Capítulo 2

2139 Words
Me siento en la silla del comedor de nuestra casa ubicada en westchace. Mientras me tomo una taza de café y reviso algunas cuentas. La pasamos bien en el restaurante y mi hijo disfruto de su cena. Al volver a casa, estaba muy cansado. Así que, se preparó para la cama y conociéndolo, ya debe estar profundo. Miro las facturas. Debo pagar el colegio, la hipoteca, la cuota del complejo deportivo. Para una sola persona, es mucho. Pero, gracias a Dios tengo un buen trabajo y los ingresos son bueno. Además, de que mi papá también me ayuda con los gastos de la casa. Eso, después de una bronca monumental. No quería que pagara nada. Mi trabajo me da para eso. Estoy criando sola un niño de nueve años y no me arrepiento en lo absoluto. Eric fue una luz en el momento más oscuro de mi vida. El saber que venía en camino, me dio la fuerza para afrontar mis demonios y salir adelante. Doy un sorbo al café, antes de escuchar pasos desde el pasillo. —Cayó como un tronco. Sonrió ante la expresión de papá. —Fue un largo día para él. —Para todos, niña —mira lo que hago—Quería contarte algo. Pero no sé, como lo vayas a tomar. Dejó lo que estoy haciendo y miro sus ojos oscuros, iguales a los míos. De hecho, ambos compartimos el cabello claro y ojos oscuros. —Ayer me encontré con Charly en el supermercado. —Es, ¿En serio? —digo en voz baja. —Estaba comprando alcohol y me reconoció. —¿Sabes, que hace en florida? —Al parecer, su madre ha muerto y está quedándose en su casa. —¡Maldición! —gruño. Respiro profundo y trato de no entrar en pánico. —Cálmate, mija. —¿Cómo me voy a calmar, papá? —digo con amargura—No quiero a Charly cerca de Eric—susurro. No quiero a un drogadicto, alcohólico en nuestras vidas. Cuando supo que estaba embarazada, dio un paso atrás antes de echar a correr como un cobarde. Y fue mejor así. —Sigue con la misma pinta de punk, de siempre. Me paso las manos por el rostro. Me pongo de pie y paseo por el comedor que está abierto al salón. —Si te lo encuentras, simplemente no lo tomes en cuenta—digo—Charly renuncio a Eric antes de nacer y si quiere acercarse, es solo por querer jodernos—gruño—A él no le importa. Mi padre asiente en silencio. —Ya verás que en un abrir y cerrar de ojos, se va a marchar de nuevo. —Esos espero—susurro.   HUDSON POV.   Me limpio el sudor que corre por mi frente, antes de ajustar la gorra de nuevo. Mientras estoy de pie sobre la almohadilla de la inicial. Tenemos un hombre en tercera y otro en primera base, es la baja del noveno. Estamos arriba por dos carreras. Sin embargo, la cuenta en el turno al bate está a su favor. Miro al montículo donde, Sánchez. Mi compañero de equipo se prepara para lanzar.  Si la jugada sale mal, podríamos perder el partido contra Atlanta. Desconecto el ruido de los fanáticos que están apoyando a su equipo local. Levanto mi mascotín y espero, vigilando a mi adversario.  Esto no se acaba, hasta el out veintisiete. Todos nos preparamos para el lanzamiento, cuando Sánchez se empina al home. Bola. ¡Maldición! Miro al principal dar un paso fuera del palto. Del dugout, sale el manager de nuestro equipo Mike Carter. Pide tiempo y con calma me acerco al montículo. El hombre a ganando tres veces la serie mundial a lo largo de su carrera. Estoy apostando a ganar este año de su mano. Por mi parte, he jugado dos finales como refuerzo. Y, es simplemente la definición perfecta de adrenalina. Camino al montículo cuando, Harper. Mi compañero y segunda base, me golpea con el guante cuando llego. Escucho al entrenador. —Necesitamos que encuentres de nuevo la zona de strike. Estamos ganando. Relájate y picha sin temor, ¡Joder! —dice—Prefiero perder porque ha bateado, que perdamos a causa de bolas malas. —Sí. Señor. —Venga, Sánchez—digo— ¡Acabemos con estos! —Saca a ese cabrón del plato—secunda Harper.    Regreso a la base, donde me espera un corredor del equipo contrario.   El principal vuelve a la posición. Mi corredor sale de la base, para poner nervioso a Sánchez. El cuadro está cerrado y esperamos. Smitt, el catcher hace las señas. Sánchez asiente. Se empina de nuevo al home y la conexión, es apenas perceptible dirigida a mi zona. Me lanzo a un lado tomando la conexión de línea, antes de escuchar a mi equipo desde en dugout estallar en gritos. Me pongo de rodillas, al tiempo que se canta el out veintisiete. —Desgraciado, arrogante—se ríe, Sánchez trotando cerca. Arrojo la pelota que la toma. Me levanto y vamos al montículo donde hacemos nuestro ritual exclusivo para cuando ganamos. —¡Bien hecho! —¡Gran juego! No repetimos mientras, chocamos las manos antes de ir al dugout. Donde nos espera el entrenador Carter para felicitarnos. —Siete en fila —digo feliz. —Somos los mejores de la liga—replica Harper. —No sean bocones—nos amonesta como a niños Carter. —Hudson. Volteo y me encuentro a Sofía. Una periodista deportiva que cubre los partidos de los Rays. Me acerco y esta siente a su camarógrafo. —Hudson Evans—dice en tono profesional—hoy, los Rays jugaron de manera impecable y han ganado siete en fila. Pone el micrófono frente a mí. —La concentración del equipo, está en ganar juego a juego y dar lo mejor para la afición—respondo. —Hoy te fuiste de cuatro tres. Con una impulsada, un hit y un boleto—asiento—estas cada día, más cerca de la marca de los mil hits y unirte a grandes nombres de la liga como Ichiro Suzuki, Alex Rodríguez y muchos más. —Se está trabajando para eso y esperemos que se logre esta temporada. —Te deseamos el mejor de los éxitos—dice con una sonrisa. —Gracias—digo antes de alejarme y darle paso a mi entrenador, que responderá algunas preguntas. —Chica, diva. Vamos por unos tragos. Miro a Harper, que me mira divertido cuando entro a la cueva del dugout. —Podríamos—digo llegando a mi locker, quitándome la parte de arriba del uniforme. —El vuelo a Tampa sale en dos horas—interviene Robert Sánchez, sentado a un lado mientras se venda el brazo, para enfriarlo después de lanzar esta noche. —Es una lástima. Porque quería invitar a Sofía. Robert y yo intercambiamos una mirada, antes de reírnos a carcajadas de nuestro amigo. —Harper, Sofía ya te bateo—digo. —Y te saco del parque—secunda Robert. —Váyanse a la mierda—dice, pero sonríe—Solo está algo reacia a probar este caramelo—se pone de pie y se da un golpe en los abdominales. Bufo. —Por eso, no lo toma en cuenta—Robert, habla desde su sitio— ¿Crees que conquiste a mi esposa hablando de esa manera? —me señala— ¿Vez acaso a Hudson parecer un idiota para ligar? —No necesita parecer… ya lo es—se mofa Harper. Tomo el guante y se lo lanzo. Él se ríe agarrándolo al vuelo. —Saben que, me voy a la ducha— Tomo la toalla—Tenemos un vuelo que tomar. Paso por su lado y avanzo por el lugar donde mis compañeros ya están desvistiéndose sin pudor. Me meto en las duchas y me meto a la última. Generalmente, es la más limpia, ya que los perezosos por lo general, usan las primeras. Mientras dejo que el agua me enfrié los músculos. A pesar de estar en el mejor momento de mi carrera, debo cuidar mi condición. Ya tengo treinta y dos años y eso en el beisbol es mucho. No es que este a punto del retiro, pero ya he jugado mi dosis. Ahora, volví a Tampa. Mi ciudad, compre una casa y espero reformarla antes de habitarla. Mi madre se ofreció a encargarse, pero no coincidimos en gustos, así que yo mismo pienso contratar a algún diseñador de interiores que la deje como planeo. Además, ella comenzaría a pedirme que siente cabeza como siempre. Estoy bien siendo soltero, mi vida es agitada y no quiero responsabilidades. Juega y gana. Para eso vivo. ⭐⭐⭐⭐ Conduzco por la ciudad de Tampa, la mañana siguiente. Tengo una cita en Wright Design. La esposa de Robert, Susana. Me los recomendó. Estos hicieron el diseño del cuarto de juegos de su casa y la verdad, es que me impresiono el resultado final. Estaciono mi camioneta, en el parqueadero. No soy de deportivos. Además, soy muy grande para usar uno. Me vería ridículo dentro. Que compre uno, no refleja el dinero. Siempre, que un novato es firmado por la MLB lo primero que hace, es comprar un deportivo. Con mi primer sueldo, lo que hice fue cómprales una casa a mis padres e invertir en bienes raíces. Este es un deporte muy inestable y una temporada todos los equipos se pelean por ti y a la siguiente, ninguno quiere darte trabajo. Así que, es mejor tener un respaldo financiero seguro. Estoy por bajar, cuando el sonido de una bocina llama mi atención. Miro por el retrovisor. Tengo un auto, mercedes, blanco que pita repetidas veces. Abro la puerta, al tiempo que la otra persona baja del coche. Una larga y torneada pierna sale primero, antes de ver la dueña de dicha pierna. —Oiga, está estacionado en un doble espacio—dice acercándose hasta mí. Lleva un vestido rojo, corte recto a la altura de sus rodillas y tacones negros, que hacen ruido en el pavimento. —Me escucho—levanto el rostro y la miro. Es pequeña. De hecho, con tacones solo me llega a la barbilla. Sus ojos oscuros me lanzan dagas. Me aclaro la garganta. —Los siento, pero es que necesito el espacio—digo antes de pasar por su lado. —Así o más imbécil—gruñe. —Demándame—la miro de lado, dándole mi sonrisa más cabrona. Ella gruñe en su sitio. —Váyase al diablo. Pendejo—lo último, logro registrarlo. Es en español. Esa palabra y otras, se las he escuchado decir a Robert. Ignoro a la mujer y entro al vestíbulo. Le sonrió a la chica. —Buenas tardes—dice en tono profesional. Me quito las gafas y la miro. —Buenas tardes. Tengo una reunión con el señor Simón Wright. —¿Nombre, por favor? —Hudson Evans. Ella rápidamente y algo azorada. Verifica el sistema antes de tenderme una credencial de visitante. —El señor Simón le espera. —Gracias—le guiño y sigo. Camino por el lugar y abro la puerta de vidrio. De una oficina, sale un hombre de mediana edad, alto y con el cabello n***o llega hasta mí. —Señor, Evans —dice teniéndome la mano—Soy Simón, y es un honor tenerle aquí —le doy un rápido apretón—Soy un fanático fiel. —Es bueno saberlo—digo en tono plano. —Pasemos a la sala de reuniones—mira su reloj, antes de ver hacia la puerta. Lo sigo por el lugar y en la sala, nos espera un hombre joven y alto. —Este es Andrés, uno de mis mejores diseñadores. —El mejor —dice dándome la mano. Tomo asiento en la silla, dejo en la mesa las gafas y el móvil. —¿Dónde está Olivia? —escucho que dice Simón, al otro hombre. —No soy su niñero—es la respuesta del otro— Pero, estoy yo. Déjame esto a mí. Arqueo la ceja con interés. —Los siento—dice avergonzado, Simón—para esta reunión escogí a dos diseñadores y el segunda no ha llegado. —No me gusta la impuntualidad—digo en tono frío. Simón abre la boca, cuando la puerta se abre. Y sorprendido, veo un torbellino vestido de rojo, entrar a la sala de reuniones. —Lo siento, es que un imbécil se estacionó mal… Se calla cuando me ve y sus ojos se abren como platos antes de palidecer. Levanto la mano y la saludo con una sonrisa cínica. —Presente el pendejo, que estaciono mal. La cara de todos es un poema. La hermosa mujer abre y cierra la boca varias veces tratando de articular alguna palabra. Es jodidamente, hilarante.
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