Estaba en mi cama, muerta en vida, como el primer día que tuve que volver a casa sin Arthur. Abrazaba su almohada y aspiraba su perfume, el que debían rociar sobre la tela cada vez que terminaban de limpiar mi habitación. No sabía qué hora era. Probablemente, pasadas las tres de la mañana. Un pensamiento asaltó mi mente y lo odié en el mismo instante en que llegó. Recordé que era catorce de febrero, el día de San Valentín. Arthur había fallecido hace un poco más de un mes. Exactamente, un mes y seis días.
Ni siquiera habíamos alcanzado a planificar este día, como lo hacíamos cada año. Un día antes de San Valentín, planificábamos que haríamos. Tratábamos de ser espontáneos y a la vez, divertidos. Obviamente, cada año terminábamos en la cama dándonos demasiado amor durante horas. Eso sin contar todo el sexo que teníamos a cada momento. Nos daba igual que ese día, fuera algo comercial, porque nos entregábamos amor durante todo el año. ¡Demasiado amor!
En cambio, ahora, estaba sola, tratando de sobrellevar la pena que cada día, me consumía más y más. Y esa madrugada, tuve que seguir estando sola en un día tan lindo como ese. Cerré mis ojos y dejé que mis lágrimas rodaran por mi rostro en silencio. No quería que Milly y Henry me escucharan llorar. En la oscuridad de mi habitación, comencé a recordar nuestros seis cortos días de San Valentín. Los únicos seis que pude disfrutar con Arthur.
Cuando llevábamos cinco años de casados, en aquella época, estábamos realizando tantas cosas a nivel personal con Arthur, que tiempo para los dos, prácticamente no nos quedaba. Debía ser honesta y confesar, que a veces, temía que él se aburriera de mí y me dejara. Que un día de esos, él llegara cabreado de la oficina y me pidiera el divorcio. Cuando me encontraba pensando en eso, me regañaba mentalmente, porque sabía que Arthur me amaba incondicionalmente. Cuando me sumía en mis pensamientos, mirando por el ventanal enorme de mi oficina, era cuando más agradecía la existencia de la pared de concreto que nos separaba.
Aquel día, me sentía tan angustiada, que me detuve a mirar el ventanal muchas veces. Faltaba una semana para San Valentín y no sabía qué sorpresa prepararle. Quería que fuera algo especial, porque tiempo, casi ni teníamos, pero me sentía tan mal, que ni siquiera podía pensar en eso.
La semana antes de San Valentín, Arthur estuvo distante. Eso me había puesto los nervios de punta aún más y comencé a sentirme muy ansiosa. Yo estaba estudiando alemán y una carrera de negocios en la universidad en aquel momento en paralelo, mientras compatibilizaba la oficina y mis responsabilidades. En la semana trabajaba hasta las cinco de la tarde y a las seis entraba a clases. Mi curso de alemán solo era tres veces a la semana en la academia y en la universidad me habían permitido tomar la modalidad semipresencial. Iba dos veces a la semana a clases y las otras tres las realizaba por internet durante el día. Mis clases de alemán duraban solo seis meses y ya estaba pronta a terminarlas. Me sentía muy feliz por las metas personales que estaba cumpliendo, pero insegura, porque sentía que estaba descuidando mi matrimonio. Arthur siempre me decía, que sacara esos pensamientos absurdos de mi cabeza, porque a él no le molestaba que yo me quisiera perfeccionar y saber más que él. Eso a él le encantaba y le excitaba, sobre todo cuando me pedía decir alguna palabra obscena en alemán. No entendía qué le encontraba de s****l a las palabras. Para mí sonaban muy raras. Aún así, se las decía al oído cuando estábamos haciendo el amor.
Durante esa semana, Arthur llegó tarde a casa. Llegaba cansado y se dormía inmediatamente. Ni siquiera me preguntaba cómo había estado mi día. Sabía que trabajábamos prácticamente al lado, porque nuestras oficinas estaban contiguas, pero a mí me gustaba hablar de todo con él. Aun así, se veía tan cansado que prefería no molestarlo. Mucho menos provocarlo. Prefería que descansara, después de todo, las empresas iban mejor que nunca y sabía que él estaba absorbiendo toda la carga laboral, para que yo pudiese estudiar tranquilamente. Siempre iba a estar eternamente agradecida con Arthur por haberme permitido ser alguien en la vida. Siempre decía que todo se lo debía a él y eso jamás iba a cambiar. Le debía la vida a Arthur, porque me había dado todo lo que yo amaba en ese momento. Me había dado una familia, un hogar cálido, sobrinos que adoraba, cuñados a los que quería demasiado y a mis padres, que, sin serlo realmente, me habían enseñado lo que era ser amada y cuidada como corresponde. Sin mencionar los millones que tenía en mi cuenta bancaria y que realmente no necesitaba, porque con él, ya lo tenía todo.
El día antes de San Valentín, era viernes. Había tenido clases en la mañana de la universidad en la modalidad online y después, en la tarde, debía ir a la academia para mis clases de alemán. Arthur no estuvo en la oficina en todo el día. Según Lucía, tenía reuniones en las otras empresas y estaría afuera todo el día. Con Lucía salimos a almorzar. La encontraba extraña, pero no le di mucha importancia. Sabía que en ese momento estaba atravesando problemas familiares con sus padres, porque estaban enfermos. Así que, simplemente, respeté su momento y esperé a que ella estuviese lista para contarme lo que sucedía.
Cuando volvimos a la oficina, todo estaba en calma. Extrañaba tanto a Arthur que moría por tomar el teléfono y llamarlo para escuchar su voz solo un momento. Pero después de pensarlo por diez minutos, me decidí a llamarlo. La llamada marcó tres veces y se cortó. De seguro él había cortado la llamada, porque estaba en alguna reunión. Por un segundo, pensé en abandonar todo y dejar mis estudios. Si no podía compatibilizar hasta mis emociones en todo lo que estaba realizando en aquel año, entonces no tenía sentido seguir. Pero luego recordé, que Arthur se estaba esforzando mucho por los dos y no tendría ningún sentido abandonar la universidad ni la academia de alemán.
Resignada y dando un enorme suspiro, comencé a buscar en internet ideas y opciones para darle una sorpresa a Arthur al día siguiente. Al menos, esperaba resarcirme con eso, por haberlo descuidado todo ese tiempo. Pensé en llevarlo a cenar, pero dudaba siquiera de encontrar una reserva a esa altura de la semana. Para mi mala suerte, San Valentín había tocado en sábado y era obvio que todo iba a estar lleno. Pensé en hacer un viaje exprés a Paris o a Canadá, que nos quedaba mucho más cerca, pero ya no tenía tiempo, porque el avión privado que Arthur alquilaba cuando viajábamos, debíamos solicitarlo con dos semanas de anticipación. Me sentí tan culpable, porque entre el trabajo y mis estudios, por primera vez en cinco años, había olvidado una fecha tan bonita como esa. Así que, simplemente, dejé de buscar en internet y me decidí por usar lencería sensual el día de mañana y pedirle a Milly y a Henry que se fueran a un resort por todo el fin de semana. Pero como si ella me hubiese escuchado, Milly me llamó al teléfono justo en ese momento.
—Ivanna, mi cielo— me habló Milly con ternura.
—Mamá, ¿cómo estás? ¿Sucedió algo? — le pregunté curiosa, porque no era muy común que Milly me llamara. Siempre hablábamos por mensaje, pero llamadas, muy pocas veces.
—No, cielo. No sucede nada malo. Tranquila— me contestó alegre —Con Henry iremos este fin de semana a casa de mis hermanos. Viajaremos hoy, así que, cuando llegues, no te sorprendas si no nos vez— me contestó —Te dejaré la cena en el refrigerador para que solo la calientes. Me imagino que Arthur llegará tarde nuevamente— yo me imaginaba lo mismo —Cualquier cosa, me escribes un mensaje.
—Si, mamá. Despídeme de papá, por favor. Los amo y avísenme apenas lleguen a casa.
—Si, cariño. Te amamos y no te olvides de tu cena— me dijo antes de cortar la llamada.
Al menos, saber que iba a estar sola todo ese fin de semana con Arthur, me había animado bastante. Y provocó, que dejara de sentirme culpable, después de todo, nosotros siempre hacíamos el amor y siempre nos sorprendíamos con cosas. Que se me olvidara un día, no podía ser algo tan terrible.
A las cinco de la tarde, tomé mi bolso, mi teléfono, me despedí de Lucía y me fui a la academia a mis clases de alemán. Encontré las clases tan entretenidas, que cuando acabaron, quería seguir. Pero sabía que eso no era posible. Ya eran las ocho de la noche y debía volver a casa. Pensar que iba a llegar y todo iba a estar oscuro y en silencio, me dio un poco de tristeza, mientras iba en el taxi. Como Henry se había ido con Milly, nadie me había ido a buscar a la academia, ni siquiera Arthur. Sabía que él llegaría en algún momento a la casa, así que, sola, sola, no estaría.
—Señorita, esperaré a que entre a su casa. Esta calle, está muy solitaria y oscura— me dijo el chofer del taxi. Era un señor de edad y se veía muy amable. Miré hacia los lados y la calle realmente estaba demasiado oscura.
—Muchas gracias, señor— le dije con una sonrisa. Abrí la puerta que daba a la calle y cuando entré, me despedí con un gesto de la mano de aquel chofer. Lo vi arrancar el auto y cerré la puerta con llave.
La casa y el terreno estaban en completo silencio y a oscuras. Solo se escuchaba el sonido que emitían algunos insectos desde las plantas y flores de la entrada de la casa. Miré mi teléfono y ya eran las ocho con cuarenta minutos. Era obvio que Arthur aun no llegaba. En el garaje no estaba el auto que siempre conducía. Subí la escalera de la entrada y abrí la puerta. Todo estaba oscuro y en silencio. No quise encender las luces. Hambre no tenía, así que, me fui directo a mi habitación. Cuando abrí la puerta para entrar en ella, me quedé estática en el umbral de la entrada. La habitación estaba iluminada con unas pequeñas lámparas en el suelo, que simulaban velas. Estaba llena de rosas rojas y de globos rojos con forma de corazón. En medio de la habitación, había un globo enorme de corazón que tenía escrito “búscame”. ¿Acaso Arthur quería que lo buscara? ¿Y en dónde? Si no sabía en dónde estaba. Entré y dejé mi bolso y mis cosas en el sillón de la habitación. Caminé hacia el enorme globo y vi que tenía una pequeña nota colgando. “El agua de la piscina está exquisita”, decía la nota. Arthur había preparado una celebración para mí y yo había estado como una estúpida pensando en que, probablemente, nos íbamos a terminar separando.
Me fui rápido hacia el armario y busqué entre mis cosas, algún bikini que fuera sexy. De todos los que tenía, solo uno era modelo microkini, de los más pequeñitos que se vendían. Con suerte cubría lo que se tenía que cubrir, pero no me importó, porque me veía espectacular. Bajé la escalera en silencio, en la oscuridad de la noche y comencé a caminar hacia la salida que daba a la piscina, en el enorme prado trasero de la casa. Cuando iba caminando por el pasillo, estaba tan oscuro que no veía nada. De repente, me agarraron por la cintura y me asusté demasiado, pero cuando iba a gritar, Arthur me habló al oído.
—Shhh, Ivanna. Prometo no ser muy brusco— me dijo en un susurro hablando de forma demasiado sensual. Comenzó a pasar la punta de su lengua por mi cuello y a tocar lentamente mi cuerpo —Creo que esto…— dijo tocando la tela del microkini de abajo y metiendo su mano entremedio de mis piernas de una forma exquisita —No lo vamos a necesitar— me susurró.
Ladeé mi cabeza y él comenzó a besar mi cuello lentamente. Estábamos ahí, en la oscuridad de ese pasillo, solo provocándonos. Comenzó a caminar y a guiarme hasta la pared, en donde me acorraló por la espalda. Apoyé mis dos manos en la pared y dejé que me tocara completamente. Solo me estaba tocando de forma exquisita y yo ya sentía el orgasmo formarse en mi interior. Quería sentirlo dentro de mí, así que, me giré lentamente y, aunque no nos podíamos ver en un cien por ciento, debido a la oscuridad de la casa y de ese pasillo, nuestros labios se encontraron inmediatamente. Me levantó y enredé mis piernas en su cintura. Él estaba completamente desnudo y yo no me había dado cuenta de eso. Me apoyó un poco en la pared y me soltó para romper la parte de abajo del microkini. Apreté mis piernas en su cintura para no caer y ahí me quedé mientras lo besaba salvajemente. Cuando logró romper la tela y arrojarla al suelo, se introdujo en mí fuerte, pero sin dañarme.
—Te amo, Ivanna— me dijo Arthur en un susurro, por la agitación del momento.
—Te amo, Arthur— le contesté de la misma manera.
Cuando Arthur alcanzó el orgasmo y se apoyó en la pared con su mano, para tratar de recuperarse, aproveché de sacarme la parte de arriba del microkini, que claramente, ya no me iba a servir. La arrojé al suelo en medio de la oscuridad y traté de bajarme, pero Arthur no me dejo.
—No te vas a arrancar de mí, mi amor— me dijo tomando mi cuello y besándome otra vez.
Pensé que lo íbamos a hacer de nuevo en aquel pasillo, pero en cambio, él comenzó a caminar conmigo en brazos hasta la piscina. Cuando llegamos al patio trasero, me sorprendí aún más. En el prado, escrito con rosas rojas, había un enorme “te amo”. La piscina estaba llena de pétalos de rosas rojas. Había lámparas que simulaban velas por todos lados y en una de las orillas de la piscina, había champaña y botanas para comer. Era algo tan hermoso de ver, que sentí una profunda emoción en ese momento.
—Sé que has estado muy ocupada y que todo lo que haces se debe a que, deseas ir cumpliendo tus metas personales. ¿Estuve molesto? Sí, no te lo puedo negar. Pero te tengo a mi lado cada día, a cada segundo y eso es más de lo que algún día pude imaginar. Así que, esto no solo es una celebración de San Valentín, también es una disculpa, por haber sido un imbécil estos últimos días. Te amo tanto, Ivanna, que prometo no volver a enojarme y desperdiciar una noche sin tocarte y sin sentir tu cuerpo, en nuestra cama y en nuestra casa— lo miré y acaricié sus cabellos mientras juntábamos nuestras frentes y nos quedábamos ahí.
—Tú también perdóname, Arthur. Te he descuidado y he sido una pésima esposa…
— ¡No! no, no— me interrumpió —Eres maravillosa, Ivanna. Me encanta que seas una sabelotodo, me encanta tu cerebro— dijo dándome muchos besos en mi cabeza —Me encantas tú, tal cual eres— volvió a decir besando mis mejillas y mi cuello. Eso me hizo reír mucho —Y no quiero que dejes tus estudios ni mucho menos, que te cuestiones nada. Tienes un universo infinito de recursos y quiero que los aproveches todos. ¿Me oíste? — me dijo bajándome al suelo.
—Muy bien— le dije de forma sensual separándome de él y caminando hacia la piscina en reverso —Esta sabelotodo, quiere que se lo hagas en el agua— le dije tocándome el cuerpo seductoramente —Y que se lo hagas rudo y salvaje— me mordí el labio cuando vi que Arthur ya estaba listo entremedio de sus piernas —Y que marques su cuerpo como se te antoje— miré de reojo y ya estaba demasiado cerca de la piscina —Y que mañana no pueda caminar del dolor— Arthur se mordió el labio y comenzó a caminar hacia mí, pero antes de atraparme, nos debíamos mojar.
Antes de que él me alcanzara, me giré y me lancé a la piscina entremedio de todos los pétalos de rosas que había en el agua. En el fondo del agua, escuché que Arthur se lanzó. Traté de quedarme abajo hasta que él me alcanzara. Cuando lo hizo, lo abracé y lo besé debajo del agua. Me tomó fuerte de la cintura y yo enredé nuevamente mis piernas en su cintura. Nos sacó a la superficie y ahí siguió besándome. Hicimos el amor en la piscina otra vez de una forma salvaje y placentera.
Estábamos sentados en la orilla de la piscina, con los pies dentro del agua, bebiendo champaña y comiendo las cosas que Arthur había preparado. Me sentía tan feliz en ese momento. En esa sencillez que nos envolvía. Era feliz y no podía pedir nada más.
—Estás hermosa, Ivanna— me dijo Arthur de repente. Tenía una sonrisa en su rostro mientras se comía una fresa.
—Hermosamente desnuda— le dije de forma coqueta. Él se rio de mis palabras fuerte y me miró sonriente.
—Eres hermosamente hermosa, Ivanna. Soy el hombre más afortunado del maldito planeta tierra— me dijo alegre. Le regalé una enorme sonrisa mientras él tomaba una fresa, la untaba en chocolate y luego comenzaba a pasarla por uno de mis muslos, subiendo por una parte de mi punto medio hasta mi vientre.
Lo miré atenta hasta que se detuvo. Me miró y vi mucha pasión en sus ojos. Se comió la mitad de la fresa y me dio en la boca la otra mitad. Comenzó a salir del agua y se arrodilló atento a mis movimientos. Yo me recosté en la orilla de la piscina mientras disfrutaba de la fresa. Arthur comenzó a lamer el chocolate que estaba en mi muslo y pasó su lengua de forma sensual. Pasó por mi punto medio, haciendo que gimiera fuerte y en donde se detuvo un rato para que yo disfrutara. Cuando terminó su trabajo en esa zona, continuó lamiendo el chocolate que aún tenía en mi vientre. Abrí mis ojos cuando se detuvo y él me estaba observando. Se veía tan jodidamente guapo con el pelo mojado y sus enormes músculos. Tomé su rostro con mis dos manos y detallé su frente, su nariz y sus labios con mis dedos. Todo en él era perfecto. Peiné unos cabellos que estaban en su frente y él acercó su rostro al mío, lentamente. Me dio un beso corto con sus labios carnosos y me miró. No teníamos apuro, estábamos completamente solos y lo estaríamos por dos días más.
Tenía tanto que decirle a mi amado Arthur y tanto amor que derramar sobre su corazón, pero él lo sabía todo. Sus caricias en mi rostro y en mi cuerpo eran fuego. Me sentía en el paraíso. Cuando hacía el amor con él, nada más me importaba. Cada vez que hacíamos el amor, solo importábamos él y yo. El resto, no existía en nuestra burbuja de amor.
Arthur comenzó a besar mi cuello, lento, provocándome. Con mis uñas toqué sus abdominales perfectamente marcados y me detuve cuando encontré el premio mayor. Su gemido fue un coro celestial en mis oídos y no pude resistir más. Como pude, hice que se acostara y me subí sobre él. Le di un beso corto en sus labios carnosos y comencé a bajar mis labios por su cuerpo, dejando besos suaves en cada rincón de su cuerpo escultural. Cuando volví a llegar al premio, lo miré por unos segundos, le guiñé un ojo y comencé mi propio juego personal. Arthur estaba extasiado, en las nubes y sus gemidos me motivaban a seguir jugando todo el tiempo que yo quisiera. Tocaba sus abdominales y enterraba mis uñas en cada rincón de su cuerpo. Él lo estaba disfrutando demasiado y eso me encantaba. Después de un rato, como una buena jugadora, me tragué la diversión y sonreí victoriosa. Gateé de forma sensual y me subí sobre él lentamente. Comencé despacio, tratando de profundizar mis movimientos, para que él sintiera todo de mí.
Él tomó mis caderas y las apretó cerrando sus ojos. Le estaba dando el mejor espectáculo del año y no me iba a detener por nada del mundo. Abrió sus ojos y me miró, mientras abría su boca levemente producto de la excitación y sus gemidos. Era una maldita diosa y nadie me iba a bajar de ese enorme olimpo. Arthur comenzó a tocar mi punto medio y sentí que me iba a volver loca de la excitación. Nos perdimos en nuestros jadeos y nos permitimos disfrutar cuánto quisimos.
—La celebración continúa en nuestro nido de amor— me dijo cuando me estaba arropando con una toalla.
Lo besé lentamente y dejé que la toalla cayera al suelo. Quería que me viera completa, sin ropa de por medio. Tomé su mano y comencé a caminar hacia la casa a paso lento. Cuando pasamos por aquel pasillo oscuro, me giré y comencé a caminar en reversa. Él alcanzó a tomar mi cintura y me pegó a su cuerpo desnudo para besarme.
—Aún no, mi amor— le dije de forma sensual.
Me aparté de él y continué caminando, con su mano agarrando la mía. Subí la escalera de forma sensual, pero eso fue demasiado para él y no se aguantó. Me lo hizo ahí mismo, con delicadeza, como cada vez que me lo hacía en la escalera, cuando estábamos solos en la enorme casa. Cuando logramos darnos un respiro, subimos a la habitación. Caminé de forma seductora hacia la cama, tocando mi cuerpo y eso lo trastornó.
— ¡Mierda, Ivanna! Eres todo un espectáculo— dijo desde la puerta, mientras él se tocaba.
Gateé sobre la cama, de forma sensual, de espaldas a él y sentí que caminó rápido. Me dio nalgadas que disfruté y que me hicieron perder la razón por un par de segundos. Le había dado permiso para marcar mi cuerpo como quisiera y eso lo tenía extasiado.
Estábamos agotados, acostados uno frente al otro en la cama, solo acariciándonos y besándonos. Teníamos tanto espacio solo para los dos ese fin de semana, pero sabía que de la habitación no íbamos a salir durante dos días.
—Te amo tanto, Ivanna. Amo cada cosa que me entregas y haces por mí— me dijo mientras acariciaba mi cabello —No puedo vivir sin ti, ya no. Desde que te vi la primera vez, supe que eras para mí. Sabía que tarde o temprano nos íbamos a encontrar, porque siempre te esperé— sus ojos de color celeste caribe eran tan sinceros, que me sentí amada hasta más no poder.
—Te amo tanto, Arthur. Nunca imaginé que la vida me premiaría contigo. Pero, en mi corazón, sabía que estabas por ahí. Que era cosa de tiempo encontrarnos. La primera noche que estuvimos juntos, fue la noche más especial de mi vida y jamás la olvidaré. En una sola noche, me entregaste todo de ti y yo de mí. No puedo vivir sin ti, ni ahora ni nunca. Te amo tanto, Arthur, que amo todo de ti. Amo tu sonrisa, tus rabietas, tu forma de besarme. Cuando me haces el amor de forma delicada y cuando te transformas. Quiero estar contigo toda la vida y entregarte absolutamente todo de mí— le contesté mirando esos hermosos ojos que tanto amaba.
Él tomó mi mentón, lo levantó un poco y me besó lentamente. Su lengua exploró todo cuando salió de su escondite y la mía hizo exactamente lo mismo. Estuvimos ahí, solo besándonos por mucho rato, mientras nuestros cuerpos recobraban fuerzas para continuar amándose y sintiéndose.
—Feliz San Valentín, mi amor— me dijo Arthur cuando cortó el beso y su boca quedó cerca de la mía.
—Feliz San Valentín, mi amor— le contesté enredando mis brazos en su cuello y besándolo nuevamente.
Me abrazó fuerte, pero a la vez, delicadamente. Comenzó a tocar mi espalda y mi cintura de forma sensual. Subí mi pierna a su cintura y le di la entrada para que comenzara nuevamente. Nuestros cuerpos se movían en una perfecta sincronía y no querían detenerse. No nos podíamos detener, ya no. Me lo hizo despacio, sin prisa y con demasiada pasión. De una manera profunda mientras dejaba rastros de besos en mi cuello y en mis pechos, los que masajeó lento y seguro, llevándome a las nubes en un solo segundo.
Estaba agotada y me había quedado dormida un rato. Abrí mis ojos y a través de las cortinas que se movían por la brisa de la madrugada, lo vi de pie en el balcón, mirando al firmamento. Me levanté en silencio y lo admiré desde el ventanal. Era una obra de arte y un pecado semejante perfección de hombre. Me toqué los labios mientras recordaba cada cosa que me había hecho durante esa celebración. Estaba segura de que, en la mañana, mi cuerpo iba a estar adolorido, pero no me importaba, porque lo había disfrutado.
Caminé hacia él y lo abracé por detrás. Besé su espalda musculosa y toqué su trasero perfectamente redondo. Eso le sacó una sonrisa mientras negaba con la cabeza, divertido.
—Veo que alguien no se cansa— me dijo mirando un poco hacia atrás, para verme.
—Jamás— le contesté dándole un beso en su espalda exquisita. Tomó mis manos y comenzó a bajarlas por su abdomen, pasando por su ombligo, hasta llegar al premio. Echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y disfrutó de mis toques nuevamente. En un movimiento rápido, tomó una de mis manos, se giró y me hizo girar en mi eje, para quedar él detrás de mí ahora.
—Yo tampoco me canso de ti, Ivanna— me dijo al oído en un susurro, mientras pasaba sus labios por mi oreja —Pero a esta hora, salgo a buscar a mi presa como un maldito salvaje— tomó mi cintura y me guio hacia la orilla del balcón.
Me afirmé en el pasamanos del balcón, él abrió mis piernas e hizo, nuevamente, lo que quiso conmigo y con mi cuerpo. Despejó mi cuello, corriendo mis cabellos hacia un lado, para darle mayor acceso a mi piel. Besó cada rincón de mi espalda y pasó su lengua por ella de una forma tan sensual, que casi tuve un orgasmo en ese mismo instante. Sentí que mis piernas temblaron y gemí tan fuerte, que eso motivó aún más a mi amado Arthur, porque comenzó a aumentar el ritmo y a masajear mi punto medio. Esa noche, en aquel balcón, las estrellas y el hermoso firmamento, fueron testigos de nuestro amor, de nuestras caricias y de nuestros gemidos. Era una hermosa noche estrellada, iluminada por la luna como testigo de todo lo que estábamos haciendo en aquel lugar. Cuando acabamos, Arthur me giró rápido y me levantó para que yo enredara mis piernas en su cintura. Estaba cansada, pero quería continuar. Arthur volvió a la cama y me acostó rápidamente en ella. Se introdujo en mí de una forma tan salvaje, que mi gemido se debe haber escuchado en toda la casa. Lo hicimos tantas veces esa noche, que había perdido la cuenta hace mucho rato. Juntar una reconciliación con el día de San Valentín, era algo que definitivamente, iba a repetir al año siguiente. Disfruté cada maldita cosa que hizo con mi cuerpo, porque era el mejor sexo que me habían dado en la vida y jamás me iba a cansar de mi amado Arthur. ¡Jamás!
Sequé mis lágrimas en silencio, pero no sirvió de nada, porque una cascada comenzó a salir de mis ojos y no la pude detener. No me importaba la hora. No quería dormir aún, quería continuar sintiendo su aroma en la almohada, en la cama, en mi ropa, en mi cuerpo. Lo extrañaba tanto. Me hacían tanta falta sus abrazos, sus besos, sus caricias. No sabía cómo me iba a levantar el día de mañana sin él, otra vez. Había pasado más de un mes, pero seguía sin entender por qué la vida me había dado algo tan hermoso y me lo había quitado tan rápido. ¿Acaso yo no merecía ser feliz? ¿Había hecho algo mal? Comencé a llorar con toda la tristeza que tenía en el alma, no me importaba si Milly y Henry me escuchaban. Pero este San Valentín dolía demasiado y lo odiaba.
Lloré todo lo que quise, durante todo el tiempo que quise, porque solo así, iba a ser capaz de salir delante de a poco. Mis ojos no querían dejar de derramar ese líquido salado y la almohada, ya estaba empapada de ellas. Pero al menos, su olor seguía ahí. Seguía en la cama y en el ambiente. Así quería que fuera siempre, porque no podía soportar la idea, de dejar de sentir su aroma exquisito.
Apreté la almohada aún más fuerte contra mi pecho, porque no podía con la pena. Necesitaba sacar todo, necesitaba acurrucarme en esa cama, que, en infinitas ocasiones, nos había visto darnos amor mutuo. Nos había visto entregarnos en cuerpo y alma, y dejar caricias regadas por todos lados. Pero en el fondo de mi corazón, sabía que debía sentirla, vivirla y algún día, superarla. No supe de hora ni de minutos, cuando me dormí, siempre pensando e imaginando, que él me abrazaba y en algún momento de esa madrugada, pensé que sí era real.