Acepté que mi destino estaba en manos de Jasper, que él dominaba todo mi mundo. Si quería salir, tenía a dos hombres enormes que me acompañaban a todas partes, que vigilaban cada paso que daba, solo para informárselo a él después. Lo llamé al día siguiente de nuestra discusión para hacerle saber que buscaría un trabajo, pero se negó. Aseguró que tenía todo lo necesario para vivir y que usara ese tiempo libre en tocar el piano y leer los libros de su biblioteca. Le grité un par de obesidades antes de colgarle el teléfono mandándolo al diablo. Estaba fúrica con él, pero las palabras de mi madre no dejaban de rondar mi mente. Ella decía que Jasper sentía algo por mí, que nunca me haría daño. No estaba del todo segura de aquello, pero lo cierto era que a pesar de estar muy enojado conmigo mu

