Capitulo 1
Acababa de volver a casa de otra cita con Shannon y me sentía más frustrado que nunca. Esta chica con la que había empezado a salir me estaba volviendo loco, y eso me estaba empezando a pasar factura. Nos conocíamos desde el instituto, pero nunca habíamos hablado. Su fama de guarrilla la había precedido durante todos esos años; de ahí el principal motivo por el que la invité a salir.
Había estado pasando por una sequía bastante inusual y buscaba una solución rápida con Shannon. Sin embargo, mi apremio s****l empeoró aún más, ya que Shannon parecía haber dado un giro radical y se había embarcado en el celibato, justo cuando me tocaba a mí.
Llevábamos dos semanas saliendo, y salvo algún beso francés ocasional, me había quedado abandonado. No ayudaba que fuera una gran provocadora, así que si antes no estaba obsesionado con el sexo, ahora sí lo estaba.
Para colmo, en las últimas semanas había desarrollado una disfunción eréctil preocupante. No podía tener una erección cuando quería aliviarme con porno o cualquier otra cosa. Estaba implacablemente excitado, pero no tenía forma de cuidarme. Sin embargo, sabía que una vez que Shannon dejara de fingir, me curaría, ya que se me ponía muy duro cada vez que nos besábamos.
Entré a la cocina y cogí una cerveza fría del refrigerador. Cuando estaba a punto de subir a mi habitación, oí que alguien me llamaba desde la sala. Era mi hermana, Brooke. Estaba recostada en el sofá viendo una película con un top corto y pantalones muy cortos. Siempre me pareció que su atuendo era un poco promiscuo, pero no tenía tiempo ni ganas de reprenderla.
Brooke tenía 18 años, dos años y medio menos que yo. Acababa de terminar la secundaria y trabajaba en la floristería de nuestra madre. Nuestra madre era florista y tenía una floristería próspera, mientras que nuestro padre trabajaba en finanzas para una... una financiera, supongo.
Tomé un sorbo de mi cerveza y suspiré: —¿Qué?
—Te pregunté cómo estuvo tu cita.
—Está bien. Bueno, buenas noches.
—No te vas a dormir ahora, ¿verdad? Aún es temprano.
Era bastante temprano, justo después de las 11 de la noche de un viernes.
—No me voy a la cama, sólo a relajarme en mi habitación.
—¿Por qué no te unes a mí? Ven, te haré un lugar.
Metió los pies sobre su trasero mientras apoyaba la parte superior del cuerpo en el apoyabrazos, dejando la mitad del sofá vacía.
—No, creo que voy a pasar. Ha pasado mucho tiempo...
—Oh, venga, veamos una película. Me vendría bien la compañía.
De repente me quedé en blanco, pensando si debía ir al médico por mi problema, ya que estar constantemente alterado me estaba agotando bastante la mente y el cuerpo. Ciertamente, no era una disfunción común entre hombres de 20 años, por lo demás sanos.
—¿Qué es eso?— Recuperé la consciencia.
—Te pregunté si me acompañabas...—, dijo con cara de perplejidad. —¿Qué te pasa esta noche, Josh? Pareces preocupado.
—Nada. Estoy bien. —Me senté en el sofá junto a ella—. ¿Qué película estamos viendo?
—No lo sé. No estaba muy concentrada.
—¿Oh?
Ella suspiró. —Veamos la película.
Conmigo en un lado del sofá y ella ocupando el otro, estábamos viendo cualquier película mediocre que estuviera pasando.
—¿A todos los chicos solo les importa el sexo?— preguntó veinte minutos después, sin siquiera entrar en detalles.
—¿De dónde viene esto?
Señaló el televisor. La pareja estaba a punto de tener sexo.
—Eh... no lo sé. Supongo que es una gran parte de lo que les importa, sí.
—¿No querrás decir que nos importa?
—¿Eh?
Dijiste que "les importa". Te excluiste convenientemente.
La miré fijamente. —Nos importa. ¿Mejor?
—Mucho—, dijo ella mirándome de manera bastante molesta.
La ignoré y volví a centrar mi atención en la película.
—¿Es por eso que estás saliendo con Shannon?
Incliné la cabeza hacia ella, sin intentar ocultar mi irritación. —No—, mentí.
—Entonces ¿por qué estás saliendo con ella?
—Bueno, ha sido una noche estupenda —me levanté—, pero creo que me voy a dormir.
Yo no podía esperar para intentar masturbarme, para no tener que ir al médico, y sus molestas preguntas no me sentaron bien.
—Ah, vale. Perdona si pasar tiempo conmigo te molestó.
Ella parecía herida cuando volvió a mirar el televisor.
—No es mo... mira, sólo estoy un poco cansado, eso es todo.
—Lo que sea.
Suspiré mientras me dejaba caer de nuevo en el sofá. —Lo siento, ¿vale? ¿Qué pasa, Brooke? ¿Por qué me quieres aquí?
—¿Qué? ¿Una niña no puede querer que su hermano mayor pase tiempo con ella?
—Puede, pero esto es definitivamente nuevo contigo.
—Que nunca te lo haya pedido no significa que no quiera que lo hagamos. Hubo una época en la que te gustaba hacer cosas conmigo. Ni siquiera sé qué pas— Suspiró. —Es como si fuéramos completos desconocidos.
—No seas tan dramática. No estamos...
—¿En serio? No tienes ni idea de lo que pasa en mi vida, y yo no tengo ni idea de la tuya. No sabemos nada el uno del otro, y no lo hemos sabido desde hace años. Recuerdo que una vez estuve un poco más arriba en tus prioridades.
—Brooke, ¿de qué estás hablando? ¿Qué es esto?
—Solo digo que me duele que estemos tan... no importa. Obviamente, no parece afectarte .
Solté un largo suspiro de exasperación al ver a mi hermanita tan perturbada por nuestra cercanía, o la falta de ella. —Me desconcierta. No soy un robot, Brooke. Es solo que... he estado tan ocupada con...
—Tus amigas, tus amigos, con la escuela, con el trabajo, con básicamente todo menos conmigo.
Realmente parecía preocuparla. Mi intento de masturbarme tendría que posponerse por un rato.
Me dejé caer contra el respaldo y bebí mi cerveza de un trago.
—¿Te quedas? Creí que estabas cansado—, dijo con malicia, poniendo los ojos en blanco.
—Jesús, ¿qué quieres de mí? Lo estoy intentando.
Ella no hizo ningún comentario y nuestra atención volvió a la película clase B. Media hora después, empezó a retorcerse mientras murmuraba para sí misma.
—¿Qué es?— pregunté.
—Nada. Solo estoy un poco incómoda. Llevo tanto tiempo con las rodillas dobladas que me duele un poco. ¿Te importaría si te apoyo los pies? ¿Solo un ratito?
Volví a mirar el televisor. —Sí, lo que sea.
Estiró las piernas y apoyó los pies en mi muslo derecho. —Oh—, suspiró aliviada, —ya está mejor.
La miré con el ceño fruncido. —¿Crees que podemos volver a observar?
—Sí, claro. Gracias por esto.
—Ni lo menciones.
Mientras miraba la tele, no pude evitar inspeccionar sus piernas y pies. Mi hermana tenía unas piernas impresionantes: delgadas, largas, de piel pálida e impecable... algo sexy. Sus pies también eran preciosos: delicados, simétricos, suaves y bien cuidados. Llevaba las uñas de los pies pintadas de azul pastel, un anillo en el dedo del pie y una pulsera de plata que le rodeaba un tobillo.
Inmediatamente, mi mente se debatió sobre cómo clasificar sus piernas y pies en comparación con los de mis exnovias. Mi pene se puso rígido después de que mi mente la coronara en primer lugar en esa lista. Sus pies y piernas eran así de impresionantes. Esa impactante confirmación me impulsó a examinar más a fondo el resto de su cuerpo, y me tomó un poco por sorpresa.
Era algo así como... atractiva, abrasadora. Delgada y tonificada, con brazos esbeltos y hombros firmes, vientre plano con buena musculatura y un piercing en el ombligo; una mezcla de buena genética y, sin duda, un gran interés por la dieta y el deporte. Sus pechos sobresalían a la perfección: lo suficientemente grandes como para que se notaran sin parecer desproporcionados. Su cabello suave y ondulado estaba recogido en una coleta; era castaño dorado con pigmentos naturales de rubio oscuro. El cabello largo y espeso, que antes le llegaba fácilmente a la parte baja de la espalda, estaba suelto. Seguramente nunca se lo había cortado.
Me acerqué a su rostro. Su rostro se parecía un poco al mío, pero no del todo: grandes ojos color avellana; una naricita preciosa; labios sensuales y carnosos; y un contorno delicado. Era... guapa. De verdad que lo era. Fue una revelación asombrosa descubrir que mi hermana era bastante atractiva, una belleza en todos los sentidos. Por alguna razón, nunca me di cuenta. ¿Debería haberlo hecho?
Intenté bloquear esos pensamientos inapropiados y volví a concentrarme en la tele. No pude. Volví a observar sus piernas, desde sus bien formadas caderas, bajando por sus esbeltos muslos, sus suaves espinillas, hasta llegar a sus maravillosos pies. Ya estaba completamente excitada cuando ella movió los pies para ponerse de lado.