Mientras Ricardo continúa en el restaurante con el par de brasileñas, seguro de que tiene bajo control a su esposa; ella se ahoga en llanto, en tanto las olas del mar rompen en su cuerpo. Rodrigo, después de una búsqueda infructuosa por las calles de la ciudad, llega hasta el apartamento donde ahora sabe que habita, una vez frente a la puerta, busca pausar la respiración para tratar de calmar su pulso, no sabe qué decirle, pero siente una necesidad imperiosa de estar a su lado. Cuando sus latidos cardíacos le dicen que está más tranquilo, toca el timbre, al segundo toque ve a un chico rubio que le abre la puerta. —Buenas noches— dice el hombre un poco nervioso —¿Se encuentra la señora Violeta? Diego niega con la cabeza —mi hermana salió con Ricardo y no han regresado— responde y el adu

