CAPÍTULO 3

2923 Words
—Ese no era el trato —recordé a Laura, colega de profesión y directora de la guardería en que yo llevaba trabajando ocho meses—. Quedamos en que trabajaría aquí mientras los lactantes estuvieran fuera de mis labores. —Ya lo sé —dijo—, pero se están quejando. No ha habido nunca una maestra que esté más de dos meses en la misma sala. Tú estuviste seis meses en C1 y ya llevas dos en B2... Dicen que te doy preferencia porque somos amigas. —Tú me trajiste a trabajar aquí, dijiste qué harías lo que fuera para que yo estuviera cómoda y yo te pedí una sola cosa: lactantes no. Accediste. —Sí, lo sé, ya lo sé. Pero no puedo ser parcial, no se supone que acceda a tus peticiones y a las de ellas no. —Pues dales lo que quieren. —Si me pongo a las complacencias ¿dónde demonios crees que vamos a terminar?... Serán solo quince días, después de eso te prometo que te devolveré a maternales, a C2. —No —dije—. No quiero cuidar bebés, mucho menos cambiar pañales. Decidí que no tendría hijos para no tener que cambiar pañales, ¿por qué accedería a cambiar pañales de niños que no son míos? No tengo ninguna necesidad de ello. Vine a trabajar contigo porque necesitabas maestras, no porque necesitara el dinero. —Ana, de verdad no quiero que te vayas. Los niños te quieren y, aunque a veces se portan raras, las maestras tienen tus actividades y temas de trabajo como ejemplo. Solo quince días en Lactantes, con los más pequeñitos, es sala fácil. —No —repetí—. No voy a cuidar bebés, no voy a cambiar pañales. ¿Por qué demonios les molesta que no me cambies de sala? Ni siquiera quieren mi sala, ¿quién quiere cuidar de las cuatas además de mí? —Ya lo sé, pero notaron que te doy preferencia, y no les gusta. —Son tonterías. ¿Qué les importa si somos amigas o si te pago por acceder a mis solicitudes? Ellas solo deberían hacer su trabajo y ya. Laura me miró con cansancio. Ambas sabíamos perfectamente que ellas no podían solo dedicarse a su trabajo. Aunque desconocíamos la razón tras de ello, ellas gastaban mucha de su energía en molestar a los demás. » Voy a terminar la quincena en mi sala actual —anuncié—, después de eso puedes dársela a quien te pidió que me movieras de sala. Y le pides que se divida en dos, porque también necesitarás quien me cubra en el lactante. A la salida pasaré a firmarte mi renuncia. —Ana, no te pongas en ese plan —pidió Laura—, no va a matarte cambiar un pañal. —No es un pañal —aseguré—, son decenas de pañales a la semana. No quiero y no voy a hacerlo. Busca a alguien más. —Esto es una tontería, es una tontería que dejes el trabajo solo porque algo no te gusta. —Puede que sí. Pero, si puedo escapar de algo que no me gusta, lo voy a hacer. Te lo dije, no estoy tan necesitada como para sacrificarme. Nadie depende de mí, vivo con mis padres y tengo un título que me permitirá hacerme de otro trabajo, con suerte uno en el que no tenga que soportar a un puño de viejas idiotas que se molestan por lo que no deberían molestarse. —Ana, por favor... —No —dije interrumpiendo lo que fuera que quisiera argumentar—. Firmaré mi renuncia a la salida, elige si ponerle la fecha de fin de quincena o la de hoy. Para mí no hay diferencia. Dicho esto, salí de la dirección viendo como Mariela y una de las maestras de guardia me miraban con sorpresa. Ese par eran parte del puño de viejas idiotas que habían decidido molestarse por una tontería y molestarme de paso. —¿Qué pasó? —preguntó Mili cuando me vio entrar en la sala—, ¿para qué te quería Laura? —Quería cambiarme a lactantes —dije y la expresión de Mili fue tan graciosa que no pude evitar reír. —¿Qué va a pasar? —Pues espero que elija dejarme completar la quincena en esta sala, luego de eso tendré que buscar otro trabajo, porque renuncié. —¡¿Renunciaste?! —Cállate Milagros —ordené en un susurro—. Van a llorar si los despiertan y aún queda rato para que lleguen por ellos. Mili se cubrió la boca con ambas manos y, junto a mí, miró hacia todos los niños para cerciorarse de que ninguno había despertado a su grito. —¿Estás segura de esto? —preguntó—. Amiga, no tienes edad de seguir brincando de trabajo en trabajo. ¿No piensas en el futuro? —Mili, si me pongo a pensar en el futuro seguro me pongo a llorar. Mi vida es brincar de un bache a un pozo, no quiero imaginarme donde voy a terminar. Pero si va a ser malo siempre todo, al menos quiero no tener que hacer las cosas que no me gustan. —Hablas tan bonito que cuesta creer que eres tan inmadura. —No, yo no quiero escuchar eso de ti —dije y negué con la cabeza mientras iba a sentarme en una de esas mini sillas incómodas para escribir reportes de diario y de sobresalientes.   * *   Leí el correo electrónico que hacía nada había recibido, donde se me comunicaba que la empresa que había solicitado revisar mi curriculum vitae no estaba interesada en contratar mis servicios. Tallé mi cara con frustración, en lo que iba de la semana era la tercera vez que leía ese correo, y recién era jueves. A mí me quedaba un día para completar la quincena y no había logrado acreditar en ninguna de las tres empresas para las que había aplicado. No era tan difícil de creer, desde que había terminado la universidad no había hecho más que dedicarme al área de la educación y la salud, incluso había estudiado ese ridículamente caro posgrado que no me apoyaba en mi intención de formar parte de la vida laborar en una empresa. Mis estudios y experiencia no encajaban en el área de recursos humanos, área para la que había estado aplicando. —¿Y qué vas a hacer? —preguntó Alejandra que me había visto emocionarme y desilusionarme en el mismo minuto. —Tirar un volado para decidir si me dedico a pedir limosna o a vender mi hígado por pedazos. Ambas reímos. » No sé —dije—. Supongo que me pasearé por las calles para buscar letreritos y trabajar en lo que sea. — ¿En serio? —cuestionó incrédula y asentí. —En lo que encuentro algo que me guste —dije y ella respiró profunda y sonoramente. —Tal vez deberías postear otra solicitud de marido rico —dijo y me reí—, o acceder a la oferta de Miguel Cervantes. —Miguel Cervantes dejó de mandar mensajes antier —anuncié y mi amiga convirtió sus labios pegados en una perfecta línea horizontal. Era así, a pesar de que desde el día siguiente a nuestro encuentro él había estado mandando mensajes preguntando si había pensado en su propuesta o si había cambiado de opinión, hacía un par de días que no tenía ninguna noticia de él. » Supongo que encontró a alguien ya —sugerí y mi amiga me abrazó. —Lo siento mucho, nena —dijo sobando mi espalda con suavidad—, por lenta perdiste tu oportunidad de oro. —Mensa —dije empujándola mientras sonreía.  Mi oportunidad de oro era una idiotez, una a la que probablemente no me negaría tan rotundamente ahora. » Ahhhgg, ¿por qué es tan difícil encontrar un buen trabajo? —pregunté haciendo una pequeña rabieta. —Porque no son enchiladas —dijo mi amiga haciendo alusión a un dicho popular. —Las enchiladas no son fáciles —aseguré recostando medio cuerpo en la mesa frente a mí. —De hacer no —dijo Ale—, de comer sí. Miré a mi amiga con cansancio y ella sonrió con simpatía. » Anda, vamos, anímate. Las cosas estarán bien algún día, probablemente. —Tú no sirves para animar. —Ya sé, pero soy buena para cuidar borrachos. Vamos a beber mañana, invitaré yo. —Te voy a dejar seca —advertí y se encogió de hombros. —Te veo mañana, futura desempleada —dijo burlona y le miré mal.  Sabía que su intención no era molestar de mala manera, ella solo quería molestar como las amigas se molestan, con cariño. —Dale —dije y le acompañé hasta la puerta para despedirla. —Todo va a mejorar —repitió sonriendo y, a pesar de que en serio quería creer que sus buenos deseos se harían realidad pronto, no le creí ni media palabra. Yo no creía en la suerte por una sola razón, la mía era mala; así que era mejor para mí ignorarla que saber que, a pesar de que muchos tienen al universo a su favor, yo estaba completamente sola. Y es que, ¿qué clase de suerte puede esperar alguien que nació en una sala de maternidad donde solo estaba su madre? Estoy segura de que hubiera nacido sola de no haber sido necesario que ella estuviera.  Yo nací sin un médico o una enfermera que me recibiera. ¿Qué clase de vida debería esperar en tales condiciones? Pero era cierto lo que mi madre decía, y lo que le dije a Miguel Cervantes también: me quejaba porque me gustaba quejarme. Yo tenía una familia maravillosa, una posición económica aceptable, estudié en excelentes escuelas, siempre con las mejores calificaciones y haciendo uso de la poca suerte que venía en mi mini estuche de virtudes. Había sido afortunada hasta que me convertí en un adulto. Entonces me di cuenta de que la vida no era tan indulgente como siempre la vi. Mi vida había sido buena porque estuvo cubierta por mis padres, aún ahora lo hacían. Yo no me preocupaba por dejar el trabajo porque tenía techo y comida segura, aunque fuera de mis padres. —No quiero vender ropa —dije tirándome en mi cama—, por favor, haz que valga tanto año de estudio, tanto tiempo y dinero invertido en mi preparación profesional. Después de mi petición al cielo cerré los ojos para quedarme dormida.   * *   —¿Dónde estás? —preguntó la molesta voz de Mili que me gritaba al teléfono—, se supone que hoy es tu último día de trabajo. ¿Por qué no viniste? —¿Qué hora es? —pregunté levantándome con rapidez, fijando mis dormidos ojos en la pequeña línea de luz que se veía entre mis oscuras cortinas que tapaban el ventanal de mi habitación a la calle—. Demonios, me dormí. ¿Qué hora es? —Son las diez, Ana. ¿De verdad te dormiste? —Anoche me recosté y cerré los ojos, me quedé dormida sin poner la alarma. ¿Qué hago? Supongo que no tiene caso ir ahora, ¿o sí? —Laura está furiosa, no creo que te deje entrar si vienes. —Ay, demonios. ¿Por qué me pasó esto? —Pregunté más para mí que para ella—. ¿En serio terminará así? —pregunté ahora para quien quiera que controlara mi destino. Ahora podía despedirme de mi carta de recomendación laboral. Ser parte del sistema educativo, otra vez, sería un poco más complicado de lo que debería ser. Marqué a la guardería solo para disculparme con una furiosa ex amiga pues, aunque seguro entendió que no era mi intensión botar el trabajo de esa manera, mi disculpa no quitaba que yo le había causado problemas al no asistir como había acordado. Las condiciones laborales de la guardería no eran nada prometedoras, por eso era difícil conseguir personal y era fácil que las asistentes educativas se fueran ante oportunidades laborales que les ofrecían mucho más. —¿Por qué no fuiste a trabajar? —preguntó mi mamá al verme bajar las escaleras. —Me quedé dormida —informé y ella negó con la cabeza. —¿Qué piensas que es la vida? —preguntó de la nada, volviendo la mirada al traste que lavaba después de verme tomar una silla del comedor—, no puedes ir saltando de trabajo en trabajo solo porque algo no te gusta. Y ahí íbamos de nuevo a esa cantaleta que había escuchado un par de veces atrás.  Había dejado mi trabajo en una fundación porque no era trabajo, era un voluntariado y no me sacaba de apuros, antes de eso había dejado mi trabajo en una notaría porque no quería ser la que contestaba el teléfono cuando había estudiado una licenciatura y un posgrado. —¿Por qué debería conformarme con cualquier cosa cuando me esforcé tanto por ser alguien? —Todos somos alguien, incluso los que no estudiamos tanto somos alguien. —No me refería a eso —aclaré al ver la molestia de mamá—, solo digo que si estudié tanto debería valer la pena. ¿Por qué sigo teniendo solo trabajos para los que ni siquiera piden bachillerato terminado? —Porque te quieres saltar las dificultades —dijo ella en respuesta a mi queja—, se inicia de la nada, de cero, desde abajo. —No quiero ser la que lava los baños en el centro de salud —dije. —Eres tan dramática y negativa que no ves más allá de tu podredumbre —dijo ella poniendo un plato de comida frente a mí. —¿Cómo no puedo quejarme si mi vida está podrida? —pregunté y me quejé del golpe que mamá le dio a mi cabeza. —Tu cabeza está podrida —dijo y me miró de arriba abajo en un mal intento de fulminarme con la mirada—. No te quiero haciendo nada, no te quiero metida todo el día en tu porquería de computadora, ponte a buscar trabajo. —Ya estoy buscando trabajo —informé—, desde mi porquería de computadora. Pero no está funcionando... Creo que mejor debería buscarme un marido que me mantenga. —Ya no hay de esos —dijo mi madre después de mirarme con cansancio—, los hombres buenos se acabaron el día que me casé con tu papá. Así que si lo que quieres es salir de apuros, ponte a trabajar. —¿Qué debería hacer? —pregunté después de ver a mi mamá dejar la casa y, desde afuera, gritó: —¡Trabajar!   * *   Había pasado el día recorriendo espacios donde, según yo, podía desempeñarme en algo cercano a mi profesión, pero ni me convencían ellos a mí ni les convencía yo a ellos. Después de hablar con la directora de un jardín de infantes, dónde todo quedó en un "si hay algo te llamamos", me dirigí al estacionamiento para tomar mi coche y volver a casa con lo que era la última gasolina que había podido pagar. Ahí me encontré con alguien que no había esperado volver a ver. —Ana Marcela, un gusto volverla a ver. ¿Cómo va su difícil vida? Miré a la elegancia sonreírme y le miré levantando mis cejas y presionando mis labios uno contra otro. —Cada vez peor —dije y caminé a su lado por algunos metros hasta que llegué a mi auto y me detuve, él se detuvo conmigo. —¿Tiene problemas? —preguntó mirándome fijo. Pensé en mentirle, yo nada ganaba con contarle mis penas a alguien que ni siquiera iba a compadecerme. Él y yo caminábamos por mundos tan diferentes que ni siquiera debimos habernos topado antes. Sin embargo, algo dentro de mí, tal vez la esperanza de salir de mi actual agujero, me empujaron a decirle la verdad, quizá con la intención de causarle lástima. En se momento estaba en un estado en el que le aceptaría cualquier trabajo. Excepto el de lavar los baños. —Estoy financieramente desahuciada —informé—. Me quedé sin trabajo hace nada y no he logrado encontrar nada que se ajuste a mis requisitos mínimos. Miguel sonrió y yo me molesté. Era cierto que pensaba que no podría obtener simpatía alguna, pero de ahí a obtener una burla, había un desfase increíble. —No me estoy burlando —aclaró al ver mi expresión descomponerse—, solo pienso que es perfecto. —Ya, pues gracias por sus buenos deseos —dije furiosa y caminé hasta la puerta de mi auto. —No se moleste, Ana Marcela —pidió—. Su situación ciertamente no es algo que deba alegrarme, pero me alegra encontrarla en esta situación. Mi propuesta sigue en pie. Acepte ser mi falsa enamorada, ese podría ser su siguiente trabajo, uno bien pagado y en el que no se le exigirá mucho. —¿Y podemos tener sexo? —cuestioné buscando una nueva excusa para negarme a la tentación. —No podrá tener sexo con nadie aparte de mí mientras estemos juntos —dijo sonriendo y, sonriendo, dejé caer mi cabeza al frente. —¿Cuál es la historia? —pregunté tras un suspiro.  Miguel sonrió y me invitó a comer otro desabrido salmón a la plancha con un delicioso vino que casi no disfruté.
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