—¿Vas a salir corriendo de nuevo? —preguntó mi madre que me veía lagrimear en la cama de la que había sido mi habitación en su casa.
—No tienes idea de las ganas que tengo de hacerlo —dije entre hipidos—. Pero soy demasiado mayor como para correr de los problemas... y eso es injusto.
Mamá negó con la cabeza y me abrazó con fuerza haciendo una pregunta que me hacía a menudo yo sola.
—¿Por qué creciste? —dijo—. Cuando eras niña podía curarte todo con un beso. Te hubieras quedado pequeñita.
Lloré más al sentir a mi madre llorar conmigo. Le dolía. A las madres les dolía lo que a sus pequeños les dolía, o al menos era así con mi madre.
Mi abuela platicaba que cuando nosotros enfermábamos mamá lloraba con nosotros y, no lo recuerdo, pero ella me llegó a contar que, cuando ingresé al jardín
