Un sonido medio gemido, medio sollozo brota de mi garganta, y las lágrimas me abandonan. Estoy más que aterrorizada, así que ni siquiera puedo contener los sollozos lamentables que me inundan. No sé cuánto tiempo pasa antes de que me recoja y se atreva a retroceder un poco para mirarme a la cara. Sus manos ahuecan mi rostro y sus ojos buscan los míos con urgencia. —Tenemos que irnos, Lucy. Ahora mismo, ¿me oyes? No podemos esperar más —dice, pero niego con la cabeza una y otra vez. Sí Lucy. Escúchame. Si nos quedamos, solo lograremos que nos maten. —No—, gimoteo, en medio de la angustia, el pánico y la desesperación. —. No podemos irnos ahora. Así no. No sin que lo sepas…— La frente de Adam se frunce ligeramente. —¿Qué se supone que debo saber?— La pregunta suena suave, pero cautelosa