CAPÍTULO 1

2680 Words
—Deberías casarte conmigo y mantenerme —dije a mi única amiga mientras tendía medio cuerpo sobre la mesa del lugar más desagradable del planeta entero. Un bar. —Si tienes casa a tu nombre me lo pienso —dijo y reímos—. No, soy muy aburrida, te morirías de sueño. —Eso no me importa —dije sintiendo el alcohol hacer estragos en mi sistema—. Solo quiero que alguien me saque de trabajar y me mantenga cómoda y holgadamente. —Si es lo que quieres deberías postear un anuncio en una revista de renombre solicitando un marido —sugirió y nos reímos de su ridícula idea hasta que a mi falta de sentido común le pareciera la mejor idea del mundo. Estiré la mano hasta alcanzar mi bolso, lo abrí y saqué un paquete de hojas de colores, un puño de fotos que había impreso un par de horas atrás, tomé un postit rosa fluorescente y el rotulador n***o del paquete de veinticuatro colores que traía conmigo. » ¿Traes cinta adhesiva? —preguntó Ale divertida. —No —dije buscando en mi bolsa—, pero tengo una engrapadora. Siendo maestra puedo vivir sin maquillaje, pero no sin marcadores. —Oh, Dios mío. Debes estar súper borracha —dijo al verme comenzar a trabajar en el anuncio que antes sugirió. Sonreí a su declaración. Las líneas dobles que estaba trazando con mis dos manos derechas y los dos rotuladores negros le daban la razón. —¡Listo! —grité cuando pegué el postit sobre la foto que había engrapado en una hoja garabateada en su totalidad—. ¿Dónde debería colocarlo? Aquí dentro nadie lo va a ver. Vamos afuera. Caminé a la salida después de tomar todas mis cosas, Alejandra siguió el camino que yo despejé al chocar con medio mundo que se movía al son de estridente música entre luces destellantes que no hacían más que empeorar mi sentido de equilibrio. » Listo —repetí complacida después de colocar el letrero más horrible de la historia en un poste de madera podrida a las afueras de ese bar al que, por supuesto, no volveríamos a entrar; no con lo difícil que había sido salir. —Estás loca —dijo mi amiga y sonreí con ella. —Pero esto es porque estoy ebria —aseguré apuntando con mi pulgar al lugar donde, según yo, estaba el poste. Pero mi sentido de la orientación también estaba presentando fallas significativas, lo supe cuando descubrí a mi costado el poste que yo apuntaba hacia atrás de mí.   * *   El molesto y agudo sonido de esa que, hasta antes de convertirse en la melodía de mi despertador, había sido una de mis piezas favoritas, me invitó a patalear mientras me quejaba por saber lo que significaba. Busqué el motivo de mi primer dolor de cabeza del día tentando con la palma de mi mano la superficie del buró hasta que di con él; lo tomé y levanté cerca de mi cara mientras entreabría un ojo, entonces deslicé mi dedo por la pantalla del celular, aplazando la alarma por diez minutos más y cerré los ojos sin lograr dormirme, seguía debatiéndome entre levantarme y desayunar, o dormir veinte minutos y no comer nada hasta medio día. Decidí levantarme cuando pensé que mi resaca sería peor si no comía nada. Dejé la cama y me dirigí a la ducha para quitarme un poco de cansancio. No sucedió, pero al menos me desperté un poco. En la cocina, cuando odié el olor de la leche, me arrepentí de no haber elegido la otra opción. Pero era tarde, ya me había despertado para no poder comer nada. —Llegaré por un jugo al mercado —dije pensando que, en diez minutos que atravesara el centro, mi estómago se habría asentado un poco. Yo no contaba con que diez minutos después yo seguiría intentando arrancar el coche. » Mili, pasa por mí, porfa —supliqué a la mujer que me tomaba la llamada después del segundo intento—, mi porquería de coche no arranca. —¿Le pusiste gasolina? —preguntó burlona mi compañera de trabajo y sala. —Sí, Mili, le puse gasolina —dije en un tono medio cansino. La desesperación había desaparecido cuando ella respondió, ahora llegaría ligeramente tarde, y no a medio día como sucedería si me tocaba caminar—. De aceite y agua no vamos a hablar. La estridente carcajada al otro lado del auricular me hizo separar el móvil de mi oreja mientras hacía una mueca y le maldecía internamente. Milagros era demasiado para mi poca energía vital. Ella hacía todo a lo grande, no me molestaba, pero tampoco me hacía admirarle. Yo creía que hacer lo suficiente era suficiente. Ella daba el mil de sí y ganaba los mismos tres pesos que yo y otras profesionales de la educación y la salud que trabajábamos cuidando niños ajenos. » Y ahí va mi bono de puntualidad —dije cuando sonaron las siete en pleno centro. Nos quedaban, al menos, quince minutos de camino para llegar al malecón donde se ubicaba la guardería en que trabajábamos. —¿Qué es un bono de puntualidad? —preguntó Mili antes de que yo la maldijera externamente después de escuchar su carcajada. Llegamos tarde a la guardería, corrimos a los vestidores para dejar nuestras cosas y ponernos el uniforme, entonces entramos a nuestra sala amarrándonos las batas y con las agujetas de los horribles zapatos de ancianas desatadas. Mariela nos miró mal, demasiado. Ella había tenido que hacerse cargo de la sala y los niños que habían sido dejados en ella entre las siete que abría la guardería y las siete y veintitrés en que nosotras entramos. Mili saludó de lo más alegre, yo solo estiré los labios simulando una mala sonrisa. —Desayunarán al final —dijo Mariela y suspiré.  Yo no había logrado comer nada después de una noche de borrachera. Ya me imaginaba mi terrible mañana, pues el final era cuatro horas y media después. —Bien —dijo Mili después de un aplauso tan fuerte que seguro le ardió en las palmas—. Vamos a iniciar con un fuerte saludo y una canción. —Yo voy al baño —dije y dejé la sala por siete minutos para evitar que los berridos de mi compañera me reventaran la cabeza. La mañana fue sin más complicaciones que mi dolor de cabeza y esa terrible sensación en el estómago. —Te odio, Alejandra —dije cuando, en el comedor de los niños, todas las maestras y niños se unieron a cantar. —¿Te sientes mal? —preguntó Ana, otra resignada asistente de guardería y ex compañera de la universidad. —Tengo resaca —informé y ella me fulminó con la mirada. Si bien estar en ese trabajo no era el sueño de ninguna, ella era por mucho más responsable que yo. Ana jamás osaría hacer algo que le causara inconvenientes en ese empleo que había decidido, muy a pesar de las circunstancias, desempeñar. Yo era otro rollo, también era responsable, pero era muy imprudente, yo cumplía mis obligaciones a pesar de las malas circunstancias que yo misma provocaba. » Fuimos a celebrar la ruptura de compromiso de Ale —dije para mi amiga y ella movió la cabeza de un lado a otro. —Son un par de borrachas, eso es lo que son —dijo molesta—, ustedes celebran hasta que el perro hizo popó. —Solo cuando lo hizo después de tiempo de no haber podido —respondí y Ana rodó los ojos volviendo a negar con la cabeza. Los juegos y clases me mantuvieron alerta, pero el sol del recreo me hizo demasiado daño, por eso, la hora de la siesta fue la peor prueba a soportar y, como si fuera el destino castigándome por irresponsable, hasta los niños que jamás dormían se durmieron esa vez.  Yo no tenía con quien jugar, por eso sufrí intentando escribir los diarios de los niños sobre líneas escurridizas y bailarinas. » Voy a ir al baño —dije a Mili y ella movió una mano mientras con la otra seguía acariciando el cabello de Mateo que dormía en su regazo. Fui al baño a mojar mi cara, necesitaba despertar, por eso también bebí un poco de jugo y comí una manzana. Entonces volví al aula para dejar los diarios y seguir con los reportes de actividades y entregarlos en la recepción para que las mamás se enteraran de los sobresalientes de sus hijos. —Te ves horrible —dijo Mariela y le miré con desgano. —Me duele el estómago —informé y ambas miramos en dirección de una mujer que sollozaba—. ¿Le duele el estómago? —pregunté y Mariela negó con la cabeza mientras estiraba los labios. —Samantha dijo mamá —me explicó en un susurro—, se enteró por el reporte de sobresalientes. Miré a la mujer que lloraba no tan bajito y pensé que se lo merecía.  Aunque puede que estuviera siendo cruel, yo, que era parte de esas muchas cosas que los padres se perdían y que atestiguaba la sensación de abandono de los niños, de pronto me sentía complacida de que les doliera no ser parte de su crecimiento. Pena era lo mínimo que debían sentir por dejarlos. Pero las madres que dejaban a sus niños a nuestro cuidado tenían sus circunstancias, o al menos es lo que me gustaba pensar para justificarlas. Sin embargo, yo tenía claro que no eran todas, había madres que ni se inmutaban, que dejaban a sus hijos solo por deshacerse de ellos, y también estaban las que les dolía, pero se lo tomaban con humor. —Vienen por tus hijas —anunció Mariela devolviendo mis pies a la tierra. Miré a la señora Gloria y sonreí en saludo. Ella también me sonrió. —Me toca cuidarlas —dijo la mujer robusta y rubia de ojos claros, madre de unas gemelas que yo cuidaba y me llamaban mamá muy a pesar de que muchas veces les había dicho que era la maestra y no su mamá. No las convencí, pero su insistencia nos hizo resignarnos a ambas. —Ya se las traigo —dije y volví mis pasos hasta mi sala donde Mili ya luchaba por despertar a Kasandra, y Esmeralda lloraba por haber sido levantada. » Ya, ya —hice levantando en brazos a Esmeralda, sintiendo como se recargaba en mi hombro y alegrándome porque dejaba de llorar—. Vino tu mami, voy a peinarte para que te vayas a casita, ¿de acuerdo? Esmeralda asintió y me permitió soltarla, entonces metió su dedo pulgar en su boca y fijó los ojos en mi reflejo en el espejo. Le sonreí. La peiné, limpié su cara y manos con una toalla húmeda y le di un beso en la frente cuando la senté en una de esas mini sillas que nos hacían sufrir a las maestras. Luego fui por Kasandra que no se despertaba, pero por nada del mundo. » Kass, ya vino mami, te voy a peinar. —No —dijo el un pujido mientras empujaba mi mano que le acariciaba el cabello. —Anda, Esmeralda ya está lista. Si no te despiertas se van a ir sin ti —expliqué volviendo a acariciar su cabeza. —No —repitió mientras golpeaba mi mano que la había vuelto a acariciar. —Kass, si no te levantas no te voy a dar galletas —amenacé—. Te acuerdas de que las galletas son para los niños que se portan bien, ¿verdad? Kasandra no se despertó, lloró y pataleó cuando la tomé en brazos y la llevé hasta la silla donde la peiné mientras lloraba y le limpié la cara y manos mientras se emberrinchaba. El temperamento de esas gemelas era fuerte, la mayoría de las maestras no tenían la paciencia de soportar sus berrinches, pero a mí, a pesar de haber nacido sin instinto materno, me habían robado el corazón. Por eso las consentía demasiado, y por eso ellas se habían logrado conectar conmigo. Tomé la mochila de Esmeralda y la colgué en su espalda, luego me colgué la mochila de Kasandra en un hombro, entregué un paquete de galletas de avena y chocolate a la primera, puse otro paquete en la bolsa de mi bata y cargué a una que dejó de llorar cuando recargó su mejilla en mi hombro. —Galletas —pidió Kasandra cuando su mamá la cargó, estirando la mano en mi dirección. —Dijimos que las galletas eran para los niños que se portaban bien —dije—, y los niños que pegan a las maestras cuando los despiertan no se portaron bien. —Galletas —repitió haciendo pucheros, abriendo y cerrando las palmas de sus manos. Sonreí, yo no solo le tenía paciencia a ese par, les tenía cariño real y profundo. Por eso las consentía, a pesar de que no debía hacerlo. Una maestra jamás debería premiar una mala conducta, pero era una de mis gemelas adoradas. —Pero mañana te vas a despertar sin llorar, ¿verdad? —pregunté con seriedad, sacando el paquete de galletas de mi bata y poniéndolo frente a ella, aún fuera de su alcance. Kasandra asintió y yo sonreí, entonces le entregué el paquete de galletas. Ella las tomó y se abrazó al cuello de la señora Gloria. Yo me agaché y volví a besar la frente de Esmeralda, que ese día había decidido regalarnos un inusual buen despertar. —Sabes que no va a cumplir esa promesa, ¿verdad? —preguntó la señora Gloria y asentí sonriendo. Por supuesto que lo sabía. Yo las conocía tan bien como ella, las cuidaba nueve horas de su día, las veía dormir, jugar, travesear, comer y demás cosas que ella también experimentaba. Volví a la sala por otro niño y luego lo llevé hasta su mamá en la entrada de la guardería. De las dos a las cuatro de la tarde era nuestra rutina, entregar niños a los familiares que pasaban por ellos. —¡Al fin se terminó el día! —exclamé cerca de las tres y media cuando mi sala al fin estuvo libre de infantes. Mili asintió y entre ambas comenzamos a levantar el desorden que habían hecho nuestros revoltosos. Luego de eso fuimos a la sala de descanso a quitarnos el uniforme y esperar que terminara el turno. Cuando al fin me sentí libre del trabajo, tomé mi celular y lo encontré con seis llamadas perdidas, todas del mismo número y a diferentes horas del día. El número era desconocido y la insistencia me invitaba a ponerme en alerta. Yo era bastante reservada y precavida, me gustaba mantenerme bajo perfil para no involucrarme en situaciones problemáticas, así que seis llamadas de un número desconocido en serio me inquietaban. Encontré un mensaje de parte del mismo número, donde alguien me pedía que le devolviera la llamada pues precisaba hablar conmigo al respecto de un anuncio. Me pregunté qué anuncio podría ser pues, según yo, cuando entré a la guardería había dado de baja todos los publicitarios de psicoterapia que había puesto en las r************* . Aunque, si mal no recordaba, nunca había puesto mi teléfono celular como contacto, siempre fue mi email. Igual marqué el número, había bastantes posibilidades además de un posible extorsionador telefónico o un bromista. —¿Hablo con Ana Marcela Durán? —preguntó el hombre que tomaba mi llamada. —Habla con ella, ¿qué se le ofrece? —Soy Miguel Cervantes, llamo por un anuncio que encontré engrapado en las afueras de un bar anoche —esa frase me robó la respiración—. En el anuncio solicita prospecto a marido guapo, agradable y con las posibilidades económicas de ofrecer estabilidad y comodidad; creo que encajo en la descripción. ¿Será que podemos vernos? Bien, definitivamente yo no era tan precavida y responsable como me creía, y posiblemente si era solo una borracha imprudente.
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