“Nunca dejes de sonreír, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa” - Gabriel García Márquez.
Dicen que el amor de tu vida no siempre es el primero y eso muy bien lo sabía, porque para mí, aunque antes ya haya tenido un amor, él siempre iba a ser el primero en mi mente y la segunda oportunidad para amar es la vencida. Ahí fue en donde él apareció, en esa segunda oportunidad.
Si mal no recuerdo, cuando estuve a punto de casarme con el hombre equivocado, una señal del destino (aunque haya sido desastrosa y dolorosa), me hizo entender que lo mío no era estar con alguien que apagara mi brillo. Mucho menos que callara mi voz y que dañara mi corazón, que era lo único intacto que, al parecer, tenía. Sin considerar, también, los traumas que mi madre había sembrado en mí, volviéndome temerosa de lo que fuera a pasar si mis ojos se posaban en el hombre “equivocado”.
Un hombre con muchos fantasmas del pasado hizo que me enamorara de su corazón dañado, más que el mío o quizá igual. Nuestras familias siempre trataban de resaltar lo malo que teníamos, pero, estando juntos sacábamos lo bueno del otro. Él me enseñó a amar libremente, sin prejuicios y yo le enseñé, que el pasado debía estar en donde pertenecía: en el pasado.
— ¿Estás lista para tu sorpresa? —me preguntó con ese semblante sombrío, pero que invitaba a pecar a cualquiera.
— ¡Por supuesto, Swinton, nací lista! —le contesté emocionada.
Él hacía lo que fuera con tal de estar conmigo. Su carrera como piloto de Fórmula Uno era importante, pero yo era aún más importante para él. Aunque lo negara siempre.
Después de que me propusiera matrimonio en el Central Park, todo se transformó en amor, aunque a Killian, aún le costaba. Nunca lo obligué a que tuviese detalles dulces conmigo, todo sería a su tiempo, así fuese a paso de tortuga. A solo unas semanas de concretar el gran evento, decidimos en conjunto posponer la boda por un tiempo. Yo quería vivir un noviazgo puro y hermoso.
Hoy tendríamos una cita especial en una feria de la ciudad. Debía ser honesta y confesar, que yo pensaba, que él fingía que me amaba. Íbamos a subir a la noria, según él, para ayudarme a afrontar mis miedos a las alturas y así fortalecerme de algún modo.
—Estoy seguro, de que no te imaginabas que estaríamos juntos otra vez —dijo apartando una mano del volante y tomando la mía, mientras íbamos en su auto hacia la feria de la ciudad.
Sonreí coqueta y él besó mi mano. Estábamos juntos ahora y nadie nos podía separar, ni siquiera las peleas por mujeres del pasado ¡y vaya que nos habíamos equivocado! pero ambos estábamos madurando en muchos aspectos. ¿Cómo no sentirme enamorada sin que me faltase el aire cuando no le veía?
— ¿Quieres saber la verdad? No, no esperaba vernos así… Al menos, no hasta ahora. Por un momento pensé, que sí estaríamos juntos después de la carrera de Abu Dabi, pero eso ya está en el pasado. Te amo y haremos que esto funcione —le contesté ilusionada.
—Por supuesto, sin ti no soy nada. Tu sonrisa es más bella cuando estamos juntos y es en esos momentos, en que me doy cuenta, de que realmente tengo corazón —me respondió con una sonrisa en sus labios. Suspiré ante sus palabras de amor y le sonreí.
Esperé a que aparcara en un estacionamiento, porque hasta ese momento, aún no sabía a qué lugar me llevaría. Con él todo era una sorpresa, una hermosa sorpresa. Nos bajamos del auto y no podía creer en dónde estábamos. Había recreado el podio, el muro de boxes y la alfombra roja como en Abu Dabi. Él quería sorprenderme y realmente lo había logrado. Al final, lo de la feria, había sido un engaño.
—Sé que, de alguna manera, debo recompensar ese momento. Ese día lo arruiné todo debido a las mentiras que mi padre me había dicho sobre la traición y esas cosas. Sus palabras me cegaron durante demasiado tiempo —me confesó con una mirada triste —Te amo, Amaranta y quiero que vivas conmigo ese momento que hubiese sido diferente, si tú hubieses estado ahí, a mi lado y yo no hubiese sido un completo imbécil —sus palabras me habían emocionado y lágrimas de felicidad estaban cayendo de mis ojos, empapando mi rostro y dañando mi maquillaje, pero eso no era tan importante como este momento.
— ¿Sabes que te amo? No sólo por esto, si no, por el hombre que eres conmigo. Estoy feliz de estar aquí contigo y, que quieras celebrar tus logros junto a mí, haces que también sean los míos —él se acercó y me dio un beso en la frente. Yo sabía que ese era el gesto más puro que había tenido siempre conmigo. Antes de darse cuenta de que estaba enamorado de mí, siempre me regalaba besos así de tiernos.
—El mayor premio que he ganado en esta jodida vida ha sido tu amor. El único premio que ha merecido la pena, por el que día a día pienso luchar y no dejar que nada lo dañe… Te quiero conmigo para siempre, mi amor —me besó bajo la luz de la luna. La misma luna que había sido testigo de esas noches en las que había llorado su despedida. Esa triste despedida que nos habíamos dado en Abu Dabi.
—No sabes lo feliz que me haces, Killian. ¿Vamos? —le pregunté sonriente, mientras tomaba su mano y caminábamos hacia el podio. Éramos solo él y yo, imaginando cómo hubiese sido todo en aquel momento.
Cenamos delicioso y sonrientes, pero un pensamiento asaltó mi mente y recordé que, en unos días, sería San Valentín. Debía organizar algo totalmente diferente de lo que yo estaba acostumbrada, porque yo era demasiado cariñosa, mientras que él, era un chico oscuro, pero a la vez romántico. Yo tenía claro, que daba lo mejor de sí para hacerme feliz, así que, mentalmente, tomé nota sobre lo que le agradaba en ese momento en la cena de premiación. Detallé cada cosa con lo que se sintió a gusto y empecé a hacer una lista en mi cerebro, de todos los posibles escenarios que tendría que armar en esa fecha especial. Pero debía reconocer, que tenía miedo de que me mandara por un tubo al mencionarle una fecha tan comercial como esa. Sabía que, por su actitud arrogante, de la cuál, aún no se desprendía, había una alta probabilidad de que se negara a celebrar tal cosa.
— ¿En qué piensas ma petite belle? —me preguntó aquel hermoso francés, ese que era dueño de mi corazón.
—En que soy la mujer más afortunada por estar aquí, con el campeón mundial de la Fórmula Uno. ¿Puedes creer que aún no lo asimilo completamente? —le contesté riendo. Él me regaló un cálido beso en los labios.
Demás estaba decir, que esa noche, sus manos actuaron como unos tentáculos y que mi cuerpo fue víctima de ellas. Mi cuerpo ardía en su centro, con cada caricia, cada toque sensual y cada paso de sus dedos por mis costillas. Fuimos fuego aquella noche. Fuimos solo uno.
—Anotado, más sexo y menos charla —le dije de forma sensual, mientras él cubría su rostro con el antebrazo. Estábamos acostados en una cama improvisada en aquel lugar, mientras yo abrazaba su pecho de piedra.
— ¿Te gustaría viajar conmigo a una prueba del nuevo monoplaza de Red Bull? Pero si no quieres, no hay problema Ma belle dame. Lo puedo cancelar— me dijo volteándose hacia mí para mirarme de frente.
— ¿Cuándo es? —le pregunté curiosa.
—Es en el día de San Valentín, pero… Es un día cualquiera, ¿verdad?
Esa sola frase, me demostró que el antiguo Killian aún estaba ahí, que las cosas no habían cambiado y que su oscura y fría personalidad seguía presente.
Carraspeé un poco, no quería arruinar ese momento. Pero, siendo sincera, para mí sí era especial ese día. No me importaba que fuese una instancia comercial para las personas. Para mí no lo era. Sabía que sonaba tonto y que el amor se demostraba todos los días del año, pero yo amaba los detalles, los chocolates deliciosos, los mimos, las flores y los globos… Y debía confesar que, mi delirio eran los osos de peluches gigantes. Esos detalles nunca me los había dado el idiota de Damián Scott.
Por otro lado, comencé a sentir envidia, porque sabía que Tallulah y Jared sí iban a celebrar por lo alto. Sabía que estaba mal pensar y sentir eso, pero a veces quería que Killian fuese de esa manera, un hombre de muchos detalles.
— ¿Puedes llevarme a mi apartamento? Creo que el frío hará que me dé un pequeño resfriado —le pedí tratando de sonar normal y relajada.
— ¿Estás molesta? Si es por lo del viaje, puedo cancelarlo, aunque, para ser honesto, no me gustaría. Lo sabes ¿no?
—Lo sé, Killian y lo que menos quiero es interferir en tus planes, pero… —dudé.
— ¿Pero? —me instó a continuar.
— ¡Debo trabajar, también! Así que, no podré acompañarte —le contesté nerviosa. Con solo un par de palabras, convertimos ese momento mágico y hermoso, en algo desastroso.
—Vamos, te llevo a casa —me respondió serio, poniéndose de pie para vestirse. No podía terminar así la noche, así que, me puse de pie y me vestí.
— ¿Estás molesta? —me preguntó, cuando ya habíamos llegado al estacionamiento del edificio. Estaba tan distraída, que no me había dado cuenta.
—No, no lo estoy —le contesté —Solo estoy un poco cansada —pero yo sabía que él me conocía demasiado, quizá mucho más que yo. Me abrazó fuerte y bajó del auto. Abrió mi puerta, quitó mi cinturón y me dio su mano para ayudarme a bajar.
—Sé que es nuestro primer San Valentín y tengo un poco de miedo. Sabes que, no sé qué hacer en estas fechas, pero… antes de eso, perdóname por ser un patán. Ese día te sorprenderé, solo que… ¿puedes ayudarme a ser romántico? —me preguntó con media sonrisa. Si mi hombre necesitaba ayuda para expresar sus sentimientos, yo estaba dispuesta a ayudarlo, porque para mí, el amor vencía todo lo malo, siempre.