Se miró la entrepierna y vio que la humedad ocupaba más de una quinta parte de sus bóxers. Me miró a los ojos. "Bueno, nena, es hora de que me folles los pies. Me quitaré el anillo para que no sangres de verdad".
"Déjalo. No me importa el dolor, pero sí el placer de verlo frotarse contra mí."
Soltó una carcajada. "Dios, me encanta que seas tan pervertido".
Ella apretujó mi polla rígida entre sus pies resbaladizos y comenzó a moverse con urgencia mientras se inclinaba hacia atrás, dándose cuenta de que sus boxers quedarían completamente empapados en cuestión de minutos.
Estaba en el cielo, entregándome a sus pies meticulosamente cuidados. Mi polla palpitaba de placer con sus caricias intensas. De vez en cuando tiraba de mi punta con los dedos, esforzándose por complacerme aún más, y no
