería violarme; ni siquiera parecía estar demasiado interesado en mi cuerpo. Según lo que había dicho, las mujeres en Trión iban desnudas, y esta extraña cuestión con las cadenas era… normal. Podría parecer perverso en algunas situaciones, pero esta no era una de ellas. Sí, la prueba había salido jodidamente mal. Tenía una perpetua suerte de mierda, y me había seguido hasta el espacio. Bueno… puede que el emparejamiento haya sido bueno. Naron era mi pareja, no este hombre. Bertok no era más que un hijo de puta malvado. ¿Pero la arena y el desierto? No eran mis gustos para nada. —Descansa. —Avanzó hasta la entrada de la tienda—. Viajaremos al Sector Cero tan pronto como estés lo bastante fuerte para el transporte. Tienes que hacer una entrega, y no me servirás para nada si estás muerta. Recordaba algo que había dicho la guardiana luego de mi prueba: que, una vez que una novia aceptaba la unión, ya no era residente de la Tierra, sino del planeta elegido. Nunca podría regresar a la Tierra. Me preguntaba si sería esto lo que ella tenía en mente.
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