—Pareces un zombi —dijo Rosa viéndome salir de la cama, ella salía de la ducha.
Ni siquiera intenté sonreír a su comentario, sabía que no podría. Sonreír era algo que no había podido hacer desde un par de días atrás. Cada intento había terminado en lágrimas.
Estiré mis labios, sintiendo como mis mejillas se inflaban un poco, y tragué el grueso de saliva que tenía tiempo ahogándome. Entonces fingí que no me dolía la vida para no tener que llorar.
Lo había estado pensando demasiado y había logrado entender una cosa sobre el amor: era inexplicable.
Digo, ni siquiera me había dado cuenta cuando había llegado a mí, ni como había llegado a ser tan grande. Solo sabía que, de pronto, todo de Miguel me encantaba. Y no, ni siquiera podía asegurar que era amor lo que me estaba haciendo sufrir, p
