Capítulo 16. Sangre contra sangre

1275 Words
—¡¿Acaso te has vuelto loco?! ¡¿Cómo pudiste hacerle eso a tu hermano?! —la voz de Sylvana retumbó en el vestíbulo como un disparo. Basilio muy apenas había cruzado el umbral de la entrada de su casa cuando oyo la voz de su madre. Cerró la puerta tras de sí y se quedó quieto, sin sorprenderse. Sabía que lo estaba esperando. La encontró en el centro del salón, con el rostro enrojecido, los ojos encendidos de furia y el teléfono todavía en la mano. Había llegado hacía apenas unos minutos, y ya la tormenta había estallado. —¿De qué estás hablando? —preguntó sin levantar la voz, aunque su tono seco bastó para tensar aún más el aire. —¡No te atrevas a hacerte el inocente! —replicó ella, caminando hacia él con pasos firmes, el taconeo sonando como golpes de martillo en el mármol—. ¡Sé perfectamente que fuiste a la comandancia! ¡Fuiste a hablar con Rossi! Basilio suspiró mientras desabotonaba los primeros dos botones de su camisa; ya se había deshecho de su corbata en el auto. —Sí, fui a hablar con él —respondió Basilio con calma tensa—. Le dije que hiciera su trabajo sin restricciones, que no se contuviera ni temiera represalias de nuestra parte. —¡Eres un desgraciado! —Sylvana se llevó una mano al pecho, como si el simple hecho de escucharlo la indignara más—. ¡La policía está preguntando por tu hermano en toda Roma! ¡Por todos los lugares que solía visitar! ¿Sabes lo que eso significa? ¡Lo van a atrapar, Basilio! ¡Van a arruinar su vida! Él la observó en silencio unos segundos, con esa calma que no era tranquilidad, sino contención pura. Luego se acercó. —Nadie arruinó la vida de Tiziano, madre. Él lo hizo solo. —¡Tú lo estás empujando al precipicio! —lo interrumpió, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¡Tú! ¡Su propio hermano! —Estoy haciendo lo correcto —le lanzó un gesto endurecido. —¿Correcto? —repitió ella, entre risas secas—. ¿Llamas correcto entregarlo a la policía como si fuera un criminal cualquiera? ¡Es tu sangre! —Y también es mi responsabilidad —respondió él, cortante—. Porque nadie más tiene el valor de ponerle un alto. Ni siquiera tú. Es hora de que se haga responsable de sus actos. Sylvana lo miró con una mezcla de furia y dolor. La rabia en su rostro se mezclaba con incredulidad. —¡Tu padre estaría avergonzado de ti! —soltó con veneno. Basilio apretó la mandíbula. Esa frase, dicha mil veces, ya no le dolía igual. Solo le ardía como un recordatorio. —No, madre. Estaría avergonzado de ver en qué se ha convertido esta familia. La mujer palideció por un instante, pero no retrocedió. —¡Tu padre esta muerto por culpa de esa gente! ¡Y tú ahora los defiendes! —No defiendo a nadie —replicó Basilio, elevando la voz por primera vez—. Pero tampoco voy a permitir que uno de los nuestros se convierta en lo mismo que odiábamos. El silencio cayó entre ellos por unos segundos. Solo el reloj del vestíbulo se escuchaba, marcando el ritmo tenso de la conversación. Sylvana respiró hondo, con los ojos húmedos pero firmes. —No entiendes nada. No sabes lo que es proteger a un hijo. —No, madre. —Dio un paso al frente, su sombra cubriendo la suya. —Tú no sabes lo que es ser justa. Siempre fue Tiziano, siempre él. Francesca y yo aprendimos a vivir con eso… pero esta vez, no voy a seguir tu juego. —¿Vas a permitir que lo encierren? —preguntó ella, la voz quebrada entre la furia y la súplica. —Si eso es lo que merece —respondió sin titubear—. Si eso es lo que hace falta para que entienda. La mujer dio un paso atrás, como si las palabras de su hijo fueran una bofetada. —Eres igual que tu padre cuando lo contradecían —escupió con amargura—. Nunca se pudo razonar con el cuando le pedia ayuda con Tiziano. A veces pensaba que se quedaba a esperar a que el cometiera un error para reprenderlo. Y ahora, tu estas siendo igual a el. —Tal vez sí. Pero al menos no cierro los ojos cuando alguien inocente sufre. La mujer lo miró con odio, pero también con miedo. —Te estás condenando, Basilio —susurró, temblando de rabia—. No sabes lo que estás haciendo. —No, madre —replicó Basilio, con una serenidad que solo agravaba el peso de sus palabras—. Mi padre esperaba que Tiziano aprendiera de sus errores… pero tú nunca se lo permitiste. Siempre lo excusaste, siempre limpiaste el desastre que dejaba a su paso. Y ahora míranos… Sylvana lo miró con los ojos abiertos, incrédula, como si su hijo acabara de blasfemar. —¡Él era solo un niño cuando todo ocurrió! ¡Sufrió más que nadie! —gritó con voz temblorosa, aferrándose al respaldo de una silla que estaba cerca, como si necesitara sostenerse de algo. —¿Solo él? —repitió Basilio con una sonrisa amarga—. ¿Y nosotros, madre? ¿Francesca y yo no existimos? También perdimos a un padre… también vivimos con ese vacío, con tu frialdad, con tus malditas comparaciones. Ella bajó la mirada, apenas un segundo, antes de recuperar la altivez que la caracterizaba. —Yo solo hice lo que una madre debía hacer: proteger a su hijo. —¿Protegerlo? —repitió él, avanzando otro paso, la voz baja pero firme—. No lo protegiste, Sylvana… lo hiciste débil. Le enseñaste que podía destruir a quien fuera y tú estarías ahí para justificarlo. El nombre de pila resonó como una daga. Sylvana alzó la vista, herida, con los ojos empañados por una mezcla de furia y decepción. —¿Ahora me hablas así? ¿Así le hablas a tu madre? Basilio respiró hondo, intentando no perder la calma. —Te hablo como el hombre que tu hijo debería haber sido. —Su voz bajó un tono, más grave—. Si no lo detengo yo, lo harán otros… y será peor. —No lo entiendes. —Sylvana negó con la cabeza. —¡No puedes hacerlo! Es tu hermano, Basilio. ¡Tu sangre! —La sangre no lo es todo —dijo él con frialdad—. A veces, la sangre también se pudre. Esa frase quebró el aire. Sylvana se quedó inmóvil, la respiración agitada, temblando entre la rabia y la impotencia. —Te juro que te vas a arrepentir de esto —susurró con voz rota—. Cuando lo arresten… cuando lo veas entre rejas… ese peso lo cargarás tú. Basilio la sostuvo con la mirada, sin apartar los ojos de los suyos. —Prefiero cargar con eso, madre, que con la vergüenza de seguir encubriendo sus atrocidades. Sylvana apretó los labios, incapaz de responder. Los ojos le brillaban con lágrimas contenidas, pero no de tristeza, sino de una ira que buscaba a quién culpar. Su hijo la observó unos segundos más y luego giró hacia las escaleras. —Si Tiziano vuelve, dile que lo estaré esperando en el estudio —dijo sin volverse—. Esta vez no sere cuidadoso con el. Y subió con paso firme, dejando a su madre sola en el vestíbulo, temblando, con el eco de sus palabras flotando en la casa como una sentencia.
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