Me remuevo entre las sábanas antes de abrir los ojos y encontrar a Hudson durmiendo como un bendito. Parece imperturbable y debo admitir que me siento feliz.
No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así con alguien más que no fuera mi familia.
Una de las manos de Hudson se alarga y encuentra mi cintura antes de arrastrarme hasta el centro de la cama. Sus ojos no se abren, pero sé que está despierto. Miro el reloj despertador en su mesita de noche y suspiro.
— Debo marcharme.
— No — dice en tono quejumbroso.
Beso, su mandíbula.
— Yo tampoco quiero, pero debo hacerlo —murmuro—Además, tengo que ir a trabajar a la oficina por la mañana. Después de medio día estaré en tu casa supervisando el trabajo.
— Te llevo.
— Son las cinco— hago una mueca— Deberías dormir un poco más.
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